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martes, 22 de febrero de 2022

Si un ateo oye esta oración, desaparecen las telarañas de su espíritu

Les ofrecemos hoy un breve y sugerente artículo de Gregory DiPippo sobre la función evangelizadora que tiene el canto gregoriano, que el Concilio reconoció "como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas" (Sacrosanctum Concilium, 116). Hay que recordar que el Cristo envío a sus discípulos para predicar el Evangelio a todos los pueblos, bautizándolos en nombre de le Trinidad Beatísima (Mt 28, 19), de suerte que la predicación de Su Mensaje constituye la razón de ser de la Iglesia, como administradora de las gracias de la Redención. La Tradición entrega poderosos instrumentos para cumplir con esa misión. 

El artículo fue publicado originalmente en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. 

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“Si un ateo oye esta oración, desaparecen las telarañas de su espíritu”

Gregory DiPippo

En el Oficio Divino del domingo recién pasado, Domingo de Septuagésima, hemos aprendido de San Agustín que Dios “juzgó que es mejor extraer bien del mal, que impedir que el mal exista”. Ayer descubrí, por una feliz casualidad, que esto se aplica incluso a algo tan horrible como un reality show en televisión. En India existe un subgénero de programas de este tipo en que algunas personas de áreas rurales, que han tenido poca o ninguna experiencia de la cultura de Occidente, son expuestas a ella e interrogadas sobre sus reacciones (a juzgar por la cantidad de ejemplos en YouTube, parece que este género es sumamente popular). La introducción es tan ramplona como suelen ser estas cosas en Occidente, pero no desanimarse: es verdaderamente fascinante ver cuán rápidamente estos señores, al oír el Dies Irae en canto gregoriano, comienzan a expresar sentimientos profundamente cristianos sobre el sentido de una oración que no entienden (el anciano a la izquierda se emociona hasta el punto de hacer la señal de la Cruz). Quizá hay aquí una lección para la Iglesia de que su misión, divinamente encomendada, de “hacer discípulos en todas las naciones”, no se ha beneficiado en absoluto con el abandono de “esa realidad espiritual y artística, estupenda e incomparable,que es el canto gregoriano” y, en general, la buena música.

No menos bellas son las reacciones ante el canto de los ortodoxos griegos. Uno de los oyentes se da cuenta, inmediatamente y sin que se le haya informado nada, “[…] esto tiene muchos siglos de antigüedad, y ha sido cantado desde tiempos inmemoriales”. Y otro dice: “me conmueve el corazón hasta en lo más íntimo. Es una oración buena, quisiera que no acabara nunca y que pudiera oírla para siempre. Esto llega al corazón”.

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