martes, 3 de octubre de 2017

Sobre el reduccionismo neoescolástico

Presentamos a continuación a nuestros lectores una traducción de un interesante artículo de opinión del Profesor Dr. Peter Kwasniewski, académico del Catholic College of Wyoming (EEUU.) y habitual colaborador de esta bitácora. En el artículo, el autor se hace cargo de una habitual respuesta de los progresistas a las objeciones planteadas a la reforma litúrgica en el sentido que lo único relevante es que en la Misa se produzca una consagración válida, con lo cual, sostienen, no podría criticarse la liturgia reformada. 

El autor, con cierta ironía, llama a esto un "reduccionismo neoescolástico", pues reduce toda la cuestión litúgica a que se produzca en la Misa la transubstanciación, proceso en el cual (según nos lo enseña la Iglesia infaliblemente y que Santo Tomás y la Escolástica medieval explicaran magistralmente mediante las categorías aristotélicas de sustancia y accidente) las sustancias del pan y del vino, si bien conservándose sus accidentes o apariencias, ceden lugar por completo a la Presencia verdadera, real y substancial de Nuestro Señor en las especies eucarísticas, en Cuerpo, Alma, Vida y Divinidad. 

Como es evidente, una aproximación reduccionista de los progresistas litúrgicos, limitada a comprobar si se produce o no una consagración válida de las especies eucarísticas, tal como lo destaca el autor, es insuficiente e incapaz de explicar la especificidad de cada rito que existe en la Iglesia, sea el rito romano, alguno de los muchos ritos orientales u otro rito de la Iglesia de Occidente.

El artículo fue publicado primeramente en el sitio New Liturgical Movement y el original puede leerse aquí. El artículo había sido traducido y publicado parcialmente antes por Infocaótica y reproducido, por ejemplo, por Adelante la fe. La presente traducción es propia, desde el original en inglés, y refleja la integridad del artículo del Prof. Kwasniewski.


(Foto: New Liturgical Movement)

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La larga sombra que proyecta el reduccionismo neoescolástico

Prof. Dr. Peter Kwasniewski

En las discusiones sobre liturgia, una de las premisas más importantes usadas por los progresistas es, irónicamente, lo que podríamos denominar “el reduccionismo neoescolástico”, el cual define la esencia de la Misa en términos de poseer una consagración válida. Casi en todas las conversaciones sobre si el rito de la Misa puede o debiera cambiar y hasta qué punto, el defensor de la Tradición oye el siguiente desafío: “No se puede probar que el Novus Ordo [o cualquiera otra liturgia pergeñada, de carácter  experimental] es mala, porque contiene las palabras de la consagración”.

El problema de este enfoque, naturalmente, es que falsea la realidad de un rito litúrgico en cuanto manifestación de la Tradición apostólica que ha existido a lo largo de la historia. Cada rito tiene sus características propias y profundas que lo hacen único. A nadie se le ocurriría definir el rito bizantino como, esencialmente, una consagración válida, a la cual está asociada accidentalmente una cantidad de floridas plegarias e himnos. Nadie con un mínimo de sentido común procuraría definir el rito romano de la Misa con independencia del Canon romano, que es su característica más definitoria, ni importar a dicho Canon una epiclesis cuando, hablando en rigor, ni tiene una ni la necesita. Ambos ritos son lo que son, y gracias a Dios por ello.

Reducir la Misa a una consagración válida es como reducir el acto nupcial a la concepción exitosa de un hijo. Espero sinceramente que nadie sea tan necio como para definir el acto nupcial como el acto de engendrar un hijo. El acto nupcial está ordenado a engendrar un hijo, sin duda; pero tiene su realidad propia, su propio significado, que abarca más que el engendrar: es la expresión del amor conyugal, y está diseñado para culminar en una vida nueva. Es institución divina que la vida proceda del amor, pero en la definición del acto están involucrados ambos elementos. Esta es la razón por la que la Iglesia se opone a la fertilización in vitro, cosa que le sería imposible si el único significado o valor de la unión de un hombre y una mujer fuera la producción de un zigoto viable.

Del mismo modo, la Misa es un microcosmos privilegiado de plegaria unitiva y de finalidad Eucarística. La presencia de la víctima sacrificial que ha de ser nuestro alimento divino es concebida, por decirlo así, por la liturgia en su totalidad. Incluso la consagración ocurre en un momento determinado, ella ha sido preparada, y ha de ser seguida, por una manifestación de amor que nos hace aptos para recibir al Señor y gozarnos en su presencia. Cuando esto no ocurre, lo que tenemos es el espectro de una fertilización in vitro de transubstanciación. 

Desgraciadamente, ocurre que casi todos quienes asistieron al Concilio Vaticano II o trabajaron en el Consilium fueron educados en este superficial reduccionismo neoescolástico, y por eso se sintieron con libertad para destrozar el rito romano y reconfigurarlo, en tanto que se mantuvieran las palabras de la consagración (aproximadamente) intactas. Desde este punto de vista, no eran más que simples técnicos enteramente dedicados a producir como resultado una Misa válida, sin sentirse moralmente atados por ningún contenido o proceso determinados.

En verdad, la arrogancia de los reformadores no fue capaz de detenerse ni en el umbral del santo de los santos, sino que osó entrometerse en la fórmula misma de la consagración del vino, suprimiendo la frase mysterium fidei, tan bien conocida y tan venerable ya en la Edad Media que Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, pudo plausiblemente atribuirla a los Apóstoles.

 Benozzo Gozzoli, El triunfo de Santo Tomás sobre Averroes (S. XV, detalle)

Sin lugar a dudas, por  tanto, necesitamos partir de nuevo, formulando mejores preguntas. No deberíamos preguntarnos qué es lo que hace que tenga lugar la transubstanciación, sino qué es lo que hace que una liturgia sea liturgia cristiana. Más importante todavía, conviene interrogarse qué es lo que hace que determinado rito sea él mismo (romano, ambrosiano, bizantino, siro-malabar, etcétera) y no otro. Cuando son éstas las preguntas que nos hacemos nos encontramos con ricas respuestas que nos muestran la adecuación, la bella complejidad y suficiencia de cada rito en sí mismo y, por lo tanto, nos dejan en evidencia la naturaleza anti-litúrgica, anti-ritual, a-histórica y, al cabo, a-católica de las reformas. 

Obviamente hay elementos más y menos centrales en cualquier rito. Pero no puede pasar desapercibido el hecho de que hay elementos verdaderamente fundamentales y constitutivos del rito romano que han sido abandonados por casi todo el mundo, incluidos los aparentes guardianes del rito. 

¿Qué cosas pertenecen a este núcleo interior del rito romano?

- La más importante es el Canon romano, que fue su única anáfora por 1500 años, y cuyos elementos datan de los primeros siglos.  

- La postura ad orientem. No se sabe cuán tempranamente esta postura se hizo universalmente obligatoria, pero sí se sabe que ya en los primeros siglos de existencia de la Fe era universal en Oriente y Occidente, lo cual no pudo jamás haber ocurrido si no hubiera tenido un origen apostólico, como lo supone San Basilio Magno en su tratado Del Espíritu Santo. Esa postura pertenece a la configuración inicial de todos los grandes ritos históricos del cristianismo. Sin ella, ninguna liturgia está ya en verdadera continuidad con la Tradición apostólica, por mucho que disfrute de una licitud técnica, del tipo reductivo mencionado anteriormente.

- El “ropaje” litúrgico del canto gregoriano, que no es un mero añadido u ornamento, sino que es la “liturgia en canto”. Los cantos del Propio y del Ordinario dan articulación a la forma del rito, lo llenan de contenido, apoyan su espiritualidad y garantizan su continuidad substancial a lo largo del tiempo y del espacio. Sin ellos, ya no es el rito romano lo que tenemos delante.

- El esquema de lecturas, es decir, el conjunto de las epístolas y evangelios. Sobre este tópico se ha escrito mucho en otros lugares. Baste aquí decir que el leccionario romano, casi tan venerable en antigüedad y universalidad como el Canon romano, fue suplantado por la novedad de un leccionario multi-anual construido para la Misa de Pablo VI. El leccionario antiguo y el nuevo coinciden muy poco.

- El calendario, con sus grupos característicos de santos romanos y su ritmo de domingos, fiestas, vigilias, octavas, témporas y rogaciones, etcétera. Es cierto, como Dom Gregory Dix ha probado, que el calendario tuvo un largo desarrollo, pero se desarrolló orgánicamente en una forma típicamente romana, y se lo preservó siempre hasta la revolución de la década de 1960.

 Elevación de la Hostia (Usus antiquior)

A la luz del principio del desarrollo orgánico, se puede sostener que el Ofertorio (como todas las plegarias tradicionales de ofrecimiento), que se desarrolló en la Edad Media y se extendió a todos los ritos de Occidente, se fundió con el núcleo del rito romano. Se puede comparar el Ofertorio con una rama injertada exitosamente en un árbol, de tal modo que deja de ser ajena y se convierte en una parte importante del floreciente organismo. Su supresión no es un mero corte de pelo, sino la amputación de un brazo, o de una pierna. 

Ahora bien, a nadie se le escapa que en todas, o casi todas, estas formas el moderno “rito romano” constituye un impactante abandono del rito romano tradicional. Se lo puede celebrar de un modo que respeta algunos de los precedentes del rito, pero puede también celebrárselo de un modo que se aparta absolutamente de todos ellos. Una gran cantidad de celebraciones, ciertamente la mayor parte, se aparta de la tradición romana porque:

- no se usa el Canon romano;

- se dice la Misa versus populum

- los textos litúrgicos no son ni recitados ni cantados; por ejemplo, se omite los Propios y el Ordinario, o se los enreda y se los presenta de un modo incoherente con sus orígenes;

- la novedad de las novedades: se usa el leccionario multi-anual;

- se lleva a efecto una drástica reducción del calendario;

- falta el Ofertorio tradicional, tanto de derecho como de hecho.

En otras palabras, cuando los católicos asisten a esas liturgias, ciertamente asisten a Misa, pero no a la Misa del rito romano en su constitución esencial, y lo que se les da es lo podría llamarse el “rito moderno”, como el experto en liturgia Mons. Klaus Gamber lo ha denominado.

El daño producido por el reduccionismo neoescolástico es muy real y muy extendido. Este reduccionismo es la única atmósfera en que podía emerger el proyecto oprobioso de crear el rito moderno hacia fines de la década de 1960. La misma mentalidad, con el paso de los años, se ha propagado a otros aspectos de la vida católica. Por ejemplo, el que hoy haya quienes se preguntan seriamente si los pecadores públicos pueden recibir la Eucaristía prueba que ésta ha sido reducida, en la mente de muchos, a un mero signo de pertenencia o de compartir una mesa convivial, y no es un misterio sobrenatural que exija un compromiso total de la mente, del corazón, del alma y de las fuerzas con Jesucristo realmente presente, de tal modo que un solo pecado mortal hace que no se sea digno de recibirlo. Semejante reduccionismo moral y disciplinar ya no sorprende, con todo, considerado el trasfondo de reduccionismo litúrgico que tuvo lugar previamente. Nuestra época ha producido una demostración científica del axioma “lex orandi, lex credendi, lex vivendi”. 

 Misa Novus Ordo

El movimiento tradicional en el catolicismo persigue simultáneamente dos grandes bienes: la recuperación de una sana teología eucarística, y el restablecimiento del verdadero rito romano de la Misa. La buena teología y la liturgia auténtica colaboran para desvelar a los ojos de la fe la presencia de Nuestro Señor Jesucristo en toda la liturgia y, sobre todo, en el milagro de la Hostia y el Cáliz, de un modo tal que los católicos puedan experimentar una vez más la terrible belleza y el desafiante gozo de la comunión eucarística, y puedan luchar para ordenar sus vidas y sociedades según las exigencias que ella les plantea. 

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