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sábado, 26 de marzo de 2016

Simón de Cirene

"Me llamo Simón y nací en Cirene, una antigua ciudad griega del norte de África. Soy jardinero, y esa tarde venía del campo junto a mis hijos Alejandro y Rufo cuando me encontré con una multitud y soldados romanos que llevaban a tres hombres para ser crucificados, uno de ellos en un estado tan lamentable que apenas se mantenía en pie. La espalda se le veía en carne viva, y una corona de espinas le clavaba la frente, de la cual brotaban surcos de sangre. De pronto no resistió más y se desplomó exhausto. Entonces los soldados, viendo mis vestimentas sencillas, me obligaron a llevar la cruz". 


"Al principio me rehusé, ya que venía cansado y no quería involucrarme en un suceso tan triste. Sin embargo, tuve que ceder a la fuerza. Así, cargué la pesada cruz, y nos dirigimos hacia la colina llamada Gólgota. Como detrás venían mujeres que lloraban, en un momento el hombre se volvió hacia ellas y con gran tranquilidad les dijo estas extrañas palabras: "No lloren por mí, lloren por ustedes mismas y por sus hijos". Al llegar, me dirigió una mirada agradecida por haberlo aliviado del peso del madero. Y a pesar de la angustia y el sufrimiento, mostraba un amor tan grande por todos nosotros, que me estremecí y sentí que estaba frente a un ser misterioso y divino. Y este encuentro casual con un pobre condenado, cuya cruz al principio me rehusé a cargar, me cambió de tal forma, que la volví gozosamente a mis hombros y así lo seguí por todo el resto de mi vida".

Nota de la Redacción: Esta entrada está tomada de la sección "Día a día" escrita por R. Rigoter para la edición del periódico El Mercurio (Santiago de Chile) del 26 de marzo de 2016. Véase aquí el texto original.

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