jueves, 18 de agosto de 2016

50 años de Magnificat: homilía en la Fiesta de la Transfiguración del Señor

A continuación queremos compartir con nuestros lectores la hermosa homilía que pronunciara nuestro capellán, Rvdo. Milan Tisma Díaz, con ocasión de la Misa Solemne de clausura del II Congreso Summorum Pontificum, la que tuvo lugar el pasado sábado 6 de agosto de 2016, fiesta de la Transfiguración del Señor, en la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria. Sobre dicha Misa hemos publicado ya una crónica previa en esta bitácora. 


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Sábado 6 de agosto del año del Señor 2016.

Quincuagésimo aniversario de la Asociación Litúrgica Magníficat.

Fiesta de la Transfiguración del Señor


“Cuando Cristo se manifieste seremos semejantes a Él, porque lo veremos según es”
 (1 Jn.3,2)


Hermanos sacerdotes, querido don Julio, directivos, fieles y amigos de nuestra asociación, estimados invitados especiales, participantes del Congreso Summorum Pontificum 2016, fieles todos en Cristo.

Nuestro Señor Jesucristo anunció claramente a sus apóstoles el camino de padecimientos y muerte que habría de recorrer para reconciliar al género humano con su Padre celestial, y al hacerlo, los exhortaba a que le siguieran por caminos de cruz y sacrificio. Para confortar sus corazones y arrancar de ellos el escándalo de la cruz, aún más, para mostrar que también en ellos y en la totalidad de la Iglesia se manifestaría un día la luz de la gloria, Nuestro Señor reveló el esplendor de su divinidad en la cumbre del Tabor, revistiendo su cuerpo de un extraordinario resplandor. Lumen de lumine!

Santo Tomás de Aquino enseña que para que una persona camine rectamente por una vía es preciso que conozca antes, de algún modo, el fin al que se dirige: “como el arquero no lanza con acierto la saeta si no mira primero al blanco al que la envía. Y esto es necesario sobre todo cuando la vía es áspera y difícil y el camino laborioso […] Y por esto fue conveniente que manifestase a sus discípulos la gloria de su claridad, que es lo mismo que transfigurarse, pues en esta claridad transfigurará a los suyos” (Suma Teológica, 3,q.45,a.1,c.).

Nuestra vida es un camino al cielo. En el decir de San Alberto Hurtado, es un disparo a la eternidad. Pero es una vía que pasa a través de la cruz y del sacrificio. Para que no nos desalentemos y para que mantengamos viva la llama de la esperanza sobrenatural, el Señor, ante testigos escogidos, nos enseña de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección, que la cruz es el camino obligado para entrar en la gloria y que por la cruz vamos a la luz: per crucem ad lucem!

En esta visión gloriosa y radiante los apóstoles experimentaron un gozo incontenible que dejó  honda huella en sus corazones. El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor, en la gloria del Tabor, fueron sin duda de gran ayuda en las horas de dolor y contradicción. Esa alegría desbordante provenía de la clara percepción del misterio de la luz y de la gloria divina, del conocimiento del Dios vivo y verdadero y de la visión del camino seguro de la salvación. Alegría análoga a la que percibe el creyente bien dispuesto en contacto con la liturgia tradicional de la Iglesia, gozo indescriptible, sacro estupor, admirada contemplación que en piadoso éxtasis hace exclamar al alma: “Señor, qué bien estamos aquí” (Mt. 17, 4a).

 Transfiguración del Señor
(S. XII, Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí)

Lo que ocurrió aquel día en la cumbre del Tabor se realiza cada vez que se celebra el santo sacrificio: nosotros, pobres mortales, vemos únicamente en el altar los simples accidentes, mas con los ojos de la fe vemos a Cristo transfigurado, al Rey de la gloria y sus misterios tremendos y fascinantes. Porque la sagrada liturgia no es un mero objeto, es más bien un sujeto, es el propio Cristo santificando a sus fieles y actualizando su acción redentora. Por esa acción santa y eficaz nosotros quedamos incluidos en el estado de transfiguración de Cristo. La santa Eucaristía es el sacramento de la transfiguración, es la semilla de nuestra transfiguración. Por eso la síntesis de la obra de nuestra Asociación, el mejor resumen de lo que ella es y obra, el compendio más acabado de estos cincuenta años de servicio que hoy ponemos a los pies del altar como holocausto de suave y agradable aroma en la presencia del Señor, es ésta: contribuimos a la obra que quiere realizar Cristo a través de la liturgia de la Iglesia Católica: junto a la glorificación de Dios tres veces santo procuramos la santificación de los fieles, su incorporación a Cristo, su transfiguración espiritual en Cristo.

Desde este rincón de la Iglesia trabajamos con ahínco y confianza segura para que los fieles, al participar de la liturgia terrestre, rodeados de la luz de la gloria, exultantes de gozo sobrenatural escuchen sin vacilación alguna la voz potente del Padre: “Este es mi Hijo muy amado. Escuchad al que ha anunciado los misterios de la ley y ha cantado la voz de los profetas. Escuchadle que ha redimido al mundo con su sangre, ha atado al diablo y le ha arrancado sus armas, ha roto la cédula de la condena y el pacto de la prevaricación. Escuchadle, que abre el camino del cielo y por el suplicio de la cruz os prepara la escala para subir al Reino (San León Magno, sermón 51).

Queridos amigos, subamos al monte sagrado, entremos en la nube luminosa de la gloria, dejémonos transfigurar por Cristo y que continuamente iluminados por la lex credendi y la lex orandi seamos conducidos a la lux operandi et vivendi.

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