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miércoles, 20 de agosto de 2014

Los ritos existentes en la Iglesia Católica


En materia litúrgica, el rito es una tradición eclesiástica que indica la forma en que se deben celebrar los sacramentos. Se trata, pues, de un conjunto de reglas establecidas para el culto litúrgico y las demás ceremonias sagradas, de repetición más o menos invariable para asegurar la estabilidad de la celebración, y engarzado con el sentir religioso y la tradición de una determinada comunidad. De ahí que, con términos más precisos, el Código de Derecho Canónico para las Iglesias Orientales (1990) defina el rito como el patrimonio litúrgico, teológico, espiritual y disciplinario que se distingue por la cultura y las circunstancias históricas de los pueblos y que se expresa por la manera propia en que cada Iglesia de derecho propio vive la fe (canon 28 § 1).

En la Iglesia Católica, los principales ritos litúrgicos se remontan a los tiempos apostólicos, donde ya se encuentran referencias al sacrificio eucarístico, el altar, las luces, la colecta, la lectura de las epístolas y evangelios, la oblación del pan y del vino, el prefacio, el Sanctus, el canon, el Pater Nóster, el ósculo de paz, etcétera (Hch 2, 42; 20, 7; 27, 35). Sin embargo, los Apóstoles no determinaron todas las prescripciones litúrgicas, y sólo fijaron los puntos fundamentales que, con los siglos y a través de un desarrollo orgánico, completarán la liturgia y su ciclo temporal (1 Co 10, 16 y 11, 23-29). Estas prescripciones litúrgicas se conservaron durante los primeros tiempos por medio de la Tradición. Hasta nosotros han llegado ciertas colecciones antiguas de esas tradiciones, como las refundidas en la Didaché (compuesta entre los años 65 y 80), la Traditio apostolica (215), las Constituciones Apostolorum (siglo IV), el Testamentum Domini (siglos IV ó V) y ciertas anáforas de tipo antioquenocuya redacción más antigua se conoce sólo merced a las reconstrucciones efectuadas a partir de mediados del siglo XX, las cuales, si bien son de elaboración posterior, contienen documentos litúrgicos antiquísimos.

Hacia el siglo III existían tres sedes principales donde se había asentado la naciente Iglesia fundada por Cristo: Alejandría, Antioquía y Roma, cada uno de ellos con una liturgia sustancialmente idéntica, pero con algunas particularizaciones propias. A partir del siglo IV rivalizará también en importancia la refundada Bizancio, que se mantendrá como capital del Imperio romano de Oriente hasta su caída a manos de los turcos otomanos en 1452.

La Iglesia de Antioquía fue fundada por gentiles y judíos conversos que huyeron de la persecución iniciada tras el martirio de Esteban (Hch 7, 57-60). La ciudad recibió durante un año la predicación de san Pablo y Bernabé (Hch 11, 26 y 15, 35), y figura como la primera ciudad en donde los cristianos recibieron dicho nombre (Hch 11, 26). Tal era su importancia, proveniente de su carácter de centro geográfico donde convergieron los cristianos convertidos desde el paganismo, que la diócesis ahí erigida fue confiada inicialmente al cuidado espiritual de san Pedro (Ga 2, 11) y, más tarde, llegó a ser en uno de los cinco patriarcados que por entonces componían la Iglesia, con sede en la Basílica romana de Santa María Mayor. Debido a los múltiples cismas y divisiones que se han sucedido a lo largo de la historia, seis jefes eclesiásticos han llevado el título de patriarca de Antioquía, de los cuales cinco aún lo ostentan, dos ellos en comunión con la Sede Apostólica: el patriarca de Antioquía y de todo el Oriente de los Sirios, jefe de la Iglesia católica siria (en plena comunión desde 1656), y el patriarca de Antioquía y de todo el Oriente de los Maronitas, jefe de la Iglesia católica maronita (en plena comunión desde 1182). El sexto título pertenecía a un patriarcado hoy extinto. Para salvaguardar la fe en los territorios bajo ocupación musulmana, los cruzados crearon en 1098 el Principado de Antioquía, y erigieron en dicha cuidad el patriarcado latino de igual nombre, cuya sede fue trasladada a la basílica romana de San María Mayor cuando los turcos recuperaron la cuidad en 1268. Con la muerte de su último patriarca, S.E.R. Roberto Vicentini (1878-1953), la sede quedó vacante hasta su supresión definitiva en 1964.

La importancia que cobró Antioquía en los primeros tiempos del Cristianismo, unido a la cercanía geográfica entre dicha ciudad y Jerusalén, origen de la predicación apostólica, hace muy probable que el rito antioqueno sea el más antiguo de los existentes. Sólo podría rivalizar con él la liturgia de Jerusalén, compuesta por Santiago el Menor, quien fue considerado una de las columnas de la naciente Iglesia (Ga 2, 11), pese a no ser uno de los doce apóstoles (como sí lo era el hijo de Alfeo, con quien usualmente se lo confunde), y al cual se confió dicha ciudad después de que el resto del Colegio Apostólico emprendiera la evangelización del mundo por entonces conocido (Hch 15, 13-21). Como fuere, casi con seguridad esta última sea una derivación del rito antioqueno conforme con el cual celebraba el primer papa, como obispo de dicha diócesis. El origen geográfico de esta liturgia viene recogido todavía hoy después de la epíclesis, cuando se invoca: «Te ofrecemos oh Señor, por tus Santos Lugares, que glorificaste con las apariciones divinas de tu Cristo y por la venida de tu Espíritu Santo, especialmente para la santa y gloriosa Sión, madre de todas las Iglesias». La liturgia de Santiago sólo es seguida actualmente en la Iglesia de Jerusalén.

El resto de las familias litúrgicas nacieron precisamente merced a esos viajes de misión emprendidos por los Apóstoles para extender el mensaje de Cristo a todas las gentes (Mc 16, 15). Después de celebrado el primer Concilio en Jerusalén (aproximadamente hacia el año 50), la tradición católica muestra a Colegio Apostólico expandiéndose por el mundo. A san Pedro corresponderá llevar el Evangelio desde Antioquía a Roma, donde morirá crucificado sobre la colina Vaticana el 29 de junio de 64. San Marcos, después de servirle de intérprete durante sus primeros tiempos romanos, continuará con su misión en Egipto, recibiendo la palma del martirio en la cuidad de Alejandría hacia el año 68. Santiago el Menor permanecerá en Jerusalén, diócesis sujeta a la jurisdicción del patriarcado de Antioquía hasta el Concilio de Éfeso (431), donde también padecería el martirio en torno al año 62. En esta última ciudad tendrá igualmente su residencia san Pablo, desde la cual emprenderá tres viajes misionales y será  arrestado acusado de violar la ley judía (Hch 21, 27). Así nacen, producto de la inculturación, los ritos latino y alejandrino.

Proveniente del rito antioqueno, y dada la importancia que adquirió Bizancio como capital del Imperio Romano de Oriente desde que fuera refundada por el emperador Constantino (324-330), la Iglesia de esa ciudad adoptó un rito litúrgico propio a partir de la liturgia de Santiago, ya según la forma codificada por san Basilio (330-379), ya según aquella, más común, fijada por san Juan Crisóstomo (347-407), dando origen a una nueva familia litúrgica en Oriente.

Quedan así establecidas las cuatro grandes familias de ritos que la Iglesia Católica reconoce actualmente: latino, antioqueno, alejandrino y bizantino.

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