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viernes, 5 de diciembre de 2014

Don Nicola Bux sobre el Cardenal Robert Sarah y el estado actual de la liturgia católica

El pasado 24 de noviembre fue designado el Cardenal Robert Sarah como nuevo Prefecto  para la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, reemplazando al Cardenal Antonio Cañizares, quien fue trasladado a la archidiócesis de Valencia. Nacido en la entonces Guinea Francesa en 1945, fue ordenado sacerdote en 1969. Realizó estudios en Costa de Marfil, Guinea, en el seminario de Nancy (Francia), Senegal y en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Recibió la consagración episcopal en 1979 en calidad de arzobispo titular de la diócesis guineana de Conakri (1979-2001), capital de la actual República de Guinea. En la Curia romana, el Cardenal Sarah se desempeñó primeramente como Secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (Propaganda Fidei) entre 2001-2010. Fue creado cardenal en 2010 y, a partir de ese mismo año, ejerció como Presidente del Pontificio Consejo Cor Unum, cargo en el que permaneció hasta su actual nombramiento en la Congregación para el Culto Divino. Durante el Sínodo Extraordinario de la Familia celebrado en Roma en octubre pasado, el Cardenal Sarah se mostró como un valeroso y decidido defensor de la enseñanza perenne de la Iglesia sobre los sacramentos de la Eucaristía y del Matrimonio.

A continuación les ofrecemos una traducción de una breve pero interesante nota sobre los desafíos que aguardan al nuevo Prefecto escrita por el destacado liturgista y asesor de la Congregación para el Culto Divino, Monseñor Nicola Bux,  publicada el 26 de noviembre pasado en el periódico católico electrónico La Nuova Bussola Quotidiana*.


Es el turno de un africano de poner orden en la liturgia
Por don Nicola Bux


El hombre que reza es el hombre por excelencia: es el acto supremo de autoconciencia de la Fe. El culto es el acto más grande que él pueda llevar a cabo, porque lo devuelve al origen, a Aquel que es el Creador y el Salvador del hombre.

Sin embargo, el culto católico sufre actualmente del desequilibrio entre la forma comunitaria, que ha crecido hasta la desmesura luego del último Concilio, y la forma personal, aniquilada de hecho por la opresión del comunitarismo, que es la muerte de la participación devota. Éste es uno de los problemas que el cardenal Robert Sarah, nuevo prefecto de la Congregación para el Culto Divino, debería afrontar. La forma comunitaria, de hecho, expresa la comunión, que no es una fusión: el otro permanece otro, no es absorbido ni disminuido, análogamente al misterio de la Trinidad: un solo Dios, una sola naturaleza divina, pero al mismo tiempo tres personas.

Sobre todo, además, el culto sirve para que el hombre encuentre a Dios, que es su misión; sirve para que el hombre entre en la Presencia divina. Pero esto, hoy en día, en el tiempo de la descristianización que vivimos, ha dejado de ser evidente. Esa Presencia evoca algo a lo cual hay que acercarse, casi tocándolo, pero que me supera, pues soy un pecador. Surge entonces la reacción de Pedro: «Aléjate de mí, que soy un pecador». Esa Presencia evoca «lo sacro»: la liturgia es sagrada precisamente a causa de dicha presencia divina. Lo sagrado parece haberse derrumbado, arrastrando hacia la crisis también a la Iglesia, como ha escrito Benedicto XVI.

Así, muchos católicos, especialmente los jóvenes, escapan poco a poco de la «liturgia-entretenimiento» —liturtainment la llaman en los Estados Unidos, donde el sacerdote imita al conductor de televisión— y buscan el misterio en el majestuoso rito bizantino o en el sobrio rito romano antiguo. Muchos obispos comienzan a darse cuenta del fenómeno. Estamos en presencia de un nuevo movimiento litúrgico en el actual cambio de generación. ¡Dichoso aquel que se dé cuenta de ello a tiempo! Todo esto debe ser tenido en cuenta por la Congregación para el Culto Divino.

Esta Congregación, empero, está también encargada de la «disciplina de los sacramento». Aquí nos encontramos con una llaga abierta, a saber, la indisciplina difusa, la falta de fidelidad al rito, que puede afectar también la validez misma de los sacramentos (cfr. Juan Pablo II, Vicesimus Quintus Annus, 1988), lesionando en la liturgia los derechos de Dios, así como aquellos de los fieles. En la liturgia, de hecho, la fe y la doctrina están mediadas por el rito: per preces et ritus, dice la Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium (núm. 48); la fidelidad a los ritos y a los textos auténticos de la liturgia es una exigencia de la lex orandi, la que debe ser conforme con la lex credendi. El rito, finalmente, escande el tiempo de la música y estructura el espacio del arte, haciéndolas capaces de comunicar al hombre «lo sacro», por cuanto ellos poseen una dimensión apostólica, misionera y apologética. El Cardenal Sarah, que ha sido Secretario de Propaganda Fidei, lo sabe bien.



* Traducción desde el italiano de la Redacción. El texto original puede consultarse aquí.

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