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domingo, 14 de mayo de 2017

Algunas objeciones contra la Misa tradicional

Son comunes las objeciones contra la Misa tradicional, las que siempre suelen compararla con la Misa reformada, que se juzga más cercana y participativa. Fuera de que el concepto de participación activa no es solamente externo, estas objeciones carecen de profundidad teológica y espiritual o bien pecan de historicismo, como si la pureza ritual estuviese por volver a unas supuestas fuentes (no siempre fácilmente contrastables por falta de registros) despreciando la evolución orgánica de casi dos milenios. 

En una entrada publicada por Religión en libertad en 2010, Marcelo Gómez se hacía cargo de manera sencilla y clara de los diez reparos más usuales que se hacen a la Misa tradicional. Les ofrecemos ahora, con algunos ajustes de redacción, ese texto. 

 (Foto: Father Wooley)

***

Diez objeciones a la Misa tradicional 

Marcelo Gómez

Tan grande es la confusión y falta de conocimiento sobre la Misa tradicional que hemos querido resumir en 10 puntos las objeciones más habituales que se oyen entre la gente. Nuestra esperanza es contribuir a la aclaración de ciertos puntos. Pero si los lectores solicitan otras puntualizaciones, estamos a disposición, lo mismo que abiertos a las correcciones de los doctos en el tema.

1) Fue abolida por el Concilio Vaticano II / el papa Pablo VI.

Primero, la liturgia tradicional del rito romano vigente durante 15 siglos no podría haber sido abolida. Tampoco había caído en desuso, porque era el rito más común de la Iglesia latina hasta 1969, dado que los otros están muy vinculados con tradiciones particulares de ciertas regiones. Esto lo acaba de confirmar nuevamente el Papa Benedicto XVI en su motu proprio Summorum Pontificum [2007].

Segundo, la Bula Quo Primum Tempore [1570], de San Pío V que canoniza la codificación del rito, la autoriza a perpetuidad. Así pues, en el número XII de sus prescripciones dice: "Así pues, que absolutamente a ninguno de los hombres le sea lícito quebrantar ni ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y prohibición. Más si alguien de atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo".

2) Fue una reforma del Concilio de Trento y del papa Pío V, equivalente al Vaticano II y al papa Pablo VI.

En sentido propio no fue una “reforma”, sino el ordenamiento y la codificación de la tradición litúrgica del rito romano. No se impuso por la fuerza y sólo se prohibieron los ritos particulares con menos de 200 años de antigüedad que abundaban bajo el nombre de “galicanos”.

El Concilio Vaticano II nunca mandó abolir el rito romano. En la práctica posconciliar se “fabricó un rito nuevo” y la iniciativa, tolerada por el Papa Pablo VI, es verdad, de realizar una prohibición “de facto” nació especialmente del celo antitradicional de Mons. Bugnini. Esta iniciativa tan a contrapelo de la tradición litúrgica motivó muchas objeciones, entre las que destaca el trabajo crítico de los Cardenales Bacci y Ottaviani.

Ya desde un principio el propio Papa Pablo VI vio la necesidad de escuchar el reclamo de los fieles católicos que pedían no se proscribiera de hecho la Misa tradicional y también de aclarar muchos errores litúrgicos a los que dicha reforma dio pie.

3) Es una liturgia muy europea, poco apta para misionar o para los pueblos del “tercer mundo”. Es una liturgia restringida a la mentalidad occidental latina.

El rito romano es el más amplio, ecléctico y tradicional de todos los que están en uso en la Santa Iglesia Universal. Ha tomado elementos de todas las tradiciones litúrgicas, por lo cual es la más antigua, la más universal y, además, la propia de la Sede universal petrina. Conserva formas de la liturgia griega en esta lengua o en latín, el riquísimo aporte de los salmos del Antiguo Testamento, tanto en el misal como en el oficio divino y el ritual sacramental. Inclusive muchos términos hebreos, como aleluya, amén, sabaoth, hosanna, y otros propios del leccionario.

Por otro lado, merced a la intensa labor misionera en América, Asia y África, es la más difundida en todo el mundo, donde ha sido aceptada sin resistencia.

4) El latín es incomprensible y aleja a los fieles de la celebración.

El latín es la lengua madre del castellano, francés, rumano, portugués, catalán, italiano, y tiene una fuerte influencia en el inglés y el alemán. Es una lengua con la que todos estamos familiarizados, y usamos muchas veces su léxico creyendo utilizar términos en inglés (super, index, lexicon, & (et), curricula, comfort, media, etcétera).

Los misales para fieles, además de ser extraordinarios instrumentos de devoción, hacen imposible que una persona medianamente instruida tenga dificultad para entender los textos de la ceremonia, o su sentido, puesto que las rúbricas no sólo son claras, sino que son estables, no cambian a gusto del celebrante.

Tanto la homilía como las lecturas de la Epístola y el Evangelio se realizan ritualmente en latín y luego se traducen a la lengua vernácula para los que no quieran usar misal.

Usualmente se edita una hoja volante con el propio de cada domingo (Introito, Colecta, Epístola, Gradual, Evangelio, Ofertorio, Comunión, Secreta y Poscomunión) en los lugares donde actualmente se celebra la Misa tridentina. Con una carilla el fiel puede tener a la mano lo que cambia domingo a domingo (el propio). En cambio, las partes fijas (el ordinario) rápidamente se aprenden de memoria, precisamente porque son “fijas”. Niños de primera comunión saben estas partes rezadas y hasta cantadas por haberlas oído rezar o cantar, casi sin ningún esfuerzo.

Finalmente, si aleja a los fieles, hemos de remitirnos a los hechos. Las comunidades de Misa tradicional crecen a un ritmo muy superior a la media de las de Misa nueva. No por nada el Papa [Benedicto XVI] la apoya con tanta insistencia su restauración.

5) En la Misa tridentina no se puede “participar”.

Primero hay que tener en claro de qué forma puede participar un seglar en la liturgia, conforme a las normas litúrgicas tradicionales.

Fuera del servicio de los laicos varones como monaguillos o la participación en la schola cantorum (coro), los seglares no intervienen en la ceremonia litúrgica. Participan de los diálogos litúrgicos con el sacerdote, las oraciones, las procesiones, el canto, la comunión… No parece poco. Queda claro que el sacerdocio que habilita a celebrar, leer o predicar es el ministerial y, por lo tanto, quienes no formen parte del clero –y según el grado de las órdenes recibidas- no “protagonizan” la liturgia.

Los fieles no administran la comunión, no la reciben en la mano (la Madre Teresa de Calcuta decía que el mayor mal de estos tiempos era recibir la comunión en la mano…). Van a Misa a adorar, pedir perdón, ofrecer espiritualmente la oblación junto con el sacerdote, a recibir sacramentalmente a Nuestro Señor Jesucristo, pedir gracias, sufragar con sus oraciones las almas del Purgatorio, pedir por los vivos, conmemorar al Papa y al obispo. En definitiva, van a adorar a Dios, santificarse y rezar por la santificación de los fieles y de los que no lo son.

 Misa tradicional en la catedral de San Patricio, Nueva York (EE.UU.)

6) Se descuida la enseñanza y el adoctrinamiento de los fieles, quitándole importancia a la "liturgia de la palabra".

La Misa no tiene por función adoctrinar a los fieles. Sólo una parte de ella se dedica a esto, hoy llamada “liturgia de la palabra” siguiendo la terminología de la nueva teología litúrgica. En el rito tradicional, esa parte se denomina “Misa de los catecúmenos”, es decir, de los que están siendo adoctrinados para recibir el bautismo.

No es posible olvidar la propedéutica litúrgica: primero el sacerdote reza oraciones al pie del altar. Principalmente salmos penitenciales, disponiendo el ánimo a la contrición del alma para poder celebrar los sagrados misterios. Recién cuando se ha hecho este acto penitencial, sube el celebrante al altar. La misma disposición deben guardar los fieles. Luego del último acto de contrición (rezo o canto en griego del Kyrie (Kyrie eleison, Christe eleison, Kyrie eleison), tres veces cada frase alternando con los fieles, comienza la parte dirigida principalmente a la instrucción en la doctrina, o parte docente propiamente dicha. Ahí están las lecturas y la homilía. Luego se reza la confesión de Fe, el Credo, y se da comienzo el ofertorio, o Misa propiamente dicha. Esta parte se dirige a nuestra Fe, convocándonos a la adoración del misterio.

La Iglesia nos invita a disponernos con humildad a la celebración, luego nos instruye, nos invita a confesar la fe y finalmente a contemplar y adorar el misterio de la Eucaristía. Muchísimos gestos y oraciones tienen por función implorar a Dios que sea propicio y aceptable, por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo y de sus santos, este ofrecimiento.

De modo que no se descuida la doctrina, sino que se gradúa según la importancia que tiene en el acto sacrificial. Otras actividades extralitúrgicas se dedican especialmente a la doctrina. Sin embargo, no perdamos de vista el carácter intrínsecamente didáctico de la liturgia que resume el antiguo apotegma: la ley de la oración es la ley de la fe (lex orandi, lex credendi). Eso que rezamos nos instruye en la Fe porque es lo que creemos.

7) El sacerdote desprecia a la asamblea, da la espalda a los fieles, realiza toda la ceremonia en el presbiterio.

El sacerdote se “orienta”, es decir, mira al oriente, hacia el Monte Calvario (como los musulmanes miran a La Meca, centro espiritual de su religión). Normalmente la Misa debe celebrarse sobre un altar (no una mesa) “orientado”. Este debe ser preferiblemente de piedra y, en caso que no pueda hacerse, al menos tener el ara o piedra de altar, lugar sobre la cual se realiza la consagración. Esta piedra está tiene dentro reliquias de santos mártires. Los altares son consagrados, porque simbolizan el cuerpo de Cristo. Por eso se los besa, se los incienza y se lo adorna y reverencia. Cuando el Santísimo está en el sagrario, se hace una genuflexión al pasar frente a él. Pero aún cuando no lo está, se hace una reverencia profunda ante el altar, porque es un lugar sagrado.

En medio del altar está el Sagrario, lugar de reserva de la Sagrada Eucaristía para su adoración y administración a los fieles. Es el Sancta Sanctorum, que viene de la tradición hebrea, el lugar donde sólo tiene acceso el sacerdote. En la liturgia oriental esta reserva es mucho mayor, llegando a cerrar el altar detrás de puertas (iconostasio) que únicamente se abren durante la consagración.

Por el costado derecho del altar (lado del Evangelio) una lámpara votiva que se alimenta de aceite arde en honor a Cristo y señala su presencia. Cuando el sagrario está cerrado y las sagradas formas no están expuestas, debe realizarse una genuflexión simple al pasar frente a él. Cuando está expuesto, ambas rodillas se doblan y se hace una reverencia profunda. Por eso también se persigna el católico al pasar frente a una iglesia, para dar señal de reverencia a Cristo sacramentado.

El altar está como mínimo a tres gradas sobre el nivel de los fieles, simbolizando el Gólgota y, a la vez, la jerarquía del cuerpo místico cuya Cabeza es Cristo mismo. Al altar sigue el presbiterio, es decir, el lugar de los clérigos o de los consagrados al servicio del altar. Durante la liturgia, salvo el servicio de los varones laicos como monaguillos, ningún otro seglar tiene función alguna.

De modo que los fieles no son los protagonistas puesto que no se trata de una conferencia, o reunión social, sino de un rito de adoración celebrado por el sacerdote, que es otro Cristo, pontífice entre Dios y los hombres. Pero en la “Misa de los catecúmenos” o cuando el rito impone saludar, bendecir, absolver, o dirigirse a los asistentes por medio de una homilía, etcétera, el sacerdote mira al pueblo fiel. La liturgia es una escuela de cortesía, jamás se dirige el sacerdote a los fieles sin mirarlos.

8) Las mujeres se ven forzadas a usar un velo en señal de sumisión.

El uso del velo en el templo es mandato apostólico de San Pablo a la mujer. El Apóstol de las gentes, que ha atestiguado muchas tradiciones litúrgicas, dice en su Epístola primera a los Corintios: “Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza del varón como el varón es la cabeza de la mujer y Dios lo es de Cristo. […] Por lo tanto, debe la mujer traer sobre la cabeza la divisa de la sujeción a la potestad, por respeto a los santos ángeles” (I Cor, 11, 4 y 10). Esta divisa es un velo, que en la tradición hispana ha dado lugar a la creación de magníficas mantillas, muy apreciadas por su belleza y arte. De hecho, la tradición se mantiene en los trajes de bodas de las novias.

9) Sólo se puede comulgar de rodillas y en la boca, no de pie ni en la mano.

Recordemos que en el Santísimo Sacramento está realmente presente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Hay presencia real, verdadera y sustancial. 

El modo de recibir la comunión es variable según los ritos. El romano tradicional lo ha establecido de rodillas, bajo la especie del pan (ácimo) en forma de delgada lámina para minimizar el riesgo de que las partículas caigan y a fin de que se facilite la manducación.

Por ese mismo motivo el sacerdote que ha consagrado mantiene los dedos índice y pulgar de la mano derecha juntos hasta la purificación posterior a la comunión de los fieles: para evitar que partículas de la forma consagrada caigan. Y por eso se coloca una patena o bandeja bajo el mentón del fiel al comulgar, a fin de recoger las partículas, en cada una de las cuales está entero el sacramento.

La comunión en la mano fue impuesta por la fuerza y luego indultada para Holanda por Pablo VI, donde se comenzó la práctica ilegal. Finalmente, de un modo irregular se impuso en muchos lugares donde no era ni requerida ni practicada. Hoy, curiosamente, en numerosas iglesias “prohíben” comulgar de rodillas y en la boca, cuando ésto es lo que manda y recomienda la Iglesia.

10) No se concelebra, desdeñando un signo de unidad y caridad entre el clero y los gestos de amor fraterno. Los sacerdotes celebran Misas privadas sin fieles.

En el rito tradicional no se concelebra salvo en las ordenaciones presbiteriales o en las consagraciones episcopales. Cuando dos o más sacerdotes concelebran, sólo se celebra una Misa. La concelebración reduce el número de Misas, las que, sean ya privadas o públicas, siempre tienen un valor infinito. ¿Hay mayor caridad que ofrecer el Santo Sacrificio? ¿Para que pide el Señor obreros en su mies, sino principalmente para ofrecer el Santo Sacrificio?

El monaguillo que sirve el altar representa al pueblo fiel. En la Misa privada, el diálogo ocurre entre el sacerdote y el pueblo, significado por ese monaguillo. Los fieles siempre están presentes de un modo espiritual.

 Sacerdote ofrece la Misa en un altar lateral asistido por un monje en el monasterio de Clearcreek, Oklahoma (EE.UU.)
(Foto: Vestal Morons)

Hay infinidad de signos rituales de caridad que se observan dentro de la sobriedad del rito. Por ejemplo, el saludo de paz, que viene de la tradición hebrea, se significa con una reverencia en que se juntan la cabezas de los clérigos mientras acercan sus manos a los hombros del saludado. El que comienza la ceremonia es el celebrante (no mero presidente) quien recibe la paz de Cristo mismo, a quien representa y en cuyo nombre la hace descender jerárquicamente a su diácono, subdiácono y clero y fieles.

Por el contrario, los usos del rito moderno nos privan de muchas gracias: las bendiciones que los sacerdotes reiteradamente dirigen al pueblo durante la ceremonia. El “asperges” de las Misas solemnes, donde el celebrante asperja con agua bendita a los fieles y al clero. La doble absolución (no sacramental) del sacerdote a los fieles después del sendos actos de contrición. La solemne bendición final. Las oraciones indulgenciadas (preces leoninas) que siguen a la Misa cuando estas son rezadas.

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