jueves, 3 de octubre de 2019

Un dilema sagrado

Abandonando por un momento su retirada vida, ha vuelto a enviarnos sus reflexiones el Padre de Familia, las que publicamos a continuación sin modificaciones ni añadidos. Esta vez, el Padre de Familia se refiere a un tema espinundo: partiendo de que la asistencia a la Misa tradicional es siempre lo preferible, ¿qué hacer en el caso de que no sea posible asistir a ella? ¿Se puede asistir a la Misa reformada? De ser así, ¿cómo guiarse para encontrar alguna que no entrañe peligros para la vida espiritual de quien asiste a ella?



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Un dilema sagrado

Un padre de familia

La liturgia definitivamente sólo puede hablar en latín. En vulgar es vulgar
Rafael Gómez Dávila

"Ser o no ser, esa es la cuestión". Esta frase es una de las citas más famosas de la literatura universal y corresponde a la primera línea de un soliloquio que William Shakespeare (1564-1616) introduce en la primera escena del tercer acto de su obra Hamlet. Viene al caso porque se usa como síntesis de los procesos mentales de duda e indecisión. Pero, ¿cuál es aquí la interrogante? Pues la asistencia a la Misa nueva o, si se quiere poner de otro forma, el acudir a ella cuando por alguna razón no se puede asistir a la Misa de siempre. Se trata de una pregunta que resulta bastante usual por estas latitudes, donde el número de Misas tradicionales y sus horarios no son tan abundantes como en Europa o Estados Unidos.  De hecho, en países como Chile hay muchas ciudades que no cuentan con siquiera una Misa cada domingo. 

La generosa redacción de esta bitácora, que ha sido tan condescendiente con mis desvaríos, me transmite un comentario producido por un texto que escribí hace ya algún tiempo y que versaba sobre la Misa rezada. Escribía un lector que yo no era suficientemente categórico al defender la Misa tradicional, diciendo que no existían impedimentos para asistir a la Misa nueva, la cual es reflejo de una teología diversa. De esa forma, con mis escritos inducía a los lectores a adherir al modernismo, al menos litúrgico. 

Como premisa, debo decir que tengo perfectamente claro que el problema que aqueja a la Iglesia es en gran medida litúrgico. Todo lo demás es un derivado de que la religión cambió su centro: se dejó de adorar a Dios, para adorar al hombre. Por decirlo con Rafael Gómez Dávila, "al suprimir determinadas liturgias suprimimos determinadas evidencias. Talar bosques sagrados es borrar huellas divinas". Y el resultado de cualquier deforestación es que tras ella queda un yermo que da paso a un desierto, muchas veces sin posibilidades de volver a albergar vida vegetal. Algo así pasó en la Iglesia y hoy, con la experiencia de medio siglo de esa publicitada reforma primaveral, podemos emitir un juicio meditado y fundamentado, teniendo en perspectiva los "caminos sinodales" que buscan redefinir los dogmas de nuestra fe desde posturas heréticas, apostatas o, derechamente, cismáticas. La Misa que la Iglesia había conservado por tantos siglos servía como dique de contención del descarnado combate espiritual que se daba en medio del mundo, enseñando a los hombres cuál es el misterio central de la fe y la historia, y cómo se debe adorar a Dios con un corazón contrito y humillado. 

Sé la réplica con que se puede retrucar lo que digo: que la Iglesia previa al Concilio Vaticano II no era algo perfecto y que en ella estaban todos los vicios y defectos que luego salieron a la luz, como también sucedió con Lutero en el siglo XVI. Claro que esto es cierto y nadie puede ponerlo en duda. Los padres conciliares y los peritos que los asistieron provenían de la Iglesia precedente, pues habían sido ordenados, consagrados o enseñado bajo Pío XII. De hecho, el mismo papa Pacelli había puesto a Annibale Bugnini a trabajar en la reforma de la liturgia y los cambios comenzaron con él, y habrían continuado si éste no hubiese muerto en 1958. El que no me crea puede hacer la siguiente prueba, si es que tiene la posibilidad de efectuar la comparación: asista un año al Triduo Pascual completo en un lugar donde se celebre con los ritos nuevos, pero observando éstos como uno esperaría que ocurriese, vale decir, con latín, canto gregoriano, ministros sagrados correctamente revestidos, orientación tradicional, etcétera, y después vaya el año siguiente al Triduo tradicional celebrado conforme a la reforma de Pío XII, que es como se celebra en casi todas partes, salvo aquellas comunidades excepcionales que han vuelto a los ritos previos a 1955. Yo he tenido la posibilidad de hacerlo, yendo primero al tradicional, después el reformado celebrado de la forma antedicha y por último de nuevo al tradicional (entendiendo por éste, claro está, aquel que remite el motu proprio Summorum Pontificum, vale decir, el celebrado conforme a los ritos vigentes en 1962). Verán que las semejanzas son más que las diferencias. Podría pensarse que esto es una curiosa casualidad, pero la verdad es otra: los cambios habían comenzado mucho antes que llegase ese año climatérico de 1969, como lo llama Madiran. Con el Misal reformado sólo se consumó, drástica y dramáticamente si se quiere, una obra que llevaba años preparándose. 

Por eso, la cuestión del Concilio tiene que tomarse desde otra perspectiva, como es aquella de los fines para los cuales fue convocado y sesionó. En el discurso inaugural, el papa Juan XXIII decía que el supremo interés del Concilio Ecuménico era que "el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz". Partiendo de esta base doctrinal, el objetivo era sólo introducir unas "oportunas actualizaciones", para que la Iglesia pudiese "mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual", y predicar el Evangelio en esas condiciones. Es sabido lo que acabo pasando y no es del caso volver ahora sobre los frutos del último Concilio, que estuvieron lejos de la feraz primavera que se anticipaba para la Iglesia. Las hojas comenzaron a caer de los árboles muy pronto, el tiempo se fue enfriando y el viento de pronto empezó a soplar, primero de forma tenue, después con ventiscas cada vez más fuertes e intensas. Llegó el otoño en la Iglesia y pronto, por inexorable ley de vida, se desató el crudo invierno que hoy arrecia, con tormentas y borrascas que han sacudido con fuerza la barca de Pedro, cada vez más difícil de maniobrar en medio de unas turbulentas aguas posmodernas. 

 Rembrandt, Cristo en la tormenta en el Mar de Galilea (1633)

Pero volvamos a lo que nos ocupa. Nadie duda de que la Santa Misa es el compendio de las maravillas que Dios ha hecho con los hombres, como enseñaba San Buenaventura. Ella constituye la "fuente y culmen de la vida cristiana", en palabras del proprio Concilio. Salvo que uno esté muy idiologizado, creo que cuesta negar que la Misa de siempre expresa de mejor manera el carácter divino y sacrificial que ella envuelve, y por eso acaba produciendo tanto arrobo en quienes la descubren. De esto se sigue que, existiendo la oportunidad de asistir a ella, siempre se debe preferir la Misa tradicional, incluso si ésta es rezada. Sé bien que el Dr. Peter Kwasniewski ha defendido, con muchos argumentos de peso, la primacía de la Misa cantada, y que la historia demuestra que ella significó la culminación de un largo proceso de conformación de aquello que conocemos como rito romano, cuyo comienzo está en el Cenáculo. Ahí está el patrón de celebración litúrgica que la Iglesia quiere. Pero la Misa rezada es igualmente preferible a aquella celebrada con el Misal reformado, porque no se trata de una mayor o menor solemnidad, la cual pone en evidencia ciertos aspectos que pueden pasar comúnmente desapercibidos, sino de una cuestión que atañe al rito en cuanto tal. Es más, la Misa rezada puede ser preferible incluso para tener la posibilidad de, con ayuda de un misal, ir descubriendo el sentido de cada una de las distintas partes que componen la Santa Misa. 

Eso es lo que trataba de explicar en otra colaboración anterior: lo relevante es el rito en sí, el cual refleja una determinada teología y una manera especial de adorar a Dios. Por eso, Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) decía que los ritos son el tiempo, lo que el hogar es en el espacio. El rito representa el lugar seguro donde el hombre se guarnece y se encuentra con la Tradición, vale decir, en aquello que pasa de una generación a otra para que cada una, conservando lo esencial, le agregue nuevos elementos destinados a su desarrollo y evolución. La Tradición es la preservación de lo vivo útil, de suerte que implica una amalgama perfecta de conservación y progreso. 

Asumido que la Misa tradicional, sea rezada o cantada, es siempre preferible, la pregunta es qué pasa cuando no se puede asistir a ella por alguna razón. ¿Conviene ir a la Misa reformada o es mejor abstenerse y rezar algo en casa, sea solo o en familia? 

Partiendo por reconocer la validez del sacrificio de la Misa y de los demás sacramentos celebrados con la intención de cumplir lo que con ellos hace la Iglesia según los ritos contenidos en las ediciones típicas del Misal romano y de los Rituales legítimamente promulgados por los papas Paulo VI y Juan Pablo II, la respuesta debe ser afirmativa. Esto significa que siempre es preferible cumplir con el precepto de oír Misa los domingos y fiestas de guardar, que decidir, por propia voluntad, no hacerlo porque no se tiene la posibilidad de oírla según la liturgia tradicional. La razón tiene fundamentos teológicos, morales y jurídicos. 

Desde el punto de vista de la teología, la Misa reformada es igualmente la renovación incruenta del sacrifico redentor de Jesucristo, consumado de una vez y para siempre, por mucho que se haya introducido elementos destinados a atenuar considerablemente su carácter sacrificial. Una obra maestra lo sigue siendo por mucho que sobre ella se vierta arena. Debemos seguir viendo en la Misa nueva el Misterio de Salvación, siempre que se cumpla con los requisitos de todo sacramento. Y la intención del celebrante de hacer lo que la Iglesia hace, hay que presumirla mientras no conste de modo fehaciente el deseo opuesto. De lo contrario, se debilita el acto de fe, que supone creer que Dios existe, que nos ha transmitido su Revelación y que ella se interpreta de modo auténtico a través de la Iglesia y sus ministros, cuya función es insustituible mientras dure la historia. Por eso, el propio Cristo aseguró a su Iglesia que no podía fallar en sus elementos divinos, aunque la decadencia moral corroa a todos y cada uno de los pecadores que la integramos, incluidos los llamados al servicio del altar. 

Moralmente, el Evangelio nos enseña que siempre hay que evitar el escándalo y ser prudente. El mal ejemplo que se puede dar a otros, especialmente los niños, no yendo a Misa porque la que hay se celebra según los libros reformados, puede ser peor que el propósito, ciertamente legítimo, de adorar a Dios en espíritu y verdad conforme se hizo por muchos siglos. Detrás hay un mal uso de la libertad, que puede acabar infundiendo en nosotros un espíritu protestante, de seleccionar lo que me gusta y lo que no en aquellas cosas que la Iglesia pone a nuestra disposición para alcanzar la salvación. Cuestión aparte es que se sufra con una Misa que no da a Dios todo el honor y la gloria que se merece. Esto es natural, porque "las luces del espíritu se adelantan siempre a los propósitos de la voluntad", como dice Mauricio Wiesenthal. Habrá, entonces, que ofrecer el sacrificio y, si es el caso, desagraviar. 

Finalmente, la asistencia a la Misa reformada en el supuesto que aquí se considera responde a una razón jurídica: la Iglesia manda asistir a a Misa, y ese precepto se cumple ahí donde la liturgia se celebre válidamente. La obediencia es también una virtud importante, porque ayuda a crecer en humildad, y eso implica seguir a la Iglesia en lo que ella enseña legítimamente como Madre y Maestra, para unirnos a ella y a los demás fieles en torno a una misma fe y sacramentos.  

 S.E.R. Robert Baker, obispo de Birmingham (Alabama, EE.UU.) celebra ad Orientem una Misa Novus Ordo.
(Foto: Abitadeacon)

En suma, mi consejo es preferir siempre que se pueda la Misa tradicional, incluso hacieno algunos sacrificios, salvo que su asistencia signifique adherir a grupos derechamente cismáticos o sedevacantistas (recomiendo al respecto la nota publicada en una entrada de esta misma bitácora sobre la asistencia a las Misas de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X). Cuando esto no sea posible, se ha de buscar una Misa reformada celebrada con el mayor decoro posible. Suelen serlo las primeras Misas de cada domingo, donde los cantos populares y el monicionismo del sacerdote son más extraños de encontrar. Si se puede, se ha de procurar buscar alguna iglesia que tenga una disposición más tradicional, y donde la Misa se celebre con órgano, latín o incienso. De no haber esta opción, habrá que acudir a la Misa que se pueda, recordando que el mandamiento de la Iglesia de oír Misa los domingos se cumple en la medida que ello sea físicamente posible. El valor de la Misa es infinito y no somos capaces de vislumbrar hasta dónde se extienden los efectos de las gracias que de ella surgen. 

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Actualización [4 de noviembre de 2019]: Religión en libertad ha publicado un reportaje comentando el asombro del diario El País respecto del fenómeno que se produce en torno a la parroquia de Santa María de Caná, situada en Pozuelo de Alarcón, el municipio con mayores ingresos de Madrid, y que en 1995 era sólo un barracón. Desde entonces, la parroquia sólo ha tenido un titular, don Jesús Higueras, en cuyas homilías no hay soflamas ni sobresaltos, y que los fieles siguen sin perder el hilo. Cada domingo, en la Misa más concurrida (la de 13.30 horas) puede haber hasta 1800 personas que siguen piadosamente la celebración del Santo Sacrificio, además de cuatro sacerdotes que ayudan al párroco desde los confesionarios. La iglesia actual es un edificio de ladrillo con un campanario de 37 metros, que sirve de impresionante muestra de cómo la arquitectura moderna también puede estar al servicio del culto a Dios. El altar mayor tiene detrás el sagrario y una disposición tradicional, con crucifijo central y candelabros. Esto es una muestra de cómo, aun en la forma ordinaria, es posible rendir culto a Dios de manera seria, siendo eso lo que los fieles buscan. 

1 comentario:

  1. Excelente articulo.
    Al menos personalmente,al asistir de forma continua al rito Tradicional y tener que asistir al conciliar por alguna circunstancia, deja de manifiesta lo "blando" del rito conciliar. Una vez conocido el rito Tradicional, no se abandona.

    Pero muy buena observación el señalar que acudir solo al que nos agrada, es caer en Luteranismo, en el cual solo me quedo con lo que acepto.

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