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viernes, 3 de abril de 2015

Jueves Santo: el lavatorio de los pies.

Una de las ceremonias que más sorprende dentro de la liturgia que la Iglesia prevé para el Jueves Santo, cuando se recuerda la institución del sacerdocio y la Última Cena, es el lavatorio de los pies que realiza el celebrante después de pronunciar la homilía. En ella se muestra con particular claridad la humildad que Cristo propuso como regla de vida en su Iglesia, cuya fuente se encuentra en Jn. 13, 1-7, engarzada con su función sacerdotal.  

Duccio di Buoninsegna, Lavado de los pies (circa 1308-1311)

San Juan Pablo II recordaba este sentido en la homilía de Jueves Santo de 2004:
 
Así pues, los cristianos saben que deben "hacer memoria" de su Maestro prestándose recíprocamente el servicio de la caridad: "lavarse los pies unos a otros". En particular, saben que deben recordar a Jesús repitiendo el "memorial" de la Cena con el pan y el vino consagrados por el ministro, el cual repite sobre ellos las palabras pronunciadas en aquella ocasión por Cristo.
 
Sin embargo, cabe hacer algunas precisiones históricas, puesto que el rito del lavabo de los pies en la Santa Misa del Jueves Santo que hoy conocemos no pertenece de la práctica que por siglos observó la Iglesia, sino que forma parte de las reformas a la liturgia de la Semana Santa introducidas por Pío XII en 1955 (más información sobre dicha reforma puede consultarse aquí). Hasta entonces la Misa de ese día era celebrado como todas, igual que la Vigilia Pascual, por la mañana, y a veces sin la asistencia de feligreses. El lavado de los pies era un sacramental aparte, que se realizaba como un gesto que demostraba el servicio del sacerdote hacia el pueblo de Dios. De ahí que no tuviese lugar en el presbiterio y que se practicase cuando ya el altar había sido despojado de toda ornamentación. Dicha ceremonia litúrgica se celebraba en el el coro, la sacristía u otro sitio digno y oportuno. Además, cualesquiera podía acometer su práctica: la abadesa respecto de sus monjas, la rectora del colegio respecto de sus alumnas, etcétera. De hecho, su origen parece estar vinculado a la liturgia monástica, especialmente la benedictina. 

El origen del lavatorio de los pies se sitúa en torno al siglo VI o VII (un completo recuento sobre su historia puede consultarse aquí). En los primeros siglos se permitía que se lavase los pies a los no bautizados, que por esos días estaban prontos a ser recibidos en la Iglesia, y la única restricción era que no fuesen sacerdotes quienes acometieran el rito. Eso explica que también fuese utilizado por los reyes como un signo de servicio hacia su pueblo. La costumbre existía en la mayoría de los reinos europeos, y continúo después en el Imperio Austro-húngaro y España hasta comienzos del siglo XX. Incluso en el Reino Unido se realizó esta práctica desde el siglo XIII, aunque, precisamente por la idea que había detrás, degeneró hacia una limosna que todavía persiste bajo la forma de la entrega que hace el rey de unas monedas de plata a personas de escasos recursos, cuyo número varía según los años que tenga quien las recibe. En este último país incluso el Jueves Santo es llamado Maundy Thursday, nombre que, según la etimología más aceptada, deriva de la frase latina (Jn. 13, 34) "Mandatum novum do vobis..." ("un mandato nuevo os doy..."), que se canta como antífona durante la ceremonia del lavatorio. 


La reina Isabel II de Inglaterra reparte monederos durante la tradicional ceremonia del Maundy Thursday
(Foto: Daily Mail)

En España, el rey primero lavaba los pies a doce pobres de Madrid y la reina hacía lo propio con doce mujeres, para después cenar con todos ellos, siendo acompañada la dicha ceremonia de toda la pomposa etiqueta de la Casa Real española. De hecho, viene mencionada como uno de los actos más significativos de a real etiqueta española junto con el reconocimiento y jura del Príncipe de Asturias, la imposición de la birreta cardenalicia, cobertura y toma de almohadas de los Grandes de España, las recepciones de príncipes diplomáticos, el juramento y Consejo de Ministros, y las recepciones, audiencias y capillas públicas. Dicha ceremonia se celebró hasta el mismo año de 1931, en vísperas de la caída de la monarquía alfonsina y la proclamación de la II República. Los pobres que habían participado en la ceremonia del lavatorio recibían de regalo canastos de viandas y dulces, muchos de los cuales eran luego rifados para gran regocijo de los habitantes de la Villa y Corte. 

El número de personas que debían comparecer al lavabo no era claro y variaba según el ámbito donde la ceremonia se celebrase. El Ceremoniale episcoporum se decía que el obispo debía lavar los pies a trece pobres o a trece de sus canónicos. Siglos antes, la costumbre era que el Papa lavase los pies de doce subdiáconos después de la Misa y de trece pobres de la cuidad después de la cena. Finalmente, quedó establecido que la ceremonia se realizaba con doce varones, como también preveían las rúbricas de la forma ordinaria del rito romano.

Esto explica que la presencia de mujeres en el rito del lavabo de los pies no sea una novedad, porque ya se celebraba desde siglos, con mujeres y entre mujeres, en conventos y cortes reales. La situación cambió con la reforma de Pío XII, porque a partir de ese momento el rito quedó unido a la solemne liturgia de la Misa in Coena Dómini
, y pasó a ser así parte del sacramento mismo según la visión que tiene la teología actual, con cierta base ya en Mediator Dei (1947). Se recuperó el sentido bíblico de la ceremonia, vale decir, es el celebrante, que representa a Cristo, quien lava los pies a doce hombres que rememoran el Colegio apostólico que ese día lo acompañaba en el Cenáculo. Por eso, cuando la ceremonia era llevada a cabo el obispo, los elegidos solían ser sacerdotes o seminaristas de su diócesis. De ahí que cuando se incluyen mujeres el gesto sea equívoco, porque desvirtúa el sentido dado por la reforma litúrgica de Pío XII al lavado de los pies, que también se conserva tras la reforma litúrgica de Pablo VI. En la historia del rito romano nunca hubo mujeres, porque éste reserva la liturgia sólo a los hombres. Basta ver lo dicho por el beato Pablo VI en la carta apostólica en forma de motu proprio Ministeria Quaedam por la que se reforma en la Iglesia latina la disciplina relativa a la primera tonsura, las órdenes menores y el subdiaconado, de 1974. Ahí se dispone que la institución de lector y de acólito, según la venerable tradición de la Iglesia, queda reservada sólo a los varones (artículo VIII).

 El beato Pablo VI

San Juan Pablo II

Benedicto XVI

Toda la liturgia del Jueves Santo tiene una impronta marcadamente sacerdotal, lo que explica que en tradición de la liturgia papal los elegidos siempre fuesen sacerdotes. Esta importancia ministerial de la liturgia de ese día viene recordada por San Juan Pablo II en la citada homilía de 2004: 

Por eso, a la vez que fijamos nuestra mirada en Cristo que instituye la Eucaristía, tomemos nuevamente conciencia de la importancia de los presbíteros en la Iglesia y de su unión con el Sacramento eucarístico. En la Carta que he escrito a los sacerdotes para este día santo he querido repetir que el Sacramento del altar es don y misterio, que el sacerdocio es don y misterio, pues ambos brotaron del Corazón de Cristo durante la última Cena.

Sólo una Iglesia enamorada de la Eucaristía engendra, a su vez, santas y numerosas vocaciones sacerdotales. Y lo hace mediante la oración y el testimonio de santidad, dado especialmente a las nuevas generaciones.

Tal como en la Iglesia de Occidente, en la Iglesia ortodoxa se mantiene la práctica de lavar los pies sólo a varones.

El Patriarca de Moscú lava los pies a sus obispos

Les dejamos, por último, un video que recoge un valioso testimonio gráfico del Papa Pablo VI dando cumplimiento al Mandato el Jueves Santo de 1964.

 



Actualización [26 y 30 de enero de 2016]: A través de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, el Santo Padre ha dispuesto una modificación de las rúbricas del misal romano de 2002 y del ceremonial de obispos de 1984 en lo que atañe a la ceremonia del lavatorio de los pies durante la Santa Misa de la Cena del Señor que se celebra cada Jueves Santo (una traducción castellana del texto del decreto puede leerse aquí). Esta reforma prevé que, desde ahora en adelante y siguiendo la práctica ya observada en la liturgia pontificia de los últimos años, “los pastores puedan elegir a un grupo de fieles que represente la variedad y la unidad de cada porción del pueblo de Dios” para cumplir con ellos el rito del lavado de los pies. Precisa el decreto datado el pasado 6 de enero que “[e]se grupo puede estar formado por hombres y mujeres, y convenientemente por jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, clérigos, consagrados, laicos”. La innovación sólo incumbe a la forma ordinaria del rito romano, conservándose la práctica tradicional (según la evolución precedentemente relatada en esta entrada) en la forma extraordinaria. 

Asimismo, el Papa ha hecho pública una carta donde aclara el sentido de la reforma, que se explica por la entrega de Cristo hasta el final por la salvación del mundo, mostrando su caridad sin límites. Con todo, el Papa recomienda “que a los elegidos se les proporcione una explicación adecuada del rito”. Lamentablemente, en este punto surge un problema, porque el sentido del rito es diverso del que le atribuye el Santo Padre y la innovación viene a desnaturalizarlo. No se trata ciertamente de un cambio sustancial en la liturgia, como sí los hubo en las reformas posconciliares, pero introduce un elemento de disociación. 

La razón de ser de esta ceremonia no está en la entrega de Jesús por todos los hombres, como una muestra de su Amor sin límites al género humano para obrar su Redención, sino en rememorar lo ocurrido la noche del Jueves Santo, cuando el Divino Maestro celebra con sus discípulos la Pascua judía y anticipa el misterio de la Eucaristía. Es en el marco del memorial de esa cena según los parámetros ceremoniales judíos que debe ser entendido el gesto de Jesús, porque es ahí donde se refleja la ruptura con los arquetipos culturales existentes (el Mesías que se humilla con un trabajo de siervo y frente a aquellos a quienes había preparado para difundir su mensaje). Esto es lo que desconcierta tan llamativamente a Pedro (Jn 13, 6-9). Tal es lo que muestran las antífonas que se cantan durante la ceremonia tanto en la forma ordinaria como extraordinaria, donde se evidencia esa espiritualidad sacerdotal tan reconocible en otros muchos pormenores de la solemne liturgia del Jueves Santo. 

De ahí entonces que la inclusión de seglares, y aún de mujeres, ajena por completo a la tradición litúrgica romana, desvirtúa el sentido que desde Pío XII se dio a la ceremonia, volviéndose a la connotación profana (ella sí de servicio y entrega) que el lavabo (como mandato de caridad) tuvo a lo largo de la historia. 

Junto con esta actualización, el texto de la entrada ha sido revisado y complementado en algunos puntos con información tomada de una entrada publicada en la bitácora Ex Orbe

Actualización [16 y 22 de marzo de 2016]: Con ocasión del decreto que modificó la ceremonia del lavatorio de los pies el Jueves Santo, y dada la proximidad de la Semana Santa, han surgido algunas dudas respecto a la interpretación del alcance de la innovación. En una actualización anterior, como complemento a la entrada publicada en su oportunidad, hacíamos ver que era necesario distinguir entre el cumplimiento del decreto, que ciertamente obliga en cuanto proviene de la autoridad competente, y las razones expuestas para justificar dicho cambio, las que no guardan relación con la introducción de ese rito dentro de la Santa Misa del Jueves Santo hecha por el papa Pío XII y conservada por la reforma posconciliar. 


Pues bien, se ha sabido de muchos obispos que han obligado a sus sacerdotes a elegir mujeres para la mentada ceremonia, porque así vendría dicho por el decreto querido por el papa Francisco según el comentario preparado por el cardenal Arhur Roche, Secretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (véase aquí su texto en español según ha sido proporcionado por la Santa Sede). La verdad es que el texto del decreto lleva a concluir en sentido diverso, y el comentario (que no es obligatorio) no desvirtúa tal conclusión. En el primero de ellos se dice que "ha parecido bien al Sumo Pontífice Francisco cambiar la norma que se lee en las rúbricas del Missale Romanum [...] (y, por consiguiente, en el Caeremoniale Episcoporum [...]), de modo que los pastores puedan designar un pequeño grupo de fieles que represente la variedad y la unidad de cada porción del pueblo de Dios. Este pequeño grupo puede estar compuesto de hombres y mujeres, y es conveniente que formen parte de él jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, clérigos, consagrados, laicos" (el texto está tomado de la versión en español ofrecida por el sitio de la Santa Sede). 

De esto se sigue que es facultativa la elección de mujeres, porque sólo se da la facultad de incluirlas ("puede estar formado"), animando en cambio a que la composición exprese diversidad de condiciones ("es conveniente"). Tal es la interpretación que se impone del canon 17 del Código de Derecho Canónico, que corresponde aplicar dado que se trata de un texto legislativo: "Las leyes eclesiásticas deben entenderse según el significado propio de las palabras, considerado en el texto y en el contexto [...]". 

El mismo criterio recoge el comentario de monseñor Roche: "El lavatorio de los pies no es obligatorio en la Missa in cena Domini. Son los pastores quienes tienen que valorar la conveniencia, según las circunstancias y razones pastorales, de modo que no se convierta en algo automático o artificial, privado de significado y reducido a un elemento escénico [...] Compete a los pastores elegir un pequeño grupo de personas representativas de todo el pueblo de Dios –laicos, ministros ordenados, casados, célibes, religiosos, sanos y enfermos, niños, jóvenes y ancianos– y no solo de una categoría o condición. Compete a quien ha sido elegido ofrecer su disponibilidad con sencillez. Compete a quien debe cuidar de la celebraciones litúrgicas preparar y disponer cada cosa para ayudar a todos y a cada uno a participar fructuosamente de este momento [...]". 

Por lo demás, y según la información que ha sido difundida a partir de una entrevista, esta comprensión del cambio efectuado en la liturgia del Jueves Santo ha sido refrendado por el propio cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, quien firmó el decreto In Missa in Cena Domini, de 6 de enero de 2016 (véase aquí la fuente de esa información). 

En fin, el mentado comentario de monseñor Roche recuerda que el lavatorio de los pies "[t]ampoco debe convertirse en algo tan importante que atraiga toda la atención de la Misa en la cena del Señor, celebrada en el «día santo en que nuestro Señor Jesucristo fue entregado por nosotros» (Communicantes propio del Canon Romano); en las indicaciones para la homilía, se recuerda la peculiaridad de esta Misa, conmemorativa de la institución de la Eucaristía, del orden sacerdotal y del mandamiento nuevo del amor fraterno, suprema ley para todos y hacia todos en la Iglesia".

Actualización [30 de marzo de 2016]: Monseñor Tadeusz Pieronek, obispo auxiliar emérito de Sosnowiec y en su día Secretario de la Conferencia Episcopal Polaca, ha dado una entrevista donde señala que ha mantenido el rito del lavatorio de los pies conforme a la costumbre tradicional, vale decir, reservada a doce varones. Menciona que, aunque el mensaje pastoral de unión es comprensible y hasta deseable, no conviene hacer gestos que pueden tener lecturas teológicas erradas. Véase aquí la información.

Actualización [4 de abril de 2016]: El Cardenal Cipriani, Arzobispo de Lima, mantuvo en la Misa de la Cena del Señor de este año la costumbre tradicional de lavar los pies a doce varones como símbolo del Colegio Apostólico. Aquí puede verse el testimonio gráfico que reproduce el sitio Acción litúrgica. 

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