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sábado, 18 de diciembre de 2021

A propósito de algunas declaraciones del cardenal Brandmüller sobre la liturgia

Con fecha de hoy se ha hecho público un documento emitido por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos que se intitula "Responsa ad dubia sobre algunas disposiciones de la Carta Apostólica en forma de «Motu Proprio» Traditionis Custodes del Sumo Pontífice Francisco" que está dirigido a los presidentes de las Conferencias Episcopales.  Sólo unos días antes, el cardenal Walter Brandmüller había concedido una entrevista a un medio alemán que fue publicada en castellano por Infocatólica. Les ofrecemos a continuación un comentario escrito por el profesor Augusto Merino Medina, conocido de nuestros lectores, respecto de ese texto, que parece subestimar la cuestión litúrgica que existe en la Iglesia al sostener que "la Misa de siempre nunca ha existido". 

***

 A propósito de algunas declaraciones del cardenal Brandmüller sobre la liturgia

Augusto Merino Medina

Infocatólica ha publicado, con fecha 9 de diciembre de 2021, una desconcertante información sobre ciertas afirmaciones que ha hecho el cardenal alemán Walter Brandmüller, en un artículo escrito para el semanario Die Tagepost, sobre la “disputa”, al interior de la Iglesia, de “tradicionalistas” y “modernos” a propósito de la liturgia de la Santa Misa.

Hay que recordar que el cardenal Brandmüller es uno de los cuatro cardenales (Brandmüller, Cafarra, Burke y Meisner) que, luego de publicada la encíclica Amoris Laetitia, enviaron al papa Francisco una carta en que le pedían que aclarara ciertas dubia (es decir, dudas) a que dicho documento daba lugar. Como se sabe, el Papa no sólo jamás la contestó sino que no se dignó siquiera acusar recibo de dicha carta, dos de cuyos signatarios (Mons. Cafarra y Mons. Meisner) murieron esperando. Además, el cardenal Brandmüller ha salido a veces a defender la doctrina católica en diversos aspectos en que se pretende desacreditarla o tergiversarla o, derechamente, abandonarla. En una de esas oportunidades, el mentado cardenal ha defendido el verdadero sentido y la historia del celibato sacerdotal en la Iglesia de Occidente, ha puntualizado el concepto de ley eclesiástica y su validez u obligatoriedad y ha escrito sagazmente en otros temas de gran importancia, como la organización y procedimientos de los cónclaves para elegir al Papa.

Su Eminencia Reverendísima el Cardenal Walter Brandmüller
(Foto: Infovaticana)

Este defensor de la fe y de la ortodoxia desconcierta, sin embargo, hoy día con su postura frente a la cuestión, de máxima importancia, de la liturgia de la Misa y de la polémica que, desde el término del Concilio Vaticano II, se ha suscitado en torno a ella. Lo que este prelado expresa es, al menos, sumamente confuso, y en algunos aspectos, hasta contradictorio, dejando entrever que o sus asesores no le han explicado bien el quid del asunto o que no le han proporcionado adecuadamente la información histórica disponible, no obstante ser él mismo un importante historiador de la Iglesia, aunque en temas diferentes de la liturgia. Ello es profundamente lamentable por tratarse de una figura muy respetable que ha defendido en los últimos años la recta doctrina en otros aspectos centrales de la fe.

Pero la liturgia es, precisamente, un aspecto absolutamente central de la fe. El propio cardenal lo reconoce al declarar, según lo publicado por Infocatólica, que “[c]on la liturgia está en juego la propia fe”. Por eso no se entiende el resto de su planteamiento: “es hora, en lugar de discutir sobre la liturgia, de proclamar con fuerza y unidos las verdades eternas de la fe, el Evangelio, y de vivir bien”, dejando de lado “cualquier polémica” sobre este tema por ser “una grotesca contradicción con la voluntad del Señor, que hablo con tanta fuerza en la institución de la Eucaristía de la unidad de los suyos con Él y entre ellos”. La deposición de “cualquier polémica” es necesaria porque estamos “en un momento histórico, en el que la incredulidad, el odio a Dios y el burdo materialismo asaltan por doquier a la Iglesia”. Esta situación hace necesario evitar la “lucha interna de la Iglesia por la liturgia” porque ella “debilita a la Iglesia frente a estos ataques externos”: “El enemigo -una sociedad cada vez más militante/ateísta- está derribando los muros, y la discordia en la ciudad, además, le está abriendo las puertas”. 

Si la analogía de la ciudad sitiada puede ilustrarnos, habría que hacer presente a Su Eminencia que “una ciudad dividida caerá más fácilmente”. Y que si el motivo de la división no es trivial sino que lo que está en juego es la propia fe, no se ve cómo se pueda ignorar una división tan esencial para salir a defender de los enemigos exteriores… ¿qué? ¿La fe? ¿Esa misma fe que es atacada por enemigos interiores? ¿No habría primero que erradicar el enemigo del interior para luego poder presentar un frente unido al que viene de afuera?

Claro que si Su Eminencia cree que lo que se ha producido en torno a la liturgia es una “polémica cualquiera”, habrá que achacar nuevamente a sus asesores un deficiente desempeño de su tarea, porque no le han representado que existe y ha existido “una discusión seria sobre este tema”. Para darse cuenta de ello basta una somera revisión de la bibliografía actual, que es inmensa y de máxima calidad teológica. Ciertamente no se trata de discusiones sobre un “quítame allá esas pajas”, sino precisamente sobre “la fe”. La cual -eso sí Su Eminencia lo ha captado- está en juego en la actual lucha litúrgica.

Y no podría ser de otro modo, porque la liturgia de la Santa Misa que nos ha transmitido la Tradición es el vehículo por excelencia precisamente de esa misma Tradición, tan fuente de la Divina Revelación como el Evangelio que Su Eminencia llama a defender, y aún anterior a él: el Señor no nos legó textos escritos (como parecen suponer los protestantes), sino discípulos que oraban de cierta forma y con cierto contenido. Esa forma y esos contenidos son, precisamente, los que encontramos en la liturgia.

El punto de si se puede hablar de “Misa de siempre”, que Su Eminencia despacha con cierto gesto peyorativo, es accidental sólo en apariencia, lo mismo que el de si hay “un” rito o más de uno. Porque cualquiera que haya avanzado siquiera un poco en la cuestión sabe que la Misa reconoce varios ritos diferentes y, en Occidente, ha cambiado algunos aspectos de sus ritos a lo largo de los siglos, pero la lex orandi que ella pone en evidencia, que es la que establece o revela el contenido de la fe (lex credendi), ha permanecido intacta en todos los diversos ritos y en todos los tiempos. En efecto, las variaciones propias del proceso de desarrollo histórico de la liturgia no han significado jamás, hasta la pretendida “reforma” posterior al Concilio Vaticano II, una alteración del contenido teológico ni dogmático. Y eso es lo que está en juego, como sabe el cardenal: la fe misma, la lex credendi. Porque lo que ha ocurrido con posterioridad a dicho Concilio es el sutil desmontaje de la teología de la Misa mediante nuevas formas de expresión, que no son en absoluto inocentes o irrelevantes, sino de un profundo significado. El cardenal Brandmüller parece haber puesto sorprendentemente entre paréntesis cosas tan fundamentales para comprender la situación actual de la liturgia como el “Breve Examen Crítico” de sus mayores en el Colegio Cardenalicio, los Cardenales Ottaviani y Bacci.

En efecto, ambos cardenales apuntaron a la desfachatada alteración de la teología de la Misa que Bugnini y su equipo del Consilium trataron de pasar de contrabando en la primera Institutio Generalis del nuevo Misal, redactada por ellos, las que fueron posteriormente modificadas en parte, sino que también apuntaron a la modificación de los ritos. Ahora bien, tratándose de formas simbólicas, lo que ellas dicen es mucho más hondo y complejo que lo que las palabras y conceptos de los textos litúrgicos son capaces de expresar: la liturgia, en efecto, se mueve en el ámbito de lo que es, al cabo, inefable. En este sentido nadie que sea mínimamente perspicaz dejará de advertir que en el Novus Ordo hay profundos cambios de formas simbólicas. Y las nuevas, pergeñadas por los reformadores comunican un significado enteramente distinto del que a la Misa le ha atribuido “siempre” la Iglesia; significado confirmado solemnemente por el Concilio de Trento. Es en este sentido, en el del significado de la Misa -de lo que la Misa “es” en esencia-, donde sí que se puede hablar de una Misa de “siempre”, contra lo que parece pensar el cardenal Brandmüller, porque ese significado no ha cambiado jamás: aunque muchas formas y ritos de la Misa hayan cambiado con el paso del tiempo, tales cambios han sido siempre menores, o de una naturaleza accidental, de modo que no han llegado “nunca” a alterar el contenido transmitido, tanto conceptual como no verbalmente, de la acción sagrada central de la liturgia de la Iglesia. En cambio, tal alteración es, precisamente, lo que se ha producido por la reforma posterior al Concilio Vaticano II: aunque se modificó la definición herética de la Misa contenida en la antes mencionada Institutio Generalis a instancias del papa Pablo VI, no se modificó en absoluto las formas que la comunican simbólicamente. 

Si, como es claro, está en juego el significado mismo de la Misa, no se ve cómo la cuestión no puede afectar al contenido mismo de la “fe”. No estamos, pues, frente a una “polémica cualquiera” ni a “grotescas contradicciones” con la voluntad del Señor. 

Del tenor de la discusión, de inmensa hondura y seriedad teológicas, tal como ella quedó planteada (y jamás solucionada) desde el “Breve examen crítico”, se advierte que aquello que está en cuestión no es un par de rúbricas, aunque sea inmensa la importancia de éstas, sino la subsistencia de la “fe”. Todos saben que no se puede hablar de una “Misa de siempre” en el sentido de que ella no haya experimentado jamás ningún cambio, punto ocioso que el cardenal Brandmüller ha hecho -de modo sorprendente, por cierto-; pero de lo que sí se puede hablar es de la “destrucción” de la Misa católica. Basta para ello consultar la opinión de algunos expertos que colaboraron en la reforma posconciliar y que, posteriormente, quedaron horrorizados por el resultado que habían contribuído a producir.

Citaremos sólo dos de tales expertos. Uno de ellos fue el jesuita Joseph Gelineau (1920-2008), quien, habiendo sido experto del Consilium, la organización que perpetró la reforma, escribió posteriormente: “No sólo palabras, melodías y algunos gestos son diferentes. La verdad es que es otra liturgia de la Misa. Debe decirse sin ambigüedad: el rito romano como lo conocíamos ya no existe. Fue destruido. Algunas paredes del antiguo edificio cayeron, mientras que otras han cambiado su apariencia, al punto que parecen hoy una ruina o subestructura parcial de un edificio diferente” (Demain la liturgie, París, Cerf, 1976, p. 10). 

R.P. Joseph Gellineau S.J.

Del mismo modo se puede citar la opinión de uno de los teólogos del siglo XX más importantes en materias litúrgicas, Louis Bouyer (1913-2004). Este escribe: “Una vez más deberíamos hablar llanamente: hoy no hay prácticamente ninguna liturgia digna de ese nombre en la Iglesia católica” (cfr. Davies, M., La nueva Misa de Pablo VI, pp. 97-98). Y agrega en otra parte: “La liturgia católica fue abolida con el pretexto de hacerla más aceptable a las masas “secularizadas” pero, en realidad, para adecuarla a los caprichos que los religiosos lograron imponer, por las buenas o por las malas, al resto del clero. El resultado no se hizo esperar: un súbito descenso de la práctica religiosa, que varía entre un 20% y un 40% por lo que se refiere a los antiguos practicantes… y sin señal alguna, de parte de los otros, de interés por esta liturgia pseudo-misionera. Sobre todo, ni un joven de los que se vanagloriaba de haber conquistado con estas payasadas [sic]” (Bouyer, L., Religieux et clercs contre Dieu, París, Aubier Montaigne, 1975, p. 10). Y podría citarse otros textos, como aquellas duras reconvenciones que dedica a la reforma litúrgica en sus memorias, pero lo dicho basta para formarse una opinión sobre el pensamiento de Bouyer frente a los resultados de la Nueva Misa. 

No se trata, pues, como de modo incomprensible plantea el cardenal Brandmüller, de “demonizar cualquier desarrollo litúrgico posterior”, porque no estamos aquí en presencia de un “posterior desarrollo litúrgico cualquiera”, sino de uno que no es “cualquiera” pero que sí es “sin precedentes” por su gravísimo importe teológico. Si, como el Concilio lo pidió y como debiera haber sido, los cambios que se hizo a la liturgia hubieran sido el resultado de “procesos vitales en el organismo de la Iglesia” (términos del propio cardenal Brandmüller), no se hubiera producido ninguna reacción adversa de la magnitud de la expresada por los cardenales Ottaviani y Bacci y por la legión de teólogos católicos posteriores que han desglosado y analizado el documento escrito por ambos. 

Confiamos en que el texto del cardenal Brandmüller sea aclarado por Su Eminencia a la brevedad, para no dar pábulo a los enemigos de la fe que están activamente cuestionándola desde el interior no sólo de la Iglesia, sino, peor aún, desde el interior de la Curia romana.  

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