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miércoles, 27 de diciembre de 2017

Las razones de la Misa diaria, por Hilaire Belloc

Hilaire Belloc (1870-1953) fue un prolífico escritor y destacado intelectual y apologista católico franco-británico. Nacido en Francia de padre francés y madre inglesa, emigró junto a su familia a Inglaterra siendo todavía un niño, luego de la temprana muerte de su padre, país donde transcurriría gran parte de su vida, nacionalizándose súbdito británico en 1902, pero conservando su nacionalidad francesa. Fue educado en el colegio del Oratorio en Birmingham, para después, tras haber prestado servicio militar en Francia, proseguir sus estudios en Balliol College, Oxford, de donde se graduó con honores. Durante sus estudios en Balliol fue presidente de la sociedad de debates de los alumnos de pregrado, la Oxford Union.

Hilaire Belloc, retrato de Emil Otto Hoppé (1915)

Para cortejar a quien sería luego su mujer, la norteamericana Elodie Hogan, a quien había conocido en 1890, Belloc, carente de recursos, caminó desde el Midwest norteamericano hasta California, donde Elodie residía, pagando su viaje con trabajos esporádicos y recitando poesía a lo largo del camino. Se casaron en 1896 y engendraron cinco hijos. Belloc compró una granja y una casa en Shipley, en Sussex Occidental (Inglaterra), donde vivió hasta poco antes de su muerte. La vida familiar no estuvo exenta de tragedias: primero murió su mujer de influenza, en 1914, luego de lo cual Belloc guardó luto por el resto de su vida, y después murió su hijo Louis en 1918 mientras prestaba servicio como aviador en el Norte de Francia durante la Primera Guerra Mundial.

Una gran desilusión en la vida de Belloc fue el no haber conseguido una plaza como académico en el All Souls College (Oxford) en 1895, probablemente por haber puesto durante la entrevista con la comisión una pequeña estatuilla de la Virgen María en la mesa delante de sí. Mucho después, en 1937, fue profesor visitante en la Universidad de Fordham (EE.UU.), pero la experiencia le resultó físicamente extenuante. Belloc tuvo también una breve carrera política, siendo miembro del Parlamento Británico en la legislatura de 1906-1910 por el Partido Liberal y representando al distrito de Salford South, logrando ser elegido pese al fuerte sentimiento anticatólico entonces imperante. Entre 1914 y 1920 tuvo su único trabajo estable, como editor del periódico Land and Water, viviendo el resto de su vida de sus escritos, pasando a menudo por estrecheces económicas.

Belloc sufrió una apoplejía en 1941, de la cual nunca se recuperó. Murió en una casa de reposo en Guilford, Surrey, luego de sufrir quemaduras y contusiones al tratar de poner leña en la chimenea en la casa de la granja donde vivía, su entrañable King's Land, en Sussex. En la Misa de Réquiem, Monseñor Ronald Knox dijo en la homilía que "ningún hombre de su tiempo luchó tanto por las buenas cosas". Sus restos descansan en el Santuario de Nuestra Señora de la Consolación y de San Francisco, en West Grinstead, Sussex Occidental.

Dentro de su inmensa producción, destaca su libro El camino de Roma (The Path to Rome, 1902), el cual era considerado por Belloc y por muchos críticos y lectores como su mejor obra. El libro relata su viaje a pie desde Toul (Francia) hasta Roma, cruzando los Alpes, cumpliendo un voto de ver, como lo manifestó el mismo Belloc, "toda la Europa que la Fe cristiana ha salvado". Intercaladas con el relato del viaje, se encuentran numerosas digresiones, que contribuyen al interés del libro. De este libro existen dos traducciones recientes, una de El Buey Mudo y otra de la Editorial Gaudete. 

A continuación publicamos para nuestros lectores un pequeño pasaje de este libro, referido a las razones para oír diariamente y por la mañana la Misa de siempre, esa que tanto gustaba a Leon Bloy, el que esperamos los anime a aventurarse a leer la obra completa, que no tiene desperdicio.

Seguidamente, les ofrecemos un fragmento tomado de un artículo escrito por Dom Philip Jebb (1932-2014), nieto de Belloc y que llegaría a ser monje de la Abadía de Downside y director de su colegio anejo, donde cuenta algunos recuerdos de su abuelo durante la Segunda Guerra Mundial y de la manera en que éste oía Misa. 

George Inness, Basílica de San Pedro (detalle, 1857)
(Imagen: Wikimedia Commons)

***

El camino de Roma

Hilaire Belloc

En el primer pueblo averigüé que ya había concluido la Misa, lo que me enojó considerablemente, porque ¿qué es una peregrinación en que no se oye Misa todas las mañanas? De cuantas cosas yo leyera de San Luis, haciéndome lamentar no haberle conocido y hablado, la que más me complacía era su costumbre de oír Misa diariamente según viajaba hacia el sur.

Pero el porqué ello me parece tan delicioso, es cosa que no acierto a explicar. Hay desde luego una gracia y una influencia inherentes a esa usanza, pero yo no hablo de esto ahora, sino de la grata sensación de orden y cosa cumplida que va aneja al día que uno inicia asistiendo a Misa. Tal sensación de consuelo yo la atribuyo a varias causas. (Verdad que arriba digo que no acierto con una explicación, más ¿qué importa?). Y esas causas son:

1) Que durante media hora al empezar el día está uno silencioso y recogido, olvidando cuidados, intereses y pasiones mientras repite un acto familiar. Esto, sin duda, es muy beneficioso y entonador para el organismo.

2) Que la Misa es un ritual minucioso y rápido. Y la fundación de todo ritual consiste en aliviar el ánimo de sus responsabilidades e iniciativas, concentrando la individualidad en sí misma, haciéndonos vivir sólo para nosotros durante el tiempo que la ceremonia dura. Así se experimenta un singular reposo tras el cual estoy seguro de que uno está más apto para la acción y el juicio

3) Que lo que nos rodea en la Misa nos inclina a pensamientos buenos y razonables, extinguiendo por el momento la comezón e inquietud de esa malhadada actividad que se agita en nosotros mismos y a la par recibimos del prójimo, y a la que cabe tener por verdadera fuente de todas las miserias humanas. De manera que el tiempo pasado en Misa es, en cierto modo, como descansar en el seno de una profunda y bien construida biblioteca, donde el ánimo se siente seguro contra toda turbación del mundo exterior.

4) Y la causa más importante del sentimiento que analizo es que uno hace lo que miles y miles de gentes han hecho durante miles de años. ¡Qué buena filosofía es esta, y cuánto más valdría que las personas ricas, en vez de gastar su influencia y dinero en ligas para promover tal o cual cosa, invirtiesen una y otro en convertir a la clase media, haciéndola seguir la vida ordinaria y tradicional de la raza! En verdad aseguro que, si yo tuviese autoridad, por ejemplo, durante unos treinta años, me ocuparía en atender a que las gentes pudieran seguir en todas las cosas sus instintos innatos, cazando, bebiendo, cantando, bailando, navegando y cavando; y quienes no lo hiciesen de grado serían compelidos a ello por fuerza.

 Adolph von Menzel, Primera Misa matutina en una iglesia de Salzburgo (1855)
(Imagen: Pinterest)

En la Misa de la mañana uno hace todo lo que la raza necesita hacer y ha hecho durante eras completas, en lo que a religión concierne. En la Misa tenemos la zona separada y sacra, el altar, el sacerdote revestido, el ritual canónico, la antigua y jerárquica lengua, y todo, en fin, cuanto la naturaleza humana pide a gritos en materia de adoración.

Estas consideraciones subrayarán lo muy decepcionado que me encontré al perder la Misa en la primera mañana de mi peregrinación.

***

Sobre la forma en que Hilaire Belloc oía Misa

 Dom Philip Jebb 

Y hay de cualquiera (generalmente algún soldado franco-canadiense despistado del campamento del bosque en torno al castillo de Kneep) que encontrase sentado en el banco de Elodie Belloc [su mujer] en la iglesia de [Nuestra Señora de la Consolación de] West Grinstead: sería expulsado con un golpe en las piernas de ese mismo bastón de endrino omnipresente. Después vendrían los crujidos, mientras se colocaba en su lugar para seguir la Misa con un inmenso misal romano (que debió utilizarse en algún momento sobre un altar), murmurando en voz muy baja las respuestas en esos días tridentinos cuando sólo los modernistas holandeses habrían soñado en una Misa dialogada. 

Interior de la Iglesia de Nuestra Señora de la Consolación, West Grinstead, Sussex, Inglaterra

Nota de la Redacción: El primer texto transcrito está tomado de Belloc, H., El camino de  Roma, trad. española, Madrid, El Buey Mudo, 2011, pp. 49-50. El segundo texto proviene de Jebb, P. "Hilaire Belloc as a Grandfather", Downside Review, vol. 88, núm. 293, 1970, y ha sido tomado de la versión que se ofrece en Pearce, J., El viejo trueno. Biografía de Hilaire Belloc, trad. de Bruno Moreno Ramos, Madrid, Palabra, 2016, p. 355.

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Actualización [30 de noviembre de 2018]: Esta entrada ha sido actualizada para incorporar el segundo texto que se ofrece sobre Belloc  y relativo a la manera en que oía Misa en la iglesia cercana a su querida King's Land. 

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