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sábado, 21 de enero de 2017

Benedicto XVI: últimas conversaciones (II)

Les ofrecemos en esta entrada la segunda parte de la selección de preguntas y respuestas tomada del último libro de entrevista de Peter Seewald con el Papa emérito Benedicto XVI. Se trata, como decíamos en la presentación de la primera entrada, de un sincero homenaje a nuestra Asociación a quien permitió que la liturgia tradicional de la Iglesia pudiese volver a ser celebrada libremente por cualquier sacerdote. Este año, el III Congreso Summorum Pontificum de Santiago de Chile estará dedicado a celebrar el décimo aniversario del motu propio de igual nombre.

 S.S. Benedicto XVI junto a Peter Seewald
(Foto: Ignatius Press)

***

Benedicto XIV: últimas conversaciones

Peter Seewald

Un temprano cambio [de su pontificado] fue la sustitución de Piero Marini por Guido Marini como maestro de ceremonias. Este reemplazo se interpretó en el sentido de que Ud. quería imprimir otra forma a las celebraciones papales.

No, Piero era y sigue siendo un hombre muy bueno. Es cierto que en la liturgia es más progresista que yo, aunque eso no importa. Pero él mimo opinaba que había llegado el momento de dar por concluidos sus servicios en esa parcela. Y así resultó que a Marini I le sucedió Marini II.

Sin embargo, Ud. usaba una férula papal (o cruz del pescador) distinta de la de su predecesor, añadió a la desnuda sotana blanca la muceta roja y daba la comunión en la boca. Según sus críticos, todo esto no era sino una «recuperación de ritos litúrgicos del pasado». ¿Lo era?

No. Yo me alegro de la reforma del concilio allí donde ha sido asumida de forma sincera y buena, en su auténtica esencia. Sin embargo, también hubo muchas arbitrariedades y destrucciones, a las que había que poner coto. La liturgia en la basílica San Pedro siempre había sido buena e intentamos seguir haciéndolo así. La comunión en la boca no está prescrita, yo siempre le he dado indistintamente de las dos formas.

Pero puesto que en la plaza de San Pedro hay tantas personas que pueden malinterpretar esto y que, por ejemplo, se guardan la hostia, me pareció que dar la comunión en la boca podía ser una señal muy adecuada. ¿Qué esto habría tenido un efecto en cierto modo restauracionista? Debo  decir en general que estas categorías de lo antiguo y lo nuevo no son aplicables a la liturgia. Las Iglesias de Oriente hablan sin más de liturgia divina, que no la hacemos nosotros, sino que nos es regalada. Para caracterizar la liturgia occidental, J. A. Jungmann acuñó la expresión «liturgia devenida» [gewordene Liturgie]. Con ello, el gran liturgista alude a la marcada conciencia histórica de Occidente, que ve en la liturgia crecimiento y maduración, declive y renovación, pero en ello percibe asimismo la continuidad de lo que nos viene dado por el Señor y por la Tradición apostólica. Desde esta conciencia he celebrado yo la liturgia.

[…]


S.S. Benedicto XVI revestido para celebrar la Santa Misa junto a Mons. Guido Marini

Después de que Ud., con motu proprio Summorum Pontificum, facilitara el acceso a la antigua Misa en latín, estalló un debate sobre la oración del oficio de Viernes Santo por la conversión de los judíos. Luego, en febrero de 2008 dispuso Ud. que se sustituyera ese texto por una nueva formulación. ¿No podría haberse evitado la polémica?

Eso fue orquestado en Alemania por teólogos no amigos. Las cosas son así: conocemos la nueva oración del Viernes Santo y es aceptada por todos. Pero entretanto habíamos acogido en la Iglesia, ya en tiempos de Juan Pablo II, a algunos grupos con liturgias antiguas, por ejemplo, la Fraternidad Sacerdotal San Pedro. Así pues, había ya muchas comunidades religiosas, muchas comunidades de fe, que celebraban la liturgia antigua. Y en concreto la antigua liturgia del Viernes Santo, que realmente no podía aceptarse en aquella forma. Y aún me asombro de que no se hubiere hecho nada contra ello.

Yo consideraba que eso no podía dejarse así, que también los partidarios de la liturgia antigua debían cambiar este punto. De ahí que hubiera que elaborar la oración de un modo tal que encajara en el estilo intelectual de la antigua liturgia, pero que al mismo tiempo estuviera en consonancia con nuestros conocimientos actuales sobre el judaísmo y el cristianismo. Esta renovada oración del Viernes Santo consta, como todas las oraciones del Viernes Santo, de dos partes: una invitación a la oración y el ruego propiamente dicho. La invitación a la oración la tomé a la letra de las preces de la Liturgia de las horas. Y la petición la formulé a partir de textos de la Escritura. En ella no se contiene nada, absolutamente nada que justifique los reproches que una y otra vez se me lanzan en Alemania.

Todavía estoy contento de haber conseguido cambiar positivamente la liturgia antigua en este punto. Retirar esta nueva formulación del texto, como una y otra vez se reclama, significaría tener que volver a rezar el antiguo e inaceptable texto que habla de los perfidi Iudaei [Nota de la Redacción: véase lo que se dice en esta entrada al respecto]. Pero determinadas personas en Alemania intentaron desde el principio derribarme. Sabían que la forma más fácil sería sirviéndose de polémicas relacionadas con Israel y por eso montaron esa mentira de que ahí se decía Dios sabe qué cosas. He de decir que eso me parece mezquino. Hasta entonces se había rezado la antigua petición; y yo la  reemplacé, para el círculo de quienes celebraban la liturgia antigua, por otra mejor. Pero esas personas a las que aludo no querían que esto se entendiera.

[…]

 Liturgia tradicional de Viernes Santo en el seminario de la FSSP en Denton, Nebraska (EE.UU.)

Una pregunta sobre la reautorización de la Misa tridentina: este esfuerzo tuvo algo titubeante. ¿Se debió a las resistencias dentro de la propia Iglesia?

Sin duda, porque existe, por una parte, el miedo a una restauración y luego, por otra, gente que entiende equivocadamente la reforma. No se trata de que ahora haya otra Misa. Son dos modos de celebrarla ritualmente, pero que forman parte de un rito básico.

Siempre he dicho y sigo diciendo que es importante que cuanto en la Iglesia antes era lo más sagrado para las personas no se convierta de repente en algo prohibido. No puede ser que una sociedad prohíba lo que antes consideraba esencial. La identidad interior del otro debe permanecer visible. De ahí que para mí no se trataba de consideraciones tácticas y Dios sabe qué, sino de la reconciliación interior de la Iglesia consigo misma.

La reautorización de la antigua Misa se interpreta con frecuencia sobre todo como una concesión a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X.

¡Eso es absolutamente falso! Para mí era importante que la Iglesia estuviera en armonía consigo misma, con su propio pasado. Que lo que antes era sagrado para ella no se considerara ahora algo erróneo. El rito no puede sino evolucionar. En este sentido, la reforma era conveniente. Pero no se puede quebrar la identidad. La Fraternidad Sacerdotal de San Pío X se basa en que hay gente que tiene la sensación de que la Iglesia se ha negado a sí misma. Eso no puede ser. Pero, como ya he dicho, mi intención no era de naturaleza táctica; antes bien, lo que me preocupaba era el asunto en sí. Por supuesto, ese es también un punto en el que, en el momento en que se ve aflorar una escisión eclesial, el Papa está obligado a hacer lo posible por impedirla. De ello forma parte asimismo el intento de reintegrar a estas personas, si es posible, a la unidad de la Iglesia.

 Mons. Bernard Fellay, superior de la FSSPX, fotografiado junto a un retrato de S.S. Benedicto XVI

Como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe se quebaja Ud. del empobrecimiento y al uso de la liturgia. Al fin y al cabo, la liturgia es, a su juicio, el eje y quicio de la fe; de ella depende el futuro de la Iglesia. Si esto es así ¿por qué ha acontecido tan poco en este terreno? Ud. tenía todo el poder para obrar cambios.

Institucional y jurídicamente no se puede hacer tanto. Lo importante es que surja una visión interior de qué es la liturgia, de lo que realmente significa, que las personas lo aprendan desde dentro. Justo por ese motivo he escrito también libros al respecto. Por desgracia, todavía existen esas actitudes tensas de determinados grupos de supuestos especialistas que absolutizan sus teorías y no ven qué es lo esencial. Que no se trata de permitir jugueteos privados cualesquiera, sino de que la liturgia colme la Iglesia y sea celebrada desde dentro. Pero eso no se puede imponer por decreto.

Uno pensaría que el Papa tiene plenos poderes para ello, que puede hacer valer su autoridad.

No.

[…]

El caso Williamson puede considerarse en cierto modo como un punto de inflexión del pontificado. ¿Lo ve Ud. así también?

Desencadenó, por supuesto, una enorme batalla propagandística contra mí. Mis adversarios tenían por fin argumentos para decir: este no sirve, no es la persona idónea para el cargo. En ese sentido, fue un periodo de oscuridad, un tiempo difícil. Pero la gente comprendió luego que yo realmente no había sido informado

¿Es cierto que no hubo consecuencias de orden personal?

No, no lo es. Hubo consecuencias, por cuanto reorganicé de arriba abajo la comisión Ecclesia Dei, que era la que tenía la competencia en este asunto. El caso Williamson me hizo ver que no funcionaba adecuadamente.

¿No fue Ud. ahí demasiado blando?

A mi juicio, la culpa la tenía solo esta comisión. Y la reestructuré a fondo.

[…]

 Mons. Richard Williamson

¿[Usted calificaría su pontificado como] Reformador o conservador?

Siempre es preciso hacer ambas cosas. Hay que renovar, por lo que he intentado abrir camino hacia delante desde una reflexión moderna sobre la fe. Al mismo tiempo se necesita también continuidad; es importante no permitir que se desgarre la fe, que se quebrante.


Nota de la Redacción: Los textos reproducidos en esta y la entrada anterior están tomados de Seewald, P., Benedicto XVI: últimas conversaciones, trad. de Rosa Pilar Blanco, Viscaya, Mensajero, 2016, pp. 46, 72, 87, 101, 120, 121, 167, 181, 215, 217-218, 238-241, 244-245, 248-250, 274-275 y 287.

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