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martes, 21 de junio de 2016

Los principios de interpretación del motu proprio Summorum Pontificum (X)

Dom Alberto Soria Jiménez OSB, Los principios de interpretación del motu proprio Summorum Pontificum, Madrid, Cristiandad, 2014, 552 pp. 

[Nota de la Redacción: El texto íntegro ha sido publicado con el mismo título del libro reseñado en los Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada XXI (2015), pp. 171-220 (véase aquí la versión publicada)].

Dr. D. Jaime Alcalde Silva


Tras la revisión hecha en las nueve entradas precedentes, hemos llegado al final de este recuento sobre el exhaustivo libro publicado por Dom Alberto Soria Jiménez OSB en 2014. La obra reseñada tiene un indudable valor para todo aquel que desee acercarse sin prejuicios y de manera documentada a la disciplina de la liturgia tradicional de la Iglesia tras su regularización merced al motu proprio Summorum Pontificum del papa Benedicto XVI, así como para desentrañar las razones que tuvo para adoptar esa controvertida decisión. Sí cumple recordar que, conforme al canon 2 CIC, dicho ordenamiento no determina ordinariamente los ritos que han de observarse en la celebración de las acciones litúrgicas, de suerte que las leyes litúrgicas vigentes al momento de su promulgación conservan su fuerza salvo cuando alguna de ellas sea contraria a los cánones del código. Éste incide, por tanto, en ciertas cuestiones de disciplina sacramental, sobre todo aquellas relativas a la validez de cada sacramento (materia, forma, ministro y persona que puede recibirlo), sin ocuparse más detenidamente respecto de la la manera como se desarrolla la celebración. Eso es competencia del derecho litúrgico. 

Detrás del restablecimiento de la liturgia anterior a la reforma posconciliar hubo un deseo del Papa de ofrecer un tesoro multisecular a los fieles de hoy, en especial en una época que se ha dado en llamar la "civilización del espectáculo". Hoy la imagen y el sentimiento colman el espectro de compresión, de manera que lo real es sólo aquello que se ve y siempre con un carácter de inmediatez. La sobria belleza de la liturgia tradicional de la Iglesia de rito romano, que tanto ha cautivado incluso entre los no católicos, permite recuperar la sacralidad muchas veces banazalida de la Santa Misa. Porque, como le decía el zorro al Principito, sólo el corazón permite descubrir lo verdadero, ya que lo esencial es invisible a los ojos. Detrás de la Santa Misa hay una realidad que no podemos comprender, porque se trata nada menos que del misterio insondable de la Redención cumplida por Cristo en la cruz. A través de unos ritos paulatinamente perfeccionados con el crisol de los siglos (principio que el derecho litúrgico llamada de progreso dentro de la tradición), siempre con continuidad y nunca con ruptura, la liturgia tradicional permite recuperar el sentido de lo sagrado que tiene la Santa Misa, para conseguir que ella sea verdaderamente el centro y culmen de la vida cristiana que deseaba el Concilio (LG 11). El corazón, decía Pascal, tiene razones que la razón muchas veces no comprende. 

 Misa tradicional en una parroquia birritual en los EE.UU.

Para que este objetivo se logre es necesario que la Misa de siempre sea conocida por todos los fieles, de manera que vean en ella algo normal y no un gusto algo excéntrico de unos pocos nostálgicos o adictos a la estética. Ella debe pasar a formar parte de la vida cotidiana de la Iglesia local, y también contribuir a enriquecer la Misa reformada, sin formar unas suerte de guetos o reducciones donde unos pocos iniciados disfrutan de una liturgia arcana (principio que el derecho litúrgico mienta como unidad, que no uniformidad ritual). Como cuenta Robert Hugh Benson en sus Confesiones de un converso, una de las certezas que lo llevó a ingresar a la Iglesia católica fue precisamente la sencillez de la doctrina, que hace que en ella subsista verdaderamente la Iglesia de Cristo. Toda la predicación de Jesús está dirigida a los sencillos, a quienes compara con niños, porque a ellos se ha dado la Revelación y no a los sabios y entendidos. La magnificencia de las catedrales medievales apunta en el mismo sentido, con un sinnúmero de formas y detalles destinadas a explicar a los fieles los elementos centrales de la fe. Si lo existe una necesaria conexión y dependencia entre lo que se cree y la forma como se ora, de suerte que la ley de la oración determine la ley de la fe, como decía San Próspero de Aquitania (390-455), la liturgia también debe expresar con claridad a los fieles cuáles son los misterios que celebra.  Por cierto, sencillez no es ramplonería. 

En este sentido, si la Santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio del Calvario y constituye por eso el misterio más profundo de nuestra fe y a la vez la forma de oración privilegiada de la Iglesia, su propia estructura debe cumplir una función catequética, mostrando con particular evidencia a todos los fieles de qué se trata (principio que el derecho litúrgico llama de facilidad de los fieles en participar). La Santa Misa es y debe seguir siendo, pues, la gran catequesis a la que el cristiano asiste durante toda su vida, con la frecuencia mínima impuesta por la Iglesia (los domingos y fiestas de guardar). Cierto es que la reforma posconciliar modificó sustancialmente algunos ritos, incluso haciendo perder a algunos su sentido, y también que ella se hizo con apresuramiento y casi con desprecio de la tradición acumulada debido al afán racionalista de la comisión creada para ello, pero eso no quita que exista un hecho indiscutible: los libros en vigor permiten la celebración de una litúrgica mucho más rica de aquella a las que estamos cotidianamente acostumbrados (principio que en derecho litúrgico se conoce como de simplicidad y flexibilidad). Y no se trata, de nuevo, sólo de intentar recuperar tiempos pasados, usando la liturgia reformada como un sucedáneo de formas ya perdidas, sino de permitir que los ritos que hoy celebra habitualmente la gran mayoría de la Iglesia den de sí todo lo que ellos permiten, para mostrar la riqueza que el culto católico tiene en sus formas. Son ellas las que deben acercarnos a Dios, para que la ley de la oración se convierta en la regla de nuestra fe. Quien ha tenido la oportunidad de asistir a la Santa Misa reformada en algún lugar donde ella se cuida especialmente pueden dar testimonio que ella se acerca a la liturgia multisecular de la Iglesia, clara demostración de esa "hermenéutica de la continuidad" que constituyó buena parte de la enseñanza del pontificado de Benedicto XVI. 


Misa según el Novus Ordo celebrada por Monseñor Antonio Guido Filipazzi, Nuncio Apostólico en Indonesia, en el Santuario de la Divina Maternidad, en Concesa (Lombardía, Italia)
(Foto: Catholicvs)

Además, y no hay que olvidarlo, la reforma litúrgica posconciliar fue todavía más centrípeta que la codificación piana de 1570, dado que ésta no eliminó los ritos de antigüedad probada, como sí se hizo con los ritos reformados de 1970, sin respetar así el principio de pluralismo y descentralización que propugna como una de sus bases el derecho litúrgico. No cabe aquí argumentar que la inculturación en ciertos lugares y el uso de la lengua vernácula promueven este principio, pues ello no se puede hacer con desmedro de los otros. Como tantas veces se ha dicho, la Misa tradicional no es una cuestión idiomática, sino sobre el sentido de la acción sagrada. Para comprobarlo, basta revisar el texto latino del misal reformado y compararlo con las traducciones a alguno de los idiomas más hablados del mundo. Este simple ejercicio demuestra las diferencias de sentido que hay entre uno y otro (en español señaladamente notoria es aquella del Gloria y el Credo), y no hay que ser versado en la filosofía de Wittgenstein para saber cuánto importa la palabra correcta para describir la naturaleza de las cosas.  

Queda, empero, un tema preterido tras el acucioso trabajo de Dom Alberto Soria OSB, pues el lector avisado no dejará de preguntarse cuál es, a fin de cuentas, la mejor manera de atención pastoral para los fieles que desean vivir su fe conforme a la forma extraordinaria del rito romano. Pese a lo que en principio pudiese creerse, el espíritu de Summorum Pontificum apunta hacia soluciones basadas en estructuras ordinarias de la Iglesia, vale decir, que los fieles que se sienten atraídos por la forma extraordinaria no padezcan la exclusión del resto de la comunidad y se integren a ella como parte activa[1]. Basta recordar que uno de los fines de este documento es restablecer la unidad dentro de la Iglesia, y no sólo mostrar el tesoro litúrgico precipitado durante siglos. En otras palabras, si bien la atención de esos fieles a través de parroquias personales o grupos similares como lo que sostienen la Federación Internacional Una Voce es una buena solución, y de ellas hay ya un número considerable constituidas sobre todo en Europa y Estados Unidos, no es la manera óptima de vivir la lex orandi de la Iglesia. Para que exista una efectiva concordia en la Iglesia, donde todos sean un solo corazón y una sola alma, aunque respetando la pluralidad de crismas con los que el Espíritu Santo quiere enriquecer la vida de fe, la forma extraordinaria debe engarzar en la vida parroquial de cada diócesis, pues sólo así es posible asegurar la unidad del rito manifestado en dos formas complementarias y restablecer la comunión eclesial. Cada vez hay más sacerdotes con formación en la liturgia tradicional, y las iniciativas en ese sentido abundan, por lo que basta que comiencen a animarse y a celebrar en sus respectivas parroquias.  Ello contribuirá sin duda a normalizar la situación de la Misa tradicional, que debe verse como algo normal y cotidiano. Por eso, qué alegría dar ver que a ella asisten tantos jóvenes y familias que comienzan el camino, porque demuestra que la vida de comunidad está funcionando. 


Procesión del Domingo de Ramos 2016 en Saint-Martin de Bréthencourt, Francia, cuyo apostolado está confiado a la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro



[1] Landete Casas, «La atención pastoral de los fieles tradicionalistas…», cit., p. 191.

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