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jueves, 12 de abril de 2018

Del silencio en la liturgia

Recientemente, un gran Príncipe de la Iglesia y pastor valiente y fiel, el Cardenal Sarah, nos quiso recordar en un libro el valor inestimable del silencio en la vida del espíritu. Sin embargo, al mismo tiempo, altos jerarcas de la Iglesia, tristementemente y en contra de la enseñanza y la práctica de la Iglesia durante dos milenios, relativizan el valor del silencio y la contemplación. 

Por eso conviene recoger testimonios sencillos como el siguiente, el cual, desde la perspectiva de un fiel, rescata el sentido del silencio en la vida de oración y, especialmente, en la liturgia. Difícilmente puede en este punto la liturgia reformada, a menudo llena de cháchara y escasa en momentos de silencio, equipararse a la liturgia tradicional, la cual sabe, particularmente en la Misa baja o rezada, darle el lugar que le corresponde al silencio, que no es en caso alguno un silencio vacío, como la modernidad, amante del ruido, suele pensar, sino un silencio colmado de sentido y de la Presencia de Dios. 

El autor, John Paul Sonnen, quien cuenta con estudios de pregrado en la University of Saint Thomas (St. Paul, EE.UU.) y de pregrado en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino de Roma (Angelicum), es docente de historia, operador turístico y escritor de temas de viajes. Ha sido responsable de varios blogs, entre ellos Orbis Catholicus Travel. El artículo apareció originalmente en la página Liturgical Arts Journal y la traducción es de la Redacción.

 (Foto: OC-Travel)


Del silencio en la liturgia

J.P. Sonnen


Recientemente, durante una peregrinación con el P. William Barker, FSSP (de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei), experimenté el privilegio sobrecogedor de asistir su Misa rezada privada en la diminuta "Capilla de las zapatillas" (Slipper Chapel) de la Basílica Católica de Walsingham [Nota de la Redacción: llamada así por la costumbre de los peregrinos de removerse el calzado al llegar a esta capilla para continuar descalzos durante la última milla hasta Walsingham, la llamada "milla santa"].

Este oculto lugar de peregrinaje es uno de los secretos católicos mejor guardados del mundo angloparlante. Es un santuario encantador y un venerable lugar de peregrinaje. La capilla, la cual se remonta a 1340, es tan pequeña que sólo puede acoger a un reducido grupo. Un escenario muy apropiado, pensé, para la "Misa silenciosa" ("Quiet Mass"), la Forma Extraordinaria del Rito Romano [Nota de la Redacción: en inglés la denominación "Quiet Mass" es una forma coloquial de referirse a la Misa baja o rezada].
 
Para mi meditación diaria aproveché el silencio del Canon Romano. Siempre he dicho que uno de los puntos fuertes de la Misa de la Forma Extraordinaria es el silencio que promueve al murmurar el sacerdote en voz en voz baja el Canon de la Misa.
 
En un mundo de ruido estático, este silencio es una bienvenida tregua y un reposo para el cerebro. El silencio litúrgico no es vacío, está lleno de respuestas. Vale la pena hacer notar que los estudios recientes prueban que el silencio es mucho más importante para nuestros cerebros de lo que jamás pudimos haber imaginado. Por esta razón, siento que su papel debe ser reconocido y restaurado en la liturgia.

El efecto que la contaminación acústica puede tener en la ejecución de tareas cogniticas ha sido intensamente estudiado y documentado. En mi opinión, el ruido puede dañar el desempeño de las tareas, especialmente la oración, y puede ser la causa de motivación disminuida respecto de la oración mental.

Mientras que el silencio revitaliza nuestros recursos cognitivos, el ruido puede tener un marcado efecto físico en las personas, resultando en un elevado nivel de hormonas del estrés. Esto no es auspicioso para la oración.

Las funciones cognitivas más fuertemente afectadas por el ruido son la atención lectora, la concentración, la memoria y la resolución de problemas. Por supuesto esto incluye la capacidad de rezar.

Cuando se promueve un entorno silencioso con bajos niveles de estímulos sensoriales, el cerebro es capaz de recobrar algunas de sus habilidades cognitivas, bajando la "guardia sensorial" y restaurando algo de lo que se ha perdido a través del exceso de ruido.

Mientras que el ruido puede causar estrés, el silencio alivia la tensión del cerebro y del cuerpo, a través de cambios en la presión sanguínea y en la circulación sanguínea en el cerebro. El silencio es atractivo. Calma el alma y el cuerpo. En el acto de rezar, el cerebro está descansando, al tiempo que constantemente internaliza y evalúa la información que recibe.

El silencio le deja al cerebro en su trabajo consciente un espacio para descansar y procesar información y emociones. Durante los momentos de silencio en los textos litúrgicos, el cerebro tiene la libertad que añora, permitiéndole encontrar su lugar en el mundo interno y externo.
 
El silencio permite al cerebro pensar acerca de cosas profundas de un modo imaginativo. Como alguna vez escribiera el escritor del "Renacimiento Americano" Herman Melville: "Todas las cosas profundas y las emociones respecto de las cosas son precedidas y asistidas por el silencio".

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