Ofrecemos a continuación un texto preparado por D. Augusto Merino Medina, miembro de nuestro equipo de Redacción, sobre el oficio divino en las parroquias, que complementa sus reflexiones ofrecidas en una entrada anterior (véase ella aquí).
En una de las novelas que integran La Comédie Humaine y que tiene por título La maison du Chat-qui-pelote, Balzac narra las costumbres de una familia de burgueses parisienses y devotos, cuyo programa dominical contemplaba, en la mañana, Misa parroquial y, en las tardes, oficio de Vísperas en la parroquia.
Vísperas solemnes en la parroquia católica de San Jaime (Spanish Place, Londres)
Foto: New Liturgical Movement
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El Oficio Divino en las parroquias
Prof. Augusto Merino Medina
En una de las novelas que integran La Comédie Humaine y que tiene por título La maison du Chat-qui-pelote, Balzac narra las costumbres de una familia de burgueses parisienses y devotos, cuyo programa dominical contemplaba, en la mañana, Misa parroquial y, en las tardes, oficio de Vísperas en la parroquia.
Esto
ocurre en el primer tercio del siglo XIX, cuando todavía quedaban en Europa
restos de antiguos usos litúrgicos que sobrevivieron a la gran crisis de la
oración pública de la Iglesia, u “Oficio Divino”, provocada, entre otras
causas, por el vendaval de la “Ilustración Católica” de fines del siglo XVIII,
cuando algunos gobernantes bienintencionados decidieron suprimir abusos
eclesiásticos, como el exceso de frailes y monjas que, sin vocación real,
atestaban inmensos conventos sólo por la sopa. Con la consiguiente clausura de
centenares de iglesias monásticas, disminuyó hasta casi desaparecer la
celebración de la hora de Vísperas con asistencia, el domingo, del pueblo fiel.
De ahí en adelante, la oración del pueblo en la Iglesia quedó reducida,
prácticamente, a la Misa dominical.
Hasta
hoy, en cambio, la iglesia anglicana celebra los domingos en la tarde la hora
canónica de Vísperas, con maravillosos corales y gran boato, con la presencia
de numerosos fieles. La calidad de la música es tal que, a menudo, este oficio
es transmitido por las radios locales. A
quienes hemos tenido la suerte de asistir a ese Evensong anglicano se nos
parte el corazón al recordar la pobreza casi abyecta de nuestras celebraciones
litúrgicas dominicales. Porque, aparte de la Misa, dicha según el Novus Ordo,
de por sí deslucido, y sin casi ninguna preocupación por la calidad litúrgica
de la misma (piénsese sólo en la “amenización” de estas Misas, que corre enteramente
por cuenta de algunos jóvenes musicantes provistos de guitarras pero
desprovistos de toda formación), ¿qué ocasión de oración pública ofrecen las
parroquias a sus feligreses en nuestro medio, sea domingo o día de semana?
Servicio de Evensong anglicano
(Foto: BBC)
Podría
mencionarse, quizá, el rezo vespertino del Santo Rosario, a cargo de algunas
señoras piadosas, sin intervención alguna del cura. En general, esto se hace
antes de la única Misa diaria, dicha a la caída de la tarde, cuando la mayoría
de las personas, cansadas por el peso de la jornada diaria, no está de ánimo
para asistir a ella. Podría agregarse alguna novena a algún santo popular, o
algún “ciclo” de oraciones por determinadas intenciones o con motivo de algunas
actividades parroquiales, como encuentros, conferencias, “semanas de” esto o lo
otro, y otras cosas análogas. Últimamente, sin embargo, ha comenzado a
retomarse la felicísima práctica de la Bendición con el Santísimo, por lo
general en algunas tardes de días de semana, porque en la tarde del domingo se
suele poner la segunda Misa dominical (la otra es en la mañana). Hay un rasgo
común a todas estas celebraciones: no hay en ellas sermón del cura que exponga
y explique la Palabra de Dios (en el rito de la Bendición con el Santísimo se
ha incorporado, afortunadamente, la costumbre de leer un trozo de los
Evangelios relativo a la Eucaristía).
¿Qué
efectos tuvo y sigue teniendo la desaparición del rezo público de Vísperas dominicales
en las parroquias, o la Bendición con el Santísimo, o el rezo del Santo
Rosario, prácticas todas dificultadas hoy por la necesidad de poner una Misa
vespertina los sábados y domingos?
Como
se sabe, la Liturgia de la Iglesia no comienza ni termina con la celebración de
la Santa Misa, sino que es precedida y continuada por la celebración del Oficio
Divino. Existe la opinión de que éste es algo que corresponde o interesa o
beneficia sólo a los religiosos, vivan o
no en conventos, especialmente a aquéllos, como los benedictinos, cuya
existencia misma gira en torno a la oración continua realizada en dicho Oficio.
Pero se trata de una pérdida de perspectiva o de sentido que el paso del tiempo
ha ido solidificando lamentablemente. Como decíamos hace un momento, para los
laicos de hace doscientos años atrás era claro que el rezo de, al menos, las
Vísperas, era algo que correspondía a todos los católicos, laicos o religiosos.
Y la Misa y ese entorno de oración pública tiene una estructuración tal que es
fácil advertir, por quien los analice o viva, la unidad de motivos que se
ofrece al fiel cada día del año para la meditación y, al cabo, para alimento de
su vida espiritual. Todavía en el Misal Diario y Vesperal de Gaspar Lefevbre OSB, de uso
corriente entre los fieles hacia mediados del siglo XX, los comentarios de los
días litúrgicos, al menos los especiales, hacen ver la conexión entre, por
ejemplo, las lecciones de los nocturnos que se leen en Maitines y las oraciones
u otras partes de la Misa del día (Gradual, Tracto, Aleluya, etcétera). Tanto la
profundización en las ideas centrales de la oración pública de la Iglesia, Misa
y Oficio Divino, como la piedad litúrgica, se hacen mucho más fáciles por la
reiteración de aquellas ideas en diversos momentos del día.
Una
de las consecuencias de esta estructura diaria de la oración de la Iglesia –Santa Misa
y Oficio Divino- es que se descarga a la Misa de parte del peso pedagógico
indebido e innecesario que se le ha echado encima desde el Concilio Vaticano
II. Como se sabe, ya desde los tiempos del “Mouvement Liturgique” francés
anterior al Concilio y de otros movimientos análogos, se ha insistido en la
función “pedagógica” de la Misa, entendiendo por tal sólo lo que podríamos
llamar su “dimensión lógica”, constituida por la transmisión oral de enseñanzas
mediante palabras, es decir, conceptos: es mediante éstos, se piensa, que se
transmite la Palabra, el Logos, cosa que se concentra en la homilía. Este
énfasis lógico quedó consagrado en el Novus Ordo en detrimento de la “dimensión
sacrificial” de la Misa, en que el lenguaje no es tanto, o no sólo, lógico sino,
fundamentalmente, concreto: el lenguaje concreto aspira a comunicar una
realidad inefable, y recurre a cosas materiales como el aroma del incienso, los
colores de los ornamentos, el sonido de la música, los gestos, etcétera. Con las
innovaciones posconciliares se alteró la proporción que había existido entre
estos dos elementos o partes de la Misa hasta antes del Novus Ordo: por cierto,
en el Vetus Ordo sí existe una dimensión pedagógico-lógica, en la llamada “Misa
de catecúmenos” (quienes originalmente asistían sólo a ella y precisamente para
instruirse), pero ella cede el paso a la “dimensión sacrificial”, que comienza
con el Ofertorio, que es la que expresa la esencia misma, lo central de esta
Acción Sagrada, y que tiene, por lo tanto, mayor peso, dignidad y extensión. El
cambio introducido en el posconcilio es, ciertamente, coherente con algunos de
los aspectos del trasfondo de la innovación litúrgica posconciliar, en cuanto
que hace que la Misa se acerque más a la concepción protestante de una reunión
de oración y lectura de la Sagrada Escritura en que no hay propiamente un
“sacrificio” sino una mera “conmemoración” situada en el marco de una “cena”. La
ausencia en nuestros días de otras oportunidades de oración pública en la
Iglesia redunda en que la entrega de “información” sagrada a los fieles, es
decir, de los conceptos, de la Palabra, tiende a concentrarse en la Misa, a
falta de otra oportunidad litúrgica o sagrada. Y así la Misa resulta, en este
sentido, desequilibrada, para decirlo suavemente. Todo esto se ha hecho, hay
que advertirlo, so capa de dar mayor importancia a la lectura de las Sagradas
Escrituras, creándose el concepto, nuevo en la historia de la liturgia, de
“liturgia de la Palabra” o incluso “mesa de la Palabra”; pero los reformadores
litúrgicos no han perdido de vista aquel propósito “ecuménico” que guió a todas
las reformas litúrgicas posconciliares.
Los seis observadores protestantes que participaron en la elaboración del misal reformado son recibidos en audiencia por el Beato Pablo VI. De izquierda a derecha: A. Raymond George (metodista), Ronald CD Jasper (anglicano), Massey Shepherd (episcopaliano), Friedrich-Wilhelm Künneth (calvinista), Dr. Smith (luterano), y Max Thurian (Comunidad Thaizé).
En
la concepción y en la antigua práctica católica, sin embargo, aunque existe
naturalmente el propósito de transmitir y explicar la Palabra de Dios, esta
actividad se realiza no sólo en la Santa Misa, como ya hemos dicho, sino también en
otras manifestaciones de la liturgia, como las lecturas propias de los
nocturnos de Maitines y otras múltiples ocasiones, de las cuales hemos
mencionado algunas. Esto evita que se confunda la Misa con una especie de
“escuela bíblica” dominical, oportunidad para la pedagogía bíblica que el
pueblo de Dios necesita, y que quede así desfigurada. Con ello, de paso, se deja de lado la función tradicional de la catequesis, ahora sólo reservada a la recepción de los sacramentos.
Resulta
claro que descargar a la Misa de este indebido énfasis pedagógico que ha puesto
en ella el Novus Ordo, que distorsiona e incluso oculta el carácter
esencialmente latréutico y sacrificial que ella tiene, sólo se puede realizar si la
liturgia actual encuentra otras oportunidades adicionales para realizar la “actividad
docente”. El Oficio Divino es una de esas oportunidades, en la medida en que,
parte de él, es llevado a cabo con la presencia de los fieles. Otras oportunidades
especialmente favorables para la enseñanza de la doctrina son, como sugeríamos
antes, la Bendición con el Santísimo, el rezo del Santo Rosario de un modo
mejor concebido y ejecutado que el que es usual hoy, la práctica de ciertas
devociones como novenas, triduos, etcétera, realizados en horarios diferentes del
de la Misa y, ojalá, en día domingo, y acompañados de homilías breves,
sustanciosas y, sobre todo, bien preparadas (cosa que, hay que decirlo con
pena, es rara en la actualidad).
Oficio de vísperas en una parroquia de los EE.UU.
Foto: New Liturgical Movement
Seguramente
la puesta por obra de estas ideas encontrará algunas dificultades prácticas. En
efecto, en muchas parroquias donde sólo hay dos oportunidades para decir la
Misa dominical, la mañana y la tarde, muchos curas optarán por celebrar una
Misa en la tarde para quienes no pueden asistir en la mañana, y preferirán esta
segunda Misa al rezo de las Vísperas. Curiosamente, la flexibilidad otorgada
por la Iglesia para celebrar Misas vespertinas, que pareciera no tener más que
buenas consecuencias, las tiene también inconvenientes, como creemos haber
dejado en claro aquí, en la medida en que ella resta posibilidades de que los
feligreses se encuentren con la Palabra de Dios y con la oración en contextos
diversos de la Misa, tal como siempre fue el caso en el pasado, favoreciendo así la oración comunitaria.
Queda,
por cierto, entregado a la experiencia de los sacerdotes y a su inventiva el volver a
integrar a la vida de la parroquia esos contextos diversos. Se podría sugerir
que se introduzca, ad experimentum, el rezo de Vísperas después de la Misa
dominical de la tarde, como se ha visto hacer en algunas iglesias en Santiago de Chile,
o rezar Vísperas en la tarde del sábado, dejando la Misa sabatina para ser
celebrada en la mañana o a mediodía. Esto último tendría la enorme ventaja adicional
de evitar que se escamotee del calendario litúrgico los textos de la Misa del
sábado: hasta ahora, los sábados en la mañana no se dice Misa, sino que se la
dice en la tarde, pero entonces lo que se celebra es la Misa del domingo
anticipada. El sábado queda, así, sin celebración propia de ningún tipo: es un
día en blanco, un “no día” litúrgico. Y, recuérdese, este es el día que la Iglesia destina tradicionalmente a honrar la memoria de la Santísima Virgen.