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jueves, 5 de abril de 2018

La sintonía entre los arreglos florales y la liturgia

Después de los rigores y austeridad predominantes durante el tiempo de Cuaresma y la Semana Santa, el Tiempo Pascual resulta una época señalada para reintroducir en los templos la práctica de colocar arreglos florales en el presbiterio y los altares. En efecto, junto con el retorno del sonido del órgano, el canto del Gloria y el Aleluya, entre otros, estos arreglos son una demostración externa del gozo del tiempo que vivimos, que nos recuerda la gloriosa Resurrección de Nuestro Señor, y la esperanza de nuestra propia resurrección. Es por esto que parece oportuno reseñar algunos principios orientadores para un buen y decoroso uso de esta práctica tan arraigada, tema que sólo hemos tratado tangencialmente a propósito de los accesorios del altar (el cual se puede consultar aquí).

Martin Schongauer: Madonna en el jardín de rosas
(Wikipedia Commons)

A continuación les ofrecemos una traducción del artículo "Accenting the Liturgical Rites: Thoughts on the Tasteful Arrangements of Flowers in Churches" del profesor Shawn R. Tribe, aparecido en el blog Liturgical Arts Journal (el cual se puede consultar aquí). El profesor Tribe gentilmente nos ha concedido su permiso para efectuar esta traducción, de manera que vayan nuestros agradecimientos a su persona. La traducción ha sido preparada por la Redacción. 

***


Acentuando los ritos litúrgicos: Consideraciones sobre arreglos florales de buen gusto en las iglesias
 
Shawn R. Tribe

Créditos: Michela Gobbi
(Liturgical Arts Journal)

Existen dos tiempos litúrgicos donde mi mente se vuelca sobre el asunto de los arreglos florales en nuestros presbiterios: en la Navidad y durante la Pascua. Esto no es para nada sorprendente, por cuanto aquellos son los dos momentos del año en que la mayoría de las parroquias en el orbe católico mantienen la práctica de esta maravillosa tradición. En cierta medida, esto resulta una pena al tratarse de una espléndida tradición, que merece una mayor ocurrencia.

Varias fiestas a lo largo del año litúrgico, fuera de la Navidad y la Pascua, se beneficiarían de esta práctica, incluso durante las estaciones de primavera y verano [Nota de la Redacción: el autor hace referencia a la primavera y verano del hemisferio norte, que ocurre fuera del tiempo de Navidad], y especialmente en aquellos períodos del año en el que las flores silvestres pueden ser utilizadas. Si se me permite una pequeña digresión sobre este punto: la práctica de utilizar flores locales no sólo hace a esta tradición asequible, sino que también creo que posee, en sí misma, un positivo simbolismo. Algo que era un objeto cotidiano en un campo o a la orilla del camino, repentinamente se redestina desde su humilde condición a convertirse en un ornamento festivo al servicio de la liturgia; por así decirlo, lo ordinario se convierte en extraordinario. Si esto no es una aguda simbología de la vida del cristiano, no sé qué otra cosa sería. La cosecha de estas flores puede incluso tomar la forma de un grato apostolado para la feligresía, en especial las familias.

En efecto, por ese lado sería negligente en no mencionar que esta práctica puede ser beneficiosa fuera de la misma liturgia y dentro del contexto de la iglesia doméstica, ya sea que esto implique colocar flores al costado de una imagen o en otro lugar. La vida espiritual de la familia debiera ser idealmente eco de la vida litúrgica de la iglesia y estar enraizada en lo mismo. Este sería otra forma de hacer eso, particularmente si esta práctica puede ser revitalizada en nuestras parroquias.

Sin embargo, existe una segunda razón por la cual mi atención se vuelve a esta cuestión en estos dos tiempos del año litúrgico. Desgraciadamente, una de las tendencias más comunes que presenciamos en Navidad y la Pascua es que, habitualmente, se le da prioridad a la cantidad por sobre la calidad. Los presbiterios tienden a saturarse de poinsettias [Nota de la Redacción: la flor de la Navidad], y lirios; pudiendo parecer a veces como si el altar estuviera siendo rezagado al fondo, perdido en un enjambre de flores. Este enfoque es uno de los que me gustaría poder decir que es más honrado en la inobservancia que en la observancia, pero los hechos son precisamente opuestos.

Ahora me gustaría ser claro: que los fieles y las parroquias pongan flores es positivo y valioso. Me alegra que lo hagan y debieran ser incentivados para hacerlo. Eso sí, como en todo, el gusto tiene que estar formado, y el arte de los arreglos florares litúrgicos tiene que ser aprendido. Como tal, lo que vea acá no es una oportunidad para criticar sino que una oportunidad para continuar mejorando y refinando esta práctica.

Entonces, ¿qué debiera guiar nuestras reflexiones?

El primer punto que debiera ser analizado es uno de principios. Los arreglos florales debieran acentuar lo litúrgico y no dominarlo. Cuando se utilizan muchas flores, el efecto es usualmente este último. Los altares son opacados y saturados. El ceremonial frecuentemente se vuelve complicado y el clero y los acólitos deben navegar alrededor de los arreglos florales. Con poco se puede llegar muy lejos, y unos pocos arreglos bien localizados pueden utilizarse para acentuar el altar y el presbiterio en vez de saturarlo.

El segundo elemento a considerar es el de la tradición. Generalmente, las plantas en macetero nunca se han puesto sobre altares, gradas, etcétera. Esto es tanto por lo práctico, ya que previene que se ensucie el altar y los lienzos, como por lo estético, ya que las flores en macetero se ven pesadas; las flores cortadas y puestas en floreros, por el contrario, se ven más refinadas, delicadas y elegantes.

La celebración versus populum evidentemente ha complicado esta cuestión, ya que la locación de los arreglos se volvió un problema. Ponerlos sobre un altar no es una opción en este caso (ni tampoco se encuentra necesariamente en línea con la Instrucción General del Misal Romano) así como tampoco recomendaría la práctica común de ubicarlos delante de dichos altares –para esto me refiero nuevamente al principio enunciado más arriba: el altar no debiera ser opacado o convertido en el fondo de algo más-. Qué hacer en estas circunstancias dependerá entonces de la arquitectura particular y de las posibilidades que ofrezca un determinado presbiterio, si nos encontramos en el contexto de una celebración versus populum. El caso de la celebración ad Orientem tiende a ser mucho más sencilla, independiente si el altar está exento o no, las rúbricas de usus antiquior parecieran no prohibir el colocar flores sobre el altar.

Teniendo en mente estas consideraciones, a continuación les ofrezco algunos lineamientos generales y consideraciones que podrían ser útiles para tomar esas decisiones al respecto.

Lineamientos y consideraciones

1. En los casos en que una iglesia preserve su altar mayor originar o sus retablos se encuentren en su lugar pero no se usen para la liturgia, sugeriría ubicar los arreglos en floreros en el mismo lugar donde se habrían ubicado en dicho altar como si este siguiera estando en uso. Esto es particularmente efectivo cuando el altar se encuentra próximo al nuevo altar exento. Esto no solo salva el problema de ubicar las flores en una liturgia versus populum, sino que también tiene el efecto positivo de hacer aparecer las flores al fondo, no así el altar.

2. En cuanto a la liturgia orientada de manera tradicional, la manera de proceder será ubicar las flores cortadas en floreros altos (idealmente un juego de floreros de bronce o, en su defecto, de vidrio), teniendo en cuenta que una cantidad moderada es casi siempre suficiente. No hay necesidad de atiborrar la iglesia o de llenar cada espacio imaginable con ellas. De nuevo, las flores acentúan. Como guía se puede utilizar el número de candelabros para determinar el número de arreglos florales, ubicando estos últimos entre aquéllos. Esto resultará en 2, 4 ó 6 arreglos, generalmente. Mi sugerencia es tomar el número de candelabros, restar dos, y eso resultará intuitivamente en el número de floreros. Excepciones pueden existir, por supuesto, dependiendo de factores como las gradas, el largo del altar, entre otras.
  
Aquí advertirán el uso de colores muy complementarios. Ver punto 5 infra
(Liturgical Arts Journal)

3. Se debe considerar las proporciones del altar y los candelabros. Las flores no deben aparecer ni muy grandes ni muy pequeñas, de modo que no parezca que dominan el altar y sus demás elementos o se vean tan pequeñas que parezcan un añadido de última hora.

Bien proporcionado
(Liturgical Arts Journal)

4. La simetría de los arreglos florales es importante. Un número igual de arreglos, de una misma altura, en cada lado del norte y sur litúrgico pareciera ser lo que mejor funciona. Cuatro arreglos florales parecieran funcionar particularmente bien en la mayoría de los altares mayores. Dos arreglos también pueden verse bien, pero con mayor dificultad, ya que se deberá compensar éstos, haciéndolos más grandes.


Simetría. Un tercio de la altura puede funcionar bien con candelabros muy altos
(Liturgical Arts Journal)

Dos arreglos grandes en lugar de cuatro pequeños, esto funcional particularmente bien en un caso como este en que hay más de una grada
(Liturgical Arts Journal)

Habitualmente veo arreglos florales ubicados en el medio, detrás o delante, de la cruz del altar o semejantes. Los insto a evitar esa tentación. Tener un solo arreglo ubicado sobre todo el resto del conjunto termina destruyendo la simetría y pareciendo fuera de lugar.
  
5. Los colores de los ornamentos sagrados y la decoración del presbiterio debe además ser considerado. En mi experiencia, los arreglos florales generalmente funcionan mejor cuando existe una correlación o complementariedad entre los colores litúrgicos usados en dicha iglesia (por ejemplo, para paramentos, frontales, diseño del altar, etcétera) y los colores de la decoración florar. Los colores complementarios pueden ser muy importantes para agregar algo de interés visual y hacer aparecer las flores como un acento festivo.


No es necesario usar un color para las flores, pero puede funcionar bien en iglesias que son muy coloridas
(Liturgical Arts Journal)

Este es un buen ejemplo de uso de colores complementarios. El color damasco de las flores combina particularmente bien con el dorado de los paramentos y el plateado de los candelabros
(Liturgical Arts Journal)

Como se señaló anteriormente, como aproximarse en esto en lo que respecta a la liturgia versus populum es un poco más desafiante, particularmente si no existe un altar orientado tradicionalmente detrás. Si bien puede ser más difícil establecer directrices generales en estos casos dado lo relacionado que se encuentra con las particularidades individuales de cada iglesia, no me cabe duda de que se pueda hacer, y que estos principios puedan ser aplicables en la mayoría de los casos. Invitaría a los lectores a enviar fotografías con ejemplos de lugares donde esto se ha logrado.

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