domingo, 1 de octubre de 2017

La Misa Solemne de Dimas Antuña (II)


Desde hace algún tiempo hemos comenzado a publicar una serie dedicada a la obra de Dimas Antuña (1894-1968), a la cual tuvimos acceso debido a la generosidad del P. Horacio Bojorge SJ. En esta entrada continuamos con la publicación de algunos fragmentos de Inter convivas. Entre comensales. La Misa solemne contemplada y comentada (el texto íntegro puede descargarse aquí), el libro que dicho autor dedicó a tal Misa según la hoy denominada forma extraordinaria del rito romano. 

La primera parte de esta serie puede verse aquí

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7. El cuadro ritual y el momento.

Pero he ahí que, así como el Señor no hizo la Eucaristía del pan y del vino con ‘cualquiera’ sino con ‘los suyos’, así tampoco la hizo, aún con ellos, en ‘cualquier parte’ ni en ‘cualquier momento’ sino en la cena, esto es, dentro del cuadro ritual del sacrificio de la Pascua, y, en la noche en que fue entregado, es decir, cuando la realidad que anunciaba aquella Pascua iba a ser ‘cumplida’, manifestada y comunicada a los hombres con su muerte.


Duccio di Buonisegna, Última Cena  
(Imagen: Wikipedia Commons)

Estos dos puntos: 1) el cuadro ritual, sagrado y 2) el momento: la noche de la Pasión, sitúan a nuestra Eucaristía. Ésta no fue instituida ni será nunca celebrada como un acto común, sino sagrado. Y su cuadro sacrificial la fija como un misterio vinculado a todo el Antiguo Testamento cuyos sacrificios quedan recapitulados en ella y son a su vez superados. Y la fija también a la Pasión del Señor, cuyo misterio pascual de muerte y resurrección, -es decir, de pasaje por la inmolación redentora de este mundo al Padre–, constituye su realidad única y trascendente.

Referida a la Pascua figurativa, la cumple. Dependiente de la Pascua efectiva: la incluye. Y, como esa Pascua, como esa muerte y resurrección de Cristo está contenida en ella de una manera real, pero bajo signos ajenos al acaecer histórico, esta manera de contener una realidad y su eficacia bajo las especies de otra, esta manera de ofrecer a Dios y comunicar a los hombres la muerte y resurrección de Cristo – despojadas de sus accidentes históricos – bajo las especies de una oblación de pan y vino, le asigna, a su vez, una naturaleza que le es propia, y que es lo que, entre cristianos, llamamos un Sacramento.

Sacramento.

Notemos estos dos puntos que son esenciales para la inteligencia de la Misa. La Eucaristía es un acto sagrado que no puede hacerse sino dentro de un cuadro ritual, y este acto contiene y comunica una realidad divina y humana (la muerte y resurrección de Cristo), la cual es ‘hecha’ en ella mediante el uso de cosas naturales que se ven, se tocan, se manejan, se comen, se beben.

Cosas naturales y materiales que están ahí, que son usadas ahí en la plenitud de su ser; es decir, como ‘cosas’ con validez auténtica propia (verdadero pan, verdadero vino) y como ‘signos’, es decir, como referidas a la inteligencia del hombre y destinadas a indicarle ‘otra cosa’; y que en determinado momento, además, insertadas en el acto mismo del sacramento, no sólo indican sino que se convierten en instrumentos o vehículos del misterio de Cristo, pues son despojadas, por la palabra del Sacerdote, del sostén natural que les es propio.


Iglesia de San Vitale (Ravena), Sacrificios de Abel y Melquisedec 
(Foto: Milviatges)

El sacrificio de la Pascua era, como todos los del Antiguo Testamento, un sacrificio natural. En él se inmolaba un cordero y se comían luego sus carnes asadas, dentro de un contexto ceremonial de acción de gracias por la liberación de Egipto, que estaba compuesto de oraciones, bendiciones e himnos.

Por su lado, la muerte del Señor en la Cruz fue constituida por Dios (y aceptada y padecida por el Señor) como un sacrificio propiamente dicho. En ella el Señor se ofreció a sí mismo por nosotros para obedecer a su Padre.

Ahora bien, este sacrificio ofrecido una vez, fue realizado total y definitivamente en la Cruz de una manera natural y humana. Quiero decir: en un momento determinado del tiempo y del tiempo político: ‘bajo Poncio Pilatos’ y con la inmolación física del cuerpo de Cristo y derramamiento de su Sangre. Eso es lo que el Señor ha instituido in mysterio en la Eucaristía. Y al decir in mysterio entendemos decir que ese hecho total de la muerte redentora está allí, se hace allí, en una oblación de pan y vino.


Giotto di Bondone, La Crucifixión
(Foto: Pinterest

Ahora bien, re-presentar, re-iterar, re-actualizar, poner delante de una manera objetiva, con valor y consistencia propia un acto de Cristo, instituido por él, de cosas naturales, es lo que en la Iglesia llamamos un sacramento.

Y como este sacramento ‘tal como se realiza’, tiene un valor por sí mismo y un valor de sacrificio, a este sacramento lo llamamos ‘el sacramento del altar’, tal es el sacramento de la inmolación, el sacramento-sacrificio; confesando que él es la inmolación misma de la Cruz en toda su realidad y su eficacia.

Esa inmolación despojada de los accidentes históricos (que son irreversibles y que en la Cruz, además, supusieron un sacrilegio) está revestida aquí, mediante el sacramento, de accidentes naturales, es decir, de una materia que permite su uso y hace posible su entrega para sustento del pueblo.

La inmolación de Cristo, en la Misa, pues, no es historia y no agrega nada a su Pasión y muerte en la Cruz. No es tampoco ‘teatral’, no es una representación imaginativa. La inmolación de Cristo en la Misa es un ‘sacramento’ que se produce ‘in mysterio’. Está fuera de las leyes naturales ya sean éstas históricas o psicológicas. Se hace conforme a las leyes (rituales y eficaces) que le son propias.

Cuadro – Sacramentales.

El cuadro ritual de la Cena estaba ajustado a la naturaleza de aquel sacrificio del cordero que era natural y figurativo.

El cuadro ritual de la Eucaristía está ajustado a la naturaleza de la Misa, que es un sacrificio verdadero —que es ‘la verdad misma’ de todos los sacrificios antiguos— pero realizado en un sacramento. Los de la Antigua Ley eran ‘especulativos’, es decir, anunciaban, mediante figuras, una realidad prometida que ellos no contenían y que había de venir. Los ritos de la Nueva Ley, entretanto, son conmemorativos. Contienen la realidad del misterio de Cristo ya dado y la comunican trasmitiendo verdaderamente a la criatura humana su eficacia y su acción.


S.E.R Cardenal Jorge Medina durante Misa Pontifical organizada por la Asociación Magnificat
(Foto: Asociación Litúrgica Magnificat

Creo que estas consideraciones son suficientes para que ustedes adviertan el valor, el alcance, la importancia, ‘lo grave que son’ las ceremonias de la Misa; y para que no se equivoquen, sobre todo, acerca de su naturaleza.

La Misa Solemne bien celebrada ofrece un espectáculo augusto: ‘espectáculo hemos sido hechos’, dice el Apóstol. Pero su acción está fuera de las representaciones sensibles e imaginativas (la farsa, el teatro, el poema, representaciones figuradas o sentimentales) y su ‘memoria’ no consiste en que nosotros recordemos algo, sino en que, en memoria de Cristo, le es dado, le ha sido dado a la iglesia ‘hacer’ algo y que lo que hacemos es un sacramento[1], es decir, una acción en la cual, bajo las especies de pan y de vino Cristo mismo, nuestra Pascua, es inmolado.

De ahí, pues, que el
contexto ritual, es decir, el cuadro en que se desarrolla la Misa y que la efectúa, sea un contexto ‘sacramental’ y que el Sacrificio de la Misa que, por su naturaleza propia, es un sacramento y nada más que un sacramento, se vea estructurada por ritos que son, en sí mismos, ‘sacramentales’. ¡Los sacramentales! ¡Entendamos bien lo que son los sacramentales!

Los sacramentales

Estos sacramentales dependen del sacramento y están ordenados exclusivamente a expresarlo. Y así, mediante acciones, símbolos, gestos, palabras, mediante cosas, movimientos, cantos… con una complejidad que desconcierta, a veces, pero, si se atiende a ellos, si se los descubre con una sencillez y un esplendor que verdaderamente deslumbra, miran 1) ya a la realidad esencial de la Misa, es decir, al sacrificio de Cristo, al triunfo de la Cruz: a esa gloria de Dios y redención de los hombres lograda victoriosamente por la muerte y la resurrección del Señor; 2) ya a la forma en que esa realidad es ofrecida: el pan y el vino y la oblación de la Iglesia;  3) ya a la comunidad que la ofrece (y que en lo que ofrece es instruida de que debe, ella misma, ofrecerse), es decir, a la Iglesia unida a Cristo y obrando, en persona de Cristo, pero por sí misma[2], el sacrificio[3] de la Nueva y Eterna Alianza. 


La Misa es un sacramento rodeado de sacramentales. La expresión orgánica de la Misa está dada por los sacramentales. Los sacramentales la hacen accesible, la proporcionan a nuestra inteligencia, a nuestra flaqueza, a nuestro ser de criatura.

8. Los cinco ‘actos’.

Y ahora que hemos visto que nuestra Misa: en el Ofertorio, en la Eucaristía, en la Comunión, no hace sino cumplir lo que el Señor hizo en la Cena y mandó que se hiciera, ininterrumpidamente hasta su vuelta, en su memoria…

Ahora que hemos visto que, para hacer eso, antes de hacerlo, en la ‘entrada y reunión’ y en ‘las lecciones’ la Misa realiza con nosotros cada día lo que eso exige de nosotros, es decir, que seamos ‘Iglesia’ y recibamos ‘la Palabra’, de manera que como comunidad de fieles podamos acceder, por la fe, al ‘misterio de la fe’…

Ahora que sabemos que el modo de hacer eso es un modo sacramental, es decir, efectuando y comunicando vitalmente una realidad mediante el uso de cosas tomadas en su verdad más directa y en su significación más obvia; y algunas, como el pan y el vino, convertidas en determinado momento en ‘otra cosa’, notemos en qué consisten estos cinco actos que forman la trama, el ‘argumento’ de la Misa, y estructuran, en consecuencia, la celebración del sacramento.

Primer acto.

El primer acto va desde el Introito a la oración Colecta, y está ordenado a la reunión del pueblo.  Sus partes son: El Introito, los Kyries, el Gloria y la oración Colecta, y su objeto formal es ‘formar la asamblea’ que va a rendir culto.

Segundo acto.

Lectura del Evangelio en Misa Solemne

El segundo acto va desde la Epístola al Evangelio y está orientado a la instrucción del pueblo. Sus partes son: La Epístola, el Gradual, el Evangelio, y su objeto es comunicar al pueblo reunido, al pueblo que ha ‘entrado’, la palabra de la fe. En las solemnidades, estas lecciones divinas, son coronadas por el Credo. Estos dos primeros actos constituyen la ante-Misa. Son preparatorios del sacrificio propiamente dicho y no tienen otro objeto sino constituirnos ‘en Iglesia’[4].

Tercer acto.

Luego viene el Ofertorio, tercer acto de la Misa y primer acto del sacrificio propiamente dicho. Consiste en la ‘presentación al altar’ del pan y del vino de la Eucaristía. Esta oblación es de inmensa importancia porque puede decirse que, intencionalmente, ya tenemos aquí toda la Misa, pues tenemos en el altar el sacrificio todo, en cuanto ‘sacrificio preparado’.         
Del Ofertorio pasamos a la Eucaristía con el Amén de la comunidad a la exfonésis de la oración Secreta.

Cuarto acto.

La Eucaristía constituye el cuarto acto de la Misa y el segundo acto del Sacrificio propiamente dicho y es ‘la misa misma’, pues ahí se hace la Eucaristía del pan y del vino. Y esa Eucaristía, al convertir el pan en el Cuerpo de Cristo y el vino en su Sangre, ofrece al Padre la totalidad del misterio de su Hijo encarnado por nosotros, es decir, el ‘Ecce, venio”[5] del sacrificio perfecto que le fue pedido.

Elevación de la Santa Hostia en Misa Solemne

Quinto acto.

Finalmente, con el Amén, —con el importantísimo Amén que da la comunidad a la exfónesis de la gran doxología del Canon— pasamos al acto quinto de la Misa, esto es, a la Comunión, y este acto, el tercero del sacrificio propiamente dicho, nos pone en posesión del misterio.

9. Drama.

Estos cinco actos tienen un orden y una progresión. Cada uno vale por sí mismo, pero cada uno a su vez dispone para el siguiente y lo hace posible.

Ahora bien, al hablar de los cinco actos de la Misa estoy usando la palabra ‘acto’ de una manera analógica, y tomo esta analogía de la estructura del drama.

La Misa no es un drama, entendámoslo bien. No es una acción que ocurra y se resuelva en el juego encontrado de las pasiones de los personajes que actúan, que es lo propio del drama. Pero debido a la distinción indestructible que el Señor ha establecido entre el sacerdocio funcional y el pueblo, debido a la inter-acción continua que la liturgia establece entre el altar y la comunidad, sin ser drama, y, siendo solamente lo que es, es decir, una ‘actio’, una acción sacrificial, sagrada, y referida únicamente a Dios, se desarrolla en un auténtico movimiento dramático.

‘Acto’ en el drama.

En el ‘drama’ se entiende por Acto ‘un conjunto organizado que corresponde a una división lógica de la acción total’. El Acto es una acción que plantea una situación ‘completa’ y permite la siguiente. Una acción que, cuando llega a su término, hace que la acción total (expresada en ella parcialmente) entre en una nueva ‘fase’,

Así, en los dramas clásicos, al planteo, que es lo propio del Acto primero, sigue ‘el encuentro’ en el segundo acto; el ‘nudo’ en el tercero, la ‘crisis’ en el cuarto, el ‘desenlace’ en el quinto. Y de este modo, a través de sus cinco actos, la acción total ha sido planteada, desarrollada, contrastada y concluida.

A su vez, cada Acto, por su composición interna, como conjunto organizado de la acción total, no se desarrolla sin ‘por’ y ‘a través’ de las escenas.


Procesión de Entrada

Ahora bien, si usando de esta analogía consideramos el movimiento dramático de la Misa, veremos que el Acto primero, por ejemplo, (que va del Introito a la oración Colecta y tiene por objeto la reunión del pueblo) es un conjunto organizado cuyas escenas (pero estas escenas no son propiamente ‘escenas’, sino ‘sacramentales’) responde a una división lógica de la Misa. Y veremos que su objeto, la reunión del pueblo, se realiza ‘por’ y ‘a través’ de esas partes que llamamos: Introito, Kyries, Gloria y su conclusión la oración Colecta.

Así, al Introito, o sea, a la entrada al altar del Sacerdote ‘revestido’ siguen la súplica y el himno. A esa entrada la pone de manifiesto la procesión y la revela el Coro. Es la entrada en persona de Cristo que suscita al Coro y hace que éste, dentro de la economía total, anuncie a la comunidad el misterio que la convoca ese día, ante el altar. A la entrada, pues, decía, la siguen los Kyries y el Gloria, esto es, la súplica y el himno. Es decir, dos entradas que hace el hombre, que le es dado unir al hombre, debido, precisamente, a aquella entrada objetiva del Sacerdote en el Introito. Una entrada en sí mismo por consideración de su miseria, en los Kyries. Y la otra, una entrada del hombre en Dios, por contemplación de la gloria, en el Himno.

Y, a su vez, a esos tres momentos que nos vinculan al altar, a esos tres cantos de honda significación, y a los ritos que los integran, o que ellos integran, mejor dicho —ya que el Introito, los Kyries y el Gloria de la Misa están muy lejos de ser solamente ‘canto’— sigue el saludo del Sacerdote a la asamblea. Saludo que consiste en que el Sacerdote besa el Altar y se vuelve al pueblo, y comunica ese beso diciéndole, saludándolo, con ostensión de las manos (como saludó el Señor resucitado a sus Apóstoles): —‘El Señor con vosotros’. 


Sacerdote vuelto al pueblo

Saludo de paz con gesto de paz, y con palabras que son una comprobación a la vez que un deseo. Pues dicen: El Señor con vosotros comprobando, afirmando que el Señor está efectivamente con nosotros, los que hemos entrado en el Introito, y gemido los Kyries y creído al anuncio de los ángeles en el Gloria, y, porque comprueba eso, desea a su vez que el que está con nosotros —y que nosotros deseamos que esté también con el espíritu del Sacerdote— nos asista y esté con nosotros en la nueva acción que vamos a hacer y que es la conclusión de todas las anteriores: la oración Colecta.

La oración Colecta, conclusión de la ‘entrada y reunión’ es la oración común, eclesial. Es la oración de la ecclesia collecta, es decir, de la iglesia reunida. Es la oración que nos congrega, como lo expresa el Sacerdote con un gesto de sus manos que parece abarcarnos y unirnos. Un gesto que nos expresa a todos, cada día, ante el misterio del altar.

Y así, esta oración, por la estructura de su rito, por el llamado del Sacerdote en el Oremus y por nuestro consentimiento en el Amén, muestra que hemos entrado verdaderamente al altar, y que la iglesia es iglesia, es decir, es la comunidad de culto que resulta de la entrada de Cristo a este mundo, y que está ahora en acto, esto es, reunida, congregada, collecta.

Ahora bien, así como en el Acto primero —conjunto organizado, división lógica y completa de una parte de la acción total— y todo es entrada, todo tiende a ‘la reunión’, así veremos que en el Acto segundo todo tendrá carácter de lección divina. Y en el tercero no habrá nada que no sea ‘preparación del sacrificio’. Y en el cuarto no se hará nada, sino hacer ese sacrificio ya preparado.

Y en el quinto acto todo estará orientado a comunicar su participación.

El análisis, pues, del “orden” de la Misa tiene un interés real, y su movimiento dramático (puesto que la Misa es una acción, una cosa ‘que se hace’) permite percibir y valorar su estructura.

10. Conclusión.

Señores: voy a terminar. Hemos presentado a los actores de la Misa Solemne. Hemos registrado la disposición de la Casa. Hemos expuesto la trama o argumento general de la acción sagrada.  Y hemos explicado la naturaleza especial de esa acción; su condición ritual y sacramental, es decir, su condición humana pero productora de una realidad sagrada.

Hemos visto también que su trama o argumento no hace sino dar un contexto adecuado a los tres gestos del Señor en la Cena. Esos augustos gestos que instituyen y fundan el misterio y que generan (dentro del cuadro propio de nuestra liturgia) los tres actos sacrificiales de la Misa.

Hemos visto también por qué esos tres actos sacrificiales: Ofertorio, Eucaristía, Comunión, conviene que sean precedidos —por lo que toca al Pueblo— de dos actos preparatorios: uno que ‘congrega’ y otro que ‘instruye’ a la comunidad.

Esta conferencia de hoy, Señores, es preliminar. Ha sido larga, difícil (habrá resultado quizá enojosa), pero era necesaria. Era necesaria porque era necesario, al atreverme a aceptar un curso sobre la Misa, explicar claramente cuál es mi posición, mi punto de vista y el propósito de estas reuniones. En adelante entraremos en la Misa misma y atenderemos cuidadosamente a su rito.

Culturalmente hablando, por sus solos elementos inteligibles y sensibles una Misa Solemne debidamente celebrada es una de las cosas más admirables que sean dadas ver, todavía, en este mundo.

Y si al hablar de cosas tan nobles Dios nos da la gracia de poder decir ‘algo más’, si llegamos a intuir de algún modo ese misterio que anima todo esto (misterio que nos comprende y al cual estamos ‘invitados’) estimo que estas reuniones de la Academia de Estudios Religiosos puedan no ser del todo inútiles.

He terminado.



[1] A mano al pie de la página esta explicación: “Un sacramento que contiene un sacrificio: Eucaristía. Un sacramento que contiene una regeneración, un ser engendrado y nacer de nuevo: Bautismo”.

[2] Tachado: “y conforme al modo sacramental”.

[3] Tachado: “liberador, divinizante,”.

[4] Tachado lo que sigue: “en comunidad que entra al altar mediante la entrada del Sacerdote revestido, su cabeza, y que, por la recepción de la palabra de la fe que le es anunciada, se pone en condiciones de pasar al ‘misterio de la fe’”.

[5] Heme aquí, que vengo, aquí estoy.

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