sábado, 4 de enero de 2020

El desprecio de Pablo VI por los católicos que no recibieron bien la reforma litúrgica

A continuación ofrecemos una nueva traducción de un artículo el Dr. Peter Kwasniewski, colaborador habitual de esta bitácora. El autor presenta diversas citas del papa Pablo VI (1963-1978), las que dejan en evidencia la actitud del pontífice hacia los católicos que se resistían a la demolición de los ritos de la Iglesia que implicó su reforma litúrgica, la que recientemente cumplió cincuenta años.

El artículo fue publicado originalmente en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan al artículo original.

 "Eres algo tímido, ¿no? ¡Pero no puedes escapar de la participación activa"

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El desprecio de Pablo VI por los católicos que no recibieron bien la reforma litúrgica 

Peter Kwasniewski

En las proximidades del triste aniversario número 50 de la entrada en vigencia de la Constitución Apostólica Missale Romanum, de Pablo VI, que ordenó por primera vez que se celebrara la Misa Novus Ordo el primer domingo de Adviento de 1969 (el 30 de noviembre de ese año), vale la pena recordar cuán frecuentemente este fastidioso y fastidiado Papa sintió la necesidad de dirigirse a los “negadores” de su tiempo, que se quejaban del torrente de cambios a la liturgia romana, cada vez mayores, que se implementaron a lo largo de la década de 1960. Algunos lectores quizá estén familiarizados con las asombrosas audiencias generales de marzo de 1965 y noviembre de 1969 (sobre las cuales he escrito un detallado comentario: “A Half-Century of Novelty: Revisiting Paul VI’s Apologia for the New Mass”), pero pocos de ellos estarán conscientes de otros discursos públicos en que continuó su diatriba contra quienes no estaban entusiasmados con las reformas. Pablo VI adoptó una curiosa forma de hablar, como si una arrasadora mayoría de laicos y clérigos se hubiera avalanzado a abrazar la nueva forma de la Misa con gran celo por la participación activa, al modo que lo hubieran hecho los felices ciudadanos del Paraíso de los Trabajadores Comunistas. Las pruebas, tanto publicadas como anecdóticas sugieren, igual que la estrepitosa caída, cada vez más rápida, de la asistencia a Misa durante las décadas de 1960 y 1970, que apenas una ínfima minoría sintió las “buenas vibras” (“good vibrations”) de los Bugnini Boys[1]. El desprecio de Pablo VI estuvo dirigido, pues, no sólo a la mayoría de sus correligionarios (lo que ya hubiera sido muy poco edificante), sino que se dirigió, en realidad, a la práctica católica multisecular que, no obstante todas las falencias que pueda haber tenido, seguía asegurando la adhesión a la Iglesia y a la fe de grandes multitudes, con una piedad y seriedad que rara vez se encuentran, y no son nunca superadas, fuera del catolicismo. El consejo de Louis Bouyer de 1956 no fue escuchado: “No debiéramos tratar de producir una congregación artificial de fieles que siga una liturgia de anticuarios, sino preparar a las congregaciones reales de la Iglesia para tomar parte en la liturgia verdaderamente tradicional, rectamente entendida”[2].

En el presente artículo quisiera presentar algunas citas de Pablo VI, gracias a ese enorme bodoque llamado Documents on the Liturgy. 1963-1979 [DOL], libro que tendría un acrónimo más certero si su título fuera Documents Undermining Liturgical Life. 1963-1979 (Documentos que socavan la vida litúrgica. 1963-1979) [DULL] [Nota de la Redacción: el autor ofrece aquí un juego de palabras, por cuanto “dull” significa, en inglés, aburrido], y que revela, en toda su amplitud o, más bien, en toda su estrechez, la mente del pontífice en lo que se refiere a la participatio actuosa y a la malvada conducta de quienes se oponían tenazmente a la marcha del progreso.


Discurso a los obispos italianos, 14 de abril de 1964 (DOL 21).  

“La reforma litúrgica nos abre un camino para reeducar a nuestro pueblo en la religión, para purificar y revitalizar sus formas de culto y de devoción, para devolver dignidad, belleza, simplicidad y buen gusto a nuestras ceremonias religiosas. Sin esta renovación interior y exterior habrá pocas esperanzas de una extensa supervivencia de la vida religiosa en las cambiantes condiciones actuales […]. Promoved el canto sagrado, el cantar religioso y comunal del pueblo. Recordad que, si el pueblo canta, no abandona la Iglesia; si no abandona la Iglesia, conserva la fe y vive como viven los cristianos”.

Audiencia general, 13 de enero de 1965 (DOL 24).

“Mediante vuestro [de los laicos] esfuerzo por poner por obra exacta y vitalmente la Constitución sobre la Liturgia, demostráis tener ese conocimiento de los tiempos que Cristo recomendó tener a sus discípulos (véase Mt. 16, 4), y que hoy la Iglesia está empeñada en despertar y hacer reconocer entre los católicos adultos […]. Mostráis que comprendéis el nuevo camino de la religión, que la actual reforma litúrgica trata de restaurar […]. La solicitud de la Iglesia se hace más amplia hoy, al cambiar ciertos aspectos de la disciplina de los ritos que son actualmente inadecuados y buscar valiente, pero reflexivamente desentrañar su significado eclesial, las exigencias de la comunidad y el valor sobrenatural del culto de la Iglesia. Para comprender este programa religioso y gozar de los resultados que de él se esperan, todos debemos cambiar nuestros hábitos de pensar las sagradas ceremonias y las prácticas religiosas como cosas que no exigen más que una asistencia pasiva, distraída, y debemos tomar plena conciencia del hecho de que una nueva pedagogía espiritual ha nacido con el Concilio. Eso es lo novedoso del Concilio y no debemos retraernos de convertirnos nosotros mismos en sus primeros discípulos y, luego, en los maestros de esta escuela de oración que está actualmente en sus inicios. Puede que ocurra que las reformas afecten prácticas que nos son queridas y dignas de respeto, que nos exijan esfuerzos que, al comienzo, producen tensiones. Pero debemos ser devotos y confiados: las perspectivas religiosas y espirituales que la Constitución abre ante nosotros son estupendas en su profundidad doctrinal y en su autenticidad, en la coherencia de su lógica cristiana, en la pureza y riqueza de sus elementos culturales y estéticos, en su respuesta al carácter y necesidades del hombre moderno”.

Discurso a los párrocos y predicadores de Cuaresma, 1 de marzo de 1965 (DOL 25). 

“He aquí algunos de los temas: cambiar tantas actitudes que, desde muchos puntos de vista, son en sí mismas dignas de honor y muy queridas; remecer a muchas personas devotas y buenas presentándoles nuevas formas de orar que no van a comprender de inmediato; ganar para un involucramiento en la oración común a muchas personas acostumbradas a orar -o a no orar- en la iglesia como les plazca; intensificar la enseñanza de la oración y del culto en todas las congregaciones de fieles, o sea, introducir a éstos a los nuevos puntos de vista, gestos, prácticas, formularios y actitudes coherentes con la toma de una parte activa, a la que no están acostumbradas, en la religión. En una palabra, el tema es comprometer al pueblo de Dios en la vida litúrgica sacerdotal. Reiteremos que se trata de asuntos difíciles y delicados, pero añadamos que ello es necesario, obligatorio, providencial y renovador. Y confiamos que sea también satisfactorio”.

Audiencia general, 17 de marzo de 1965 (DOL 27).

“¿Qué piensa la gente de la reforma litúrgica? […] Primero, hay algunos que muestran algún grado de confusión y, por tanto, de intranquilidad. Hasta ahora la gente ha vivido con comodidad: podía orar donde quisiera, y todo el mundo estaba bastante familiarizado con la forma en que se celebraba la Misa. Hoy por todas partes hay cosas nuevas, cambios, sorpresas: se ha ido tan lejos que hasta se ha suprimido el toque de campanillas en el Sanctus. Luego, hay muchas oraciones que ya nadie puede encontrar en parte alguna; se recibe la comunión de pie; la Misa termina abruptamente después de la bendición. Todo el mundo pronuncia las respuestas, hay mucho movimiento por doquier, las oraciones y las lecturas se dicen en voz alta. En suma, ya no hay más paz, se entiende las cosas menos que antes, etcétera. No vamos a hacer la crítica de estas opiniones, porque tendríamos que mostrar cómo ellas revelan una pobre comprensión del significado del ceremonial religioso, y nos permiten divisar en ellas no una verdadera devoción y verdadero aprecio del significado y valor de la Misa, sino una cierta flojera espiritual que no está dispuesta a hacer un esfuerzo personal de comprensión y de participación encaminado a un mejor entendimiento y una mejor participación del más sagrado de los actos religiosos, en que se nos invita, o más bien se nos obliga, a participar”. 

(¡Imposible inventar esta parrafada!)

Homilía en una parroquia de Roma, 27 de marzo de 1966 (DOL 33).

“El Concilio adoptó la postura fundamental de que todo fiel tiene que entender lo que dice el sacerdote[3], tomar parte en la liturgia, y no ser en la Misa sólo un espectador pasivo sino un alma viviente […] Mirad el altar, dispuesto ahora para realizar un diálogo con los fieles, considerad el notable sacrificio que se ha hecho del latín, invaluable repositorio de los tesoros de la Iglesia. El repositorio ha sido abierto hoy, al convertirse la lengua propia del pueblo en parte de su oración. Los labios que a menudo han estado cerrados o sellados, comienzan al fin a moverse, cuando la asamblea de los fieles puede pronunciar su parte en el coloquio […] Ya no se da el triste fenómeno de que el pueblo converse y hable sobre cada tema humano imaginable pero permanezca en silencio y apático en la casa de Dios. ¡Qué sublime es oír, en la Misa, la recitación en común del Padrenuestro! En esta forma, la Misa dominical ya no es una mera obligación sino un placer, no un deber que hay que cumplir, sino un derecho que se tiene”.

 Posiblemente el Papa más fantástico y menos realista de la historia

Pablo VI fue profético en el tema de la contracepción, pero no en el de la liturgia.

Audiencia general en Castelgandolfo, 13 de agosto de 1969 (DOL 45).

“Luego de un intenso y prolongado movimiento religioso, la liturgia, coronada y, podría decirse, canonizada por el Concilio Vaticano II, ha cobrado nueva importancia, dignidad, accesibilidad y participación en la conciencia y en la vida espiritual del pueblo de Dios y, podemos predecirlo, ello será así todavía más en el futuro”.

Adviértase cómo, tres años después de sus lamentos de 1966, Pablo VI sigue quejándose de la resistencia a la reforma y de los vicios que ello pone en evidencia.

Audiencia general de Castelgandolfo, 20 de agosto de 1969 (DOL 46). 

“Una segunda categoría, cuyas filas se han incrementado con quienes están alterados desde la reforma conciliar de la liturgia, incluye a los suspicaces, los críticos, los descontentos. Perturbados en sus prácticas devotas, estos espíritus se resignan a regañadientes a los nuevos caminos, pero no hacen esfuerzo alguno por comprender las razones de ellos: encuentran desagradables las nuevas expresiones del culto divino; se refugian en sus lamentaciones, que les privan del antiguo sabor de los textos del pasado y les impiden gustar lo que la Iglesia, en esta segunda primavera de la liturgia, ofrece a los espíritus que se abren al significado y lenguaje de los nuevos ritos, sancionados por la sabiduría y la autoridad de la reforma posconciliar. Un esfuerzo, muy poco difícil, por aceptar y comprender podría traerles la experiencia de la dignidad, la simplicidad y la redescubierta antigüedad de las nuevas liturgias, y podría también traer, al santuario interior de cada persona, el consuelo y la fuerza dadora de vida de las celebraciones comunitarias. La vida interior podría alcanzar una mayor plenitud”.

Audiencia general, 26 de noviembre de 1969 (DOL 211).

“Un nuevo rito de la Misa: un cambio en la venerable tradición que ha durado por siglos. Esto es algo que afecta nuestro patrimonio hereditario religioso, que parecía gozar del privilegio de ser intocable y consolidado, que parecía traer a nuestros labios la oración de nuestros antepasados y de nuestros santos y darnos el consuelo de sentirnos fieles a un pasado espiritual, que manteníamos vivo para transmitirlo a las nuevas generaciones. Es en momentos como éste que logramos una mejor comprensión del valor de la tradición histórica y de la comunión de los santos. Este cambio habrá de afectar las ceremonias de la Misa. Nos daremos cuenta, quizá con un sentimiento de molestia, de que las ceremonias en el altar ya no se realizan con las mismas palabras y gestos a que estábamos acostumbrados -quizá tan acostumbrados que ya no nos dábamos cuenta de ellas-. Este cambio afecta también a los fieles, porque está hecho con el propósito de interesar a todos los asistentes, de sacarlos de sus acostumbradas devociones personales o de su habitual adormilamiento. Debemos prepararnos para estas multifacéticas incomodidades. Es el tipo de alteración causada por toda novedad que cambia nuestros hábitos. Advertiremos que las personas piadosas serán las más perturbadas, porque tienen su propio y respetable modo de oír Misa, y sentirán que se las priva ásperamente de sus pensamientos habituales y se las obliga a amoldarse al pensamiento de otros. Incluso algunos sacerdotes pueden sentirse molestos por esto. Así pues, ¿qué ha de hacerse en esta ocasión tan especial e histórica? Primero debemos prepararnos. Estas novedades no son pequeñas. No debiéramos dejarnos sorprender por la naturaleza de sus formas externas, ni incluso por su importunidad […]. Es la voluntad de Cristo, es el soplo del Espíritu Santo el que llama a la Iglesia a hacer este cambio. Es un momento profético el que está ocurriendo en el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Es un momento que está sacudiendo a la Iglesia, poniéndola de pie, obligándola a renovar el arte misterioso de su oración. Es aquí donde se advertirá la mayor de las novedades, la novedad del lenguaje. No más latín, sino que el lenguaje de la Misa será el lenguaje vernáculo. La introducción de éste será ciertamente un gran sacrificio para quienes conocen la belleza, el poder y la sacralidad expresiva del latín. Estamos abandonando el habla de siglos de cristiandad, estamos transformándonos en algo así como intrusos profanos en la reserva literaria de la expresión sagrada. Vamos a perder una gran parte de aquella realidad estupenda, incomparablemente artística y espiritual, el canto gregoriano. Tenemos motivos de lamentarnos, de hacerlo incluso con desconcierto. ¿Qué podemos poner en lugar de ese lenguaje de ángeles? Estamos renunciando a algo de valor incalculable. Pero, ¿por qué? ¿Qué es más valioso que esto, el más alto de los valores de la Iglesia? La respuesta parecerá banal, prosaica, pero es una buena respuesta, porque es humana, porque es apostólica. Entender la oración vale más que los paramentos de seda de que está vestida la realeza; la participación del pueblo vale más, especialmente la participación del pueblo moderno, tan amiga del lenguaje sencillo que se entiende fácilmente y que se convierte en habla cotidiana”. 

Audiencia general, 3 de noviembre de 1971 (DOL 53). 

“La Iglesia que ora (Ecclesia orans) ha recibido del Concilio la más espléndida idealización. No debemos olvidarlo ante la emocionante realidad de la reforma litúrgica. Esta reforma ha tenido un gran peso, incluso considerando las condiciones espirituales de hoy, debido a su propósito pastoral originario de revitalizar la oración en el pueblo de Dios. Esta ha de ser oración pura y compartida, es decir, interior y personal, pero al mismo tiempo pública y común. Su significado no es solamente el de un ritual que pertenece a la sacristía o a una erudición arcana meramente litúrgica: la oración ha de ser una afirmación religiosa, llena de fe y de vida, una escuela apostólica para todos los que buscan la verdad que da vida, un desafío espiritual para un mundo secularizado, ateo, pagano.

***

Con la perspectiva que nos dan los cincuenta años transcurridos, al contemplar la reforma litúrgica que implosiona sobre sí misma o que va siendo lentamente desarmada por el movimiento tradicionalista, cada vez más poderoso, podemos aprovechar el conocimiento retrospectivo de lo que no hay que hacerle a nuestra preciosa herencia, y comprometernos enérgicamente a hacer todo lo contrario de lo que se hizo. Porque la gran ironía es que no es, ni nunca fue, la “nueva” liturgia la que sirvió como “una escuela apostólica para todos los que buscan la verdad que da vida, un desafío espiritual para un mundo secularizado, ateo, pagano”, sino que, al contrario, vemos cuán acertadamente esta descripción le conviene al rito romano clásico, que se levanta, como el ave fénix, de sus cenizas.

 La opción que tenemos delante de nosotros: un Misal de 1948 o...
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[1] El éxito Good Vibrations de los Beach Boys apareció en 1966, vale decir, entre el Misal provisional de 1965 y la Missa Normativa de 1967.

[2] Bouyer, L., Life and Liturgy (1956), pp. 14-15, citado por Alcuin Reid en su Introducción a la edición de Beaudin, L., Liturgy: The Life of the Church.

[3] Esta afirmación es, por supuesto, una mentira descarada por parte de Pablo VI, ya que el Consilium no tomó tal posición y, de hecho, adoptó una diferente. Se trata de una mentira que repitió en docenas de ocasiones.

6 comentarios:

  1. Dice el autor: “Con la perspectiva que nos dan los cincuenta años transcurridos,” olvidando siempre que se cumpliran los 50 años de la fundación de la Fraternidad Sacerdotal San Pio X y q gracias a la valentia de Mons. Marcel Lefebvre, que no contaba con la perspectiva del autor, se creo el bastión que salvo la Tradición.
    Sin ella todo hubiera sido arrasado.

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    1. Muchas gracias por su comentario. Efectivamente, en 2020 se cumplen 50 años de la fundación de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X y en 2021 el trigésimo aniversario de la muerte de su fundador, monseñor Marcel Lefebvre. Dicha institución ha preparado distintos actos para celebrar ambos aniversarios. El aporte del arzobispo francés fue indiscutible para preservar la Tradición.

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  2. No estoy de acuerdo con esa forma irrespetuosa de tratar a nuestro querido Pablo VI. Me encanta la misa tridentina , pero hacerle bromas pesadas y tratarlo de esa forma no es lo adecuado. Creo que el nuevo ordo debe existir, pero se le deben hacer correcciones, como combatir su musica inadecuada en la gran mayoria de los casos, y ayudar a los feligreses a ir con la vestimenta adecuada, entre muchas otras cuestiones. Saludos.

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  3. Les asusta nombrar a Monseñor Marcel Lefebvre?
    Son unos cobardes!,,,,

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    1. Muchas gracias por leernos. Citamos a S.E.R. Marcel Lefebvre cada vez que corresponde hacerlo y reconocemos lo que significó para la defensa de la Tradición. De hecho, en el Directorio de Misas se puede encontrar en enlace a las que celebra la Fraternidad de San Pío X y una explicación respecto de los sacramentos que ahí se imparten, para que cada fiel juzgue en conciencia.

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  4. Muchas gracias por leernos. Nos parece que el propósito del autor no es burlarse de San Pablo VI, sino mostrar, a través de sus propias palabras, lo que ocurrió en torno a la reforma litúrgica. Su artículo se endereza, entonces, a hacer patente lo dicho por ese Papa en defensa de su obra. Son muchos los testimonios en ese sentido. Por ejemplo, Jean Guitton cuenta que le propuse al Papa, para solucionar los problemas existentes en Francia con los grupos de resistencia, que permitiese de modo general la Misa antigua. La respuesta de Pablo VI fue negativa y categórica. Desde esta bitácora, siempre hemos sostenido que ambos Misales son válidos y que es necesario buscar formas para dignificar la celebración con el Novus Ordo.

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