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viernes, 1 de julio de 2016

El año litúrgico (I): el Ciclo Temporal

El año litúrgico (llamado también ciclo litúrgico, año cristiano o año del Señor) es el nombre que recibe la organización de los diversos tiempos y solemnidades que se suceden anualmente en la Iglesia católica, como forma de celebrar la historia de la Salvación. No se tratan de fechas exactas, sino simplemente una sacralización del curso de las estaciones y una composición cíclica para que en un período de tiempo equivalente a un año pueda englobarse la historia de nuestra fe. La razón es que esta cronología no coincide con el calendario en uso, pues se fija a partir del ciclo lunar. Conforme a él se establece la Semana Santa, que constituye el centro de la celebración de los misterios cristianos, y de la cual dependen otras fiestas móviles (Miércoles de Ceniza, la Ascensión del Señor, Pentecostés y, en el calendario reformado, la Fiesta de Cristo Rey). 

La Pascua, centro de todo el año cristiano, se celebra siempre el domingo después del día 14° de la luna de marzo. Si la luna fuese llena antes del 21, la luna pascual será la siguiente, de suerte que a veces puede haber la diferencia de un mes, y así la Pascua se celebra entre el 22 de marzo y el 25 de abril de cada año.  La Navidad, en cambio, que es la otra gran fiesta del año litúrgico, se celebra el 25 de diciembre, día en que los romanos festejaban el nacimiento del sol invicto (Natalis Solis Invicti), por su cercanía con el solsticio de verano en el hemisferio norte. 

El año litúrgico comienza el primer Domingo de Adviento y concluye el sábado que sigue al Domingo último después de Pentecostés. Se compone de estaciones o tiempos litúrgicos, llamados Ciclo Temporal o Propio del tiempo. Su propósito es mostrarnos a Nuestro Señor en el marco tradicional de los grandes misterios de nuestra religión. Simultáneamente con este Ciclo se desenvuelve otro secundario, llamado Ciclo Santoral o Propio de Santos, que se compone de todas las fiestas de las almas santas que Dios asoció a Jesús en su obra de Redención.  Después de la reforma litúrgica posconciliar, existen tres ciclos de lecturas para los Domingos (Ciclos A, B y C) y dos para los días de semana (año par y año impar). Hasta entonces no existía más que un mismo grupo de lecturas que se repetía año tras año, facilitando su memorización por los fieles.  

El Ciclo Temporal está dividido en dos partes: el Ciclo de Navidad y el Ciclo Pascual. Ambos se dividen a su vez en un Tiempo antes, durante y después de esta dos grandes Fiestas centrales, los que tienen por finalidad preparar el alma, hacérselas celebrar solemnemente y prolongarlas durante varias semanas. 


El Ciclo de Navidad o de la Encarnación

El Ciclo de Navidad está integrado por tres tiempos, siendo el principal de ellos el que celebra en Nacimiento de Jesús en Belén y con ello la Venida del Mesías al mundo.  

1°. El Tiempo de Adviento. 

Es un período de cuatro semanas que precede a la Navidad. Dada la inminencia de esta fiesta, se trata de un tiempo de espera para el nacimiento de Dios en el mundo. La importancia de ese acontecimiento exige una preparación espiritual adecuada y por eso el Adviento es un tiempo de conversión y de oración para comprometernos con Cristo y esperarlo con alegría. Durante estas semanas, la Iglesia nos hace aspirar con los Patriarcas y los Profetas la venida de Cristo encarnado. Como la determinación del tiempo lo marca el día de Navidad, los cuatro domingos previos caen en fechas distintas según los años. Su color es el morado, símbolo penitencial (véase aquí lo dicho sobre los colores litúrgicos). La III Domínica de Adviento, llamada de Gaudete, constituye un remanso en este camino y permite pregustar la alegría de la Navidad. 

2°. El Tiempo de Navidad. 

Comienza el 25 de diciembre, cuando se conmemora la natividad de Jesús en Belén. Este tiempo se extiende hasta la fiesta de la Epifanía (6 de enero) y nos pone a la vista el nacimiento del Verbo Encarnado, que se produce entre nosotros, y su posterior Epifanía o manifestación al mundo, comprendiendo judíos y gentiles por igual. El color es el blanco, símbolo de gozo (véase aquí lo dicho sobre los colores litúrgicos).

3°. El Tiempo después de la Epifanía. 

Cuenta de dos a seis semanas a partir del 6 de enero, nos recuerda la vida oculta de Cristo en Nazaret y nos manifiesta su divinidad. Dependiendo de la fecha en que comience el Ciclo Pascual, los restantes Domingos del tiempo después de la Epifanía se agregan al final del Tiempo después de Pentecostés, intercalándolas entre la Domínica XXIII y la XXIV. Su color es el verde, que simboliza la esperanza de la Iglesia militante (véase aquí lo dicho sobre los colores litúrgicos). 

Ciclo Pascual o de la Redención
  
Dependiendo de la luna pascual, este ciclo empieza entre el 18 de enero y el 22 de febrero y concluye cuatro semanas antes de Navidad, con el Adviento.  

1°. La preparación de la Semana Santa. 

La gran Fiesta de la Pascua viene preparada por nueves semanas previas, las cuales se dividen en tres tiempos: 


(a) El Tiempo de Septuagésima. 

Durante tres semanas, este tiempo nos asocia a la vida pública de Jesús, y la Cuaresma, que le sigue, nos da toda una síntesis de la misma. Comienza el tercer domingo antes del Miércoles de Cenizas. Simbólicamente, estos setenta días corresponden a los setenta años de cautividad del pueblo judío en Babilonia. Dentro del simbolismo bíblico y litúrgico, Babilonia representa la ciudad terrestre corrompida, que se opone a Jerusalén, la ciudad de Dios. Dicha cautividad representa, por tanto, un tiempo de prueba, de dificultades y de lucha contra la tentación y el pecado. Su color es el morado (véase aquí lo dicho sobre los colores litúrgicos). Sobre la Septuagésima hemos tratado en dos entradas anteriores (véase aquí y aquí). 

(b) El Tiempo de Cuaresma. 

Tomando como referencia los cuarenta días que Cristo pasó en el desierto para prepararse para su vida pública, la Cuaresma representa el ayuno al que Nuestro Señor voluntariamente se sometió y nos hace partícipes de él. Por eso comienza con el Miércoles de Ceniza, donde la liturgia nos llama a recordar, con el sacramental de la imposición de las cenizas, nuestra fragilidad y origen. Ese día es también de ayuno y abstinencia (canon 1251 CIC). De acuerdo con la Conferencia Episcopal Chilena, todos los viernes de Cuaresma son días penitenciales (véase aquí la carta con las normas sobre penitencia vigentes en el país). El color de este tiempo es el morado (véase aquí lo dicho sobre los colores litúrgicos), pudiendo reemplazarse por el rosa para la IV Domínica llamada de Laetare

(c) El Tiempo de Pasión. 

Este tiempo comprende las dos últimas semanas de Cuaresma, para mostrarnos durante quince días los últimos dolores de Jesús y su agonía en la cruz, a fin de que muramos con Él a nuestros pecados. Los ornamentos son morados, salvo para la procesión del II Domingo de Pasión o Dominca in Palmis (véase aquí una galería fotográfica).  


2°. El Tiempo Pascual.

Este tiempo nos hace participar de la mayor de las fiestas de todo el año cristiano: la Pascua y su octava privilegiada. En ella nuestra alma resucita con Cristo (Domingo de Gloria), vive con Jesús que instituye la Iglesia (Pentecostés) y sube a los Cielos para reinar a la derecha del Padre (Ascensión). La fiesta de Pentecostés cierra este tiempo con el recuerdo de la venida del Espíritu Santo a las almas. El color depende de las fiestas y los misterios que se celebran. A partir del Domingo de Gloria, los ornamentos son blancos, y rojos para Pentecostés y su octava (véase aquí lo dicho sobre los colores litúrgicos).

3°. El Tiempo después de Pentecostés.

Durante este tiempo, que dura entre 24 y 28 semanas, la Iglesia nos va mostrando los abundantes frutos de santidad que el Espíritu Santo y el Santísimo Sacramento producen en el Pueblo de Dios y en sus santos hasta el final del mundo, época que se nos recuerda el último Domingo después de Pentecostés. Por eso, su color es el verde (véase aquí lo dicho sobre los colores litúrgicos).

La variable extensión de este tiempo se explica una vez más por el ciclo lunar. Como la Fiesta de Pascua es movible, pudiendo caer entre el 22 de marzo y el 25 de abril, sucede que, cuando viene pronto, el Tiempo después de Pentescostés tiene 24 semanas, y cuando viene tarde, a lo más 28. Por consiguiente, cuando hay más de 24 Domingos después de Pentecostés, como no existen más que formularios para esas 24 Misas, se toman después del XXIII (por lo que respecta a Oraciones, Epístola y Evangelio) las Misas de los Domingos que se hubieron de suprimir después de Epifanía, comenzando por la última de ellas (VI Domingo después de Epifanía). En tales casos, el Introito, Gradual, Aleluya, Ofertorio y Comunión son siempre los del XXIII Domingo después de Pentecostés. 

Tras la reforma litúrgica posconciliar, este tiempo se denomina ordinario y concluye con la Solemnidad de Cristo Rey. En el calendario tradicional, esta fiesta se celebra el último domingo de octubre, según fue establecida por el papa Pío XI, como anticipo de la Fiesta de Todos los Santos con que comienza el mes de noviembre. 

 Hans Memling, El juicio final (detalle)

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