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domingo, 27 de diciembre de 2015

Diez razones para seguir la Misa tradicional

A nadie le cabe duda de que a veces resulta prácticamente imposible asistir a la forma extraordinaria del rito romano. Las razones son múltiples y dependen de la realidad de cada fiel. En algunos casos es la propia ciudad, que no ofrece la posibilidad de oír la Santa Misa según el misal romano de 1962, o bien que aquella que existe se encuentra muy distante o en un horario poco accesible para la familia. En otras ocasiones, las dificultades son de índole social y psicológica, por las tensiones con la familia o los amigos o incluso con el sacerdote que puede suscitar la opción preferencial por la Santa Misa tradicional

De ahí que resulte interesante la idea del profesor Peter Kwasniewski, ya asiduo visitante de esta bitácora, y Michael Foley de reunir en un mismo artículo 10 buenas razones para superar estas dificultades y seguir realizando, domingo tras domingo, proezas de logística a fin de llevar a toda la familia al pie del altar de Dios. Este trabajo fue originalmente publicado en inglés en el sitio One Peter Five (New Liturgical Movement da noticia de su publicación) a comienzos del verano boreal, por lo que puede ser útil cuando por estas tierras comienza dicha estación. Con algunas correcciones de estilo, la traducción está tomada de Paix liturgique. 




Diez razones para seguir la Misa tradicional


Peter Kwasniewski y Michael Foley


Haciendo un rápido recuento, podemos enumerar diez buena razones para seguir la Misa tradicional a pesar de los obstáculos que se presentan: 


1. Seréis como los santos



Si se toma en consideración que la Misa tradicional celebrada hasta la reforma de 1970 era, en lo esencial, la de San Gregorio Magno (codificada hacia el año 600), estamos hablando de 1400 años de la vida de la Iglesia, es decir, la mayor parte de la historia de sus santos. Las oraciones, los himnos, las lecturas que han alimentado su fe son las mismas que alimentan la nuestra. Es la Misa de Santo Tomás de Aquino, quien compuso el propio de la fiesta de Corpus Christi, es la Misa a la que asistía San Luis Rey de Francia hasta tres veces por día, es la Misa que sumía a San Felipe Neri en éxtasis de los que era preciso sustraerlo, es la Misa que se celebraba clandestinamente en Inglaterra y en Irlanda en la época de las persecuciones, es la Misa que rezaba San Damián de Molokai en la capilla construida con sus manos leprosas...



2. Lo que es verdadero para nosotros lo es aún más para nuestros hijos

La liturgia tradicional forma la mente y el corazón de nuestros hijos en la alabanza divina mediante la ejercitación de las virtudes de la humildad, la obediencia y la adoración silenciosa. Llena sus sentidos y su imaginación con los signos y los símbolos sagrados, con «ceremonias místicas» como las llamaba el Concilio de Trento. Los pedagogos saben que los niños son más sensibles a las ilustraciones visuales que a los largos discursos. La solemnidad de la liturgia tradicional abrirá a los niños catequizados a la trascendencia y hará nacer en muchos niños varones el deseo de servir en el altar.

3. La Misa universal

La liturgia tradicional no sólo establece un vínculo de unidad temporal entre nuestra generación y las que nos han precedido, sino también un vínculo de unidad espacial entre todos los fieles del globo terrestre. Antes de la reforma litúrgica, era un gran consuelo para los viajeros descubrir que más allá de las culturas y los climas, la Misa era siempre la misma en todas partes, la misma que celebraba el sacerdote de su parroquia y en cualquier parte del mundo. Era también la más evidente confirmación de la auténtica catolicidad de su catolicismo. ¡Qué contraste con ciertas parroquias actuales donde la Misa cambia de un sacerdote a otro y de un domingo a otro...!

 S. Emcia. Revma el Cardenal Zen, obispo emérito de Hong Kong, distribuye la comunión.

4. Sabemos a qué atenernos

La Misa según la forma extraordinaria es una ceremonia centrada en el sacrificio de Nuestro Señor en el Calvario. El silencio, antes, durante y después. Monaguillos varones únicamente. Sólo manos consagradas para tocar el Cuerpo de Cristo. Nada de extravagancias en los ornamentos o la música. En otros términos, la única actividad que el hombre, cuando no se celebra de manera inadecuada, no puede desviar de su único objeto: la alabanza del verdadero Dios. El padre Jonathan Robinson, del Oratorio de San Felipe Neri, en su libro The Mass and Modernity (Ignatius Press, 2005), escrito antes de que se familiarizara con la liturgia tradicional, señala que la atracción principal y perenne de lo que aún era el rito antiguo reside en que ofrece «una referencia trascendente », aunque sea mal celebrada (1). Mientras que, en la misa nueva, nada garantiza «la centralidad del misterio pascual» (2).

5. Es el original

El rito romano tradicional tiene una orientación teo y cristo céntrica patente, manifestada tanto la en la posición ad Orientem del celebrante como en los ricos textos del misal que destacan el misterio trinitario, la divinidad de Nuestro Señor y su sacrificio en la cruz. Como bien lo ha documentado el profesor Lauren Pristas (3), las oraciones del nuevo misal carecen de claridad en la expresión del dogma y de la ascesis católica; en cambio, las oraciones del antiguo misal no tienen ni ambigüedad ni equívocos. Cada vez es mayor el número de católicos que se percatan de hasta qué punto la reforma litúrgica fue precipitada y de cómo conduce a la confusión a causa de sus opciones casi ilimitadas y de su discontinuidad con los catorce siglos anteriores de oración de la Iglesia.

6. Un santoral superior

En los debates litúrgicos, una gran parte de los intercambios se centra, como es lógico, en la defensa o la crítica de los cambios aportados al ordinario de la misa. Pero no se debe olvidar que una de las diferencias más importantes introducidas en el misal de 1970 es su calendario, empezando por el santoral. El calendario de 1962 es una maravillosa introducción a la historia de la Iglesia, en especial, la historia de la Iglesia primitiva, hoy tan frecuentemente olvidada. Está ordenado tan providencialmente que la sucesión de ciertas festividades forma conjuntos que ilustran una faceta particular de la santidad. Por su parte, los creadores del calendario reformado han eliminado o degradado 200 santos, empezando por San Valentín. San Cristóbal, el patrono de los viajeros, ha desaparecido, con la excusa de que no habría existido, a pesar de las innumerables vidas que salva cotidianamente (4). Se ha privilegiado de forma sistemática la ciencia histórica moderna frente a las tradiciones orales de la Iglesia. Esta preferencia científica hace pensar en las siguientes palabras de Chesterton en su obra Ortodoxia: «Es muy fácil comprender por qué una leyenda se considera y debe ser considerada con mayor respeto que una obra histórica. La leyenda es, generalmente, obra de la mayoría de los miembros de la aldea, una mayoría de hombres sanos de espíritu. El libro, por lo general, está escrito por el único hombre loco de la aldea» .

Una de las cinco predelas del retablo del altar mayor del convento de Santo Domingo de Fiesole,
atribuido al Beato Angélico (National Gallery de Londres)

7. Un ciclo temporal superior

El ciclo temporal también padeció alteraciones. Los tiempos litúrgicos son mucho más ricos en el calendario de 1962. Cada domingo del año tiene su contenido propio, que constituye una suerte de marcador para los fieles gracias al cual pueden medir, año tras año, su progreso o retroceso espiritual. El calendario tradicional observa antiguas circunstancias recurrentes, como las Cuatro Témporas o las Rogativas que manifiestan, además de nuestra gratitud hacia el Creador, nuestra sumisión alegre al ciclo natural de las estaciones y de las cosechas. El calendario tradicional no tiene un «tiempo ordinario», expresión muy poco feliz si se considera que después de la Encarnación ya nada puede ser «ordinario»; en cambio, tiene un tiempo después de la Epifanía y un tiempo después de Pentecostés, lo que prolonga el eco de dichas fiestas. Como Navidad y Pascua, Pentecostés, fiesta no menor, tiene su octava durante la cual la Iglesia cuenta con tiempo suficiente para renovar su ardor bajo el influjo del fuego celestial(5). Sin olvidar el tiempo de Septuagésima que ayuda al pueblo de Dios a pasar con suavidad de la alegría de la Navidad al dolor de la Cuaresma. Todos estos tesoros preciosamente conservados nos conectan con la Iglesia de los primeros siglos.

8. Una mejor introducción a la Biblia

La opinión corriente pretende que uno de los progresos principales del Novus Ordo es su ciclo trienal y las lecturas más numerosas que supuestamente ayudan a un mejor conocimiento de la Biblia. Pero con esto se ignora que si bien es cierto que la nueva disposición ha multiplicado las lecturas, también ha destruido el vínculo que las unía en el antiguo misal y que constituía la trama de la Santa Misa domingo a domingo. En materia de lecturas bíblicas, el ordo tradicional responde a dos principios admirables:

(a) En primer lugar, los pasajes no se eligen por su propio interés (con el fin de cubrir la mayor extensión posible de la Escritura) sino para iluminar la festividad particular celebrada.

(b) En segundo lugar, el acento, más que en una mayor alfabetización bíblica de los fieles, está puesto en la «mistagogia». En otras palabras, las lecturas de la Misa no han sido concebidas como un curso bíblico dominical sino como una iniciación progresiva a los misterios de la fe a través de la liturgia. Su número más limitado, su concisión, su pertinencia litúrgica y su repetición anual las convierten en un agente muy eficaz de formación espiritual y en una perfecta preparación para el sacrificio eucarístico.

9. La devoción a la Sagrada Eucaristía

Naturalmente, la forma ordinaria puede ser celebrada con reverencia y devoción y, en el momento de la comunión, puede ocurrir que sólo la distribuyan los ministros ordenados a los fieles en la boca. Pero todos los domingos, en la mayoría de las parroquias ordinarias, se recurre a los ministros extraordinarios para dar la sagrada comunión a los fieles presentes, quienes, en gran medida, la toman, más que la reciben, con la mano. Estas dos actitudes minan profundamente el sacrosanto respeto debido al Santísimo Sacramento y, por ende, la comprensión del misterio eucarístico. Y aun cuando uno comulgue en la boca, poniéndose en la fila del sacerdote en vez de en la del ministro extraordinario, se corre el riesgo de acercarse a Jesús Hostia con el alma distraída, atormentada o incluso, indiferente, lo que no es mejor. Momento de gran solemnidad, tradicionalmente muy edificante para los niños, la comunión termina, de este modo, por convertirse en un momento de agitación y confusión. El olvido de la presencia real de Nuestro Señor en la Sagrada Eucaristía desemboca inexorablemente en la «protestantización» de nuestra relación con Dios. Mientras que el indulto de la comunión en la mano no sea abolido, la liturgia tradicional es la única vía segura para preservar y alimentar nuestra comprensión del misterio de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo tanto en la Sagrada Eucaristía como en la Iglesia y en nuestras vidas de cristianos.

 Ecce Agnus Dei, ecce qui tollis peccata mundi
10. El misterio de la Fe

Si sólo hubiera que quedarse con una razón que justificara la elección de la forma extraordinaria, sería simplemente que ésta es la expresión más perfecta del Misterio de la Fe. Lo que San Pablo llamaban musterion y que la tradición latina designa con los términos de mysterium y sacramentum es todo menos un concepto marginal en la Cristiandad. La increíble revelación de Dios a los hombres, a lo largo de toda la historia y en particular en la persona de Cristo, es un misterio en el sentido más elevado del término: es la revelación de una realidad perfectamente inteligible pero siempre ineluctable, siempre luminosa pero enceguecedora por su misma luminosidad. Las ceremonias litúrgicas que nos ponen en contacto con Dios deberían llevar el sello de su esencia misteriosa eterna e infinita. Por su lengua sagrada, su ordenamiento, su música y la postura del sacerdote, la forma extraordinaria del rito romano tiene, sin duda alguna, ese sello. Al favorecer el sentido de lo sagrado, la misa tradicional conserva intacto el misterio de la fe (6).


NOTAS:

(1) Jonathan Robinson, The Mass and Modernity, Ignatius Press, 2005, p. 307.

(2) Ibid., p. 311.

(3) Collects of the Roman Missal: A Comparative Study of the Sundays in Proper Seasons Before and After the Second Vatican Council, London, T&T Clark, 2013.

(4) La revisión del calendario litúrgico constituyó un capítulo propio de la reforma de la liturgia romana emprendida tras el Concilio Vaticano II. El papa Pablo VI aprobó el calendario revisado y anunció su publicación juntamente con el nuevo Ordo Missae el 28 de abril de 1969. La promulgación de las nuevas normas universales sobre el año litúrgico y el calendario romano general se hizo a través del motu proprio Mysterii Paschalis, datado el 14 de febrero de 1969, aunque sólo fue presentado el 9 de mayo de ese año. El calendario litúrgico sufrió todavía algunas revisiones (como ocurrió también con el misal) antes de aparecer definitivamente en la edición típica del Missale Romanum de 1970. Como complemento de la reforma del calendario, el 24 de junio de 1970 se publicó una instrucción para la revisión de los calendarios particulares y las misas y oficios propios. De esta reforma ha dejado el P. Louis Bouyer (1913-2004) el siguiente testimonio: «Je préfère ne rien dire ou si peu que rien du nouveau calendrier, ouvre d’un trio de maniaques, supprimant sans aucun motif sérieux la Septuagésime et l’octave de Pentecôte, et balançant les trois quarts des saints n’importe où, en fonction d’idées à eux! Comme ces trois excités se refusaient obstinément à rien changer à leur ouvrage, et que le pape voulait vite en finir pour ne pas laisser le chaos se développer, on accepta leur projet, si délirant fût-il!» (Bouyer, L., Mémoires, París, Cerf, 2014, pp. 199-200) [nota de la Redacción].


(5) La tradición oral y también algunos sitios de Internet rescatan una anécdota que se cuenta en Roma, y que podría ser significativa de cómo el propio Papa Pablo VI fue víctima de la precipitación de los reformadores de la liturgia. Un día del año 1970 el Santo Padre fue a oficiar y encontró dispuestos en su sacristía ornamentos verdes. "¿Porqué estos ornamentos?", le preguntó a su secretario. Éste le respondió: "es tiempo ordinario, Santidad". El Papa replicó: "Es la octava de Pentecostés y los ornamentos son rojos". Sorprendido, el secretario le respondió: "Esa octava ha sido suprimida, Santidad". Pablo VI preguntó confuso: "¿Y quien la ha suprimido". El secretario le respondió: "Vuestra Santidad la ha suprimido". Afirman que el Santo Padre se dirigió a su capilla y de rodillas lloró [nota de la Redacción]. 

(6) Durante muchos siglos –e incluso, según Santo Tomás de Aquino, desde los Apóstoles– el sacerdote ha dicho Mysterium Fidei en el momento de la consagración del cáliz.

1 comentario:

  1. Que bueno que se mantengan el conservadurismo, es triste ver la realidad catolica y sus actuales abusos

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