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martes, 28 de febrero de 2017

A propósito de unas posibles "mejoras" a la forma extraordinaria (II)

Luego de publicar una refutación del Prof. Peter Kwasniewski a las propuestas del P. Stravinskas para, a su juicio, "mejorar" la llamada forma extraordinaria del rito romano (Usus antiquior) con elementos provenientes de la forma ordinaria (Novus Ordo Missae), publicamos un artículo de William Riccio, también aparecido en New Liturgical Movement, en el cual, en un tono principalmente testimonial, muestra cómo las sugerencias del P. Stravinskas no contienen nada nuevo: son las las añejas ideas de los liturgistas progresistas de los '60 que condujeron a las desastrosas reformas al ordinario de la Misa de 1965 y 1967, las que pavimentaron el camino hacia la instauración del Novus Ordo. El autor pone especial énfasis en mostrar como esas reformas tuvieron prontamente, pese a las intenciones manifestadas por los reformadores, un efecto catastrófico en la asistencia a Misa y en la devoción de los fieles.  El original, en inglés, puede leerse aquí.


Misa tradicional conforme al Misal de 1962 en la Catedral de Notre-Dame de París (2008)
(Foto: Liturgy Guy)

***

¿Volver al futuro? ¡No, gracias, ya he estado en él!


William Riccio


El Catholic World Report probablemente no previó las reacciones que iba a suscitar cuando publicó un artículo del P. Peter Stravinskas titulado “Cómo la forma ordinaria de la Misa puede “enriquecer” la forma extraordinaria”. La sección “comentarios” todavía recibe respuestas a las opiniones emitidas en ese texto.

Mi reacción inmediata apenas lo leí fue: “¿Acaso no hemos estado ahí antes?”. De hecho, cuando se analiza las alteraciones que sugiere el P. Stravinskas, ellas ya han sido llevadas a cabo. El período de siete años anteriores a la implementación de la llamada Missa Normativa, que se convirtió en el Novus Ordo Missae, ya realizó muchas de esas alteraciones.

Como a alguien que vivió durante aquellas turbulencias (y eso es lo que fueron) desde 1963 a 1970, la lista enumerada por el P. Stravinskas me pareció algo así como regresar a cierto lugar que ya se ha visitado y al que no se quiere volver. 

  Las cosas como estaban alrededor de 1965
(Foto del artículo original)

Ellas me traen a la memoria un caleidoscopio de cambios, aparentemente interminables, en la liturgia, de confusión y, al cabo, de ruptura con lo previamente existente. Tal fue mi experiencia durante aquellos años. Y, como quien ha luchado durante la mayor parte de su vida adulta por ver la restauración de la Misa tradicional, me preocupan por los intentos de injertar partes de la forma ordinaria en la forma extraordinaria.

Por cierto, los cambios en la liturgia comenzaron en la década de 1950, con la revisión de la Semana Santa y la primera simplificación de las rúbricas en 1955. Una simplificación adicional tuvo lugar en 1961, que condujo a la publicación del Misal de 1962. Tales cambios prepararon, de diversos modos, el escenario para lo que habría de venir después, y los cambios subsiguientes fueron los más impactantes, especialmente después de Sacrosanctum Concilium.

El Misal de 1962 duró, en realidad, poco más de un año. En 1963 se promulgó cambios que truncaron las oraciones al pie del altar y eliminaron el Último Evangelio. Es interesante tener presente que, en poco más de siete años, pasamos desde Ultimos Evangelios especiales para ciertas fiestas, a supresión de todos los Ultimos Evangelios. También hubo cambios por los que varias partes de la Misa comenzaron a tener lugar desde el sitial del celebrante y no en el altar.

Pero todo esto no fue sino una nadería comparado con lo que sorprendió a los fieles que llegaron a la Misa del Primer Domingo de Adviento de 1965.

En aquellos años en que reinaba la confusión, yo era acólito. Mi parroquia de San Antonio, en New Haven, era administrada por los Padres scalabrinianos [Nota de la Redacción: se trata de los Misioneros de San Carlos Borromeo, fundada por el Beato Giovanni Battista Scalabrini (1839-1905), obispo de Piacenza, en 1887 para atender las necesidades de los inmigrantes italianos en el continente americano, apostolado que se extendió en 1967 a otros inmigrantes], quienes allí, al menos, estaban muy centrados en la liturgia. Para aquellos tiempos, se trataba de una buena liturgia parroquial. Usábamos el libro Our Parish Sings and Prays (“Nuestra parroquia ora y canta”), de St. John’s Collegeville, del cual cantábamos algunas Misas y del que aprendimos una buena cantidad de himnodia, buena especialmente para estudiantes de escuela. Naturalmente, tratándose de una parroquia scalabriniana, nos aprendimos algunas de las Misas del P. Carlo Rossini, miembro de la orden que era Director de Música de la Catedral de Pittsburgh. Todavía siento debilidad por la Missa Salve Regina. 


Misa conforme al Ordo de 1965
(Foto: Valor Crucis)

Aquel primer domingo de Adviento llegamos a la iglesia para encontrarnos con un altar portátil puesto delante del altar mayor. Se nos había preparado para esto por las monjas de la escuela, quienes nos dijeron que iba a tener lugar un gran acontecimiento, que la liturgia iba a ser más comprensible e iba a involucrarnos más en la celebración. Algunas palabras, como liturgia”, comenzaron a formar parte de nuestro lenguaje. No había que hablar más de “Misa”.

Pero las cosas no resultaron tan fáciles. Cuando uno da vuelta en ciento ochenta grados el altar, ocurren cosas extrañas: parece que se estuviera actuando frente a un espejo. Todo parece más o menos familiar, pero también muy diferente. Los sacerdotes en San Antonio tomaron esto deportivamente, pero creyeron que se trataba de un experimento y que se volvería a lo que funcionaba bien.

La siguiente historia, que cuento a menudo, es un buen ejemplo de lo que estaba ocurriendo en aquellos días. El P. Remegio Pigato era un simpático sacerdote, ex rector del seminario scalabriniano en Staten Island, culto, humilde y santo. Podía ser visto día tras día en el patio de la iglesia, caminando mientras leía su breviario. El P. Pigato dijo temprano la primera de las Misas del segundo domingo de Adviento, una semana después de que todo cambiara. Habíamos estado tratando de acostumbrarnos al nuevo orden, pero las cosas eran ahora diferentes. Los acólitos confundían el lado del Evangelio con el lado de la Epístola, y cambiar el libro se transformó en un problema. En esa ocasión el acólito encargado de trasladarlo lo tomó del altar que enfrentaba a los fieles, cruzó por delante de él , hizo la genuflexión y se detuvo confundido. No sabía qué hacer. Finalmente terminó depositando el libro en el lado del Evangelio, pero su confusión fue presenciada por todo el mundo.

El P. Pigato, que había celebrado durante toda esa semana y pudo ver a los acólitos hacer lo mismo, perdió la paciencia. “Señoras y señores”, dijo con su fuerte acento italiano, “les pido disculpas. No estamos diciendo la Misa de atrás para adelante”. Lo cual no hizo sino crear más confusión.

Pero las cosas no pararon aquí. Los introitos, las oraciones colecta, todo el Ordinario y el Padre Nuestro habían sido cambiados al inglés. Pero a partir del Prefacio, todo el Canon seguía en latín. 


Misa celebrada conforme al Ordo de 1965. En este caso, el sagrario se conserva todavía sobre el altar. Las sacras están directamente apoyadas sobre el altar
(Foto: Valor Crucis)

Se introdujo la Procesión del Ofertorio en la Misa, y un comentador leía un texto en que se nos explicaba qué venía a continuación. Añádase a esto la Oración de los Fieles y, de inmediato, el ethos entero había cambiado. Aunque se suponía que la Procesión del Ofertorio hacía presente las ofrendas de los fieles, no resultó ser sino otro acontecimiento realizado de modo muy burocrático que no añadía mucho a la solemnidad de la Misa. Al contrario, se la restaba. Era algo foráneo, que se ponía a sí mismo en el centro de la atención.

La Oración de los Fieles, en vez de ser algo de los fieles y para ellos, resultó ser un texto escrito al que se respondía repitiendo como loros “Señor, escucha nuestra oración” después de cada invocación. Ya comenzaba a verse que este nuevo cambio habría de introducir en la Misa algo que era muy ajeno al culto católico: la palabrería. Todo era dicho en voz alta.

A todo esto, se nos explicaba que, el darse vuelta los altares, iba a permitirnos ver lo que el sacerdote hacía. Eso fue verdad, pero las ceremonias fueron a la vez abreviadas en tal forma que no hacía falta ver lo que hacía el sacerdote. Con todo, el cambio sí alteró el foco, independientemente de cuán observante fuera el sacerdote: estar de cara al pueblo significó involucrar al pueblo. La custodia de la vista, que había sido siempre tan importante para el celebrante a fin de concentrarse en rezar la Misa, fue ahora echada por la borda y reemplazada por el diálogo. El último consuelo era que el Canon todavía se decía en latín. El sacerdote tenía que concentrarse durante la parte más importante de la Misa.

Se nos había dicho que el Canon, la más intraducible de las oraciones, no se diría jamás en vernáculo porque su significado era demasiado profundo. En 1967 se lo tradujo al vernáculo.

Mientras, se estaba suplantando la música sagrada. En algunas iglesias los fieles repetían monótonamente los Propios en inglés, en tanto que en la mayor parte de ellas cantaban en un estilo “adolescente-lánguido” o con himnos protestantes. Se reemplazó de inmediato los himnos católicos, con pocas excepciones. Estos cambios produjeron un efecto inmediato: la asistencia a Misa comenzó a caer en picada. Los fieles votaron con sus pies. La juventud, a la que se suponía que habrían de atraer la nueva música y los cambios litúrgicos, dijo “No gracias”. 



El "antes" (1964) y el "después" (1965) de una iglesia. Nótese el desmantelamiento de atrás del altar exento.
(Foto: Valor Crucis)


Junto con los cambios en la liturgia tuvo lugar una decadencia de la disciplina. Muchos sacerdotes en muchas iglesias comenzaron a decir a la gente que no se preocupara si no había asistido a Misa, que había un nuevo “espíritu del Concilio” que estaba acabando con la “rigidez” del pasado.

Agréguese a esto la abolición de la obligación de abstinencia los viernes y de otras normas de disciplina, y el asunto se volvió excesivo para mucha gente. Esto no era aquello con que se habían comprometido. Fue una anomalía que 1965 fuera un año significativo por la asistencia a Misa, por las conversiones, y por la cantidad de hombres y mujeres en los seminarios o en la vida religiosa. Un año después, al menos en New Haven, ya se comenzó a hablar de cerrar escuelas e iglesias, hasta tal punto se había derrumbado la asistencia a Misa.

Lo cambios habrían de continuar. Se hizo lugar a más y más vernáculo en la liturgia. A esto siguieron la comunión en la mano, el recibir la comunión de pie y la destrucción de los retablos, además de las Misas anticipadas los sábados. Finalmente, en 1970 se introdujo un nuevo Ordinario de la Misa, que fue incluso más sorprendente y más opuesto a lo que había existido antes. Para entonces, la asistencia a Misa en San Antonio y muchos otros lugares había caído a la mitad. La revolución de la segunda mitad de la década de 1960 había hecho dar un vuelvo a la sociedad. 


El entonces Arzobispo de Barcelona, Mons. Marcelo González Martín
(Foto: Valor Crucis)


Muchos de quienes defienden los cambios litúrgicos de aquella época dicen que parte del problema fue el surgimiento de una contracultura hacia fines de esa década, y que el declinar de la Iglesia se debió a esas fuerzas. Uno se pregunta si los cambios de 1965 y los posteriores no ayudaron a causar las turbulencias sociales de 1968. Es algo que hay que dejar a los historiadores.

El P. Stravinskas ha propuesto cosas que van mucho más allá de lo que tuvo lugar en 1965 y después. Sus opiniones son las mismas que expusieron los expertos en liturgia de aquella época. El problema de aquellos expertos fue que no eran párrocos: en su mayor parte eran profesores de universidad cuya experiencia pastoral era, en el mejor de los casos, limitada. Sus recetas para revivir la práctica católica y la liturgia han probado ser insuficientes.

Con la debida deferencia que merece el P. Stravinskas, sacerdote a quien conozco y respeto, lo que necesitamos es un período de paz litúrgica. Aunque podría añadirse algunas fiestas o permitirse algunos Prefacios, las alteraciones que el P. Stravinskas sugiere son un refrito de ideas que ya se implementó y que condujeron al Misal de Pablo VI. Yo ya he estado allí, lo he visto. No quiero volver al futuro. Ya he estado allí, y no es todo lo que se nos ha hecho creer que es.

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