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jueves, 31 de mayo de 2018

Consideraciones en torno a la pastoral

Les ofrecemos hoy un artículo de opinión del Prof. Augusto Merino Merino, asiduo colaborador de esta bitácora, referido a los efecto que tienen la pastoral sobre la actual vida de la Iglesia, convertida en un verdadero ídolo al que se le rinde culto y conforme al cual se sacrifica incluso la predicación que Cristo ordenó como cometido propio de ella.  La lectura de este texto no hace sino recordar la célebre Carta abierta a Jesucristo del P. Raymond-Léopold Bruckberger OP (1907-1998) cuando decía: "Sueño con una juventud turbulenta, de la que serías tú, Jesucristo, el jefe y el héroe y la que, entre muchas otras cosas imaginativas, vendría a las iglesias todos los domingos para abuchear a cualquier predicador que se metiera a hablar de lo que no le concierne y que evitara hablar de la única cosa que interesa a un cristiano como tal, y a la Iglesia: de ti, de tu vida, tu pasión y tu resurrección, tus milagros, tu reino, tu enseñanza, los profetas que te anunciaron por anticipado, tus discípulos que has amado, los santos que te han amado. Cada vez que el predicador se alejara de este tema que es, en una iglesia, el único necesario, habría primero el zumbido de advertencia, luego el alboroto aumentaría hasta que todas las bocas vociferaran 'letanías', las famosas letanías: ¡Jesucristo! ¡Jesucristo! Cuando un predicador fuera puesto así en vereda varias veces seguidas, se fijaría más antes de profanar tus santuarios con sus secreciones personales sobre temas políticos, sociológicos, etcétera". Como decía Santa Teresa, sólo Dios basta. Porque o es Dios o nada, nos recordaba hace poco el Cardenal Sarah.


Prof. Augusto Merino Medina

***

La “pastoral”, nuevo ídolo del foro

Augusto Merino Medina

En la vida colectiva, si hemos de aprovechar algo de lo que dice Sir Francis Bacon, que no es todo desechable, imperan los “ídolos del foro”, es decir, falsos conceptos o expresiones lingüísticas, de los cuales la especie más común es la de aquéllos cuyo significado es impreciso, contradictorio o, simplemente, ininteligible. En el ámbito de la vida cívica profana, por ejemplo, el mayor ídolo hoy día, ante cuyo altar se sacrifica prácticamente todo, es la “democracia”. De ésta, para no abundar mucho en ello, existen no menos de 260 definiciones, o sea, tantas, casi, como “political scientists” y otros representantes de la fauna pseudo-científica aciertan a tratar de ella. Quizá la definición más famosa y más falsa es la de Lincoln: “gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”. Con ser tan falso este ídolo, es el centro, el corazón, la esencia misma de la corrección política. Con esto queda dicho todo lo necesario para su descrédito, por lo que aquí la dejaremos, omitiendo mencionar otros ídolos como “derechos humanos” o “derechos reproductivos” o, simplemente, “derechos”.

En la vida colectiva de la Iglesia, ha llegado también a levantar sus altares una serie de ídolos, de conceptos verdaderamente microbianos que lo contaminan y enferman todo, y ante quienes los católicos que quieren ser respetados queman el incienso que han dejado de tributar a Dios por ser un “barroquismo litúrgico”. Christopher Ferrara ha escrito interesantemente sobre algunos de ellos, entre los cuales están “diálogo” (uno de los virus más letales) y otros como “colegialidad”, “ecumenismo”, “comunión parcial”, “comunión imperfecta”, “diversidad reconciliada”, “nueva Evangelización”, “civilización del amor”, “solidaridad”, “espíritu de Asís” y otras cosas por el estilo. Durante el actual pontificado se ha introducido otro atado de novedades lingüísticas ante las cuales se quema abundantes granos de incienso: “acompañamiento”, “discernimiento”, “familias heridas”, “el tiempo es mayor que el espacio”, “Iglesia como poliedro”, “Dios de las sorpresas”, “lo que nos une es más que lo que nos separa”, etcétera.


Jornada mundial de oración por la paz (Asís, 1986)
(Foto: BR)

Aquí queremos esbozar uno de los ídolos que más veneración reciben y que más fuerza han llegado a tener en el campo de la corrección política eclesiástica o, peor todavía, en el de la adulación del Sumo Pontífice hoy reinante: el ídolo de la “pastoral”.

Como varios de los otros términos que menciona Ferrara, la “pastoral” es uno que resiste una definición clara y precisa, lo que le permite, como parece ser el propósito de quienes lo usan, ser introducido en todo orden de cosas, distorsionándolas todas pero con el aire más bueno e inocente del mundo. Porque el término remite la mente al concepto de “pastor”, que se tiende de inmediato a identificar con algo bueno, con un “buen pastor”. O sea, basta adosar el término pastoral casi a cualquier cosa para darle a ésta un aire de “buenidad” difícilmente atacable sin escándalo del vulgo. De hecho, desde hace ya algunas décadas (al menos cinco) y especialmente en el actual pontificado, la “pastoral” ha venido a erguirse como algo susceptible de ser opuesto a la “doctrina”, término con que, calculadamente, se evita hoy hablar de la “fe”. La idea general de este ídolo es que puede que la doctrina esté muy bien y que nadie necesita sobresaltarse a su respecto porque nadie quiere (no, señor) tocarla en lo más mínimo; pero su aplicación debe imprescindiblemente tomar en cuenta la “pastoral”. Se llega así a poner “fe” y “pastoral” en planos de importancia equivalentes, cuando no a someter, derechamente, la “fe” a las necesidades de la “pastoral”. No habría que retroceder mucho en el tiempo para encontrar un moderno apoyo para esta ratio agendi: aquello de que las verdades de la fe son inmutables, pero que debe encontrarse en cada situación “fórmulas” (he ahí el término clave) para expresarlas que estén de acuerdo con la cultura y los tiempos. 

Esta derivación del historicismo y del relativismo modernos, que lo permean todo, equivale a decir que no hay conceptos ni verdades ni formulaciones de idea alguna universales y atemporales y, por cierto, tampoco de idea alguna de la verdad revelada: lo que una época o “cultura”(otro término resbalosísimo) entiende, queda encapsulado para siempre en su momento histórico y, lo que de él pueda ser rescatado, habrá de ser “traducido” para que la inteligencia humana, ya en otra etapa de su devenir, pueda comprenderlo (recordar al respecto aquello de “traduttore, tradittore”). Pero el punto atañe no sólo a las formulaciones conceptuales (o, si se quiere, racionales), sino también a las simbólicas. El efecto catastrófico de esta actitud se puede contemplar, con toda comodidad y sin tener que gastar ni un centavo, en la “reforma” de la liturgia posterior al Concilio Vaticano II. Que no fue, como ya se puede apreciar a esta distancia, una “reforma” sino una destrucción cabal y un burocrático armado de otra liturgia totalmente diferente y con significados diferentes, utilizando parte del material de demolición producido para tener con qué salir al paso de los que rechazan horrorizados el Frankestein litúrgico de Pablo VI. 


Misa Novus Ordo

Pero, ¿qué es, al cabo, la “pastoral”? Despejemos, por de pronto, las obviedades: es algo que pertenece a la función del pastor. Este, como se sabe, tiene el encargo de procurar el bien de las ovejas (aunque, como contestaba un niño al imprudente cura que lo interrogaba en la homilía de la Misa sobre el tema, el propósito final del pastor sea comérselas). La procura de ese bien requiere fundamentalmente dos cosas: una estrategia, que considere qué es lo que se quiere lograr dadas las circunstancias (lo cual implica en general el ejercicio de la virtud de la prudencia política), y luego -cosa que suele ser decisiva-, una táctica (que exige la actuación puntual de dicha prudencia -no de la astucia- en un “aquí y ahora” que no se repetirá nunca jamás en el curso de la historia humana). 

Lo hasta aquí dicho nos revela el quid: la pastoral es, simplemente, la política concreta que el gobernante eclesiástico ha decidido seguir en el desempeño de su encargo, desde el más alto en rango hasta el más bajo en él. Dicho de este modo, se resquebraja (o, derechamente, se quiebra) esa aura mística, misteriosa, altisonante y un poco ominosa que tiene el uso de la palabra “pastoral”, especialmente en los medios eclesiales “progresistas”. ¿Proclamación de la fe subordinada a consideraciones de política -o “políticas”, sin más-? Pero, ¿hasta ese punto se olvida la naturaleza del encargo que el Señor hizo a los apóstoles -los pastores de aquel momento- y, sobre todo, el tipo de actitud y de consejos que les dio para cumplir su misión? Nada de alforjas ni otras medidas de resguardo; hablar con “sí, sí; no, no”; aceptar ser expulsados de las sinagogas (cuanto más de la portada de Time); condenar aquí, expulsar allá, embestir al error; no conformarse con el mundo… ¿Una “pastoral” que condona los errores para atraerse a los errados? ¿Un apostolado que, con tal de atraer a un incrédulo, deja en segundo plano a la fe o la escamotea? ¿Un desprecio de la “doctrina” para ensalzar “lo que nos une, que es más que lo que nos separa”? ¿Un cordial “avanzar” en este camino o aquel, dejando que los teólogos se encarguen de las technicalities, como haría un Ministro de Estado que ni sabe de ellas ni necesita saberlas porque para eso tiene a su disposición funcionarios de carrera?

No es necesario ni siquiera esforzarse por responder semejantes preguntas, así de claro está que lo que se insinúa en ellas es absolutamente condenable y opuesto a la fe y que un católico -incluso cualquier cristiano- que se crea pastor debe aborrecer las conductas y actitudes aludidas.


Misa Novus Ordo
(Foto: TradCatKnight)

Pues, llevando el tema a la liturgia, ¿hacer la Misa comprensible a un pueblo no catequizado, no adoctrinado, no proselitizado, no convertido? Uso intencionadamente aquí términos que hoy, como se sabe, son objeto de abyección. ¿Hacerla comprensible sin enseñar los maestros (que acaso la conozcan) lo que la fe dice sobre la Misa al pueblo, sin explicar el sentido de los símbolos y acciones y el significado de las palabras, como se hace con cualquier infante en cualquier familia del mundo en cualquier época de cualquier cultura respecto de cualquier cosa? Por este camino “pastoral” que, simplemente, embiste, los Bugnini han llegado a intentar hacer pasar, nada menos que en el Misal del Novus Ordo, como definición de la Misa, una herejía que ni Cranmer, quizá, hubiera suscrito. 

El estilo “pastoral” de estos días consiste no en hacer que el mundo se conforme a la fe, sino en conformar la fe al mundo. En el caso de la Misa, se trata no de enseñar al pueblo, inculpablemente ignorante, lo que la Misa es, en su esencia, sino en “poner en escena” palabras y cosas que se calcula que la gente “entiende”. Obviamente, el ser humano entiende, la mayor parte de las veces, el sentido de lo que se le dice o de lo que ve (rara vez el sentido de lo que lee). Pero que lo que ve o lo que oye le diga, en este caso, lo que la Misa es verdaderamente para la “doctrina” -la fe-, es un aspecto que los párrocos, abrumados como están con su trabajo propio y con las reuniones de “pastoral”, no tienen tiempo de enfrentar sin quebranto de su salud o sin la alteración de sus merecidas vacaciones. Tampoco los obispos, cuyas episcopales ocupaciones son también abrumadoras.

En relación con eso que aquí hemos aludido como la “pastoral”, los laicos deberían alzar de una vez por todas la voz y decir a párrocos, obispos y Papas (con todo respeto, por cierto) lo que San Remigio dijo al rey Clodoveo cuando éste se convirtió: “Dobla la cerviz, fiero sicambro: quema lo que has adorado, y adora lo que has quemado”, teniendo en cuenta, eso sí, que esta fórmula no es de efectos infalibles.

***

Actualización [2 de agosto de 2018]: Religión en libertad ha publicado un artículo sobre la conversión de Jennifer Mehl Ferrara, antigua pastora luterana, a quien la mala música religiosa y los insustanciales sermones casi disuaden de dar el paso de profesar en la Iglesia católica. Una muestra más de que las consideraciones pastorales sobre el hecho de que la música litúrgica debe ser cercana a la gente en realidad acaban produciendo el efecto inverso. Por tendencia natural, el ser humano busca una manifestación de lo sacro que sea distinta de su propia cotidianidad. 

domingo, 27 de mayo de 2018

Maurice Baring y sus recuerdos sobre la liturgia católica

Nacido el 27 de abril de 1874 en Londres, Maurice Baring fue un poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista inglés, muy célebre en su época.  Su padre era Edward Baring, el primer Barón de Revelstoke, Director del Banco de Inglaterra entre 1879 y 1891, y tatarabuelo de Diana Spencer, Princesa de Gales. Su hijo estudió Eton y luego en el Trinity College de Cambridge. Fue diplomático al servicio de la Corona entre los años 1898 y 1904, sirviendo en París, Copenhague y Roma, aunque pronto afloraría que la escritura era su verdadera vocación. Cuando dejó su cargo comenzó a trabajar para el Morning Post, donde lo designaron para cubrir la Guerra ruso-japonesa (1904-1905). Para dicho periódico fue también corresponsal en Rusia y Constantinopla. Más tarde trabajo para The Times, donde se ocupó de los reportajes relativos la crisis de los Balcanes. De más está decir que Baring hablaba fluidamente cinco idiomas (inglés, francés, italiano, alemán, ruso), además de latín y griego. Cuando comenzó la Primera Guerra Mundial, se unió a los Royal Flying Corps y en 1918 logró llegar a oficial de la Royal Air Force. Después de la guerra se dedicó por completo a la literatura, siendo los relatos breves su especialidad. En 1930 comenzó a sufrir de una parálisis, que le desencadenaría la enfermedad de Parkinson. Diez años después se vio forzado a dejar su casa en Rottingdean y trasladarse a Escocia, donde fue cuidado por un amigo. Murió el 14 de diciembre de 1945.

Maurice Baring (1874-1945)

Se cuentan varias anécdotas curiosas de Baring. Una de ellas es que tenía una particular forma de coleccionar libros o, mejor dicho, de coleccionar páginas de libros. Cuando leía un libro que le pertenecía y encontraba un pasaje que era de su agrado, simplemente arrancaba la página para pegarlas en un cuaderno que llevaba siempre consigo. Así lograba conservar las ideas que estimada debía conservar frescas. Otra anécdota cuenta que, viajando en tren por el continente y mientras conversaba con un amigo, se dispuso a guardar su abrigo en su maleta. Al ver que no cabía en ella, y sin dejar de conversar, cogió su abrigo y lo tiró por la ventana, continuando con la conversación como si nada hubiera pasado.

El aspecto de la vida de Baring que aquí interesa es su conversión al catolicismo, la que se materializó el 1° de febrero de 1909 cuando fue recibido en la Iglesia católica, en el Oratorio de Londres. En su autobiografía señala que esta decisión fue la única acción en su vida de la cual estaba ciertamente seguro que nunca se había arrepentido. En su conversión incluyeron dos de sus amigos: Hilaire Belloc (1870-1953) y de G. K. Chesterton (1874-1936), aunque este último sólo se convertiría en 1922. De hecho, cuando lo hizo escribió una carta a Baring agradeciendo la gran influencia que había tenido sobre él junto con el Rvdo. Ronald Knox (1888-1957), también converso. Célebre es el cuadro pintado por Sir James Gunn en 1932, en el que aparece Chesterton sentado y escribiendo en una mesa redonda en compañía de Belloc, sentado frente a él, y Baring, de pie, fumando un cigarrillo, ambos atentos a lo que su amigo escribía. Esta pintura se exhibe hoy en la National Portrait Gallery de Londres. 

Conversation piece, Sir James Gunn, 1932, National Portrait Gallery (Londres)

En 1922 apareció la obra autobiográfica de Baring intitulada The Puppet Show of Memory (El espectáculo de los títeres de la memoria). De ella queremos ofrecerles dos párrafos relativos a sus primeros recuerdos sobre la liturgia católica cuando todavía era agnóstico. 

El primero de esos párrafos narra la impresión que tuvo cuando asistió por primera vez a una Misa católica. Lo hizo durante el otoño de 1899 en la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias de París, acompañado de su amigo Reggie Balfour. 

Me ha impresionado gratamente. Siempre me había imaginado los servicios católicos largos, complicados y sobrecargados de ritos. Pero la Misa se me hizo corta, sumamente sencilla y no sé por qué me recordó las catacumbas y las reuniones de los primeros cristianos. Uno se sentía como si estuviese contemplando algo muy antiguo. También me impresionaron el comportamiento de los fieles y la expresión de sus rostros. Evidentemente, a sus ojos, aquéllo era real. 

Misa tradicional celebrada en la Iglesia de Nuestra Señora de las Victorias, París
(Foto: Pinterest)

En febrero de 1902, Baring coincidió en Roma con la celebración del jubileo de papa León XIII. Asistió a una Misa papal a la Basílica de San Pedro y fue testigo de cómo el Santo Padre era trasladado en silla gestatoria, mientras bendecía a la multitud. 

Yo estaba justo debajo de la cúpula. En el momento de la elevación, la Guardia Papal cayó de rodillas y sus alabardas golpearon el suelo de mármol. con un ruido brusco y estruendoso, al tiempo que las trompetas sonaban bajo la bóveda. En ese momento alcé la vista y mis ojos tropezaron con la inscripción escrita alrededor con grandes caracteres: Tu es Petrus, y pensé que, sin lugar a dudas, la profecía se había cumplido de un modo sustancial y concreto... la solemnidad y la majestad del espectáculo eran indescriptibles, sobre todo porque la palidez del Papa hacía que su rostro pareciera transparente, como si el velo de carne que lo separaba del resto del mundo se hubiese visto reducido y atenuado hasta el extremo, hasta un punto casi sobrenatural. 

Detalle del interior de la cúpula de la Basílica de San Pedro del Vaticano
(Foto: Flickr)

Nota de la Redacción: Los textos han sido tomados de Baring, M., The Puppet Show of Memory, Londres, 1930, pp. 259 y 305, a partir de la traducción que se ofrece en Pearce, J., Escritores conversos, trad. de Gloria Estela Villar, Madrid, Palabra, 4ª ed., 2009, pp. 27-28.

jueves, 24 de mayo de 2018

El indulto inglés: un objeto de fraternal envidia

La Latin Mass Society of England and Wales es probablemente uno de los capítulos más importantes de la Federación Internacional Una Voce. Con una presencia a nivel nacional que permite la celebración de la Santa Misa en su forma extraordinaria de manera dominical en todas las diócesis de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, así como de varias celebraciones durante la semana, es una organización que sin duda se erige como un modelo para todos los demás capítulos de la Federación en cuanto a su impacto y alcance. Esta peculiaridad, más aún encontrándonos en un país de mayoría protestante, se explica, entre otros factores, por la histórica y denodada defensa que en especial los laicos demostraron durante los primeros años de la reforma litúrgica posconciliar.

En efecto, el año 1971 un grupo de destacadas personalidades británicas, que incluían a la famosa escritora Agatha Christie e incluso a dos obispos anglicanos, se dirigió mediante una carta a S.S. Pablo VI solicitando su autorización para permitir que continuara la celebración de la Santa Misa de conformidad a la edición del Misal Romano del año 1965, destacando la herencia artística y cultural asociada al rito latino (una transcripción de la carta puede ser leída aquí). El romano pontífice accedió a la petición de los firmantes, por lo que Inglaterra y Gales se convirtieron en el único lugar del mundo donde se permitió explícitamente la celebración de la Misa Tradicional, con ciertas restricciones, hasta la publicación de la carta "Quattuor Abhinc Annos" (1984) de San Juan Pablo II. El texto original de la respuesta remitida por S.S. Pablo VI puede ser leída aquí (en un anexo final les ofrecemos una traducción al castellano de esa respuesta hecha por la Redacción). 

Interior de la Catedral de Westminster

En este sentido, les ofrecemos una traducción de una ponencia del Dr. Erich de Saventhem, presidente fundador de la Federación Internacional Una Voce. En ésta, presentada en el marco de la Reunión General Anual de la Latin Mass Society de 1999 y cuyo original se puede leer aquí, el expresidente de la Federación resalta cómo el Indulto Inglés o de "Agatha Christie" se había convertido en un objeto de "envidia" para el resto del orbe tradicional. En efecto, sus disposiciones permitieron a los fieles de Inglaterra y Gales gozar de una mayor continuidad en la celebración de la Santa Misa de conformidad con las rúbricas tradicionales, lo que recién se empezaría a regularizar en el resto del Mundo tras la publicación de la carta "Quattuor Abhinc Annos" (1984) de San Juan Pablo II. Cabe notar que los anhelos de regularización expresados por el Dr. de Savanthem han sido en gran medida acogidos con la entrada en vigor del motu proprio Summorum Pontificum de S.S. Benedicto XVI, quien liberalizó el uso de la edición típica del Misal Romano del año 1962 mediante un acto de jurisdicción universal, recomendando vivamente su implementación práctica a todos los obispos del Mundo.

Cabe finalmente destacar que la Asamblea en comento de la Latin Mass Society, celebrada con mucha anterioridad a la entrada en vigor del Motu Proprio Summorum Pontificum de S.S. Benedicto XVI, fuera inaugurada con una misa solemne en el altar mayor de la Catedral de Westminster, ciertamente el templo católico más importante de Inglaterra, lo que habla de cómo el permitir la coexistencia ritual permitió la integración normal y pacífica de los grupos tradicionales al interior de la vida de la Iglesia, y no como una realidad aislada, extremista o nostálgica.  

***

El indulto inglés: “un objeto de fraternal envidia”

Dr. Eric de Saventhem

Dr Erich de Saventhem (1919-2005)
(FIUV)

Señor Presidente, reverendos miembros del clero y de las órdenes religiosa, y todos los demás miembros y amigos de The Latin Mass Society,

Esta mañana, mientras asistieron a la Misa Solemne en la catedral de Westminster, agradecieron a Dios por el regreso, en este día, del rito tridentino al altar mayor de la catedral, una congregación invisible pero mundial de millones de católicos se unió en ferviente oración con las suyas.
  
Con ustedes, experimentaron que algo de vital importancia para el futuro de nuestra amada Iglesia estaba ocurriendo. Con ustedes, ellos supieron que lo que estaban presenciando no podía ser –como algunos temen- la primera etapa de la prolongada agonía del rito tridentino, el cual sobreviviría brevemente como una mera curiosidad nostálgica. Con ustedes ellos rogaron para que, por el contrario, esta Misa sea el primer acto público anunciando una eventual restauración del venerable rito romano a una estima y honor universales. Y con ustedes, ellos sintieron que la importancia de este acto público trascendiera los objetivos inmediatos de aquellos que en esta especial ocasión de su Reunión General Anual solicitaron una misa solemne tridentina, así como de aquellos que ofrecieron la catedral para su celebración.

Un objeto de fraternal envidia.

Misa Tradicional en la Catedral de Westminster
(LMS)

En efecto, la Misa Solemne de esta mañana tiene una significación eclesiológica de que nosotros –viviendo en uno de los lugares menos favorecidos del mundo [Nota de la Redacción: El Dr. de Saventhem era alemán, entonces radicado en Suiza] estamos probablemente más conscientes que ustedes. Para nosotros, el llamado “Indulto Inglés” es un objeto de fraternal envidia. Lo vemos, en primer lugar, como un acto de justicia elemental. Justicia impartida por sus obispos para aquellos que no pueden, en conciencia, atribuir a la reforma litúrgica posconciliar los motivos que, por sí solos, en palabras del papa Pío XII, justificarían tal alcance a los cambios en las formas de la oración de la Iglesia –aquellos que de hecho no pueden, en conciencia, considerar estos cambios como necesarios para el “mayor honor de Jesucristo y la Santísima Trinidad, o para mejor instrucción o más ferviente devoción de los fieles” (Mediator Dei, 53).

Más partisano que pastoral.

Entrenamiento litúrgico
(LMS)

En muchos lugares del mundo Católico aquellos que sostienen dichas visiones están, hoy en día, simplemente desautorizados. No es el caso de Inglaterra y Gales donde, como prueba el Indulto, sus derechos básicos como “contribuyentes espirituales” encontraron un reconocimiento tardío. En segundo lugar, el Indulto aparece para nosotros, en el extranjero, como un gesto de reconciliación. Incluso como se establece –con su restricción a Inglaterra y Gales, y reducido a “ocasiones especiales”, y con la arbitrariedad con que a veces se aplica el indulto modifica el decreto previo de sus obispos bajo el cual el rito antiguo permaneció prohibido desde la Cuaresma de 1970. Por eso, vemos en el Indulto un reconocimiento tácito del hecho de que la reforma de la Misa se volvió hasta cierto punto un divorcio con las verdaderas necesidades de los fieles, que su orientación se volvió progresivamente más partisana que pastoral y que entonces, debía modificarse.

Y finalmente, en un plano más elevado, vemos el Indulto como un primer acto de reparación. Reparación para el deshonor diariamente infligido a Nuestro Señor en su presencia sacramental Eucarística. Presencia para aquellos que, bajo los ropajes de una reforma, pervertirían la esencia de la liturgia católica y destruiría la fe de la gente. Entonces nosotros, desde el exterior, estamos profundamente agradecidos de aquellos que promovieron aquella carta de intelectuales al diario The Times, y a su Presidente, por sus perseverantes esfuerzos para persuadir a los obispos acerca de la necesidad de una aproximación más equilibrada, más conciliatoria, y por último, más saludable. Y no creemos que por utilizar las facultades concedidas bajo el indulto a su sociedad [N del T. The Latin Mass Society of England and Wales] se esté renunciando a algo. Por el contrario, al obtener incluso una limitada restauración del rito tridentino para el honor de la celebración pública en sus iglesias, The Latin Mass Society ha, en nuestra opinión, apuntado a algo de vital importancia.

No existe justificación para suprimir el rito antiguo.

Confirmaciones conferidas por S.E.R Cardenal Raymond Leo Burke
(LMS)

Es, como ustedes saben, nuestra convicción común, que el rito Tridentino no puede ser abrogado. Pero tampoco podemos negar el principio de la prerrogativa papal para reformar un rito –incluso uno que ha sido bendecido por la tradición y por la sangre de tantos mártires como el rito codificado por el papa San Pío V. Ahora bien, los reformadores dirán que el nuevo Ordo Missae no constituye un quiebre con la tradición litúrgica de la Iglesia – que no es, de hecho, un “rito nuevo”, sino que meramente una versión actualizada del más que milenario Ordo de la Misa de la Iglesia Latina. Sin embargo, la credibilidad de esa sola afirmación se encuentra inseparablemente vinculada con la actitud de la jerarquía con este Ordo antiguo – y creo que el Indulto representa el primer reconocimiento tácito de que esto es así. En otras palabras, que por cualquier acto de hostilidad hacia el rito antiguo los reformadores mismos sembraron la duda sobre la ortodoxia del nuevo. Por cuanto, si el nuevo rito contiene el mismo concepto de Santa Misa que aquel profesado en el Concilio de Trento, entonces no existe ni la necesidad ni la justificación para suprimir el rito antiguo que fue “Ex decreto Sacrosanti Concilii Tridentini restitutum”. Sería entonces tanto suficiente como apropiado ofrecer a la Iglesia el nuevo rito como una alternativa legítima, y asegurar –como hizo San Pío V que aquellos que lo usen permanezcan libres de la censura episcopal, así como aquellos que permanecen fieles al rito antiguo.

Aquella coexistencia pacífica de diferentes ritos legítimos siempre ha sido parte integral de la vida litúrgica de la Iglesia. Y ha sido reafirmado tan recientemente como este año, cuando la Santa Sede rechazó las propuestas de suprimir el rito ambrosiano en Italia y el rito de Braga en Portugal. Ambos ritos fueron, en cambio, formalmente reconfirmados como legítimos para los sacerdotes pertenecientes a las respectivas diócesis. Al mismo tiempo, el uso del nuevo Misal Romano como una alternativa fue generalmente autorizado. Los intentos para suprimir el rito tridentino no pueden, en consecuencia, ser justificados con el argumento espurio de que la coexistencia de dos ritos diferentes en la Iglesia Latina acarrearía el germen de división en las parroquias. En nuestros tiempos de delirante pluralismo litúrgico, esta línea de argumentación es simplemente un insulto para la inteligencia de la feligresía.

¿Parte de un diseño general?

Celebración de la Santa Misa
(LMS)

Nos queda entonces una pregunta profundamente perturbadora: Aquellos que quieren obligar el uso exclusivo del nuevo rito ¿Lo hacen quizás porque para ellos este nuevo rito representa un concepto de Santa Misa que es esencialmente diferente de aquel que la teología católica ha evolucionado a lo largo de los siglos y al cual tanto el Concilio de Trento como el Vaticano II han conferido solemne aprobación y autoridad? Aún peor, donde la supresión del rito antiguo ha sido establecida y mantenida a pesar de nuestras legítimas protestas ¿No nos encontramos en la obligación de sospechar que la obligatoriedad del nuevo rito es, finalmente, parte de un diseño general para deshacerse de la doctrina eucarística tradicional y auténtica de la Iglesia?

Aquellos que han estudiado la más reciente alocución de nuestro Santo Padre –del 1 de marzo sobre piedad eucarística y adoración no tendrán ninguna duda que este punto vital de la enseñanza auténtica de la Iglesia no ha cambiado. Pero en la medida que el rito tridentino permanezca objeto de represión, incluso la repetida reafirmación de la enseñanza eucarística tradicional del mismo Papa no es suficiente para sanar la herida de la duda que ha sido infligida en el cuerpo místico de Cristo. Es por esto que el Indulto concedido para Inglaterra y Gales aparece que tuviera tan grande trascendencia. Nos parece que el reconocer verbalmente la doctrina tradicional de la Misa no es realmente convincente si esta no está asociada a la restauración del rito tradicional de la Misa. Es cierto –el Indulto como está establecido es un primer y, en efecto, imperfecto paso. Pero hasta que se pruebe lo contrario debemos esperar –y rezar para que sea un paso en la dirección correcta.

Y ya que su Sociedad mantuvo con gran energía su posición acerca del derecho inalienable de cada sacerdote a permanecer fiel al Ordo tridentino de la Misa, el uso del cual ahora se permite de acuerdo al Indulto no compromete esta posición básica. Nosotros, desde el extranjero, consideraríamos como una clara falta de ayuda para nuestra causa común si acaso su Sociedad no hubiera, bajo los términos del Indulto, intentado tener tantas Misas tridentinas celebradas públicamente como fuera posible en sus iglesias. También sabemos que, al mismo tiempo, su Sociedad no cesó en trabajar por una gradual relajación de los términos restrictivos bajo los cuales el Indulto está redactado. Para obtener esto, sus representantes debieron involucrarse en lo que hoy en día se conoce como “diálogo” con la jerarquía inglesa. Nos resultaría infinitamente triste que este diálogo se convirtiera en estéril a causa de ciertas posiciones adoptadas dentro de su Sociedad que los obispos, por simple amor propio, no pudieran tolerar.

Caridad mutua y sincero respeto.

Peregrinación Tradicional al Santuario de Walsingham
(LMS)

En consecuencia, hemos visto con compasión la propuesta de su presidente que, aquellos que sostengan que el nuevo rito es intrínsecamente inválido deben ser excluidos de la dirección de su Sociedad. Yo uso conscientemente la palabra compasión, porque nosotros somos muy cercanos con el sufrimiento que inevitablemente causan tales diferencias profundas relacionadas con el acto más sagrado en la vida de la Iglesia. En otros países, aquellos que sienten en conciencia la obligación de rechazar el nuevo rito de la Misa han abandonado los grupos a los que pertenecían y han creado sus propias organizaciones. En algunos casos, estas divisiones han sido infelizmente acompañadas por una acrimonia recíproca. Nosotros, en consecuencia, esperamos y rogamos porque si dicho éxodo de parte de sus miembros puede haber resultado necesario, su innato sentido de fair-play los ayudará a desarrollar esta operación con caridad mutua y en sincero respeto por las convicciones profundamente sostenidas por cada uno.

Quisiera terminar con una sugerencia personal. Estaré presentando ésta a todas las asociaciones federadas en Una Voce, pero es más que adecuado que esta sea mencionada por primera vez acá en Inglaterra, el país de los Cuarenta Mártires que rindieron su vida por el Santo sacrificio de la Misa.

Recemos diariamente la oración para la Fiesta de San Pío V. Aprendamos de memoria –si es posible en Latín esta oración, de modo que podamos rezarla habitualmente durante el día, y así mundialmente y al unísono incesantemente imploremos al Todopoderoso “que lance a los enemigos de Su Iglesia y restaure la belleza de Su culto a través de la intercesión de este Santo Pontífice.

Nota de la Redacción: Los énfasis en negritas son del Dr. de Saventhem.


***

Anexo

Traducción del indulto dirigido al Cardenal John Heenan para la celebración de la Misa tradicional en Inglaterra y Gales

SAGRADA CONGREGACIÓN 
PARA EL CULTO DIVINO


Ciudad del Vaticano, 
5 de noviembre de 1971


Prot. núm. 1897/71

Su Eminencia,

Su Santidad, el Papa Pablo VI, mediante carta del 30 de octubre de 1971, ha otorgado facultades especiales al Secretario abajo firmante de esta Sagrada Congregación para transmitir a Su Eminencia, como Presidente de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, los siguientes puntos relacionados con el Ordo de la Misa: 

1. Teniendo en cuenta las necesidades pastorales mencionadas por Su Eminencia, está permitido a los Ordinarios locales de Inglaterra y Gales conceder que ciertos grupos de fieles puedan participar en la Misa celebrada de acuerdo con los ritos contenidos en los textos del antiguo Misal romano en ocasiones especiales. La edición del Misal que se utilizará en estas ocasiones debería ser la publicada nuevamente por el Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos (27 de enero de 1965) y con las modificaciones indicadas en la Instructio altera (4 de mayo de 1967).

Esta facultad se puede otorgar siempre que los grupos hagan la solicitud por razones de genuina devoción, y siempre que el permiso no perturbe ni dañe la comunión general de los fieles. Por esta razón, el permiso se limita a ciertos grupos en ocasiones especiales; en todas las Misas regulares de la parroquia y de otras comunidades, se debe utilizar el Ordo de la Misa establecido en el nuevo Misal Romano. Dado que la Eucaristía es el sacramento de la unidad, es necesario que el uso de el Ordo de la Misa del antiguo Misal no se convierta en un signo o causa de desunión en la comunidad católica. Por esta razón, el acuerdo entre los obispos de la Conferencia Episcopal sobre cómo se debe ejercer esta facultad será una garantía adicional de la unidad de práctica en esta área.

2. Los sacerdotes que en ocasiones deseen celebrar la Misa de acuerdo con la edición del Misal Romano mencionada anteriormente, pueden hacerlo por consentimiento de su Ordinario y de acuerdo con las normas dadas por el mismo. Cuando estos sacerdotes celebran la Misa con pueblo y desee utilizar los ritos y textos del antiguo Misal, se deben aplicar las condiciones y los límites mencionados anteriormente para la celebración de ciertos grupos y en ocasiones especiales.

Con mis más altos respetos, 

Atentamente en Cristo,


Annibale Bugnini
Secretario

Sagrada Congregación para el Culto Divino

domingo, 20 de mayo de 2018

Ornamentos papales (x): las mulas y pantuflas papales

Corresponde hoy referirse al calzado que históricamente ha utilizado el Papa. Además de las sandalias propias de las funciones litúrgicas, el Santo Padre usaba unas mulas y unas pantuflas o zapatillas papales como parte de su calzado cotidiano. 

Las mulas papales

Mulas papales es el nombre que reciben los zapatos usados por el Papa en exteriores. Ellas son uno de los pocos vestigios (junto con el camauro, el saturno, la muceta y el tabarro) del antiguo color característico de las vestimentas usadas por el Romano Pontífice como distintivo de su ministerio. El cambio se produjo en 1566 al asumir el solio pontificio Antonio Michele Ghislieri (1504-1572), quien adoptó el nombre de Pío V. El cardenal Ghislieri era dominico y, ya como Papa, fue quien impuso el blanco, propio del hábito de la Orden de Predicadores, como el color de la sotana que desde entonces ha llevado el Santo Padre. Las mulas permanecieron de colo rojo, que representa la sangre y es símbolo de la aceptación de todo sucesor de Pedro de seguir su ejemplo hasta el final, incluido el martirio si es el caso. 


San Pío X

Originalmente confeccionados en satén o terciopelo rojo, hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX las mulas comenzaron a ser fabricadas en tafilete de igual color.  Sobre el empeine tenían una gran cruz bordada en hilo de oro. Hasta el siglo XVIII, esa cruz cubría casi toda la parte frontal e incluso remataba en la suela. Con el tiempo fue reduciéndose de tamaño. En 1958, poco después del comienzo de su pontificado, San Juan XXIII reemplazó la cruz por una hebilla dorada, como ya existía en los zapatos de los cardenales. En 1969, el beato Pablo VI eliminó en general este adorno como ornamento del calzado prelaticio, aunque siguió vistiendo las mulas de tafilete rojo hasta su muerte. 


El beato Pablo VI durante su visita a Éfeso
(Foto: ABC)

Juan Pablo I continúo usando unas mulas de cuero rojo similares a las de su antecesor. Distinto fue el caso de San Juan Pablo II, que introdujo algunas modificaciones en el calzado habitual del Papa. Aunque en un comienzo usó igualmente las mulas rojas, poco a poco empezó a vestir unos mocasines con un color más semejante al marrón, los cuales eran mandados traer desde Polonia. Durante su funeral, el cuerpo del Santo Padre fue vestido con los ornamentos pontificales y mulas rojas. 


San Juan Pablo II
(Foto: Juan Pablo II)

Desde el comienzo de su pontificado, Benedicto XVI reintrodujo ciertas vestimentas papales en desuso de hace mucho tiempo, como ocurría con el saturno (visto por última vez cuando San Juan Pablo II lo uso durante su visita a México) o el camauro (que no se veía desde San Juan XXIII). Una de ellas fueron las mulas carmesí, que esta vez se encargaron al artesano Adriano Stefanelli de la ciudad de Novara.  Más tarde, el Papa mandó hacer un par al zapatero Antonio Arellano, cuyo taller se encuentra en la Vía de Falco, en pleno Borgo Pío. 


Mulas usadas por Benedicto XVI
(Foto: Ceremonia y rúbrica de la Iglesia española)

Por cierto, esto no significaba que en momento de mayor intimidad el Papa no usase unos zapatos más cómodos, como era especialmente necesario para las caminatas. 


San Juan Pablo II durante una excursión

Benedicto XVI dando de comer a los peces del estanque en los jardines de Castelgandolfo

El papa Francisco dejó de lado la costumbre de usar las mulas de cuero rojo y ha seguido empleado los zapatos negros que vestía en Argentina. Desde que era Rector del Colegio Máximo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio encargaba y reparaba sus zapatos con el artesano bonaerense Carlos Samaría. Por expreso pedido del cliente, se trata de unos zapatos de corte sencillo, hechos en piel de becerro negro, con capellada lisa y sin firuletes. Posteriormente, Francisco ha comprado también zapatos en una tienda ortopédica cercana al Vaticano. Ellos le ayudan a sobrellevar la neuralgia crónica al nervio ciático de la que padece hace años. Con todo, el uso de zapatos negros no era desconocido. Ya el periódico La Vanguardia Española reportaba en 1959 que San Juan XXIII había sido visto vistiendo un calzado de esa clase durante sus paseos por los Jardines Vaticanos. 


Francisco

Las pantuflas o zapatillas papales

Las pantuflas o zapatillas papales son el calzado litúrgico cotidiano del Papa al interior de sus aposentos. Ellas tienen la apariencia de una chinela o zapato ligero sin orejas ni talón, de estructura flexible para brindar comodidad, y confeccionada en seda o satén de color rojo o blanco, con una cruz dorada bordada y decorada con piedras preciosas sobre el empeine. En un principio, estas zapatillas eran fabricadas con una suela muy delgada, de donde proviene el nombre de pantofola levis, aunque había también modelo de invierno con forro interior de lana de cordero. Como ocurría en general con los nobles, dentro de las residencias no se usaban zapatos sino este calzado más liviano y cómodo, a veces forrado para mantener el calor de los pies. De hecho, el uso profano se ha conservado hasta el día de hoy con aquellas pantuflas conocidas como slippers


 Pantufla papal de verano perteneciente al beato Pío IX

Pantuflas papales de invierno pertenecientes a San Pío X

Pío XI

San Juan XXIII

La  cruz  que decoraba las pantuflas papales estaba ahí para ser adorada por los fieles que, postrados ante el trono, besaban el pie del Papa en señal de respeto. Esta costumbre es muy antigua y data del siglo VIII. En 709 ocupaba el solio pontificio Constantino (708-715), quien era de origen sirio. Ese año tuvo lugar na disputa con el nuevo arzobispo de Rávena, Félix: éste rehusaba prestar el juramento de obediencia al Santo Padre, así como llevar a cabo otros actos de sumisión al primado de Pedro. Félix tampoco tuvo buenas relaciones con el emperador Justiniano II, quien no sólo lo había exiliado, sino que incluso ordenó que como castigo le fueran sacados los ojos. Félix se reconcilió con Gregorio II, sucesor de Constantino, en 723 y murió en plena comunión con Roma. De 710 a 711 Constantino realizó un viaje a Oriente, por invitación especial del emperador de Bizancio, ya que era necesario acordar los cánones disciplinares y rituales impuestos por el concilio Quinisexto (692). La visita que el Papa realizó, en lugar de ser el fracaso que muchos esperaban, tuvo un éxito insospechado, ya que fue objeto de una gran acogida por dondequiera que estuvo. Su diácono, Gregorio, logró llevar a cabo en Nicomedia diversos acuerdos. Fue Justiniano II quien decidió besar los pies al Papa, al recibir de parte del Vicario de Cristo la comunión y la absolución, a la vez que publicó un decreto que confirmaba algunos privilegios a la Iglesia de Roma aun sobre Rávena. La costumbre se impuso, siendo desde entonces el besapiés un rito característico de los peregrinos que visitaban al Papa, como se lee, por ejemplo, en Historia de un alma de Santa Teresita de Lisieux. El beato Pablo VI eliminó esta práctica, que podía tener un sentido equívoco respecto del real significado del Papa en la Iglesia. La costumbre todavía permanece con la estatua de San Pedro que se encuentra en el costado derecho de la Basílica Vaticana. 


Besapiés a León XIII
(Foto: Ceremonia y rúbrica de la Iglesia española)

Las sandalias litúrgicas

Los dos tipos de calzado recién referidos no deben confundirse con las sandalias litúrgicas, que forman parte de las ornamentos pontificales de la Iglesia latina y de las que ya hemos tratado en una entrada anterior. Ellas forman parte de las insignias con que se reviste el Papa y el resto de los obispos cuando celebra Misa conforme al rito pontifical. En general son del mismo color que el resto de los ornamentos, salvo en el caso del negro en que ellas no se usan. La diferencia de las sandalias papales respecto a las episcopales es que las del Santo Padre llevaban una cruz de oro bordada en el empeine, como ocurre con las pantuflas papales. 

La desaparición de las sandalias litúrgicas se produjo con el Ceremonial de los obispos de 1984, donde ya no se las mencionan como parte de las insignias pontificales. Por el contrario, en la instrucción Pontificales ritus, de 21 de junio de 1968, y que estaba destinada a simplificar los ritos e insignias propias del obispo y otros prelados equiparados siguiendo las indicaciones de los padres conciliares, las sandalias todavía figuran en calidad de facultativas. En la forma extraordinaria, su uso se conserva.