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miércoles, 14 de enero de 2015

Celebración versus Deum del Papa Francisco en la Capilla Sixtina

El pasado domingo 11 de enero, fiesta del Bautismo del Señor en el calendario del Novus Ordo, S.S. el Papa Francisco celebró la Santa Misa en la Capilla Sixtina del Vaticano, bautizando además a 33 niños, hijos de funcionarios de la Santa Sede. 

Es de destacar que el Romano Pontífice, como lo había hecho en otra ocasión y como lo hiciese también S.S. el Papa Emérito Benedicto XVI, celebró la Misa ad absidem (si bien no ad Orientem, debido a que el altar de la Capilla Sixtina, por la disposición de ésta, está construido hacia el Occidente) y no versus populum sobre un altar móvil, como se ha hecho en otras ocasiones (entre ellas la celebrada junto a los cardenales participantes del cónclave el 14 de marzo de 2014, al día siguiente de su elección como 265° sucesor de Pedro). 

Esto nos recuerda que nada obsta en el Novus Ordo para que la Santa Misa se celebre ad Orientem o coram Deo, como ocurre siempre en el Usus antiquior. Sobre el sentido teológico y litúrgico de esta orientación litúrgica, que constituye una venerable tradición en el rito romano, dedicamos hace un tiempo un artículo en esta bitácora.

Aquí les presentamos algunas fotos (© Fotografia Felici) de la Misa celebrada por el Papa en la señalada ocasión:



Durante la homilía, el Santo Padre hizo presente a los fieles el carácter necesario de la Iglesia respecto de todo cristiano, como lo enseñan el IV Concilio de Letrán (1215, D 714), el Concilio de Florencia (D 714) y el sostenido Magisterio Pontificio (D 423, 468, 570b, 1473, 1647, 1677, 1955, 2286, 2288):

«[…] [L]a Palabra de Dios hace crecer la fe. Y gracias a la fe nosotros somos generados de Dios. Es esto lo que sucede en el Bautismo. Hemos escuchado al apóstol Juan: "Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios" (1 Jn 5,1). En esta fe sus niños son bautizados. Hoy es su fe, queridos padres, padrinos y madrinas. Es la fe de la Iglesia, en la cual estos pequeños reciben el bautismo. Pero mañana, con la gracia de Dios, será su propia fe, su personal “sí” a Jesucristo, que nos dona el amor del Padre.

Decía: es la fe de la Iglesia. Esto es muy importante. El Bautismo nos incorpora en el cuerpo de la Iglesia, en el pueblo santo de Dios. Y en este cuerpo, en este pueblo en camino, la fe viene transmitida de generación en generación: es la fe de la Iglesia. Es la fe de María, nuestra Madre, la fe de san José, de san Pedro, de san Andrés, de san Juan, la fe de los Apóstoles y de los Mártires, que ha llegado hasta nosotros, a través del bautismo. ¡Una cadena de transmisión de fe! ¡Y esto es muy bello! Es pasar de mano en mano la luz de la fe: lo expresaremos dentro de poco con el gesto de encender las velas del gran cirio pascual. El gran cirio representa Cristo resucitado, vivo en medio a nosotros. Ustedes, familias, tomen de Él la luz de la fe para transmitirla a sus hijos. Esta luz la toman en la Iglesia, en el cuerpo de Cristo, en el pueblo de Dios que camina en todo tiempo y en todo lugar.

Enseñen a sus hijos que no se puede ser cristianos fuera de la Iglesia, no se puede seguir a Jesucristo sin la Iglesia, porque la Iglesia es madre y nos hace crecer en el amor a Jesucristo» [destacado de la Redacción].



Esta homilía reitera lo enseñado por el Sumo Pontífice en su homilía del pasado primero de enero, Fiesta de la Madre de Dios en el calendario reformado:

«[…] Cristo y la Iglesia son igualmente inseparables, porque la Iglesia y María están siempre unidas y éste es precisamente el misterio de la mujer en la comunidad eclesial, y no se puede entender la salvación realizada por Jesús sin considerar la maternidad de la Iglesia. Separar a Jesús de la Iglesia sería introducir una "dicotomía absurda", como escribió el beato Pablo VI (cf. exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, 16). No se puede «amar a Cristo pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia» (ibíd.). En efecto, la Iglesia, la gran familia de Dios, es la que nos lleva a Cristo. Nuestra fe no es una idea abstracta o una filosofía, sino la relación vital y plena con una persona: Jesucristo, el Hijo único de Dios que se hizo hombre, murió y resucitó para salvarnos y vive entre nosotros. ¿Dónde lo podemos encontrar? Lo encontramos en la Iglesia, en nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica. Es la Iglesia la que dice hoy: «Este es el Cordero de Dios»; es la Iglesia quien lo anuncia; es en la Iglesia donde Jesús sigue haciendo sus gestos de gracia que son los sacramentos [destacado de la Redacción].

Esta acción y la misión de la Iglesia expresa su maternidad. Ella es como una madre que custodia a Jesús con ternura y lo da a todos con alegría y generosidad. Ninguna manifestación de Cristo, ni siquiera la más mística, puede separarse de la carne y la sangre de la Iglesia, de la concreción histórica del Cuerpo de Cristo. Sin la Iglesia, Jesucristo queda reducido a una idea, una moral, un sentimiento. Sin la Iglesia, nuestra relación con Cristo estaría a merced de nuestra imaginación, de nuestras interpretaciones, de nuestro estado de ánimo.

Queridos hermanos y hermanas. Jesucristo es la bendición para todo hombre y para toda la humanidad. La Iglesia, al darnos a Jesús, nos da la plenitud de la bendición del Señor. Esta es precisamente la misión del Pueblo de Dios: irradiar sobre todos los pueblos la bendición de Dios encarnada en Jesucristo. Y María, la primera y perfecta discípula de Jesús, la primera y perfecta creyente, modelo de la Iglesia en camino, es la que abre esta vía de la maternidad de la Iglesia y sostiene siempre su misión materna dirigida a todos los hombres. Su testimonio materno y discreto camina con la Iglesia desde el principio. Ella, la Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y, a través de la Iglesia, es Madre de todos los hombres y de todos los pueblos».

Actualización [9 de enero de 2017]: Con ocasión de la Fiesta del Bautismo del Señor, cuando el Santo Padre oficia algunos bautismos, el papa Francisco ha celebrado en la Capilla Sixtina vuelto hacia el Oriente. Desde 2008, tal ha sido la costumbre, eliminándose el altar exento que era usual en la época de San Juan Pablo II y los primeros años de Benedicto XVI. Véase la noticia que publica Secretum meum mihi y Catholicvs

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