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domingo, 22 de febrero de 2015

Admisión a la Comunión

Compartimos con nuestros lectores una carta del Presidente de nuestra Asociación, Prof. Dr. D. Julio Retamal Favereau, publicada en la edición del día de hoy de El Mercurio (p. A2) y referida a la admisión de los divorciados a la comunión sacramental. Sobre este tema, de gran actualidad, estamos todos los católicos llamados a permanecer firmes en la Verdad de Cristo, que es inmutable, y a anunciarla sin recortes ni compromisos, especialmente en tiempos en que se intenta por muchos diluirla o falsearla.



Señor Director:

El debate sobre este tema merece otros enfoques o puntos de vista, dada la importancia del mismo. Uno que me ha impresionado mucho ha sido el de la actitud de los afectados con la suspensión de comulgar.

Me refiero a aquellos cristianos que, en lugar de pedir el "derecho" a recibir la comunión, han aceptado la sentencia con toda humildad, conscientes de que en el mensaje de Cristo hay razones válidas para suspender la comunión ante determinados actos o conductas que Él señala. En vez de rebelarse y exigir la posibilidad de comulgar, reconocen que han incurrido en falta y aceptan las consecuencias, que conocían desde antes.

Por tanto, no se apartan de la Iglesia; siguen creyendo, asistiendo a misa y tratando de vivir el mensaje de Cristo de la mejor manera. Además, saben que todos somos pecadores, pero que los pecados se pueden borrar por intermedio del sacerdocio, ante la decisión de pedir perdón a Dios y no de forzar situaciones teológicamente justificadas.

Tal vez es del caso recordar que la comunión no es un acto de exhibicionismo social, para mostrar que somos "justos" (santos), sino la forma más alta de practicar el acto de adoración a Dios. La misa es perfectamente válida y lícita, sin comulgar, tanto para los sancionados como para los que no lo están. Durante incontables siglos se nos dijo que la obligación era "comulgar por Pascua de Resurrección" y no a diario.

Como decía, la actitud de varios de mis amigos, de ambos sexos, que no han dejado de creer, de rezar, de tratar de llevar una vida de moral trascendente, me parece la más ejemplar en este caso tan complejo. Saben que, mediante un gran acto de contrición, aunque sea en el momento de morir, se salvarán junto con los demás. Han sido fuente de edificación personal en mi caso. Pero, claro, esta actitud de sumisión no va en consonancia con el espíritu actual de protesta, rebelión y exigencias (no compensadas por la práctica de las virtudes) que exhiben los campeones del perdón sin condiciones.

Para concluir, creo que la situación se puede ilustrar muy bien con lo expuesto en el Evangelio de San Lucas, capítulo 18. Se trata del caso de dos hombres que fueron a orar al Templo. Uno era un fariseo, arrogante, despreciativo y lleno de amor propio, que de pie y en voz alta, daba gracias a Dios de ser tan bueno. El otro era un publicano que, al fondo del Templo, en actitud humilde pedía perdón a Dios por ser un pecador. Cristo comentó a sus discípulos que el publicano salió justificado por su humildad, en tanto que el fariseo no fue justificado, lo que indica que su arrogancia no sirvió para nada. Y lo que indica que el Señor no es solo perdonador...


Julio Retamal Favereau

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