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miércoles, 24 de marzo de 2021

Domingo de Pasión

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons) 

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Jn 8, 46-59):

“En aquel tiempo, decía Jesús a las turbas de los judíos: ¿Quién de vosotros me convencerá de pecado? Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, oye las palabras de Dios. Por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios. Los judíos respondieron: ¿No decimos bien que eres un Samaritano y que estás endemoniado? Jesús respondió: Yo no estoy poseído del demonio, sino que honro a mi Padre y vosotros me habéis deshonrado a Mí. Pero Yo no busco mi gloria; hay quien la promueva y la vindique. En verdad, en verdad os digo: que quien observare mi doctrina, no morirá jamás. Los judíos le dijeron: Ahora conocemos que estás poseído del algún demonio. Abraham murió y los Profetas, y tú dices: Quien observare mi doctrina no morirá eternamente. ¿Por ventura eres mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió, y que los Profetas, que también murieron? Tú ¿por quién te tienes? Jesús les respondió: Si Yo me glorifico a Mí mismo, mi gloria nada vale; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios, y no lo conocéis; mientras que Yo lo conozco. Y si dijese que no lo conozco, sería tan mentiroso como vosotros. Mas lo conozco y observo sus palabras. Abraham, vuestro Padre, deseó con ansia ver mi día; lo vio y gozó mucho. Y los judíos le dijeron: Aún no tienes cincuenta años y ¿has visto a Abraham? Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo, que antes de que Abraham fuera creado, Yo soy. Tomaron entonces piedras para lanzárselas; mas Jesús se escondió y salió del Templo”.

 ***

La liturgia de estos últimos días antes de Semana Santa nos lee especialmente el Evangelio de San Juan, que es quien nos informa de los dramáticos enfrentamientos finales de Jesús con los incrédulos judíos. La intensidad de los diálogos, la gravedad de lo que en ellos se discute, los peligros cada vez más claros y abiertos en que se va poniendo Jesús alcanzan en el presente domingo una cumbre final, después de la cual ya no se alivia la tensión y no viene otra cosa que el desenlace atroz de la Pasión y Muerte del Señor, que el diablo tendrá (“burlador burlado”) como su triunfo, cuando no será más que su definitiva derrota y condenación.

Termina el texto de hoy con la declaración solemne del Señor: “Yo soy”. Es la declaración de su identidad que Dios dio a Moisés en la zarza ardiente: “Yo soy el que soy”. Es una formulación que, considerada desde la filosofía, resulta incomprensible para la época en que se la escribió en el Antiguo Testamento, cuando faltaban muchos siglos todavía para que surgiera la gran filosofía griega. La densidad inefable de ese “Yo soy” sólo algunos grandes pensadores del siglo XX, como Heidegger, se han acercado a meramente vislumbrar, sin poder hacer más que eso. Y es ésta la declaración que Jesús hará a los judíos por última vez en el momento supremo en que van a detenerlo en el Getsemaní: “Yo soy”. También es San Juan quien nos cuenta que al oír esta declaración tremenda, los judíos retrocedieron y cayeron de espaldas, como al impulso de una fuerza irresistible, como empujados por un instante de omnipotencia divina. Los judíos reconocieron, en el texto de hoy, lo que ese “Yo soy” quería decir: “Yo soy Dios”. Y cogieron piedras para matar a quien ellos creyeron blasfemo. Y el diablo, en el Getsemaní, no habrá tampoco tenido ya más dudas; pero viendo cómo Jesús era clavado en la cruz, habrá creído asegurada su victoria, sin sospechar que quedaba sellada su derrota: “La obra de nuestra salvación ya había previsto este orden: que el arte del maligno traidor fuera vencida por el arte divina, y que el remedio nos viniese por el mismo instrumento por el que el enemigo nos había herido” (himno Pange Lingua). Por el árbol de la ciencia del bien y del mal vino nuestra perdición; por el árbol de la Cruz, vino nuestra salvación. ¡Cómo Dios sabe sacar bien del mal! ¡Cómo su sabiduría derrotó en su propia arena a la astucia del Malo!

Nuestra meditación de la Pasión del Señor, que haremos todos estos días, debiera inflamarse de horror y de gratitud al considerar Quién es la Víctima que va camino a una muerte inmerecida, para que no caigamos nosotros en la muerte merecida. “Yo soy” ha tomado sobre sí nuestro pecado y se encamina a comprarnos a ese Malo que nos tenía aprisionados entre los suyos: “Yo soy“ va a comprarnos, a re-comprarnos (que es el sentido etimológico de “redimirnos”) pagando, como precio, su propia vida humana. ¡No habría aceptado ese precio el Malo si hubiera sabido cuál iba a ser el resultado del negocio, es decir, la pérdida de los hombres que tenía en su poder! ¡No se hubiera regocijado con aquella muerte! Pero el arte divino había de vencer al arte diabólico en su propia lid: el diablo pagó con treinta monedas para que “Yo soy” cayera en sus manos; pero “Yo soy” pagó con su vida esta mercancía que somos nosotros, arrancándonos para siempre de las manos diabólicas que nos poseían.

Si bien el sentimiento de máxima humildad es lo primero que sentiremos estos días ante la grandeza de “Yo soy”, ojalá prevaleciera otro: el de la alegría de que el arte divino haya vencido al arte diabólico. Porque, al fin, cantaremos en la Vigilia de Pascua: ¡Feliz culpa, que nos mereció tan grande Re-comprador!     

Jesús y los fariseos

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