Les ofrecemos a continuación como
primicia absoluta en lengua castellana un artículo de suma actualidad de S. Excia.
Revma. Msr. Dr. Athanasius Schneider O.R.C., obispo auxiliar de la diócesis de Astana (Kasajistán), en el cual defiende con claridad y valentía la doctrina
inmutable de Cristo sobre el matrimonio y la sexualidad.
Msr. Schneider nació
en 1961 en Kirguistán en el seno de una familia de alemanes del Mar Negro, la
cual emigró a Alemania en 1973. Luego de finalizar sus estudios escolares
ingresó a la Orden de Canónigos Regulares de la Santa Cruz. Benedicto XVI lo
nombró obispo auxiliar en 2006. Ha defendido con particular fuerza en dos
escritos (ver aquí y
aquí) la comunión en la boca y de rodillas en como antigua práctica eclesial, según lo tratamos en una entrada previa de esta bitácora. Msr. Schneider celebra frecuentemente la liturgia tradicional.
El
presente artículo fue originalmente publicado en el número de febrero de 2015
de la Revista Informativa de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro para los
países de lengua alemana (Informationsblatt
der Priesterbruderschaft St. Petrus). La traducción directa desde el alemán
es de la Redacción, con excepción de las citas bíblicas, que corresponden la
traducción de Nácar y Colunga (BAC, Madrid, 1944), así como las citas del Enchiridion Symbolorum [Denzinger (D) o
Denzinger-Schönmetzer (DS) a partir de la 32ª edición (1963)], que corresponden
a la traducción directa de los originales del P. Daniel Ruiz Bueno (Herder,
Barcelona, 1963).
Agradecemos cordialmente a S. Excia. Revma. Msr. Athanasius Schneider, así como al P. Axel Maußen FSSP, Superior del Distrito de Lengua Alemana de la Fraternidad y editor de la Revista, por otorgar a esta bitácora su gentil autorización para traducir y publicar el artículo.
Agradecemos cordialmente a S. Excia. Revma. Msr. Athanasius Schneider, así como al P. Axel Maußen FSSP, Superior del Distrito de Lengua Alemana de la Fraternidad y editor de la Revista, por otorgar a esta bitácora su gentil autorización para traducir y publicar el artículo.
Al principio no fue así (Mt. 19, 8)
La verdad inmutable de Dios sobre el matrimonio y la sexualidad
S. Excia. Revma. Msr.
Dr. Athanasius Schneider, O.R.C.
1. Nuestro Señor Jesucristo, el
Verbo Eterno y la Verdad Eterna en persona, restauró de un modo particularmente
maravilloso la dignidad original de la naturaleza humana (“Qui dignitatem humanæ substantiæ mirabilius reformasti”), y en
particular también respecto de la sexualidad del hombre, que en un principio
fue creada maravillosamente (“mirabiliter
condidisti”). A través del Pecado Original la dignidad de la sexualidad del
hombre fue herida. A causa de la dureza de corazón del hombre antiguo introdujo Moisés incluso el divorcio, de modo contrario a la
indisolubilidad absoluta del matrimonio dispuesta originalmente por Dios. Los
fariseos y los maestros de la Ley conocían la verdad divina sobre los comienzos
del matrimonio, pero buscaban para la extendida práctica del divorcio una
justificación de parte de un maestro reconocido por el pueblo. Los primeros
mentirosos respecto de la posibilidad de una contradicción entre la doctrina y
lo pastoral fueron precisamente los fariseos y maestros de la Ley. Éstos
preguntaron a Jesús sobre la licitud general (“quæcumque ex causa”) del divorcio (cfr. Mt. 19, 3). Jesús les
anunció a ellos y los hombres de todos los tiempos a través de su Evangelio la
verdad de Dios sobre el matrimonio, siempre válida e inmutable, en tanto dijo:
“al principio no fue así. Y yo digo que quien repudia a su mujer (salvo caso de
fornicación) y se casa con otra, adultera” (Cfr. Mt. 19, 9). Jesús restauró la
verdad divina sobre el matrimonio y la sexualidad en toda su seriedad y
belleza. Cristo no introdujo en esta verdad divina anunciada por Él
autoritativamente ningún sofisma (como, por ejemplo, supresión de la culpabilidad
por motivos psicológicos) ni ninguna regulación de excepción supuestamente
exigida por motivos pastorales, como las que practicaban los fariseos y los
maestros de la Ley. Fue incluso más allá, anunciando que “todo el que mira a
una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt. 5, 28). Este
mandamiento de Cristo es generalmente válido y afirma que todo deseo lujurioso respecto
de una persona que no sea el cónyuge legítimo es ante los ojos de Dios según la
intención ya un pecado de adulterio, un pecado en contra del Sexto Mandamiento.
Con ello condena Cristo todo acto sexual deliberado de pensamiento y, a fortiori, todo acto sexual corporal
fuera del matrimonio como contrario a Dios (como contrario al mandamiento de
Dios, esto es, contra su Voluntad). Jesús no presenta sus palabras como doctrina
propia, sino de su Padre: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado”
(Jn. 7, 16) y “Yo hablo al mundo lo que le oigo a Él” (Jn. 8, 26). Lo mismo les
dijo a los Apóstoles y a todos quienes ejercen el Magisterio de la Iglesia en
todos los tiempos, hasta su Venida: “El que a vosotros oye, a mí me oye” (Lc.
10, 16), mandándoles enseñar a todas las gentes “a observar todo cuanto yo os
he mandado” (Mt. 28, 20).
2. Cristo restauró solemnemente
la Verdad original sobre el matrimonio y la sexualidad, sin consideraciones
para la dureza de corazón de muchos de sus contemporáneos ni para el sofismo
“pastoral” de los fariseos y maestros de la Ley, confiándola a los Apóstoles y
a sus sucesores, para que la transmitieran y custodiaran fielmente como un bien no hecho por los hombres ni
sometido a las decisiones de éstos. Los Apóstoles eran custodios concienzudos (“episcopi et pastores”, cfr. Hch. 20,
28) y administradores (“administratores”,
cfr. 1 Cor. 4, 1; Tito, 1, 7) de este bien de la Fe, también en ámbito que
concierne al matrimonio y la sexualidad, teniendo presentes las palabras que
Jesús les dirigiera: “¿Quién es, pues, el administrador fiel, prudente, a quien
pondrá el amo sobre su servidumbre para distribuirle la ración de trigo a su
tiempo?” (Lc. 12, 42). En el curso de los últimos dos mil años han existido
siempre en la vida de la Iglesia intentos recurrentes de reinterpretar la
doctrina clarísima y sin compromisos de Cristo sobre la indisolubilidad del
matrimonio y el carácter contrario a Dios de todo acto sexual extramatrimonial.
En los primeros tiempos de la Iglesia fueron las doctrinas gnósticas permisivas
de Jezabel y de los nicolaítas, a las cuales se opuso el Apóstol Juan en las
iglesias de Pérgamo y Tiatira (cfr. Ap. 2, 14-24). La contradicción radical con
la doctrina matrimonial de Cristo fue introducida luego por Martín Lutero, en
cuanto éste calificó al matrimonio como una “cosa mundana” y, de este modo,
abrió por vez primera en el Occidente cristiano de modo tanto teórico como
práctico la puerta para el divorcio por principio (véase el caso de bigamia de
Felipe I de Hesse). La doctrina matrimonial de Cristo fue repetidamente pasada
por alto en la práctica mediante el abuso del concepto de la misericordia
(llamada “oikonomia” en la iglesia
ortodoxa) o a causa de cobardía o servilismo frente a la voluntad adúltera de
los poderosos de este mundo. Como muestra algunos ejemplos: el episcopado
griego desde los tiempos del emperador Justiniano I, el episcopado franco en el
caso del Emperador alemán Lotario II [nota de la Redacción: se refiere aquí el Autor al Rey Lotario II de Lotaringia (825-869), a quien algunos consideran
antecesor del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Lotario II o III (1075-1137)]
y, por sobre todo, el caso manifiesto de la casi totalidad del episcopado
inglés en tiempos del Rey Enrique VIII, así como una parte del colegio
cardenalicio en el caso del segundo matrimonio nulo del Emperador Napoleón I,
en contra del cual protestaron empero algunos valerosos cardenales, a quienes
Napoleón les prohibió llevar la púrpura cardenalicia y les quitó su estipendio,
pasando a ser llamados – por contraposición a los cardenales políticamente
correctos revestidos de la púrpura – “cardenales negros”.
3. Desde hace algunos años se ha formado un
partido al interior de la Iglesia, constituido fundamentalmente por sacerdotes
e incluso por algunos obispos y cardenales, que buscan un cambio de la que ha
sido sin modificaciones la praxis de la Iglesia Católica Romana por dos mil
años, según la cual la recepción de la Comunión por parte de una persona
divorciada que cohabita con una segunda pareja (civilmente vueltos a casar) no
es posible por ser contraria a Dios, en cuanto su Palabra dice: “Los adúlteros
no poseerán el Reino de Dios” (1 Cor. 6, 9). El mentado partido emplea diversos
argumentos. Estos nos recuerdan la típica actitud de los gnósticos del
cristianismo primitivo, para quienes era perfectamente posible que exista una
contradicción entre doctrina, por una parte, y praxis o pastoral, por otra.
Asimismo, sus argumentos se asemejan a la teoría de Martín Lutero respecto de
la acción sanadora de la Fe de modo independiente del modo de llevar la vida e
independientemente incluso de la contrición o de la enmienda verdadera. El
Concilio de Trento enseña por el contrario: “Si alguno negare que para la
entera y perfecta remisión de los pecados se requieren tres actos en el
penitente, a manera de materia del sacramento de la penitencia, a saber: contrición,
confesión y satisfacción, que se llaman las tres partes de la penitencia; o
dijere que sólo hay dos partes de la penitencia, a saber, los terrores que
agitan la conciencia, conocido el pecado, y la fe concebida del Evangelio o de
la absolución, por la que uno cree que sus pecados le son perdonados por causa
de Cristo, sea anatema” (DS 1704 [Nota de la Redacción: = D 914]). A ello se
agrega que el mencionado partido pretende en último término justificar mediante
trucos sofísticos y cínicos los actos homosexuales, pecado que clama al Cielo
(para lo cual se traen a un primer plano cualidades buenas que puedan tener dos
personas que viven en una relación sodomítica).
Sin embargo, permanece la validez
de la Verdad de las Palabras de Dios en las Sagradas Escrituras para el tiempo
presente, del mismo modo en que era válida en los tiempos de Jesús y los
Apóstoles: “¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os
engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados,
ni los sodomitas (…) poseerán el reino de Dios” (1 Cor. 6, 9) y “Dios ha de
juzgar a los fornicarios y a los adúlteros” (Hebr., 13, 4). Ningún católico que
todavía se tome en serio sus votos bautismales puede dejarse intimidar por
estos nuevos maestros sofistas de la inmoralidad sexual y del adulterio,
incluso para el caso que estos maestros, lamentablemente, ejerzan el ministerio
de obispos o cardenales. Semejantes maestros en cargos eclesiásticos no son
discípulos de Cristo, sino más bien de Moisés o de Epicuro. Esta nueva doctrina
y pretendida pastoral del matrimonio y de la sexualidad transportan a los
cristianos al tiempo anterior a Cristo, a la dureza y ceguera de corazón
respecto de la santa y sabia Voluntad original de Dios; conduciendo a los
cristianos a una actitud semejantes a la de los paganos, que no conocen a Dios
ni su Voluntad. Así nos lo enseña el Espíritu Santo en las Sagradas Escrituras:
“Porque la voluntad de Dios es vuestra santificación: que os abstengáis de la
fornicación; que cada uno sepa tener su mujer en santidad y honor, no con
afecto libidinoso, como los gentiles, que no conocen a Dios” (1 Tes. 4, 3-5). Sólo
una vida en conformidad con la Verdad original de Dios sobre el matrimonio y la
sexualidad y su respectiva praxis, restaurada por Cristo y transmitida por la
Iglesia sin modificaciones, que es la “Verdad en Jesús” (“veritas in Iesu”, Ef. 4,
21), puede producir una nueva vida en Cristo, y sólo eso es lo importante. El
Espíritu Santo nos exhorta también en estos tiempos con las siguientes palabras
de la Sagrada Escritura: “Os digo, pues, y os exhorto en el Señor a que no
viváis ya como viven los gentiles, en la vanidad de sus pensamientos,
oscurecida su razón, ajenos a la vida de Dios por su ignorancia y la ceguera de
su corazón. Embrutecidos, se entregaron a la lascivia, derramándose ávidamente
con todo género de impureza. No es esto lo que vosotros habéis aprendido de
Cristo, si es que le habéis oído y habéis sido instruidos conforme a la verdad
que está en Jesús. Dejando, pues, vuestra antigua conversación, despojaos del
hombre viejo, que se va corrompiendo detrás de las pasiones engañosas,
renovándoos en el espíritu de vuestra mente y revistiéndoos del hombre nuevo,
creado según Dios en justicia y santidad verdaderas (Ef. 4, 17-24)”.
El presente artículo puede ser reproducido, en tanto se indique y enlace la fuente.
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