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sábado, 18 de febrero de 2017

¿Debería la Misa reflejar la personalidad de un determinado Papa?

En varias ocasiones hemos insistido en un principio básico de la liturgia, que forma parte de su regulación jurídica: La liturgia debe ser algo independiente de los caprichos y gustos personales del celebrante o de la autoridad religiosa. La liturgia debe ser contemplada como algo que crece y se desarrolla de modo orgánico, ajeno a las inclinaciones de la individualidad; como algo dado y no como un artefacto alterable a voluntad. Relacionado con este tema, queremos ofrecerles la traducción de un artículo de Nicholas Senz publicado en The Catholic World Report el pasado 7 de febrero de 2017, donde el autor se pregunta si la Santa Misa debería reflejar en su rito la personalidad de un determinado Papa. El original puede verse aquí. La traducción ha sido preparada por la Redacción. 

El autor es Director de Educación Religiosa en la parroquia de Nuestra Señora del Carmen de Mill Valley, California (EE.UU.), y miembro del comité editorial de Catholic Stand, además de formador de catequistas para la diócesis de Sacramento, California. Nacido en Verboort, Oregon (EE.UU.), cuenta con grados de magíster en filosofía y teología otorgados por la Dominican School of Philosophy and Theology de Berkeley, California.

Nicholas Senz
(Foto: The Federalist)

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¿Debería la Misa reflejar la personalidad de un determinado Papa?

Nicholas Senz

El papa Francisco ha anunciado la creación de un comité para la revisión del documento Liturgiam Authenticam, que rige las traducciones litúrgicas. El P. Michael Ryan, de la Arquidiócesis de Seattle –uno de los principales opositores a la nueva traducción inglesa de la Misa, hecha según los principios establecidos por Liturgiam Authenticam- ha aplaudido esta noticia con gran alegría en un artículo publicado en el sitio web de la revista America [Nota de la Redacción: se trata de una publicación semanal de la orden jesuita en los EE.UU.]

El P. Ryan las emprende contra la nueva traducción con su acostumbrada batería, llamándola “Misal tieso, tristemente inadecuado, teológicamente limitado, pobre en poesía, rico en precisión”. Antes de seguir entrar en lo sustancial, hay que decir unas cuantas palabras para responder a esto.

Primero, estas quejas son en gran medida una cuestión de estética: lo que para uno es “tieso y sin vida”, para otro es “solemne, reverente y bello”. Hay que recordar también que “solemne” no quiere decir “sombrío” o “deprimente”, sino que es lo que explica C.S. Lewis en su Prefacio a El paraíso perdido:

“Esta cualidad puede ser entendida por quien realmente entienda el significado de la palabra “solempne usada en inglés medio, donde significa algo diferente, pero no totalmente diferente, de la palabra “solemn” del inglés moderno. Igual que “solemn”, ella se refiere a lo contrario de lo familiar, libre, fácil u ordinario. Pero, al contrario de lo que ocurre con “solemn”, no sugiere ni tristeza, ni opresión ni severidad. El baile, en el primer acto de Romeo y Julieta, es una “solemnidad”. La fiesta, al principio de Gawain y el Caballero Verde es algo muy próximo a una “solemnidad”. Una gran Misa de Mozart o Beethoven es una “solemnidad”, tanto en su regocijante Gloria como en su conmovedor “crucifixus est”. En este sentido, las fiestas son más solemnes que fastuosas. La Pascua es “solempne”, el Viernes Santo, no. Lo “solemne” es aquello que es festivo y que es, también, dignificado y ceremonial, una ocasión adecuada para la pompa. Y el hecho mismo de que “pomposo” sea hoy usado en un mal sentido da una idea del grado en que se ha perdido la vieja idea de “solemnidad”. (…) Sobre todo, hay que despojarse de la horrible idea, fruto de un muy común complejo de inferioridad, de que la pompa, en las ocasiones en que corresponde, tiene conexiones con la vanidad o el disimulo. (…) El hábito moderno de llevar a cabo cosas solemnes sin solemnidad no es prueba alguna de humildad, sino que comprueba, más bien, la incapacidad del transgresor de olvidarse de sí mismo en el rito y su tendencia a echar a perder para todos el placer del rito”.   

 C.S. Lewis
(Foto: Arthur Strong, 1947. Tomada de Wikimedia Commons)

En suma, el lenguaje “solemne” lo que nos recuerda es que lo que hacemos en la Misa no es una actividad igual que cualquier otra, sino que es una cosa santa, sagrada, literalmente “separada”.

Segundo, la objeción de que la gente no entiende ciertas palabras como “consustancial”, “oblación” o “regeneración”, sugiere que lo que ocurre en realidad es un problema distinto. Muchas décadas de pobre catequesis han conducido a que el lenguaje teológico del laico corriente esté atrofiado, por lo que algunos términos que antes eran comprendidos por todos resultan ahora misteriosos. Esto habla menos de la adecuación de las palabras mismas que del fracaso de la Iglesia en enseñar su significado. La gente podría aprender de nuevo su significado si se las usara y explicara. Deberíamos cuidarnos siempre de ésos que dudan de la capacidad de los demás, ya se trate de su capacidad de aprender o de comprender o de vivir una vida moral.

Un último aspecto curioso surge cuando el P. Ryan se queja del tenor de la nueva traducción que reemplaza a la antigua, y que “enfatiza el mérito en vez de la misericordia, el pecado en vez de la dignidad”. Primero, no hay oposición alguna entre mérito y misericordia. De hecho, es sólo por la misericordia de Dios, que nos regala su propia Vida y nos regenera (otra mala palabra), que podemos, en absoluto, merecer, cooperando con la gracia de Dios.

Pero el problema principal con esta crítica es más profundo, porque el P. Ryan habla aquí de diferencias sustanciales, no meramente estéticas. Pero no estamos aquí ante una cuestión de tono o de gustos, sino de lo que la oración en realidad dice: si ella habla de mérito, ¿no debiera ello reflejarse en el inglés que se emplea?

Lo que el P. Ryan sugiere aquí va mucho más allá de la traducción del texto latino universal. El P. Ryan no quiere simplemente expresar la esencia del latín de un modo inglés más contemporáneo, sino lo que quiere es cambiar el significado del texto latino mismo. Donde el latín habla de pecado, el P. Ryan quiere insertar referencias a nuestra dignidad. Esto equivale a que el sacerdote le pida a uno, en el confesionario, que hable de sus éxitos más que de sus pecados: esto es errar absolutamente el blanco, y demuestra un deseo no de traducir de nuevo el misal, sino simplemente de reescribirlo. La traducción no debiera ser usada como un caballo de Troya para introducir conceptos novedosos en la liturgia de la Iglesia.

Pero el peligro mayor de la propuesta del P. Ryan es el tipo de apoyo que dice tener su argumentación. Escribe, en efecto:

“Hay más que tomar en cuenta aquí, además de un estilo y una sintaxis y una teología muy cuestionable. Lo que hay que tomar en cuenta es el Papa Francisco y la época de transformaciones que ha inaugurado en la Iglesia, el aire fresco, la invitación al diálogo, la revisión de las prioridades, la búsqueda de la simplicidad. Y están también sus escritos, especialmente Evangelii Gaudium. Aunque el Papa no se concentra en la Misa o en el misal, habla del lenguaje, de la comunicación, de los modos de expresión y de la adaptación cultural, cosas todas que tienen significativas implicancias en el modo en que oramos.”

El papa Francisco señala la importancia de la simplicidad, de la claridad, de la franqueza y de la adaptación “al lenguaje de la gente, a fin de que pueda ser tocada por la palabra de Dios (…) y se puede compartir su vida” (n° 158). A la luz de esto, ¿cómo podríamos justificar el uso de palabras como “consustancial”, “conciliación”, “oblación” o “regeneración”?



El Papa Francisco inciensa el altar durante la celebración de la Misa de clausura de las celebraciones de los 800 años de la Orden de Predicadores, en la Basílica de San Juan de Letrán de Roma, el pasado 21 de enero
(Foto: CNS/Paul Haring)

El P. Ryan ejecuta aquí dos sutiles movidas. Primero, aplica las palabras del papa Francisco sobre la comunicación del mensaje evangélico a la cuestión de cómo debiera traducirse la Misa. Pero esta movida es ilegítima. Aunque la Misa misma es un medio primordial de comunicar el Evangelio, el modo de la liturgia misma es totalmente diferente del de una homilía, una conferencia o una conversación, debido a que la liturgia es, primera que nada, un acto de adoración, y es en el contexto de la Misa, en tanto que acto de culto, que su lenguaje debe ser entendido y evaluado. Para retomar el último argumento de C.S. Lewis que citábamos, la Misa no es una charla con un amigo, sino un acontecimiento más solemne, que requiere otro tipo de lenguaje. Lo que debiera analizarse es esto: ¿cómo debería ser el lenguaje litúrgico?

El P. Ryan implícitamente alega poder responder esta pregunta: al hablar del “movimiento de transformaciones” en la Iglesia, el P. Ryan sugiere que la personalidad y las preferencias del papa Francisco debieran ser el factor determinante en la forma y estilo de la liturgia. Lo dice posteriormente de modo brutal: “Los principios de Liturgiam Authenticam contradicen la visión que tiene el papa Francisco”. La cuestión, para el P. Ryan, no es si el documento de la Iglesia que rige las traducciones litúrgicas se basa en principios sólidos, o en ideas que corresponden a las tradiciones y a la teología de la Iglesia en estas materias, sino si refleja los rasgos característicos del Papa reinante. ¿Es esto lo que la liturgia debiera hacer?

Liturgiam Authenticam afirma ser una expresión genuina de los principios litúrgicos de la Iglesia y de sus tradiciones. La argumentación del P. Ryan realiza aquí un giro: en vez de decir “esto no es lo que me parece que la liturgia debe ser”, dice “esto no es lo que al papa Francisco le parece que la liturgia debe ser”; pero no plantea este argumento sobre la base de los comentarios efectivos del papa Francisco sobre la liturgia, sino de otras declaraciones más generales que el Papa ha hecho en otros contextos.

El argumento implícito del P. Ryan en estas cuestiones es una especie de ultramontanismo: “esto es lo que al papa Francisco le gusta, y esto es lo que debemos hacer porque él es el Papa”.  Pero no es éste el modo de enfocar un tema tan central para la fe como lo es la liturgia, la cual, según enseña el Concilio Vaticano II, tiene una función inherentemente didáctica o docente. La liturgia pertenece a toda la Iglesia a través del tiempo y del espacio, y no debe ser manipulada según los antojos de un determinado Papa.

 Vittore Carpaccio, Visión de San Agustín (1502, Scuola di San Giorgio degli Schiavoni, Venecia)

Para emplear una analogía, piénsese en el lugar que ocupan en nuestra fe los Padres de la Iglesia. Determinada cosa no es parte de la Sagrada Tradición sencillamente porque San Agustín o San Basilio son Padres y la sostuvieron sino que, más bien, se los venera como Padres debido a que expresaron tan bien la Tradición. Del mismo modo, nada es, o no debiera ser, parte integral de nuestra fe meramente porque concuerda con el estilo del Papa actual; por el contrario, es deber del Papa tomar las medidas para que sus palabras y acciones se conformen con la sustancia y las Tradiciones de la Fe. Imagínese el caos que significaría reformular el catolicismo para concordar con las características de cada pontífice a lo largo del tiempo. Imagínese la histeria del P. Ryan si, por ejemplo, el cardenal Burke o el cardenal Sarah llegaran a ser papas e impusieran su propia visión de lo que la liturgia de la Iglesia debe ser (visión a la que, podemos razonablemente suponer, el P. Ryan se opondría). Pero, si tal es el principio, habría que aplicarlo quienquiera sea que esté en el trono de Pedro, por lo que el P. Ryan no podría haber objetado en su momento si San Juan Pablo II hubiera aprobado Liturgiam Authenticam como lo que a él le gustaba. La verdad es que todo esto parece ser un intento del P. Ryan de usar la popularidad de la imagen del papa Francisco para proponer su propio programa. Esto es una movida política, no una movida pastoral, y tales movidas no tienen lugar en la Iglesia o en la liturgia de la Iglesia.

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