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martes, 19 de febrero de 2019

Peter Kwasniewski reseña la biografía de Annibale Bugnini, de Yves Chiron

A continuación ofrecemos a nuestros lectores una traducción de una recensión del Dr. Peter Kwasniewski a la recientemente aparecida traducción inglesa de la biografía (2016) de monseñor Annibale Bugnini (1912-1982), arquitecto de las reforma litúrgica, escrita por Yves Chiron (*1960), destacado ensayista, periodista e historiador francés.

La recensión fue publicada originalmente en OnePeterFive y ha sido traducida por la Redacción. 

 (Fotomontaje: OnePeterFive)

***

¿En qué pensaba Bugnini cuando destruyó la Misa católica?

Peter Kwasniewski


En el cuento “The Queer Feet” [“Los pies extraños”], de G. K. Chesterton, el Padre Brown dice: 

Un crimen es como cualquier otra obra de arte. No hay que sorprenderse: los crímenes no son en absoluto las únicas obras de arte que salen de los talleres infernales. Pero toda obra de arte, divina o diabólica, se distingue por un rasgo inevitable: su centro es simple, por mucho que su materialización sea complicada. Así, por ejemplo, en Hamlet, lo grotesco del sepulturero, las flores de la niña trastornada, las fantásticas sutilezas de Osric, la palidez del fantasma y la sonrisa de la calavera son todos rarezas en esa especie de enredada guirlanda que rodea a la simple y trágica figura de un hombre vestido de negro[1].

Esta cita me vino a la memoria al leer la recién traducida biografía que últimamente ha escrito el prolífico y respetado historiador francés Yves Chiron: Annibale Bugnini: Reformer of the Liturgy (Angelico Press, 2018) [Original: Annibale Bugnini (1912-1982): Réformateur de la liturgie, Desclée De Brouwer, 2016]. La reforma litúrgica de amplio espectro que tuvo lugar en la Iglesia, principalmente entre los años 1950 y 1975, fue, en efecto, como en el caso de Hamlet, un asunto complicado, que involucró a cientos de obispos y de expertos, a varios Papas, a un concilio ecuménico e innumerables publicaciones; pero lo que hubo en el centro de todo ello fue la “simple y trágica figura de un hombre vestido de negro” -o quizá debiéramos decir “vestido de negro con fileteados rojos”-: monseñor Annibale Bugnini (posteriormente arzobispo), un sacerdote vicentino, uno de los pocos individuos que intervinieron en esta reforma a lo largo de veinticinco años, desde el comienzo hasta el fin.

 Versión francesa original
(Foto: Desclée De Brouwer/Amazon)

Quienes han oído hablar de Annibale Bugnini (1912-1982) tienden a pensar de él que, o bien fue un perverso conspirador decidido a destruir la fe católica, o bien fue un talentoso burócrata que condujo con suavidad una compleja reforma litúrgica hasta hacerla concluir felizmente. Este libro, respaldado por una buena investigación, pero misericordiosamente compacto para ser una biografía moderna, nos describe una figura humana más compleja. Es indiscutible que Bugnini estaba convencido de lo que la liturgia “debía ser”, y actuó coherentemente sobre la base de varias teorías racionalistas y pastorales. De esto, el presente libro proporciona una documentación copiosa. Pero no todas las ideas de Bugnini fueron bienvenidas por quienes ocupaban cargos de autoridad y, al cabo, acabó chocando con el Papa, a cuyos oídos siempre abiertos y manos de fácil firma tuvo acceso sin obstáculos de ninguna especie.

El libro de Chiron nos familiariza con la vida de un hombre que tuvo una particular influencia en la organización de las fuerzas necesarias para realizar una revisión sin precedentes del culto católico. Podemos ver cómo obró, con ese fin, paso a paso, Papa tras Papa, comité tras comité, libro tras libro. Se trata, en verdad, de uno de los episodios más sorprendentes en la historia del catolicismo, acerca del cual Henry Sire dice sarcásticamente, y con razón: “La historia de cómo se realizó la revolución litúrgica es de tal naturaleza que, por su misma enormidad, paraliza al historiador: éste desearía, para salir bien librado, tener un cuento menos increíble que contar”[2]. En manos de Chiron, que conduce pacientemente al lector a través de las fases de la vida y actividad de Bugnini, el cuento se hace un poco menos increíble, aunque no disminuya su enormidad, a medida que se va conociendo las osadas maniobras que permitían acceder a nuevas posibilidades, a nuevas oportunidades, y a nuevos cambios[3].

¿Fue Bugnini una mente superior, uno de esos raros y fáusticos individuos que, por sí solos, cambian el curso de la historia, o fue un ideólogo de mente estrecha, un oportunista? Las pruebas allegadas por Chiron tienden a dar fundamento a esta segunda posibilidad. Y existen otras pruebas, no analizadas por Chiron, que sirven de base a esta misma interpretación. Monseñor Lefebvre, en un memorable discurso pronunciado en 1982 en Montreal, contó el caso de una reunión a la que asistió en Roma con otros Superiores Generales hacia mediados de la década de 1960:

Tuve la oportunidad de constatar por mí mismo la influencia que ejercía Bugnini. Uno se maravilla de que cosas como éstas puedan haber tenido lugar en Roma. En aquel tiempo, inmediatamente después del Concilio, yo era Superior General de la Congregación de los Padres del Espíritu Santo, y estuve en una reunión de Superiores Generales celebrada en Roma. Le habíamos pedido al P. Bugnini que nos explicara en qué consistía la nueva Misa, que no era cosa de poca monta. Inmediatamente después del Concilio, se oyó hablar de la “Misa normativa”, la “nueva Misa”, el “Novus Ordo”. ¿De qué se trataba todo esto? [...]
 
El P. Bugnini, con gran aplomo, explicó lo que había de ser la Misa normativa: se cambiará esto, y aquello, y vamos a introducir un nuevo Ofertorio; vamos a poder disminuir las oraciones de la comunión; podremos tener varios formatos diferentes para el comienzo de la Misa; vamos a poder decir la Misa en lengua vernácula […] 

Fue tal mi asombro que me quedé mudo, a pesar de que, por lo general, hablo con toda libertad cuando se trata de oponerse a aquellos con quienes no estoy de acuerdo. No pude pronunciar ni una sola palabra. ¿Cómo era posible que a este hombre que tenía frente a mí se le hubiera confiado la reforma entera de la liturgia católica, la reforma entera del Santo Sacrificio de la Misa, de los sacramentos, del Breviario y de todas nuestras oraciones? ¿Adónde estábamos yendo? ¿Adónde iba la Iglesia? 

Dos Superiores Generales sí tuvieron el valor de hablar. Uno de ellos preguntó al P. Bugnini: “¿Se trata aquí de una participación activa, de una participación corporal, vale decir, con oraciones vocales, o se trata de una participación espiritual? En todo caso, usted ha hablado tanto de la participación de los fieles que parece que ya no justifica que se celebre la Misa sin fieles. Toda su Misa ha sido fabricada en torno a la participación de los fieles. Nosotros los benedictinos celebramos nuestras Misas sin la asistencia del pueblo. ¿Quiere esto decir que debemos terminar con nuestras Misas privadas debido a que no tenemos fieles que participen en ellas?” 

Les repito exactamente lo que dijo el P. Bugnini, porque todavía suena en mis oídos, así fue la sorpresa que me causó: “Para ser honestos, nunca pensamos en eso”. ¡Eso fue lo que dijo! 

Posteriormente, otro se levantó y dijo: “Reverendo Padre, usted ha dicho que vamos a suprimir esto y aquello, y que reemplazaremos esto por lo otro, y siempre con oraciones más cortas. Tengo la impresión de que su nueva Misa podría decirse en diez o doce minutos o, a lo más, en un cuarto de hora. Esto no es razonable. No es respetuoso para con tamaña acción de la Iglesia”. Pues bien, lo que respondió fue lo siguiente: “Siempre se podrá añadir alguna cosa”. ¿Es real todo esto? Yo mismo lo escuché. Si alguien me hubiera contado el cuento, quizá hubiera tenido dudas, pero lo oí yo mismo[4].

 Bugnini junto al papa Pablo VI
(Foto: Liturgy Guy)

Cuando leemos informaciones como ésta, se siente la tentación de pensar que son exageraciones. El examen cuidadoso, casi quirúrgico, que hace Chiron de los documentos originales, demuestra que no es tal el caso. Evitando cuidadosamente las idealizaciones y las caricaturas, Chiron pinta un cuadro de su protagonista que está en armonía con lo que cuenta monseñor Lefebvre o con lo que escribe Bouyer en sus Memorias. Bugnini fue realmente un hábil gerente, un manipulador, un maquillador, un mensajero. Sabía como reunir un equipo compuesto enteramente por “estrellas” que trabajara en el sentido que a él le pareciera mejor. Sabía cómo ganar al Papa para sus ideas. Sabía cuándo hablar y cuándo guardar silencio. Para poner un ejemplo, exigió a la comisión preparatoria preconciliar sobre liturgia no proponer ideas demasiado radicales para evitar el riesgo de que todo el proyecto fuera torpedeado: es suficiente, decía Bugnini, con proponer indicaciones generales de aspecto inocuo y hacer posteriormente derivar de ellas todos los detalles en un trabajo de comité.

Habría que excluir el término “maquiavélico” sólo porque no existen pruebas de malicia flagrante. Más bien, lo que ocurre es que Bugnini es el más raro de los casos raros: un maquiavélico aparentemente bienintencionado que hace callar a sus oponentes debido a que están obviamente equivocados, en tanto que él tiene, obviamente, la razón.

En su deliciosa novela Rasselas, Samuel Johnson pone en boca de uno de sus personajes un consejo que le hubiera calzado perfectamente a Bugnini: “En su administración del año, no se permita, por tanto, la soberbia de la innovación; no se complazca con la idea de que puede llegar a tener fama en todas las futuras generaciones por el desordenamiento de las estaciones. No es fama deseable el ser recordado por los destrozos”.

En su ágil biografía, rica en detalles, sin empantanarse en minucias, Chiron nos muestra qué es lo que movía a Bugnini a actuar: su empecinada obsesión con la “participación activa”, entendida como comprensión racional de información verbal y, como corolario de ello, la necesidad de una radical simplificación de las formas litúrgicas, a fin de satisfacer al hombre occidental moderno, sencillo y eficiente. A este fin debía supeditarse todo lo demás: todas las tradiciones litúrgicas no eran más que restos de naufragio en comparación con la urgencia pastoral de transmitir de inmediato un contenido que reflejara el Concilio Vaticano II. Esto explica por qué el latín tenía que ceder ante el vernáculo, por qué el lenguaje complejo tenía que descomponerse en trozos del tamaño de un bocado, por qué las oraciones y ceremonias elaboradas tenían que ser abreviadas o abolidas, por qué el sacerdote debía interactuar de modo familiar con el pueblo en vez de cumplir un papel claramente hierático, por qué el canto gregoriano debía ser dejado de lado para hacer lugar a cantos populares, etcétera.

En cierto modo, todo esto “tiene sentido”, tal como el cartesianismo “tiene sentido” para quien rechaza la posibilidad de conocer nada que no sea la mente, o tal como el freudismo “tiene sentido” para quien está predispuesto a evaluar las situaciones según su aprovechamiento sexual, o tal como el deconstructivismo “tiene sentido” para quien rechaza la posibilidad de sentido.

Cuán diferente -en realidad, cuán contraria- al proyecto postconciliar de construir la primera liturgia de modernos, por modernos y para modernos, es la actitud que encontramos en las memorias del cardenal Ratzinger, al hablar del descubrimiento, en su juventud, de las riquezas de la liturgia:

Fue una cautivante aventura entrar, paso a paso, en el mundo misterioso de la liturgia, que era puesto en obra frente a nosotros y para nosotros ahí, sobre el altar. Se me hacía cada vez más claro que tomaba contacto ahí con una realidad que, sencillamente, nadie había ideado, una realidad que ninguna autoridad oficial ni ningún gran individuo había creado. Esta misteriosa construcción de textos y acciones había crecido desde la fe de la Iglesia durante siglos, y llevaba en sí todo el peso de la historia, no obstante lo cual, al mismo tiempo, era mucho más que un producto de la historia humana. Cada siglo había dejado en ella su huella […] No todo era lógico. A veces, las cosas se volvían complicadas, y no siempre resultaba fácil encontrar el camino. Pero era precisamente esto lo que hacía que todo el edificio fuera tan maravilloso como el propio hogar[5].

 Un joven Joseph Ratzinger (der.) oficia de subdiácono en una Misa solemne. El diácono es su hermano Georg (centro)
 (Foto: Blog Ratzinger-Gänswein)

***

Quisiera comentar aquí la teoría de la conspiración que acompañará para siempre a Bugnini, vale decir, la teoría de que fue masón y de que la reforma litúrgica fue un complot masónico para destruir la Iglesia desde dentro. Con la paciente precisión del historiador, Chiron estudia cada elemento de prueba y llega a la conclusión de que es imposible decir con certeza si Bugnini fue o no masón: no hay pruebas adecuadas para condenarlo. Chiron menciona el hecho que la acusación surgió de alguien “altamente ubicado” en la jerarquía de la Iglesia; cita los indignados testimonios de Bugnini de que jamás tuvo -ni soñó con tenerlo- nada que ver con ninguna sociedad secreta. He aquí el clásico caso de afirmaciones contrarias en que (hasta el momento) no existe forma de probar que ninguna de ellas sea la verdadera[6]. Quizá algunos lectores se desilusionarán con esto porque hubieran deseado que la investigación condujera a un veredicto definitivo. Pero hay un par de cosas que decir en relación con este tema.

Primero, en un desconcertante prólogo añadido a la traducción, nos enteramos de una entrevista de 1996 en que Dom Alcuin Reid preguntó al Cardenal Alfons Maria Stickler, bibliotecario del Vaticano, si creía que Bugnini había sido masón, y si esto fue el motivo para que Pablo VI lo destituyera. “No”, contestó el Cardenal, “fue algo mucho peor”. Pero Su Eminencia no quiso revelar que era aquello “mucho peor” y, francamente, el concepto de algo “mucho peor” que ser masón ofrece aterradoras perspectivas a la imaginación.

Segundo, supongamos en teoría que Bugnini fue, efectivamente, quien dijo ser, según los registros históricos: “un amante cultivador de la liturgia”, como reza su epitafio, según lo que él entendía por tal. En cierto modo, este es el escenario más deprimente de todos: casi se podría tener más respeto por Bugnini si hubiera actuado de acuerdo con un magno plan de destrucción de la liturgia de siempre a fin de reemplazarla por un brillante mecanismo ideado para erosionar el catolicismo, o si hubiera sido un apóstata infiltrado cuyo único propósito hubiera sido producir el caos en el sistema nervioso central de la Iglesia. Con esto estaríamos hablando a una suerte de Profesor Moriarty capaz de concertar al inframundo. Pero si lo que ocurre es que no fue más que un hombre de mente limitada, honesto y trabajador, cooptado por la retórica del Movimiento Litúrgico, incapaz de dudar de sí mismo en sus horas de insomnio, absolutamente ciego ante las implicancias, tan grandes como para convulsionar el mundo, de lo que estaba llevando a cabo. Si no fue más que un diligente funcionario con ideas a medio cocinar y con un empecinamiento capaz de sacarlas adelante en cada oportunidad, entonces comenzamos a penetrar en ese mundo gris, sin alma, de lo que Hannah Arendt llama “la banalidad del mal”[7]: lo que tenemos delante es el equivalente del oficial de la SS que ha matado judíos en los campos de concentración porque ello le pareció ser el cumplimiento cabal de sus deberes para con el Estado, que le han sido legítimamente impuestos desde arriba. 

 "Liturgiae cultor et amator"

Quizá, al cabo, la irreprimible urgencia de hacer de Bugnini un masón, con suficientes pruebas o sin ellas (“ciertamente tiene que haber sido…”), es un mecanismo de defensa para enfrentar la posibilidad de que Bugnini estuvo orientado sinceramente por un espíritu de servicio en su tarea de desmantelar veinte siglos de liturgia orgánicamente desarrollada. Lo cual no quiere decir que haya usado siempre medios honestos: fue un hombre hábil y astuto en el logro de sus propósitos y dispuesto a torcer la verdad si era necesario. Pero siempre creyó tener razón, creyó que una finalidad tan grande y difícil justificaba cualquier medio de alcanzarla, y que algún día todos terminarían pensando como él.

Pocos gerentes, en la historia de la burocracia, se han equivocado tanto. Hoy se puede clasificar a los católicos bautizados en tres grupos: la mayoría, que se ha alejado y no asiste a liturgia alguna o se saltaría con toda facilidad la Misa para ir a un partido de fútbol; los católicos practicantes que, sin conocer de otras alternativas, asisten cumplidamente a la Misa de Bugnini, recogiendo las migajas que caen de la mesa de la abundancia; y una considerable minoría que, a pesar de las diferencias existentes entre ellos, adhieren con vigor a la liturgia católica tradicional. Esto no es el futuro con que soñaba Bugnini si es que, en realidad, se permitió alguna vez, sumergido en revistas, conferencias, reuniones, audiencias y conferencias, el lujo de soñar.

Un poeta inteligente ha escrito lo siguiente:

            En Roma debieran haber conocido por su nombre
            Al enemigo que se aproximaba con sus bestias.
            Pero, para eterna vergüenza de nuestros guardias,
            Los fieles asediados lo han venido a conocer por sus frutos[8].

Cuando terminé de leer el Bugnini de Chiron, me eché hacia atrás en el asiento y me puse a meditar, desazonado, sobre el tremendo período que sus páginas habían puesto ante mis ojos: qué pasado de moda, qué añejo, que vacío parece todo aquello hoy en día, cuando sobrevive sólo como un legado capaz de despertar el mismo grado de entusiasmo que cualquier cursilería sentimental victoriana. La vida de Bugnini se agotó en un incansable esfuerzo por poner la Iglesia “al día”, por hacerla, por fin, un compañero de la modernidad en pie de igualdad, en una apuesta por conquistar la cultura. Y véase hoy los restos humeantes, las iglesias tapiadas, el laicado indiferente e ignorante, los Cuomos y Pelosis homicidas de infantes [Nota de la Redacción: respectivamente, Andrew Cuomo, el gobernador del estado de Nueva York, y la congresista Nancy Pelosi, ambos del Partido Demócrata; Nueva York acaba de reformar la ley para permitir el aborto hasta el momento del parto], la liturgia que aburre hasta hacer llorar, el Papa afectado por una logorrea herética. No es la Iglesia la que atrajo a la modernidad, sino la modernidad la que colonizó a la Iglesia, reduciéndola a un estado de vasallaje. Sin una intención explícita, este libro de Chiron nos ayuda a ver por qué el tradicionalismo católico (o el catolicismo tradicional, si se prefiere así), es, en los hechos, el único camino de salida de este pozo de desesperanza.

Lo que los liturgistas modernos, que brincan y menean la cola al nombre de Bugnini, no consiguen ver -y necesitan que se les muestre como a niños pequeños- es esto:

Nosotros no acogemos las reformas litúrgicas del postconcilio y jamás cantaremos sus alabanzas. Nadie puede forzarnos a quererlas, y no pueden forzarnos ni siquiera a celebrarlas. Pensamos que fueron resultado de un proyecto  locamente arrogante, que obró sobre la base de principios defectuosos y que produjo resultados que dan vergüenza. Desconfiamos de quienes condujeron el Consilium, especialmente de Bugnini y, sin que nos importen los prelados que, con el rostro alterado, se levanten y proclamen altivamente que “fue la voluntad del Espíritu Santo” o “fue decisión del Concilio Vaticano II” o “fue promulgado por el papa Pablo VI”, pues seguiremos adhiriendo siempre a la gran tradición litúrgica desarrollada orgánicamente, desde San Pedro, San Dámaso, San Gregorio Magno hasta el siglo XX. Y el número de los nuestros crecerá, aunque las diócesis fusionen parroquias, vendan templos y se desangren por el pago judicial de indemnizaciones por abusos. Los liturgistas entusiastas de las décadas de 1960 y 1970 son hoy nostálgicos en vías de envejecer, mientras la Iglesia se divide entre aquellos que toman en serio los dogmas declarados, la Tradición y la liturgia, y aquéllos que quisieran modernizar todo esto hasta el punto de disiparlo.

El público está en deuda con Chiron -y el público inglés en deuda con John Pepino, su traductor- por esta biografía cuidada y profesional de una de las figuras clave de la remodelación colectiva de la Iglesia de hoy. No es que ella modere nuestro instintivo rechazo, sino que, más bien, lo alimenta y lo enfoca.

A Bugnini le decimos, una vez más, Bugni-no. 

 Peter Kwasniewski
(Foto: Peter Kwasniewski)




[1] Chesterton, G. K., “The Queer Feet”, en The Complete Father Brown (Nueva York, Penguin, 1981), p. 51.

[2] Sire, H. J. A., Phoenix from the Ashes (Kettering, OH, Angelico Press, 2015), p. 251. Lo he dicho antes y lo seguiré diciendo: el capítulo “The Destruction of the Mass” de este libro, pp. 226-286, es la mejor de todas las versiones breves que conozco, de lo que se hizo con la Misa en la reforma litúrgica, de su por qué, de su cómo.

[3] En mi opinión, quien resulta en esta historia ser el peor de los villanos es Pablo VI. Chiron ha escrito también una biografía de Pablo VI, que está siendo traducida al inglés.

[4] Citado de una conferencia dada por monseñor Lefebvre en 1982. El texto completo puede encontrarse aquí.

[5] Ratzinger, J., Milestones: Memoirs 1927-1977 (trad. de Erasmo Leiva-Merikakis, San Francisco, Ignatius Press, 1998), pp. 19-20.

[6] Chiron advierte que hay algunas publicaciones y papeles privados guardados todavía celosamente por los albaceas literarios de Bugnini. Subsiste la duda si tales textos verán la luz algún día.

[7] Arendt dice lo siguiente de Eichmann: “A pesar de los esfuerzos de la fiscalía, todo el mundo pudo ver que este hombre no era un 'monstruo'; pero fue difícil no sospechar que era un payaso. Y puesto que esta sospecha hubiera resultado fatal para el proceso [de su juicio], y como era al mismo tiempo complicado sostenerla a la luz de los sufrimientos que él y los de su tipo habían causado a millones de personas, sus peores bufonadas casi no se advirtieron y no fueron jamás informadas” (Arendt, H., Eichmann in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil [Nueva York, Penguin Classics, 2006], p. 54).

[8] Amorose, M., City under Siege: Sonnets and Other Verse (Kettering, OH, Angelico Press, 2017), p. 34. Este pequeño libro de encantadores e ingeniosos poemas merece ser más conocido.

3 comentarios:

  1. Este artículo de Peter Kwasniewski es EXCELENTE!!! dice de modo sintético todo lo que hay que decir de esta liturgía moderna.A dónde nos quieren llevar.
    Y bien...Bugnini murió en 1982. La Iglesia de hoy 2020, sus pastores, comenzando por Roma, a dónde nos llevan. Soy de Argentina, hoy, ya hay iglesias que no abren más.

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  2. El artículo es muy interesante.
    Pero, Esta absoluta dicotomía me parece que muestra la flaqueza del autor del artículo:
    Los liturgistas entusiastas de las décadas de 1960 y 1970 son hoy nostálgicos en vías de envejecer,

    mientras la Iglesia se divide entre aquellos que toman en serio los dogmas declarados, la Tradición y la liturgia, y aquéllos que quisieran modernizar todo esto hasta el punto de disiparlo.

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