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jueves, 30 de noviembre de 2017

III Congreso Summorum Pontificum: homilía de cierre del Rvdo. Ángel Alfaro

Los participantes del III Congreso Summorum Pontificum de Santiago, el que tuvo lugar en julio pasado, nos manifestaron su interés de contar con transcripciones de aquello que escucharon durante el transcurso de éste, para así propiciar la reflexión particular sobre los importantes temas discutidos. Es por ello que comenzamos hoy con esta tarea, ofreciendo a continuación a nuestros lectores la homilía pronunciada el 29 de julio pasado, último día del Congreso, por el Rvdo. Ángel Alfaro, FSSP, sacerdote español residente en Colombia, durante la Misa solemne de clausura del Congreso. Esperamos en futuras entradas ofrecer la transcripción de la homilía pronunciada al día siguiente por el Rvdo. Alfaro, así como de las conferencias de los expositores.

Como bien lo recordarán nuestros lectores, el Rvdo. Ángel Alfaro nos acompañó generosamente durante el Congreso, tanto como expositor como celebrante de gran parte de las funciones litúrgicas que tuvieron lugar durante esos días. Manifestamos nuevamente nuestros cordiales agradecimientos al Rvdo. Alfaro, cuya visita sin duda causó honda impresión en los participantes del Congreso, y hacemos votos para que su admirable ministerio en Colombia continúe dando abundantes frutos, para mayor gloria de Dios y bien de las almas.

 El P. Alfaro durante la homilía de la Misa solemne de clausura del III Congreso Summorum Pontificum
(Foto: Asociación Litúrgica Magnificat)

***

Homilía pronunciada por el Rvdo. Ángel Alfaro, FSSP, el sábado 29 de julio de 2017 con ocasión de la clausura del III Congreso Summorum Pontificum de Santiago de Chile

Queridos hermanos:

Concluimos  el día de hoy el III Congreso Summorum Pontificum organizado por la Asociación Litúrgica Magnificat.

Es de agradecer a los organizadores de este encuentro la encomiable labor que vienen desempeñando al procurar estos espacios de reflexión y profundización tan necesarios para el afianzamiento de los principios de la fe y del sentir eclesial que nos han de caracterizar como católicos que somos.

Y concluimos estas jornadas de la mejor manera posible, con la celebración de la Santa Misa, gracias a la cual Cristo, origen y culmen de toda vida cristiana, se hace presente bajo las especies eucarísticas, involucrándonos en el misterio de la Cruz, haciéndonos partícipes del misterio eterno del cual provenimos y en cuya espera vivimos.

En el misterio de Cristo, perpetuado en el Santo Sacrificio del Altar, la gloria eterna de Dios y la condición actual del hombre entran en perfecta comunión. Este «divino comercio» entre Dios y el hombre, del cual depende su salvación, la Iglesia nos lo da a conocer, principalmente, a través de la liturgia.

En ninguna otra parte más que en la liturgia existe comentario más completo y más sencillo, y también más metódico y profundo de todas las maravillas que Dios ha obrado para santificarnos y salvarnos; en la liturgia tenemos la Revelación de lo más perfecto y más apropiado para la salvación de nuestras almas, una exposición que habla a los sentidos y penetra hasta lo más secreto del alma devota, dirá D. Columba Marmión.

La liturgia, de igual manera, viene a dar razón de la dimensión social del hombre y del principio rector hacia el cual, toda sociedad que se precie, debe orientar su mirada. El culto público de la Iglesia afirma y manifiesta públicamente el Primado que a Dios le corresponde en nuestras vidas y en todos los estamentos que conforman la estructura social,  y debemos proclamarlo con firmeza si queremos restituir el derecho divino y el orden moral en el seno de nuestras sociedades, cada vez más descristianizadas y desestructuradas. "Dios no ha muerto".

Recordemos el sueño  profético de San Juan Bosco, en el que vio claramente a la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, en una terrible tempestad en el mar, y al poco rato vio emerger dos columnas en medio del tumultuoso mar. Una columna era la Santísima Virgen María y la otra columna era la Sagrada Eucaristía. Para que la Barca de Pedro no se hundiera debería amarrarse firmemente la barca a esas dos columnas. Así se hizo en el sueño de Don Bosco y la Barca de Pedro se salvó.

Sea esta celebración de clausura del III Congreso Summorum Pontificum, una oportunidad para dar Gracias a Dios y encomendar la encomiable labor que la Asociación Litúrgica Magnificat desarrolla desde hace más de medio siglo por la promoción de la piedad eucarística a través de la liturgia tradicional.

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