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domingo, 11 de octubre de 2020

Maternidad de la Bienaventurada Virgen María


Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons) 

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Lc. 2, 43-51):

“En aquel tiempo, cuando ellos volvían, permaneció el niño Jesús en Jerusalén, sin que sus padres lo notasen. Pensando que estaría entre la comitiva, anduvieron el camino de un día, y buscábanle entre parientes y conocidos. Mas, al no encontrarlo, volvieron a Jerusalén en busca suya. Y sucedió que al cabo de tres días lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles. Asombrábanse todos cuantos le oían de su prudencia y de sus respuestas. Al verle (María y José) quedaron admirados y díjole su Madre: Hijo, ¿cómo has obrado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos buscado doloridos. Pero Él les replicó: ¿Por qué me buscabais? ¿Ignorabais que Yo debo atender a las cosas de mi Padre? Mas ellos no entendieron la respuesta que les diera. Bajó entonces con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sumiso”.

***

Entre todos los santos que han escrito sobre la Virgen María, hay pocos que igualen en inteligencia, elocuencia y piedad a San Bernardo de Claraval (1090-1153). De él tomamos el comentario al Evangelio de hoy, que la Iglesia lee en el III Nocturno del Oficio de Maitines de esta fiesta.

“Al Dios y Señor de los Ángeles, María llama hijo suyo y le dice: “Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros?” ¿Quién, de entre los Ángeles, osaría hablar de este modo? A ellos les basta, y lo tienen por mucho, el que siendo, por su condición, espíritus, por gracia sean y se llamen Ángeles, como dice David: “hace Ángeles suyos a los espíritus”. María, en cambio, sabiéndose madre, a aquella majestad que los Ángeles sirven con reverencia, llama hijo suyo. Y no desdeña Dios ser así llamado, puesto que se ha dignado serlo. Un poco más adelante dice el Evangelista: “Y les estaba sumiso”. ¿Quién estaba sumiso, a quiénes lo estaba? Dios estaba sumiso a los hombres. Dios, digo, a quienes se someten los Ángeles, a quien obedecen los Principados y las Potestades, estaba sometido a María.

(Imagen: Pinterest)

“Admira ambas cosas, y elige qué admirar más: si la benignísima dignación del Hijo, si la excelentísima dignidad de la Madre. Ambas cosas producen estupor, ambas son un milagro: el que Dios se someta a una mujer, con una humildad inaudita, y el que una mujer mande a Dios, con una sublimidad sin par. En alabanza de las vírgenes se canta que siguen al Cordero doquiera que vaya. ¿De qué alabanzas será digna aquella que va delante de Él? Aprende, oh hombre, a obedecer; aprende, tierra, a someterte; aprende, polvo, a sujetarte. De tu Autor dice el Evangelista: “Y les estaba sumiso”. ¡Avergüénzate, ceniza soberbia! Dios se humilla, ¿y tú te exaltas? Dios se somete a los hombres, ¿y tú, procurando dominar a los hombres, pretendes ser más que tu Autor?

“¡Feliz, María, a quien no faltaron ni la humildad, ni la virginidad! Y una virginidad singular, a la cual no amenazó la fecundidad, sino que la honró. Ciertamente una humildad única, que la virginidad fecunda no suprimió sino que exaltó; ciertamente incomparable esa fecundidad, a la cual acompañan la virginidad y la humildad. ¡Qué admirable es todo esto! ¡Qué incomparable! ¡Qué único! Me maravillaría si, en la consideración de todas estas cosas, no dudaras qué es más digno de admiración: si la fecundidad en la Virgen, o la integridad de la Madre; si la sublimidad del hijo, o la humildad de tanta sublimidad; si el conjunto de estas cosas, o cada una por separado; si es más feliz y excelente contemplarlas todas juntas o sólo una de ellas. Y, ¿qué tiene de admirable el que Dios, que se muestra y se discierne admirable en sus santos, se muestre más admirable todavía en su Madre? Venerad, pues, cónyuges la integridad de la carne en la carne corruptible; y vosotras, vírgenes sagradas, la fecundidad en la Virgen; y vosotros, hombres todos, imitad la humildad de la Madre de Dios”.

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