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martes, 10 de abril de 2018

FIUV Position Paper 16: La proclamación de las lecturas en latín en la forma extraordinaria

En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966. 

En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 16 y que versa sobre la proclamación de las lecturas en latín en la forma extraordinaria, cuyo original en inglés puede consultarse aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de julio de 2013. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede. 


***

La proclamación de las lecturas en latín en la forma extraordinaria

Resumen

De acuerdo con la Instrucción Universae Ecclesiae, se permite la repetición de las lecturas en vernáculo después de ser proclamadas en latín o, en la Misa rezada, su proclamación sólo en vernáculo. Este ensayo aspira a explicar y defender la restricción del uso del vernáculo. Los argumentos que se dan son relevantes también para el debate sobre la posibilidad de que toda la Misa de los catecúmenos, o los Propios, sean en vernáculo. La primera consideración que se hace es la importancia de la tradición de cantar la Epístola y el Evangelio en la Misa cantada, protegida por la ley de la Iglesia. Esto plantea un tema más profundo: las lecturas tienen en la liturgia no solo un papel didáctico sino también uno latréutico, y reemplazar el latín por una lengua no litúrgica no sólo disminuye ese papel sino que disminuye también el sentido del tiempo litúrgico, sagrado, que resulta del uso del latín. El uso del vernáculo en más momentos en la liturgia, que implicaría una alternación más frecuente de lenguas sería, debido a esto, particularmente problemático.

Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.


Texto

1. La Instrucción Universae Ecclesiae (2011), núm. 26, dispone para la forma extraordinaria del rito romano lo siguiente: “Como está previsto en el artículo 6 del motu proprio Summorum Pontificum, las lecturas de la Santa Misa del Misal de 1962 pueden ser proclamadas solamente en latín, o en latín seguido por el vernáculo o, en las Misa rezadas, solamente en vernáculo. Por tanto, es obligatorio en las Misas cantadas y las Misas solemnes cantar en latín la Epístola y el Evangelio”[1]. En la Misa rezada se las puede leer sólo en vernáculo. La celebración práctica de la Misa rezada varía, por razones históricas, entre los diversos países, pero la lectura en latín es cosa general. La repetición, hecha antes del sermón, de las lecturas en vernáculo, cuando son leídas o cantadas en latín, es muy común en la práctica, aunque en modo alguno es universal.

2. Muchos de quienes promueven el latín en la forma ordinaria (la “reforma de la reforma”) sugieren que todos los Propios se lean en vernáculo, o que éste se use en toda la Misa hasta el Ofertorio[2]. Es por esta razón que la ley y la práctica de la forma extraordinaria requiere ser explicada; explicación que es importante también para cuestiones más amplias[3].

3. Este ensayo da por conocidos los argumentos generales en favor del latín dados en la Positio 7[4].

 Último Evangelio

El papel latréutico de las lecturas.

4. Un aspecto de la cuestión, que explica la distinción hecha por Universae Ecclesiae entre Misa cantada y Misa rezada, es el especial valor de la práctica de cantar las lecturas. Esta práctica data de los orígenes del canto gregoriano en el templo judío, cuya solemnidad, belleza y expresividad son extraordinarias. Claramente, su pérdida sería un serio empobrecimiento del patrimonio litúrgico de la Iglesia y de la vivencia litúrgica de los fieles.

5. Esta tradición de las lecturas cantadas plantea por sí misma una cuestión más amplia, que es el papel de las lecturas en la Misa. En su origen, el canto de las lecturas y las inflexiones del canto correspondientes a las frases medias y finales, que la diferencian de declaraciones meramente indicativas, servían para hacer más claras la audición y la comprensión[5]; siguen hoy haciendo más fácil para los fieles seguir textos familiares o importantes, y señalan los momentos en que todos se arrodillan en ciertos momentos, como cuando se menciona la muerte del Señor en los Evangelios de la Pasión[6]. Sin embargo, dan también a la proclamación de las lecturas un carácter litúrgico profundamente solemne, análogo al del Prefacio, lo que subraya su calidad latreútica. Esto queda además puesto de relieve por las ceremonias, especialmente evidentes en la Misa solemne y en la pontifical, de bendición del ministro que lee el texto, de incensación del Misal, del beso del mismo, y de los movimientos que llevan a cabo los ministros y acólitos en el presbiterio. La lectura del Evangelio de cara al norte simboliza la proclamación del Evangelio a los paganos aún no convertidos del norte de Europa. En la Misa rezada la misma idea se encuentra en la proclamación de las Escrituras desde el altar del sacrificio.

6. Este valor de la proclamación de las Escrituras como un acto de culto es confirmado por el rito de la ordenación de diáconos y subdiáconos, a quienes se encarga leer el Evangelio o las Epístolas “tanto para los vivos como para los difuntos”[7].

7. Aunque las Escrituras tienen naturalmente un valor didáctico, esto es también verdadero respecto de todos los Propios de la Misa, incluido el Ordinario, y es imposible hacer una distinción clara entre la Misa didáctica de los catecúmenos y la Misa latréutica de los fieles. Como la Constitución sobre la Liturgia del Concilio Vaticano II lo dice, “[l]as dos partes que, en cierto sentido, se unen para formar la Misa, es decir, la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, están tan íntimamente conectadas entre sí que no forman sino un solo acto de culto”[8].

8. Teniendo esto presente, es natural que las lecturas sean cantadas en latín, la lengua litúrgica de la Iglesia de Occidente. Es también natural que, en la Misa rezada, que deriva tanto histórica como lógicamente de la Misa solemne, sea también apropiado leer las lecturas en latín.

9. Hay otras dos consideraciones que se refieren también, en alguna medida, a la cuestión de tener otros Propios en vernáculo para la celebración de la forma extraordinaria.

 El subdiácono lee la Epístola (rito dominicano)

Consideraciones pastorales.

10. La primera es la cuestión del valor pastoral práctico de leer las lecturas en vernáculo. En las Misas con fieles, es práctica común, cuando ellas se leen en latín, repetirlas en vernáculo antes del sermón. No se puede argumentar, por tanto, que es un imperativo pastoral leer las lecturas en vernáculo en vez de en latín: no se da aquí el dilema de tener que optar por una u otra cosa. La única razón para omitir la lectura en latín parecería ser que se ahorra así un poco de tiempo.

11. Con todo, también se podría preguntar, en las condiciones de la mayoría de las celebraciones de la forma extraordinaria hoy, si la repetición de las lecturas en vernáculo es necesaria, ya que si los fieles no tienen misales individuales con la traducción, pueden tenerla muy fácilmente impresa en un simple hoja de papel. En este punto, la situación es algo diferente de lo que ocurría cuando se comenzó, hacia 1940, a autorizar, en algunas regiones, la lectura en vernáculo: en aquel tiempo los sacerdotes simplemente no podían imprimir de Internet copias de las traducciones.

12. Lo mismo se puede decir para los demás Propios, incluido el Ordinario de la Misa. El uso del latín no es, en realidad, un obstáculo para la comprensión de lo que se dice en la liturgia, ya que quien quiera saberlo puede seguir con toda facilidad su traducción, y todos los que opinan que es importante que los fieles puedan seguir la Misa en su propia lengua, pueden fácilmente asegurarse de que haya traducciones disponibles[9].

13. El experto László Dobsay da un argumento conclusivo: se debe conservar en latín la colecta, la secreta y la poscomunión, incluso si se traduce otras partes de la Misa, debido a la importancia que tiene el que los católicos se familiaricen con la rica terminología latina de esas oraciones[10].

La integridad de la liturgia.

14. La segunda consideración es la cuestión de la integridad de la liturgia. El escritor Martin Mosebach aborda esto en el contexto del “problema”, como lo denomina él, del sermón: “Al entrar en el espacio sagrado de la liturgia, toda interrupción me hace sufrir: sufro cada vez que las vestiduras de la liturgia se desgarran (para decirlo con una metáfora). […] [Al terminar la lectura del Evangelio] el fiel se halla profundamente sumergido en otro mundo. Ha comprendido que toda frivolidad y espontaneidad deben guardar silencio cuando llega el momento de hacer visible lo que, objetivamente, es 'enteramente otro'"[11].

15. Esta atmósfera, y la actitud que promueve, es interrumpida por el sermón, que tiene un carácter totalmente diferente, más personal y prosaico. Más estridente, incluso, es el anuncio de las noticias parroquiales. Mosebach no objeta que se ponga el sermón en este momento de la liturgia -su ubicación ahí es muy antigua-, sino que dice simplemente: “Creo que es muy importante darse cuenta de que hay aquí un problema, 'problema' en la medida en que no existe una solución obvia al alcance de la mano”[12].

16. Del mismo modo, aunque podríamos aceptar que ciertas lecturas en vernáculo tienen alguna ventaja, debiéramos reconocer que un abrupto cambio desde el latín (o desde otras lenguas antiguas)[13] al vernáculo y de nuevo al latín, da origen a un problema desde el punto de vista de la liturgia como esfera sagrada, que el uso del latín realza especialmente. Si hubiera más Propios que leer en vernáculo, la Misa implicaría un muy frecuente cambio entre una y otra lengua, de las cuales una es sagrada y la otra profana. El latín no puede crear y mantener el sentido de sacralidad si se lo interrumpe continuamente, y debiéramos lamentar incluso las interrupciones más necesarias[14]

 Evangelio 

Conclusión.

17. Este ensayo ha procurado dar un fundamento racional tanto a la ley de la Iglesia, expuesta en la Intrucción Universae Ecclesiae, de que las lecturas deben hacerse en latín en la Misa cantada, como a la práctica generalizada de leerlas en latín incluso en la Misa rezada. La razón es, esencialmente, que el latín no es un aspecto dispensable de la liturgia en la forma extraordinaria, y que reemplazarlo por el vernáculo en ciertas partes de la Misa no sólo disminuye la calidad de ellas, sino que interrumpe la liturgia en su conjunto.

18. Este argumento se basa en la observación de que la Misa de los catecúmenos no puede ser calificada simplemente como un elemento didáctico, que no necesita tener un carácter específicamente litúrgico, expresivo de un culto. Las oraciones y ceremonias de la forma extraordinaria simplemente no permiten esa interpretación de la estructura de la Misa.

19. Además, el argumento se aplica a fortiori a la posibilidad de que haya otros textos Propios en vernáculo. Por muy edificantes que sean para el pueblo, ellos son parte integral del culto que se da a Dios en la Misa, y un cambio constante entre latín y vernáculo dañaría gravemente el sentido que tienen los fieles de la Misa como tiempo sagrado.




[1] En la Misa cantada se permite que la Epístola sea leída en vez de cantada, aunque ello es raro.

[2] Conocida en el contexto de la forma extraordinaria como Misa de los catecúmenos, y en la forma ordinaria, como liturgia de la palabra.

[3] Es interesante advertir que algunos liturgistas tan amigos del latín como el P. Aidan Nichols, OP y el P. Jonathan Robinson, Cong.Orat., consideran que el caso de las lecturas en vernáculo no requiere de argumentaciones. Véase Nichols, A., Looking at the Liturgy: a critical review of its contemporary form (San Francisco, Ignatius Press, 1996), p. 120; Robinson, J., The Mass and Modernity: walking to heaven backwards (San Francisco: Ignatius Press, 2005), p. 336.

[5] Un sínodo en Grado, Italia, en 1296, restringió el uso de los melismas más complicados en el canto del Evangelio, porque ellos “impiden la comprensión de los auditores y con ello se disminuye la devoción de los fieles”. Citado por el Lang, U. M., The Voice of the Church at Prayer (San Francisco, Ignatius Press, 2012), p. 153. Como indica Lang, con anterioridad en aquel siglo San Francisco había recibido la inspiración de fundar los Hermanos Menores al oír la proclamación del Evangelio de la misión de los apóstoles durante la Misa de la fiesta de San Matías (Mt. 10, 7-10).

[6] Otros ejemplos de que los ministros sagrados y los fieles se arrodillan en ciertos momentos de las lecturas son: en Epifanía y su octava, al mencionarse a los Magos que adoran a Cristo-Niño; en el segundo domingo de Pasión, cuando se menciona la Invención de la Santa Cruz y su Exaltación, todos se arrodillan en la Epístola a las palabras “que al nombre de Jesús se doble toda rodilla”; en la tercera Misa de Navidad, al leerse el Prólogo de San Juan; al terminar el Evangelio del miércoles de la cuarta semana de Cuaresma (Jn 9, 1-38). Esto reitera las genuflexiones durante el canto en ocasiones como el tracto de Cuaresma Domine non secundum, y el versículo del Alleluia de Pentecostés Veni, Sancte Spiritus.

[7] En el Pontifical Romano, en la ordenación de los subdiáconos, el obispo dice: “Recibe el libro de las epístolas y el poder de leerlas en la Iglesia de Dios, tanto para los vivos como para los difuntos”. Al ordenar los diáconos, dice: “Recibe el poder de leer el Evangelio en la Iglesia de Dios, tanto para los vivos como para los difuntos”.

[8] Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium (1963), núm. 51: Duae partes e quibus Missa quodammodo constat, liturgia nempe verbi et eucharistica, tam arcte inter se coniuguntur ut unum actum cultus efficiant.

[9] En relación con lenguas raras o minoritarias y con congregaciones multilingüísticas, el proporcionar una traducción a los fieles presenta más desafíos. Su solución es más fácil, sin embargo, que buscar un modo de usar las lenguas del caso desde el altar, cosa que no se puede hacer fácilmente en varios idiomas, aparte de que debiera implicar un proceso oficial más formal de aprobación de las traducciones que se use. 

[10] Dobsay, L., The Restoration and Organic Development of the Roman Rite (London, T&T Clark, 2010), p. 79: “Las citas y referencias de textos litúrgicos se encuentran en las obras de los Padres de la Iglesia y en muchos autores espirituales, así como también en las oraciones y meditaciones de los santos. Los sacerdotes y laicos que tienen un nivel alto de formación teológica pero que no conocen la liturgia latina extraordinariamente bien (lo que hoy quiere decir que no están familiarizados con los textos latinos), ciertamente se autoexcluyen de los registros históricos de la vida de la Iglesia. No conocer el vocabulario usado, o las frases citadas, significa que se es incapaz de reconocer su contexto y origen en la literatura teológica y espiritual de la tradición”.  Dobsay propone que otras partes de la Misa sean rezadas en vernáculo, especialmente el Pater Noster. Esta propuesta, sin embargo, parece carecer de valor pastoral, ya que el significado de su texto habrá sido conocido por la mayoría de los fieles desde su más tierna infancia.

[11] Mosebach, M., The Heresy of Formlessness: The Roman Liturgy and its Enemy (San Francisco, Ignatius Press, 2006), pp. 49-50.

[12] Mosebach, The Heresy of Formlessness, cit., p. 52. La misma razón puede aplicarse a otros antiguos usos del vernáculo en la tradición litúrgica latina, como en el caso de los votos matrimoniales: la necesidad del vernáculo aquí se relaciona con el aseguramiento de la validez del sacramento del matrimonio, y por ello no constituye un antecedente para usarlo en otras ocasiones: el “problema” litúrgico que representa no puede solucionarse, pero es manejable debido a su reducido ámbito.

[13] Especialmente el Kyrie, en griego.

[14] Un ejemplo de una interrupción más necesaria sería el uso del vernáculo para los votos matrimoniales, donde es máximo el valor de una inteligibilidad inmediata, según se ha dicho en la nota 12. 

2 comentarios:

  1. Estimados, en vista de este artículo, les comento un problema que ha surgido en la parroquia donde asisto a al misa gregoriana y que no le vemos por ahora solución (en parte por el desconocimiento de las normas litúrgicas).
    El caso es el siguiente: si el sacerdote celebrante no puede cantar por problemas de la voz, ¿puede el coro, para dignificar la liturgia del domingo, aunque sea rezada, cantar el Ordinario y preparar algunos propios (como Introito, Aleluya o Comunión)?
    La situación no sería de mayor consideración si la celebración se diera un día entre semana por ejemplo, pero al ser el domingo y priorizando que la misa parroquia sea cantada, surge la duda. Muchas gracias

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    1. Estimado Andrés, muchas gracias por su interés y por seguir nuestro blog. Se debe distinguir estrictamente entre Misa Cantata y Misa rezada o baja, por lo que en esta última no es posible cantar el ordinario ni el propio. Sí es lícito solemnizar la Misa rezada o baja del modo siguiente: si bien no se deben cantar el propio ni el ordinario, sí es lícito cantar himnos o motetes latinos apropiados, o bien tocar el órgano, en la procesión de entrada del sacerdote, para el ofertorio, la comunión y para el regreso del sacerdote a la sacristía. Una alternativa igualmente digna sería también, en vez del ordinario de la Misa en latín, cantar cantos en vernácula que hagan paráfrasis del texto litúrgico. Lo que no es lícito es rezar la Misa y cantar ordinario y propio. La así llamada Misa alemana es un ejemplo de la simbiosis cantual válida.

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