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sábado, 11 de abril de 2015

El amito, el alba y el cíngulo

En una entrada anterior anunciamos una serie sobre los ornamentos litúrgicos. Comenzamos, pues, con ella de acuerdo al orden con que el sacerdote se reviste para celebrar la Santa Misa, después de haberse preparado interiormente para ello

El primer ornamento con que se ciñe el sacerdote es el amito (de amicere, que significa cubrir), que es un trozo de tela blanca rectangular y lo suficientemente ancha para que cubra el cuello y los hombros. En la Forma Ordinaria, este ornamento puede omitirse si el alba cubre el vestido común alrededor del cuello (Instrucción General del Misal Romano, núm. 336). En el pasado —y todavía hoy en las órdenes monásticas y mendicantes— se colocaba primero sobre la cabeza, como una especie de capucha, simbolizando así el yelmo que protege al soldado de Cristo contra las acometidas del diablo, y que le recuerda la disciplina de los sentidos y del pensamiento que es necesaria para una digna celebración de la Santa Misa. Nuestros pensamientos no deben divagar por las preocupaciones y las expectativas de la vida diaria; los sentidos no deben verse atraídos hacia lo que allí, en el interior de la iglesia, casualmente quisiera secuestrar los ojos y los oídos, sino que han de mirar a Cristo que se hará real, verdadera y sustancialmente presente sobre el altar en el momento de la consagración. También recuerda que el ministro sagrado debe ser parco y comedido en las palabras. Por eso, la oración que acompaña a este ornamento dice: «Pon, Señor, sobre mi cabeza el yelmo de salvación para rechazar los asaltos del enemigo». 

Amito

Después de ponerse el amito, el sacerdote se viste con una túnica que lo cubre de arriba a abajo, y que, por ser siempre blanca, ha recibido el mismo nombre de su adjetivo en latín: alba. Es uno de los más importantes ornamentos litúrgicos, lo que explica que en la Forma Ordinaria sea la vestidura sagrada para todos los ministros ordenados e instituidos (Instrucción General del Misal Romano, núm. 336). Místicamente, nos recuerda la pureza de corazón que ha de poseer el que la lleva y que es necesaria para entrara en los goces de la gloria. De ahí que el sacerdote al ponérsela diga: «Hazme puro, Señor, y limpia mi corazón, para que, santificado por la sangre del cordero, pueda gozar de las delicias eternas». 

Para que el alba se adapte convenientemente al cuerpo, el sacerdote se ciñe sobre ella un grueso cordón, llamado cíngulo (de cingere, que significa ceñir), que puede ser blanco, dorado o del color litúrgico del día. En la Forma Ordinaria, éste puede omitirse si el alba está hecha de tal manera que se adapte al cuerpo aun sin él (Instrucción General del Misal Romano, núm. 336). Espiritualmente nos recuerda, tal y como indica la oración que reza el sacerdote, la castidad que debe vivir el sacerdote y la necesidad de luchar contra las bajas pasiones de la carne: «Cíñeme, Señor, con el cíngulo de la pureza, y apaga en mis carnes el fuego de la concupiscencia, para que more siempre en mí la virtud de la continencia y castidad». 

Alba y cíngulo

Por privilegio, en España se podía utilizar un cíngulo fajinado, esto es, una faja con dos caídas terminadas en borlas, que el celebrante llevaba a modo de cíngulo. La faja era del mismo tejido que los ornamentos o, al menos, estaba ricamente bordada. Para ajustarla según la circunferencia del celebrante, se empleaban unas cintas que se ataban por detrás. Las caídas eran una a la izquierda y otra a la derecha, de manera que quedasen simétricas con el cuerpo.

Pintura en que el sacerdote lleva el cíngulo fajinado

Foto de un cíngulo fajinado

No debe confundirse el cíngulo con el fajín que acompaña la sotana. Este último es un trozo de tela que ciñe la sotana alrededor de la cintura, cayendo verticalmente en dos bordes terminados en flecos. Su color depende de la jerarquía de quien lo usa: el Sumo Pontífice utiliza una faja blanca para ceñir su sotana del mismo color; los cardenales visten faja roja de seda moaré; los nuncios apostólicos emplean faja púrpura de seda moaré; los obispos usan fajas de igual color, pero en seda normal; los prelados de honor tiene reservado el color púrpura; los presbíteros visten faja negra para ceñir su sotana, aunque en el mundo hispano ella no era habitual; en fin, los seminaristas utilizan fajas dependiendo de su orden y de su grado de estudios o diócesis, siendo ella generalmente de color azul.

 Ejemplos de un fajín proprio de un cardenal (el entonces Cardenal Ratzinger, al centro a la izq.) 
y de un obispo (centro a la der.)

Nota de la Redacción: Las fotos 1 y 2 están tomadas del libro Zum Altar Gottes will ich treten, una introducción a la Misa tradicional escrita por el P. Martin Ramm, FSSP.

Actualización [23 de julio de 2015]: Esta entrada ha sido actualizada con esta fecha para incluir la referencia al fajín, prenda perteneciente al hábito eclesiástico como complemento de la sotana. 

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