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sábado, 28 de febrero de 2015

Msr. Athanasius Schneider: Al principio no fue así (Mt. 19, 8)

 
Les ofrecemos a continuación como primicia absoluta en lengua castellana un artículo de suma actualidad de S. Excia. Revma. Msr. Dr. Athanasius Schneider O.R.C., obispo auxiliar de la diócesis de Astana (Kasajistán), en el cual defiende con claridad y valentía la doctrina inmutable de Cristo sobre el matrimonio y la sexualidad. 

Msr. Schneider nació en 1961 en Kirguistán en el seno de una familia de alemanes del Mar Negro, la cual emigró a Alemania en 1973. Luego de finalizar sus estudios escolares ingresó a la Orden de Canónigos Regulares de la Santa Cruz. Benedicto XVI lo nombró obispo auxiliar en 2006. Ha defendido con particular fuerza en dos escritos (ver aquí y aquí) la comunión en la boca y de rodillas en como antigua práctica eclesial, según lo tratamos en una entrada previa de esta bitácora. Msr. Schneider celebra frecuentemente la liturgia tradicional. 

El presente artículo fue originalmente publicado en el número de febrero de 2015 de la Revista Informativa de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro para los países de lengua alemana (Informationsblatt der Priesterbruderschaft St. Petrus). La traducción directa desde el alemán es de la Redacción, con excepción de las citas bíblicas, que corresponden la traducción de Nácar y Colunga (BAC, Madrid, 1944), así como las citas del Enchiridion Symbolorum [Denzinger (D) o Denzinger-Schönmetzer (DS) a partir de la 32ª edición (1963)], que corresponden a la traducción directa de los originales del P. Daniel Ruiz Bueno (Herder, Barcelona, 1963).

Agradecemos cordialmente a S. Excia. Revma. Msr. Athanasius Schneider, así como al P. Axel Maußen FSSP, Superior del Distrito de Lengua Alemana de la Fraternidad y editor de la Revista, por otorgar a esta bitácora su gentil autorización para traducir y publicar el artículo.




Al principio no fue así (Mt. 19, 8)
La verdad inmutable de Dios sobre el matrimonio y la sexualidad




S. Excia. Revma. Msr. Dr. Athanasius Schneider, O.R.C.


1. Nuestro Señor Jesucristo, el Verbo Eterno y la Verdad Eterna en persona, restauró de un modo particularmente maravilloso la dignidad original de la naturaleza humana (“Qui dignitatem humanæ substantiæ mirabilius reformasti”), y en particular también respecto de la sexualidad del hombre, que en un principio fue creada maravillosamente (“mirabiliter condidisti”). A través del Pecado Original la dignidad de la sexualidad del hombre fue herida. A causa de la dureza de corazón del hombre antiguo introdujo Moisés incluso el divorcio, de modo contrario a la indisolubilidad absoluta del matrimonio dispuesta originalmente por Dios. Los fariseos y los maestros de la Ley conocían la verdad divina sobre los comienzos del matrimonio, pero buscaban para la extendida práctica del divorcio una justificación de parte de un maestro reconocido por el pueblo. Los primeros mentirosos respecto de la posibilidad de una contradicción entre la doctrina y lo pastoral fueron precisamente los fariseos y maestros de la Ley. Éstos preguntaron a Jesús sobre la licitud general (“quæcumque ex causa”) del divorcio (cfr. Mt. 19, 3). Jesús les anunció a ellos y los hombres de todos los tiempos a través de su Evangelio la verdad de Dios sobre el matrimonio, siempre válida e inmutable, en tanto dijo: “al principio no fue así. Y yo digo que quien repudia a su mujer (salvo caso de fornicación) y se casa con otra, adultera” (Cfr. Mt. 19, 9). Jesús restauró la verdad divina sobre el matrimonio y la sexualidad en toda su seriedad y belleza. Cristo no introdujo en esta verdad divina anunciada por Él autoritativamente ningún sofisma (como, por ejemplo, supresión de la culpabilidad por motivos psicológicos) ni ninguna regulación de excepción supuestamente exigida por motivos pastorales, como las que practicaban los fariseos y los maestros de la Ley. Fue incluso más allá, anunciando que “todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt. 5, 28). Este mandamiento de Cristo es generalmente válido y afirma que todo deseo lujurioso respecto de una persona que no sea el cónyuge legítimo es ante los ojos de Dios según la intención ya un pecado de adulterio, un pecado en contra del Sexto Mandamiento. Con ello condena Cristo todo acto sexual deliberado de pensamiento y, a fortiori, todo acto sexual corporal fuera del matrimonio como contrario a Dios (como contrario al mandamiento de Dios, esto es, contra su Voluntad). Jesús no presenta sus palabras como doctrina propia, sino de su Padre: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado” (Jn. 7, 16) y “Yo hablo al mundo lo que le oigo a Él” (Jn. 8, 26). Lo mismo les dijo a los Apóstoles y a todos quienes ejercen el Magisterio de la Iglesia en todos los tiempos, hasta su Venida: “El que a vosotros oye, a mí me oye” (Lc. 10, 16), mandándoles enseñar a todas las gentes “a observar todo cuanto yo os he mandado” (Mt. 28, 20).

Peter Wenzel (1745-1829), Adán y Eva en el Paraíso (Museos Vaticanos)

2. Cristo restauró solemnemente la Verdad original sobre el matrimonio y la sexualidad, sin consideraciones para la dureza de corazón de muchos de sus contemporáneos ni para el sofismo “pastoral” de los fariseos y maestros de la Ley, confiándola a los Apóstoles y a sus sucesores, para que la transmitieran y custodiaran fielmente  como un bien no hecho por los hombres ni sometido a las decisiones de éstos. Los Apóstoles eran custodios concienzudos (“episcopi et pastores”, cfr. Hch. 20, 28) y administradores (“administratores”, cfr. 1 Cor. 4, 1; Tito, 1, 7) de este bien de la Fe, también en ámbito que concierne al matrimonio y la sexualidad, teniendo presentes las palabras que Jesús les dirigiera: “¿Quién es, pues, el administrador fiel, prudente, a quien pondrá el amo sobre su servidumbre para distribuirle la ración de trigo a su tiempo?” (Lc. 12, 42). En el curso de los últimos dos mil años han existido siempre en la vida de la Iglesia intentos recurrentes de reinterpretar la doctrina clarísima y sin compromisos de Cristo sobre la indisolubilidad del matrimonio y el carácter contrario a Dios de todo acto sexual extramatrimonial. En los primeros tiempos de la Iglesia fueron las doctrinas gnósticas permisivas de Jezabel y de los nicolaítas, a las cuales se opuso el Apóstol Juan en las iglesias de Pérgamo y Tiatira (cfr. Ap. 2, 14-24). La contradicción radical con la doctrina matrimonial de Cristo fue introducida luego por Martín Lutero, en cuanto éste calificó al matrimonio como una “cosa mundana” y, de este modo, abrió por vez primera en el Occidente cristiano de modo tanto teórico como práctico la puerta para el divorcio por principio (véase el caso de bigamia de Felipe I de Hesse). La doctrina matrimonial de Cristo fue repetidamente pasada por alto en la práctica mediante el abuso del concepto de la misericordia (llamada “oikonomia” en la iglesia ortodoxa) o a causa de cobardía o servilismo frente a la voluntad adúltera de los poderosos de este mundo. Como muestra algunos ejemplos: el episcopado griego desde los tiempos del emperador Justiniano I, el episcopado franco en el caso del Emperador alemán Lotario II [nota de la Redacción: se refiere aquí el Autor al Rey Lotario II de Lotaringia (825-869), a quien algunos consideran antecesor del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Lotario II o III (1075-1137)] y, por sobre todo, el caso manifiesto de la casi totalidad del episcopado inglés en tiempos del Rey Enrique VIII, así como una parte del colegio cardenalicio en el caso del segundo matrimonio nulo del Emperador Napoleón I, en contra del cual protestaron empero algunos valerosos cardenales, a quienes Napoleón les prohibió llevar la púrpura cardenalicia y les quitó su estipendio, pasando a ser llamados – por contraposición a los cardenales políticamente correctos revestidos de la púrpura – “cardenales negros”.


3.  Desde hace algunos años se ha formado un partido al interior de la Iglesia, constituido fundamentalmente por sacerdotes e incluso por algunos obispos y cardenales, que buscan un cambio de la que ha sido sin modificaciones la praxis de la Iglesia Católica Romana por dos mil años, según la cual la recepción de la Comunión por parte de una persona divorciada que cohabita con una segunda pareja (civilmente vueltos a casar) no es posible por ser contraria a Dios, en cuanto su Palabra dice: “Los adúlteros no poseerán el Reino de Dios” (1 Cor. 6, 9). El mentado partido emplea diversos argumentos. Estos nos recuerdan la típica actitud de los gnósticos del cristianismo primitivo, para quienes era perfectamente posible que exista una contradicción entre doctrina, por una parte, y praxis o pastoral, por otra. Asimismo, sus argumentos se asemejan a la teoría de Martín Lutero respecto de la acción sanadora de la Fe de modo independiente del modo de llevar la vida e independientemente incluso de la contrición o de la enmienda verdadera. El Concilio de Trento enseña por el contrario: “Si alguno negare que para la entera y perfecta remisión de los pecados se requieren tres actos en el penitente, a manera de materia del sacramento de la penitencia, a saber: contrición, confesión y satisfacción, que se llaman las tres partes de la penitencia; o dijere que sólo hay dos partes de la penitencia, a saber, los terrores que agitan la conciencia, conocido el pecado, y la fe concebida del Evangelio o de la absolución, por la que uno cree que sus pecados le son perdonados por causa de Cristo, sea anatema” (DS 1704 [Nota de la Redacción: = D 914]). A ello se agrega que el mencionado partido pretende en último término justificar mediante trucos sofísticos y cínicos los actos homosexuales, pecado que clama al Cielo (para lo cual se traen a un primer plano cualidades buenas que puedan tener dos personas que viven en una relación sodomítica).

Valentín de Boulogne (1591-1632), San Pablo escribiendo sus Epístolas

Sin embargo, permanece la validez de la Verdad de las Palabras de Dios en las Sagradas Escrituras para el tiempo presente, del mismo modo en que era válida en los tiempos de Jesús y los Apóstoles: “¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas (…) poseerán el reino de Dios” (1 Cor. 6, 9) y “Dios ha de juzgar a los fornicarios y a los adúlteros” (Hebr., 13, 4). Ningún católico que todavía se tome en serio sus votos bautismales puede dejarse intimidar por estos nuevos maestros sofistas de la inmoralidad sexual y del adulterio, incluso para el caso que estos maestros, lamentablemente, ejerzan el ministerio de obispos o cardenales. Semejantes maestros en cargos eclesiásticos no son discípulos de Cristo, sino más bien de Moisés o de Epicuro. Esta nueva doctrina y pretendida pastoral del matrimonio y de la sexualidad transportan a los cristianos al tiempo anterior a Cristo, a la dureza y ceguera de corazón respecto de la santa y sabia Voluntad original de Dios; conduciendo a los cristianos a una actitud semejantes a la de los paganos, que no conocen a Dios ni su Voluntad. Así nos lo enseña el Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras: “Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación: que os abstengáis de la fornicación; que cada uno sepa tener su mujer en santidad y honor, no con afecto libidinoso, como los gentiles, que no conocen a Dios” (1 Tes. 4, 3-5). Sólo una vida en conformidad con la Verdad original de Dios sobre el matrimonio y la sexualidad y su respectiva praxis, restaurada por Cristo y transmitida por la Iglesia sin modificaciones, que es la “Verdad en Jesús” (“veritas in Iesu”, Ef. 4, 21), puede producir una nueva vida en Cristo, y sólo eso es lo importante. El Espíritu Santo nos exhorta también en estos tiempos con las siguientes palabras de la Sagrada Escritura: “Os digo, pues, y os exhorto en el Señor a que no viváis ya como viven los gentiles, en la vanidad de sus pensamientos, oscurecida su razón, ajenos a la vida de Dios por su ignorancia y la ceguera de su corazón. Embrutecidos, se entregaron a la lascivia, derramándose ávidamente con todo género de impureza. No es esto lo que vosotros habéis aprendido de Cristo, si es que le habéis oído y habéis sido instruidos conforme a la verdad que está en Jesús. Dejando, pues, vuestra antigua conversación, despojaos del hombre viejo, que se va corrompiendo detrás de las pasiones engañosas, renovándoos en el espíritu de vuestra mente y revistiéndoos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas (Ef. 4, 17-24)”.

El presente artículo puede ser reproducido, en tanto se indique y enlace la fuente.

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