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martes, 30 de octubre de 2018

Un paralelo político entre las dos "formas" del rito romano

Publicamos a continuación una traducción propia de un artículo del Dr. Peter Kwasniewski, colaborador habitual de esta bitácora, en la que muestra el abismo que separa al Usus antiquior del Novus Ordo Missae en lo que se refiere al favorecimiento de la vida de piedad en los fieles que asisten a uno y otro, recurriendo para ello a una elocuente argumentación proveniente de la filosofía política.

El artículo original en inglés fue publicado en el sitio New Liturgical Movement y puede consultarse aquí.


Pantocrátor del Retablo de Gante, de Jan y Hubert van Eyck


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La existencia de modelos políticos divergentes en las dos “formas” del rito romano

Peter Kwasniewski

Un comentarista de mi libro Noble Beauty, Transcendent Holiness (Noble belleza, santidad trascendente, Angelico, 2017) hizo una observación que me ha dejado pensando: aunque concuerda conmigo en mi crítica del Novus Ordo y prefiere, en lo personal, el rito tradicional, cree que yo debería haber tratado más profundamente la cuestión de la existencia de algunas congregaciones religiosas florecientes que celebran exclusivamente el Novus Ordo, citando al respecto los Misioneros de la Caridad y los Dominicos de Nashville, por ejemplo. Ciertamente esas comunidades rebosan de fervientes discípulos del Señor que se alimentan de la liturgia de Pablo VI, por lo que no es cierto que esa liturgia es “enteramente mala”, por decirlo de algún modo.

Ahora bien, aparte del hecho de que jamás he argumentado -ni nunca lo haría- que el Novus Ordo es “enteramente malo” (cosa que sería metafísicamente imposible, en todo caso), encuentro muy oportuna la referida observación porque me permite reflexionar más detenidamente sobre cómo se puede explicar el fenómeno en cuestión.

Esas comunidades religiosas vienen a la liturgia con una disposición espiritual que las capacita para beneficiarse con la Presencia Real del Señor en la Eucaristía; disposición que no derivan necesariamente de la liturgia misma. El Novus Ordo puede ser provechoso para quienes, con anterioridad, tienen ya una vida interior ferviente y bien ordenada, a la que han llegado por otras vías; pero para quienes no la tienen, ofrece pocos puntos de apoyo para escalar. En este sentido es diferente de la liturgia tradicional, que contiene dentro de sí enormes recursos para avivar y expandir la vida interior.

Se puede hacer una comparación política para aclarar este punto. El problema filosófico básico del régimen estadounidense no es que no se pueda usar para bien sus instituciones políticas, sino que éstas presuponen, simplemente para poder operar, la existencia de una ciudadanía virtuosa. Una y otra vez repiten los Padres Fundadores cosas como la siguiente: “En la medida en que el pueblo sea virtuoso, podrá gobernarse a sí mismo con estos mecanismos”. Pero los objetivos de un gobierno no incluyen hacer virtuosa a la ciudadanía: esto es visto como algo que está por encima y fuera del alcance del limitado ámbito del gobierno. Se supone que el gobierno actúa como un policía que regula el flujo del tránsito: se da por descontado que la gente sabe conducir y lo hace fundamentalmente bien.

El punto de vista tradicional, como lo vemos, por ejemplo, en las encíclicas sociales de León XIII, es que el gobierno ha recibido de Dios la responsabilidad del bienestar moral y espiritual de la gente y debe conducirla al respeto de la ley natural y disponerla, en la medida de lo posible, al respeto de la ley divina. En este modelo, el gobierno es como un padre, profesor y consejero que sabe lo que es el bien del hombre y promueve activamente su logro por la mayor cantidad posible de ciudadanos. Esta es la razón por la que, para León XIII, un buen gobierno necesariamente involucrará a la Iglesia católica en la educación de los ciudadanos del Estado, de modo que tengan las mejores oportunidades de cultivar las virtudes. Estas no se desarrollan espontáneamente ni por casualidad.

No es difícil ver el paralelo con la liturgia. El Novus Ordo es como el gobierno estadounidense: una estructura o marco general dentro del cual puede tener lugar una actividad libre, pero sin especificar o imponer de modo riguroso el cómo habría que desarrollar esa actividad. Es como el policía bonachón y neutral:  una precondición para la paz, pero no representante o vocero de la paz. Las rúbricas reducidas al mínimo funcionan al modo de los rayados de cancha en un campo deportivo: la gente que asiste sabe cómo orar, cómo “participar activamente” (¡como si tal cosa fuera evidente en absoluto!), cómo ser santos; la gente viene a exhibir y demostrar lo que ya posee en su interior.

La liturgia tradicional, al contrario, adopta derechamente la actitud del padre, profesor y consejero, y supone que la persona está en una situación de dependencia y debe formársela en su espiritualidad, moldearle los pensamientos, educarle la piedad. La liturgia sabe exactamente qué se necesita en términos de silencio, de canto, de oraciones, de antífonas, y lo va entregando todo de modo magisterial, de un modo que enfatiza su propia perfección como liturgia y la receptividad de la persona. La liturgia tradicional plantea un estándar de virtud y hace que el fiel se apegue a él, sin suponer que ya es virtuoso de antemano.


Esto ayuda a comprender la intencional adaptabilidad proteica de los ritos modernos, con su opcionitis y la amplitud de espectro que da al ars celebrandi. En el fondo, los modernos no creen que pueda existir una liturgia fija y virtuosa encargada de moldearlos a su imagen. Como herederos del Iluminismo que entronizó cual reina a la razón humana y supuso posible un control supuestamente racional de todos los aspectos de la sociedad, los modernos creen que, de algún modo, deben tener a su cargo la liturgia: ésta tiene que ofrecer opciones para acomodarnos a todos según nuestro pluralismo.
           
Así es como el Novus Ordo revela, sin querer, su origen en una época democrática y relativista, que contrasta claramente con la liturgia tradicional, nacida y desarrollada en eras enteramente monárquicas y aristocráticas (y ello, por cierto, gracias a la Divina Providencia, ya que Dios sabe mejor qué es lo que los seres humanos necesitan y garantiza que los ritos lo expresen). Incluso si se dijera, para apoyar el argumento, que es mejor para la sociedad secular ser democrática -idea que parece contraintuitiva, para decirlo suavemente, especialmente si se tomara en cuenta la opinión de innumerables millones de víctimas del aborto asesinadas en los regímenes libres de Occidente-, habría, sin embargo que sostener, como cuestión de principio, que la liturgia divina, que procede del Rey de Reyes y Señor de Señores y a Él se orienta, no puede democratizarse sin dejar de existir: si ha de ser liturgia divina, tiene que ser monárquica y aristocrática, en contraste con cualquier patriotismo humano que se crea a sí mismo.

Una persona afortunada, que ha desarrollado una robusta vida de fe, ya sea gracias a una educación protestante previa a la conversión, o gracias a la frecuente adoración del Santísimo Sacramento, o a causa de una constante y filial devoción a María, traerá consigo toda esa madurez cuando asista al Novus Ordo, y llenará la relativa vacuidad de las formas litúrgicas con toda esa plenitud. En ese caso, la plenitud de ese individuo (por decirlo así) se encontrará con la plenitud de Cristo en la Eucaristía y tendrá lugar el encuentro de las mentes y el matrimonio de las almas. Me parece que esto es lo que podría estar sucediendo con las comunidades religiosas antes mencionadas que florecen a pesar de los defectos del Novus Ordo, en cuanto lex orandi, en sus supuestos antropológicos, en su contenido teológico y en sus formas estéticas.
           
Algo diferente ocurre con la Misa tradicional, que produce en la vida interior una conciencia que es el primer paso en el camino hacia una más profunda conversión interior: hay en ella una amplia adoración eucarística, que despierta el hambre del alma y la intensifica hasta el punto de desbordar los confines de la liturgia; es absolutamente mariana, por lo que tiende a conducir las almas hasta Nuestra Señora, que está esperándolas; desde el punto de vista que se la mire, esta Misa da lugar activamente a una mentalidad de culto y a un corazón orante; crea un lugar en el alma para llenarlo de Cristo, sin presuponer que uno está ya en esa situación, sino que tira y atrae el alma hacia ella por su confiada posesión de la verdad acerca de Dios y el hombre, y no se apoya en uno para otorgar fuerza o relevancia; no espera que uno sea la parte activa, sino que, existiendo en un estado de inherente plenitud, está lista para actuar en uno, para otorgarle a uno significado. Paradojalmente, todo esto lo hace por no estar enfocada en el hombre, en sus problemas, en sus potencialidades, sino que lo consigue por estar decidida y asombrosamente enfocada en el Señor.

Es muy irónico todo esto, porque el didacticismo del Novus Ordo pareciera estar orientado a explicar y aclarar ciertas acciones religiosas, en tanto que el usus antiquior parece dar por sentado que uno ya sabe lo que tiene que hacer. Pero, en realidad, el didacticismo del nuevo rito interfiere con el libre ejercicio de estos actos de religión, y la “indiferencia” del usus antiquior por los asistentes los desafía más sutilmente a construir nuevos hábitos interiores proporcionados a la franqueza e intensidad de la acción litúrgica. Al tratar de entregar al fiel todo lo que “necesita”, el rito moderno fracasa en proporcionarle lo único que es necesario: un sentido inconfundible de encuentro con el inefable misterio de Dios, que ninguna palabra nuestra puede abarcar, que ninguna acción de parte nuestra puede domesticar. El usus antiquior sabe todo esto, y por tanto se esfuerza por hacer al mismo tiempo más y menos: menos porque no agarra a los niños por el delantal para llevarlos al profesor; más, porque da origen a nuevas capacidades ascético-místicas que dependen radicalmente de un “régimen” fijo y denso de oración, de canto, de posturas corporales. “Corrí por la vía de tus mandamientos, cuando me ensanchaste el corazón” (Salmo 118, 32). En este terreno, el rito antiguo nos muestra que (parafraseando a un autor contemporáneo), el espacio es mayor que el tiempo: ofrece un espacio amplio y densamente simbólico en el cual el “juego” es más beneficioso, a largo plazo, que pasar una hora haciendo ejercicios verbales en el ámbito de una sala de clases moderna.

Estas diferencias, que obran de maneras sutiles y obvias, no pueden dejar de tener un impacto en las vocaciones sacerdotales y religiosas y en el modo en que las diversas comunidades entienden su relación con el culto y la contemplación. 

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Nota de la Redacción: El argumento de este artículo será completado próximamente en otra entrada de autoría del Dr. Kwasniewski. Las imágenes de esta entrada corresponden a aquellas empleadas en el artículo original.

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