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miércoles, 16 de diciembre de 2020

Tercer Domingo de Adviento

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons) 

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Jn 1, 19-28):

“En aquel tiempo, enviaron los Judíos, Sacerdotes y Levitas de Jerusalén, a preguntar a Juan: ¿Tú, quién eres? Y confesó, y no negó; antes protestó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Pues quién eres? ¿Eres tú Elías? Y dijo: No lo soy. ¿Eres tú el Profeta? (o Mesías). Y respondió: No. Y le dijeron: Pues dinos quién eres, para que podamos dar respuesta a los que nos ha enviado. ¿Qué dices de ti mismo? El dijo: Yo soy a voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo Isaías profeta. Y los que habían sido enviados eran de los Fariseos. Y le preguntaron y le dijeron: Pues, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías ni el Profeta? Juan les respondió, diciendo: Yo bautizo en agua; mas en medio de vosotros está Uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que ha de venir después de mí, el cual ha sido preferido a mí, y a quien yo no soy digno de desatar la correa de su zapato. Esto aconteció en Betania, a la otra parte del Jordán, en donde estaba Juan bautizando”.

***

 Jesús ha dicho en el Evangelio que no hay, entre todos los hombres nacidos de mujer, “no ha aparecido uno más grande que Juan el Bautista” (Mt 11, 11), y la Iglesia lo distingue de un modo especialísimo: se celebra no sólo su martirio (29 de agosto) sino también su nacimiento (24 de junio); su nombre está incluido en el Confiteor inmediatamente después del Arcángel San Miguel y junto a sólo dos santos más, San Pedro y San Pablo, y se lo incluye también en el Canon de la Misa, donde encabeza la lista de mártires del Nobis quoque peccatoribus.  

Su figura es central en el Evangelio de tres domingos de Adviento (segundo, tercero y cuarto), y sus palabras al comienzo de los tres Evangelios sinópticos son estremecedoras. El Precursor es también incluido en el Prólogo del Cuarto Evangelio, de San Juan, que San Agustín, citando a un filósofo antiguo, dice que debería escribirse con letras de oro y exhibirse en el lugar más prominente de las iglesias. 

En esta tercera semana de Adviento, a medio camino del tiempo que se nos da para preparar en nuestra alma el lugar a que ha de venir el Señor en su segunda e íntima venida, si es que lo deseamos, es necesario hacer un examen de conciencia. ¿Contra qué vicio hemos luchado en estas dos semanas? ¿Qué buenas obras hemos realizado, qué méritos hemos ganado? ¿Han crecido y se han materializado en hechos nuestra fe, nuestra esperanza y nuestra caridad? Pues San Juan Bautista nos increpa: “Raza de víboras, ¿Quién os ha enseñado a huir de la ira que llega? Hace, pues, dignos frutos de penitencia […] Ya el hacha está puesta a la raíz del árbol; todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego” (Lc 3, 7-9). ¡Qué lejano es este espíritu de preparación navideña al que vemos desarrollarse frenéticamente a nuestro alrededor, en medio de luces y adornos totalmente vacíos de significado en un contexto que desconoce a Cristo!

Dom Prosper Guéranger escribe lo siguiente en El año litúrgico, comentando el Evangelio de este tercer domingo:

“En medio de vosotros está el que vosotros no conocéis, dice San Juan Bautista a los enviados de los Judíos. Puede, por consiguiente, estar el Señor cerca; puede incluso haber venido, y no obstante eso, permanecer desconocido para muchos. […] En esto es San Juan el símbolo de la Iglesia y de todas las almas que buscan a Jesucristo. Su gozo por la llegada del Esposo es completo; pero a su alrededor existen hombres para quienes este divino Salvador no significa nada. Pues bien, estamos ya en la tercera semana de este santo tiempo de Adviento; ¿están todos los corazones conmovidos por la gran noticia de la llegada del Mesías? Los que no quieren amarle como a Salvador, ¿le temen al menos como a Juez? ¿Han sido enderezados los caminos tortuosos? ¿piensan humillarse las colinas? ¿han sido atacadas seriamente la sensualidad y la concupiscencia en el corazón de los cristianos? El tiempo apremia: ¡El Señor está cerca! Si estas líneas cayeran bajo los ojos de quienes duermen en vez de vigilar esperando al divino Infante, les conjuraríamos para que abriesen los ojos y no retardasen por más tiempo el hacerse dignos de una visita que será para ellos un gran consuelo en el tiempo, y un refugio seguro contra los terrores del último día. ¡Oh Jesús! envíales tu gracia con mayor abundancia todavía; oblígales a entrar, para que no se diga del pueblo cristiano, lo que San Juan decía de la Sinagoga: En medio de vosotros está el que vosotros no conocéis”.

Juan García Martínez, La penitente, 1884, Museo del Prado (España)
(Imagen: Pikist)

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