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martes, 19 de noviembre de 2019

Un cuento sobre dos leccionarios

Les presentamos a continuación otro interesante artículo del Dr. Peter Kwasniewski, en el cual compara el leccionario tradicional con el reformado, dejando en evidencia las notorias deficiencias de este último.

El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. 

 "Shakespeare resumido"

***

Un cuento sobre dos leccionarios: calidad versus cantidad

Peter Kwasniewski

Desde hace algunos años he investigado el leccionario revisado, que es uno de los puntos que a menudo se presenta como uno de los grandes logros de la reforma litúrgica. Una presentación más completa de mis conclusiones se publicó en las actas de Sacra Liturgia 2015, Liturgy in the Twenty-First Century (pp. 287-320), pero se puede encontrar algunas consideraciones adicionales en un capítulo de mi libro Resurgimiento en medio de la crisis, en el prólogo al libro de Matthew Hazell Index Lectionum, en el ensayo con que he contribuido a un texto próximo a publicarse de Emmaus Road[1], en mi artículo sobre la escandalosa omisión de 1 Cor 11, 27-29 en el leccionario revisado, y en mi artículo sobre la purga de los salmos en la Liturgia de las Horas. Hay que admitir que, a medida que uno profundiza en este tema, se encuentra con cosas cada vez más inquietantes.

En su libro, de provocativa lectura, Work of Human Hands, el Rvdo. Anthony Cekada sostiene que el nuevo leccionario “contiene más Escritura, pero menos del mensaje real de ésta”[2]. A primera vista tal cosa parece increíble. Después de todo, ¿acaso el enorme aumento de pasajes que se lee automáticamente en voz alta no significa que más contenido de la palabra de Dios tiene que hacerse presente?

Sin embargo, resulta sencillo ilustrar este punto del Rvdo. Cekada mediante una comparación.

Supongamos que un erudito editor desea publicar una colección de “textos clásicos de Shakespeare”, y se impone la condición de que el libro sea relativamente compacto. Un editor hábil, perfectamente familiarizado con las obras, recorrería las tragedias, las comedias, las historias y los romances del Bardo, seleccionando algunos discursos célebres y algunos personajes favoritos, junto con algunos pocos otros pasajes menos conocidos, extraños, oscuros, curiosos o líricos. Aunque se decida incluir un porcentaje pequeño del contenido total de las obras, el florilegio resultante será, con todo, verdaderamente representativo del total, coloreado con todas las facetas del genio del Bardo. 

 Advertencia para The Family Shakespeare de Thomas Bowdler

Ahora, supongamos que otro editor, más al día en sus puntos de vista (y, por tanto, más estrecho de mente), reconoce que Shakespeare es, después de todo, un autor de gran calado, pero sólo en aquellos aspectos de su obra que resultan aceptables para los lectores modernos, ya que a los hombres y mujeres de hoy no les gusta que se les hable del pecado, de la muerte, del juicio, del infierno y de otras cosas desagradables. Este editor opina también que se ha exagerado el elemento trágico, por lo que quiere incluir párrafos de las comedias, de las historias y de los romances, pero nada de las tragedias. Y puesto que componer e imprimir se han hecho tan fáciles y baratos, decide que puede publicar una selección compuesta por muchos volúmenes. Y contrata a alguien a quien le da la orden de proceder como queda dicho aquí: hay que incluir una cantidad mucho mayor de textos de Shakespeare, pero se debe evitar las partes “difíciles”. Se realiza, pues, el trabajo, y tres brillantes volúmenes emergen de las prensas.

Para ser sinceros, ¿no deberíamos decir que, a pesar del mayor porcentaje de Shakespeare que resulta publicado en el conjunto de tres volúmenes, ellos no son, de hecho, representativos del todo, debido a esta decisión políticamente correcta (arbitraria y subjetiva, por tanto)? ¿No habría que decir que el volumen único del otro editor, aunque mucho más compacto, se puede considerar mucho más una sinopsis de Shakepeare? Pues, sí: eso es exactamente lo que habría que decir.

Este ejemplo hipotético da expresión a una verdad universal: primero hay que abarcar el todo como un todo antes de poder seleccionar algunas de sus partes como partes. En otras palabras, saber qué partes son importantes y saber cómo puede usárselas cuando se las extrae del contexto más amplio, exige comprensión del todo y sensibilidad para el peso relativo y la función de cada una de las partes.

Un ejemplo racial aclarará esto. Si se cree que todas las razas son iguales, se puede razonablemente escoger unos pocos individuos para cargos militares o gubernamentales descartando el resto, sin merecerse por ello la acusación de prejuicio racial. El que sólo unos pocos hayan sido seleccionados -y quizá sólo de una raza determinada-, no es cuestión de prejuicios sino de necesidad práctica: hay sólo unos pocos cargos que llenar, y se elige a los mejores. La selección óptima, en cualquier momento, no requiere necesariamente tomar en cuenta a todas las razas, sino que depende de la providencia divina. Si, por el contrario, se creyera que sólo los hombres de determinada raza son humanos o virtuosos, la consiguiente selección de individuos de sólo esa raza, descartando a los de otras, constituiría un problema.

Con los leccionarios ocurre exactamente esto. Los leccionarios históricos de la tradición occidental contienen relativamente pocos pasajes, pero éstos están bien escogidos para cumplir sus funciones latréuticas y educativas, y tiene una tremendo fuerza. El editor no se guió aquí, en la selección, por prejuicios contra pasajes difíciles, exigentes o políticamente incorrectos. El leccionario tradicional, con ser breve, ofrece de dulce y de agraz, y pasajes ya claros, ya obscuros, ya consoladores, ya inquietantes, ya pacíficos, ya violentos. Igual que en nuestro hipotético volumen sobre Shakespeare.

Sí, es cierto: el antiguo leccionario no incluye algunas de las historias favoritas de la Biblia. Pero el no ser completo en este aspecto no es en absoluto un defecto, ya que su propósito nunca fue simplemente instruir, y mucho menos entretener; sí incluye, en cambio, pasajes claros en todos los principales temas de doctrina  de moral. Lo que omite no le impide de modo alguno cumplir su función litúrgica. Además, no hay motivo para que no se le pudiera haber añadido, atinadamente, una cantidad de lecturas adicionales manteniendo la estructura existente, de acuerdo con lo que dice Sacrosanctum Concilium en los núm. 35 y 51, ya que, como sabemos, el desarrollo orgánico de la liturgia ocurre más a menudo por la adición que por la sustracción o la innovación a partir de cero.

Lo que los Prometeicos hicieron, en cambio, fue borrar el antiguo y milenario leccionario y partir de cero, guiados por dos falsos principios: (1) el propósito del leccionario es presentar al pueblo todo el contenido instructivo que sea posible; (2) este contenido instructivo debe evitar todo lo que sea “demasiado difícil para el hombre moderno”. El primer principio significa una mala teología de la liturgia; el segundo, una mala teología sobre la inspiración de la Biblia y su inerrancia. En conjunto, ambos equivalen a un rechazo del principio más fundamental de todos, es decir, la tradición litúrgica debe ser recibida con veneración y transmitida sin disminución ni corrupción.

Así pues, el nuevo leccionario está viciado en sus mismos principios, e independientemente de los beneficios que pueda ofrecer, no se lo puede considerar, en su conjunto, como un auténtico leccionario en el sentido en que la venerable tradición cristiana ha dado origen a esta clase de libros. Por el contrario, es producto de un comité que Dios, en su Misericordia, ha permitido que no carezca absolutamente de frutos. Mientras antes reconozcamos este hecho, más rápidamente podremos arrepentirnos de nuestra precipitación, y regresar a nuestro leccionario tradicional, que surge, sin filtros, de la fe y la piedad cristianas.

En conclusión, es perfectamente posible que un leccionario tenga más Escritura desde un punto de vista cuantitativo, pero menos Escritura desde un punto de vista cualitativo. El Leccionario romano tradicional da al pueblo más del mensaje total de la Escritura, aunque comprenda menos palabras, en tanto que el nuevo Leccionario da al pueblo menos del mensaje total, a pesar de su considerablemente mayor número de palabras.




[1] Mientras aparece esta publicación, la charla está disponible en mi página de Academia.edu.

[2] Hay mucho que es muy admirable en la investigación del Rvdo. Cekada, como ha dicho Mons. Andrew Wadsworth en su recensión de ella en Usus Antiquior. Pero, igual que Mons. Wadsworth, no puedo compartir muchas de las conclusiones del libro.

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