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sábado, 27 de septiembre de 2014

El beato John Henry Newman y la liturgia

El beato John Henry Cardenal Newman (1801-1890) no alcanzó a conocer la reforma litúrgica emprendida después del Concilio Vaticano II. Sin embargo, podríamos decir que tuvo palabras proféticas que describen muy bien la crisis litúrgica actual.


Newman, haciendo eco de la publicación de Lyra Innocentium (1846), de John Keble (anglicano, gran amigo de Newman y fundador del Movimiento de Oxford), escribió una serie de comentarios respecto a la situación de la Iglesia anglicana de aquel entonces (sumida en una profunda crisis por su carácter “des-catolizado”) y el aporte que Keble realizó para recuperar lo que había perdido la iglesia desde la reforma, especialmente desde la fijación del rito por parte del arzobispo Thomas Cranmer (1489-1556). Para ello, el Beato Cardenal exhibe algunas facciones de la Iglesia católica (a la cual se había convertido poco tiempo antes, en 1845) que han sido poco captadas o estudiadas.

La correcta traducción de estos textos (cuyo original está en inglés) se debe a Jack Tollers. Son de gran provecho muchas de las traducciones y textos originales que este autor pone a disposición en su sitio web (Et Voilà), por lo que recomendamos visitar este sitio.

Dice el Cardenal:

[Keble] hizo por la Iglesia de Inglaterra lo que sólo un poeta podía hacer: la hizo poética [...] 

La poesía, tal como lo demostró el Sr. Keble en sus conferencias en la universidad, es un modo de aliviar la mente sobrecargada; es un canal a través del cual las emociones encuentran expresión, y eso de un modo seguro y ordenado. Ahora bien ¿qué cosa no es la Iglesia católica, vista desde un punto de vista humano, sino una disciplina para los afectos y las pasiones? ¿Qué son sus cánones y prácticas sino la expresión ordenada de un sentimiento agudo, o profundo, o turbulento y, por tanto, una “limpieza”, como diría Aristóteles, del alma enferma? La Iglesia es la poetisa de sus hijos; está llena de música para consolar al melancólico y controlar al rebelde—es fabulosa en sus historias para la imaginación del romántico; está repleta de símbolos e imaginería de modo tal que los sentimientos más delicados, que no sabrían cómo expresarse en palabras, pueden comunicarse silenciosamente y hacerse presentes en el alma de cada cual. Su ser mismo es poético: cada salmo, cada petición, cada colecta, cada versículo, la cruz, la mitra, el incensario, es la concreción de alguna ensoñación de la niñez o, tal vez, la realización de una ilusión de la juventud.

Y luego agrega:

Ahora bien, el autor de “Christian Year” [Keble] encontró al sistema anglicano completamente desprovisto de este elemento divino que es propiedad esencial del catolicismo—el ritual echado a los perros, pisado y roto en mil pedazos; las oraciones amputadas, trozadas, arrancadas, llevadas y traídas sin ton ni son hasta que el sentido de la composición original se perdió y los oficios que habían constituido tan noble poesía ahora ya ni siquiera eran buena prosa; antífonas, himnos, bendiciones e invocaciones, arrojadas al olvido; las lecciones de la Escritura convertidas en referencias vacías de significado; pesadez, debilidad, torpeza allí donde los ritos católicos antes habían desplegado alas livianas, frescura y la luz del Espíritu; suprimidas las vestiduras ceremoniales, apagados los cirios, robadas las joyas, aniquilada la pompa y circunstancia del culto divino.


Y se sentía ahora un vacío lúgubre—que parecía el santo y seña de una espuria colusión con el mundo y que se imponía a los ojos, al oído, a las fosas nasales de quien quisiera tributar un culto digno a Dios; un olor a polvo y a humedad en lugar del incienso; [...] las armas de la Corona reemplazando al crucifijo; horripilantes y desmedidas cajas de madera desde la cual predicaban ceñudos ministros emplazadas en lugar del misterioso altar de antaño; y largas naves laterales sin uso alguno, separadas por rieles, como las tumbas (que eso eran) de lo que había sido y ya no era; y en lugar de la ortodoxia, una dogmática frígida, rígida, inconsistente, aburrida, incapaz, desvalida, que no podía fundarse debidamente y que sin embargo se mostraba intolerante respecto de cualquier enseñanza que contuviera alguna lección iluminadora y que resentía cualquier intento de que se le diera sentido.

Como podemos ver con absoluta claridad en este último texto, pareciera ser que el Beato Cardenal está realizando una especie de “reconstrucción” o “sumario” de lo que ha significado la reforma litúrgica del post-concilio y de los excesos a que ella ha conducido cuando se ha intentado romper con el desarrollo orgánico de los ritos a partir de la Tradición. No sorprende que pocos años antes de que Newman escribiese estas proféticas palabras, Dom Prósper Guéranger OSB (1805-1875), abad de Solesmes y fundador del Movimiento Litúrgico, hubiese identificado en el capítulo XIV de sus Instituciones litúrgicas las características de lo que él denominó "la herejía antilitúrgica del protestantismo", cuya lectura aconsejamos. 



Surge claramente una interrogante poderosa: ¿qué podemos hacer para reconstruir lo que se ha perdido?

Nota de la Redacción: Con algunos pequeños ajustes y desarrollos, el texto está tomado de Infovaticana

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