A continuación ofrecemos a nuestros lectores una traducción de una recensión del Dr. Peter Kwasniewski a la recientemente aparecida traducción inglesa de la biografía (2016) de monseñor Annibale Bugnini (1912-1982), arquitecto de las reforma litúrgica, escrita por Yves Chiron (*1960), destacado ensayista, periodista e historiador francés.
La recensión fue publicada originalmente en OnePeterFive y ha sido traducida por la Redacción.
(Fotomontaje: OnePeterFive)
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¿En qué pensaba Bugnini cuando destruyó la Misa
católica?
Peter Kwasniewski
En el cuento “The Queer Feet” [“Los pies extraños”], de G. K.
Chesterton, el Padre Brown dice:
Un crimen es como cualquier otra
obra de arte. No hay que sorprenderse: los
crímenes no son en absoluto las únicas obras de arte que salen de los talleres
infernales. Pero toda obra de arte, divina o diabólica, se distingue por un
rasgo inevitable: su centro es simple, por mucho que su materialización sea
complicada. Así, por ejemplo, en Hamlet, lo grotesco del sepulturero, las
flores de la niña trastornada, las fantásticas sutilezas de Osric, la palidez
del fantasma y la sonrisa de la calavera son todos rarezas en esa especie de
enredada guirlanda que rodea a la simple y trágica figura de un hombre vestido
de negro[1].
Esta cita me vino a la memoria al
leer la recién traducida biografía que últimamente ha escrito el prolífico y
respetado historiador francés Yves Chiron: Annibale Bugnini: Reformer of the Liturgy (Angelico Press, 2018) [Original: Annibale Bugnini (1912-1982): Réformateur de la liturgie, Desclée De Brouwer, 2016]. La reforma litúrgica de amplio espectro que
tuvo lugar en la Iglesia, principalmente entre los años 1950 y 1975, fue, en
efecto, como en el caso de Hamlet, un asunto complicado, que involucró a
cientos de obispos y de expertos, a varios Papas, a un concilio ecuménico e
innumerables publicaciones; pero lo que hubo en el centro de todo ello fue la
“simple y trágica figura de un hombre vestido de negro” -o quizá debiéramos
decir “vestido de negro con fileteados rojos”-: monseñor Annibale Bugnini
(posteriormente arzobispo), un sacerdote vicentino, uno de los pocos individuos que intervinieron
en esta reforma a lo largo de veinticinco años, desde el comienzo hasta el fin.
Versión francesa original
(Foto: Desclée De Brouwer/Amazon)
Quienes han oído hablar de Annibale
Bugnini (1912-1982) tienden a pensar de él que, o bien fue un perverso conspirador
decidido a destruir la fe católica, o bien fue un talentoso burócrata que condujo
con suavidad una compleja reforma litúrgica hasta hacerla concluir felizmente.
Este libro, respaldado por una buena investigación, pero misericordiosamente
compacto para ser una biografía moderna, nos describe una figura humana más
compleja. Es indiscutible que Bugnini estaba convencido de lo que la liturgia
“debía ser”, y actuó coherentemente sobre la base de varias teorías
racionalistas y pastorales. De esto, el presente libro proporciona una
documentación copiosa. Pero no todas las ideas de Bugnini fueron bienvenidas
por quienes ocupaban cargos de autoridad y, al cabo, acabó chocando con el
Papa, a cuyos oídos siempre abiertos y manos de fácil firma tuvo acceso sin
obstáculos de ninguna especie.
El libro de Chiron nos familiariza
con la vida de un hombre que tuvo una particular influencia en la organización
de las fuerzas necesarias para realizar una revisión sin precedentes del culto
católico. Podemos ver cómo obró, con ese fin, paso a paso, Papa tras Papa,
comité tras comité, libro tras libro. Se trata, en verdad, de uno de los
episodios más sorprendentes en la historia del catolicismo, acerca del cual
Henry Sire dice sarcásticamente, y con razón: “La historia de cómo se realizó
la revolución litúrgica es de tal naturaleza que, por su misma enormidad,
paraliza al historiador: éste desearía, para salir bien librado, tener un
cuento menos increíble que contar”[2].
En manos de Chiron, que conduce pacientemente al lector a través de las fases
de la vida y actividad de Bugnini, el cuento se hace un poco menos increíble,
aunque no disminuya su enormidad, a medida que se va conociendo las osadas
maniobras que permitían acceder a nuevas posibilidades, a nuevas oportunidades,
y a nuevos cambios[3].
¿Fue Bugnini una mente superior, uno
de esos raros y fáusticos individuos que, por sí solos, cambian el curso de la
historia, o fue un ideólogo de mente estrecha, un oportunista? Las pruebas
allegadas por Chiron tienden a dar fundamento a esta segunda posibilidad. Y
existen otras pruebas, no analizadas por Chiron, que sirven de base a esta
misma interpretación. Monseñor Lefebvre, en un memorable discurso pronunciado en 1982 en Montreal, contó el caso de una reunión a la que asistió en Roma con otros
Superiores Generales hacia mediados de la década de 1960:
Tuve la oportunidad de constatar
por mí mismo la influencia que ejercía Bugnini. Uno se maravilla de que cosas
como éstas puedan haber tenido lugar en Roma. En aquel tiempo, inmediatamente
después del Concilio, yo era Superior General de la Congregación de los Padres del
Espíritu Santo, y estuve en una reunión de Superiores Generales celebrada en Roma. Le
habíamos pedido al P. Bugnini que nos explicara en qué consistía la nueva Misa,
que no era cosa de poca monta. Inmediatamente después del Concilio, se oyó
hablar de la “Misa normativa”, la “nueva Misa”, el “Novus Ordo”. ¿De qué se
trataba todo esto? [...]
El P. Bugnini, con gran aplomo, explicó lo que había de
ser la Misa normativa: se cambiará esto, y aquello, y vamos a introducir un
nuevo Ofertorio; vamos a poder disminuir las oraciones de la comunión; podremos
tener varios formatos diferentes para el comienzo de la Misa; vamos a poder
decir la Misa en lengua vernácula […]
Fue tal mi asombro que me quedé mudo, a
pesar de que, por lo general, hablo con toda libertad cuando se trata de
oponerse a aquellos con quienes no estoy de acuerdo. No pude pronunciar ni una
sola palabra. ¿Cómo era posible que a este hombre que tenía frente a mí se le
hubiera confiado la reforma entera de la liturgia católica, la reforma entera
del Santo Sacrificio de la Misa, de los sacramentos, del Breviario y de todas
nuestras oraciones? ¿Adónde estábamos yendo? ¿Adónde iba la Iglesia?
Dos
Superiores Generales sí tuvieron el valor de hablar. Uno de ellos preguntó al P.
Bugnini: “¿Se trata aquí de una participación activa, de una participación
corporal, vale decir, con oraciones vocales, o se trata de una participación
espiritual? En todo caso, usted ha hablado tanto de la participación de los
fieles que parece que ya no justifica que se celebre la Misa sin fieles.
Toda su Misa ha sido fabricada en torno a la participación de los fieles.
Nosotros los benedictinos celebramos nuestras Misas sin la asistencia del pueblo. ¿Quiere esto decir que debemos terminar con nuestras Misas privadas
debido a que no tenemos fieles que participen en ellas?”
Les repito exactamente
lo que dijo el P. Bugnini, porque todavía suena en mis oídos, así fue la
sorpresa que me causó: “Para ser honestos, nunca pensamos en eso”. ¡Eso fue lo
que dijo!
Posteriormente, otro se levantó y dijo: “Reverendo Padre, usted ha
dicho que vamos a suprimir esto y aquello, y que reemplazaremos esto por lo
otro, y siempre con oraciones más cortas. Tengo la impresión de que su nueva
Misa podría decirse en diez o doce minutos o, a lo más, en un cuarto de hora.
Esto no es razonable. No es respetuoso para con tamaña acción de la Iglesia”.
Pues bien, lo que respondió fue lo siguiente: “Siempre se podrá añadir alguna
cosa”. ¿Es real todo esto? Yo mismo lo escuché. Si alguien me hubiera contado
el cuento, quizá hubiera tenido dudas, pero lo oí yo mismo[4].
Bugnini junto al papa Pablo VI
(Foto: Liturgy Guy)
Cuando leemos informaciones como
ésta, se siente la tentación de pensar que son exageraciones. El examen
cuidadoso, casi quirúrgico, que hace Chiron de los documentos originales,
demuestra que no es tal el caso. Evitando cuidadosamente las idealizaciones y
las caricaturas, Chiron pinta un cuadro de su protagonista que está en armonía
con lo que cuenta monseñor Lefebvre o con lo que escribe Bouyer en sus Memorias. Bugnini
fue realmente un hábil gerente, un manipulador, un maquillador, un mensajero.
Sabía como reunir un equipo compuesto enteramente por “estrellas” que trabajara
en el sentido que a él le pareciera mejor. Sabía cómo ganar al Papa para sus
ideas. Sabía cuándo hablar y cuándo guardar silencio. Para poner un ejemplo,
exigió a la comisión preparatoria preconciliar sobre liturgia no proponer ideas
demasiado radicales para evitar el riesgo de que todo el proyecto fuera
torpedeado: es suficiente, decía Bugnini, con proponer indicaciones generales de
aspecto inocuo y hacer posteriormente derivar de ellas todos los detalles en un
trabajo de comité.
Habría que excluir el término
“maquiavélico” sólo porque no existen pruebas de malicia flagrante. Más bien,
lo que ocurre es que Bugnini es el más raro de los casos raros: un maquiavélico
aparentemente bienintencionado que hace callar a sus oponentes debido a que
están obviamente equivocados, en tanto que él tiene, obviamente, la razón.
En su deliciosa novela Rasselas,
Samuel Johnson pone en boca de uno de sus personajes un consejo que le hubiera
calzado perfectamente a Bugnini: “En su administración del año, no se permita,
por tanto, la soberbia de la innovación; no se complazca con la idea de que
puede llegar a tener fama en todas las futuras generaciones por el
desordenamiento de las estaciones. No es fama deseable el ser recordado por los
destrozos”.
En su ágil biografía, rica en
detalles, sin empantanarse en minucias, Chiron nos muestra qué es lo que movía
a Bugnini a actuar: su empecinada obsesión con la “participación activa”,
entendida como comprensión racional de información verbal y, como corolario de
ello, la necesidad de una radical simplificación de las formas litúrgicas, a
fin de satisfacer al hombre occidental moderno, sencillo y eficiente. A este
fin debía supeditarse todo lo demás: todas las tradiciones litúrgicas no eran
más que restos de naufragio en comparación con la urgencia pastoral de
transmitir de inmediato un contenido que reflejara el Concilio Vaticano II. Esto explica por
qué el latín tenía que ceder ante el vernáculo, por qué el lenguaje complejo
tenía que descomponerse en trozos del tamaño de un bocado, por qué las oraciones y
ceremonias elaboradas tenían que ser abreviadas o abolidas, por qué el
sacerdote debía interactuar de modo familiar con el pueblo en vez de cumplir un
papel claramente hierático, por qué el canto gregoriano debía ser dejado de
lado para hacer lugar a cantos populares, etcétera.
En cierto modo, todo esto “tiene
sentido”, tal como el cartesianismo “tiene sentido” para quien rechaza la
posibilidad de conocer nada que no sea la mente, o tal como el freudismo “tiene
sentido” para quien está predispuesto a evaluar las situaciones según su
aprovechamiento sexual, o tal como el deconstructivismo “tiene sentido” para
quien rechaza la posibilidad de sentido.
Cuán diferente -en realidad, cuán
contraria- al proyecto postconciliar de construir la primera liturgia de
modernos, por modernos y para modernos, es la actitud que encontramos en las
memorias del cardenal Ratzinger, al hablar del descubrimiento, en su juventud,
de las riquezas de la liturgia:
Fue una cautivante aventura entrar,
paso a paso, en el mundo misterioso de la liturgia, que era puesto en obra
frente a nosotros y para nosotros ahí, sobre el altar. Se me hacía cada vez más
claro que tomaba contacto ahí con una realidad que, sencillamente, nadie había ideado,
una realidad que ninguna autoridad oficial ni ningún gran individuo había
creado. Esta misteriosa construcción de textos y acciones había crecido desde
la fe de la Iglesia durante siglos, y llevaba en sí todo el peso de la
historia, no obstante lo cual, al mismo tiempo, era mucho más que un producto
de la historia humana. Cada siglo había dejado en ella su huella […] No todo era
lógico. A veces, las cosas se volvían complicadas, y no siempre resultaba fácil
encontrar el camino. Pero era precisamente esto lo que hacía que todo el
edificio fuera tan maravilloso como el propio hogar[5].
Un joven Joseph Ratzinger (der.) oficia de subdiácono en una Misa solemne. El diácono es su hermano Georg (centro)
(Foto: Blog Ratzinger-Gänswein)
***
Quisiera comentar aquí la teoría de
la conspiración que acompañará para siempre a Bugnini, vale decir, la teoría de que fue masón y de que
la reforma litúrgica fue un complot masónico para destruir la Iglesia desde
dentro. Con la paciente precisión del historiador, Chiron estudia cada elemento
de prueba y llega a la conclusión de que es imposible decir con certeza si
Bugnini fue o no masón: no hay pruebas adecuadas para condenarlo. Chiron
menciona el hecho que la acusación surgió de alguien “altamente ubicado” en la
jerarquía de la Iglesia; cita los indignados testimonios de Bugnini de que
jamás tuvo -ni soñó con tenerlo- nada que ver con ninguna sociedad secreta. He
aquí el clásico caso de afirmaciones contrarias en que (hasta el momento) no
existe forma de probar que ninguna de ellas sea la verdadera[6].
Quizá algunos lectores se desilusionarán con esto porque hubieran deseado que
la investigación condujera a un veredicto definitivo. Pero hay un par de cosas
que decir en relación con este tema.
Primero, en un desconcertante
prólogo añadido a la traducción, nos enteramos de una entrevista de 1996 en que Dom Alcuin Reid
preguntó al Cardenal Alfons Maria Stickler, bibliotecario del Vaticano, si creía que Bugnini había sido masón, y si esto
fue el motivo para que Pablo VI lo destituyera. “No”, contestó el Cardenal,
“fue algo mucho peor”. Pero Su Eminencia no quiso revelar que era aquello
“mucho peor” y, francamente, el concepto de algo “mucho peor” que ser masón
ofrece aterradoras perspectivas a la imaginación.
Segundo, supongamos en teoría que
Bugnini fue, efectivamente, quien dijo ser, según los registros históricos: “un
amante cultivador de la liturgia”, como reza su epitafio, según lo que él entendía por tal. En cierto
modo, este es el escenario más deprimente de todos: casi se podría tener más
respeto por Bugnini si hubiera actuado de acuerdo con un magno plan de
destrucción de la liturgia de siempre a fin de reemplazarla por un brillante
mecanismo ideado para erosionar el catolicismo, o si hubiera sido un apóstata
infiltrado cuyo único propósito hubiera sido producir el caos en el sistema
nervioso central de la Iglesia. Con esto estaríamos hablando a una suerte de Profesor
Moriarty capaz de concertar al inframundo. Pero si lo que ocurre es que no fue
más que un hombre de mente limitada, honesto y trabajador, cooptado por la
retórica del Movimiento Litúrgico, incapaz de dudar de sí mismo en sus horas de
insomnio, absolutamente ciego ante las implicancias, tan grandes como para
convulsionar el mundo, de lo que estaba llevando a cabo. Si no fue más que un
diligente funcionario con ideas a medio cocinar y con un empecinamiento capaz
de sacarlas adelante en cada oportunidad, entonces comenzamos a penetrar en ese
mundo gris, sin alma, de lo que Hannah Arendt llama “la banalidad del mal”[7]:
lo que tenemos delante es el equivalente del oficial de la SS que ha matado
judíos en los campos de concentración porque ello le pareció ser el
cumplimiento cabal de sus deberes para con el Estado, que le han sido
legítimamente impuestos desde arriba.
"Liturgiae cultor et amator"
(Foto: Wikimedia Commons)
Quizá, al cabo, la irreprimible
urgencia de hacer de Bugnini un masón, con suficientes pruebas o sin ellas
(“ciertamente tiene que haber sido…”), es un mecanismo de defensa para
enfrentar la posibilidad de que Bugnini estuvo orientado sinceramente por un
espíritu de servicio en su tarea de desmantelar veinte siglos de liturgia
orgánicamente desarrollada. Lo cual no quiere decir que haya usado siempre
medios honestos: fue un hombre hábil y astuto en el logro de sus propósitos y
dispuesto a torcer la verdad si era necesario. Pero siempre creyó tener razón, creyó que una
finalidad tan grande y difícil justificaba cualquier medio de alcanzarla, y que
algún día todos terminarían pensando como él.
Pocos gerentes, en la historia de la
burocracia, se han equivocado tanto. Hoy se puede clasificar a los católicos
bautizados en tres grupos: la mayoría, que se ha alejado y no asiste a liturgia
alguna o se saltaría con toda facilidad la Misa para ir a un partido de fútbol;
los católicos practicantes que, sin conocer de otras alternativas, asisten cumplidamente
a la Misa de Bugnini, recogiendo las migajas que caen de la mesa de la
abundancia; y una considerable minoría que, a pesar de las diferencias
existentes entre ellos, adhieren con vigor a la liturgia católica tradicional.
Esto no es el futuro con que soñaba Bugnini si es que, en realidad, se permitió
alguna vez, sumergido en revistas, conferencias, reuniones, audiencias y
conferencias, el lujo de soñar.
Un poeta inteligente ha escrito lo
siguiente:
En Roma debieran haber conocido por
su nombre
Al enemigo que se aproximaba con sus
bestias.
Pero, para eterna vergüenza de
nuestros guardias,
Los fieles asediados lo han venido a
conocer por sus frutos[8].
Cuando terminé de leer el Bugnini de
Chiron, me eché hacia atrás en el asiento y me puse a meditar, desazonado,
sobre el tremendo período que sus páginas habían puesto ante mis ojos: qué
pasado de moda, qué añejo, que vacío parece todo aquello hoy en día, cuando
sobrevive sólo como un legado capaz de despertar el mismo grado de entusiasmo
que cualquier cursilería sentimental victoriana. La vida de Bugnini se agotó en
un incansable esfuerzo por poner la Iglesia “al día”, por hacerla, por fin, un
compañero de la modernidad en pie de igualdad, en una apuesta por conquistar la
cultura. Y véase hoy los restos humeantes, las iglesias tapiadas, el laicado
indiferente e ignorante, los Cuomos y Pelosis homicidas de infantes [Nota de la Redacción: respectivamente, Andrew Cuomo, el gobernador del estado de Nueva York, y la congresista Nancy Pelosi, ambos del Partido Demócrata; Nueva York acaba de reformar la ley para permitir el aborto hasta el momento del parto], la
liturgia que aburre hasta hacer llorar, el Papa afectado por una logorrea
herética. No es la Iglesia la que atrajo a la modernidad, sino la modernidad la
que colonizó a la Iglesia, reduciéndola a un estado de vasallaje. Sin una
intención explícita, este libro de Chiron nos ayuda a ver por qué el
tradicionalismo católico (o el catolicismo tradicional, si se prefiere así),
es, en los hechos, el único camino de salida de este pozo de desesperanza.
Lo que los liturgistas modernos, que
brincan y menean la cola al nombre de Bugnini, no consiguen ver -y necesitan
que se les muestre como a niños pequeños- es esto:
Nosotros no acogemos las reformas
litúrgicas del postconcilio y jamás cantaremos sus alabanzas. Nadie puede
forzarnos a quererlas, y no pueden forzarnos ni siquiera a celebrarlas.
Pensamos que fueron resultado de un proyecto
locamente arrogante, que obró sobre la base de principios defectuosos y
que produjo resultados que dan vergüenza. Desconfiamos de quienes condujeron el
Consilium, especialmente de Bugnini y,
sin que nos importen los prelados que, con el rostro alterado, se levanten y
proclamen altivamente que “fue la voluntad del Espíritu Santo” o “fue decisión
del Concilio Vaticano II” o “fue promulgado por el papa Pablo VI”, pues seguiremos
adhiriendo siempre a la gran tradición litúrgica desarrollada orgánicamente,
desde San Pedro, San Dámaso, San Gregorio Magno hasta el siglo XX. Y el número
de los nuestros crecerá, aunque las diócesis fusionen parroquias, vendan
templos y se desangren por el pago judicial de indemnizaciones por abusos. Los liturgistas
entusiastas de las décadas de 1960 y 1970 son hoy nostálgicos en vías de
envejecer, mientras la Iglesia se divide entre aquellos que toman en serio los
dogmas declarados, la Tradición y la liturgia, y aquéllos que quisieran
modernizar todo esto hasta el punto de disiparlo.
El público está en deuda con Chiron
-y el público inglés en deuda con John Pepino, su traductor- por esta biografía cuidada y
profesional de una de las figuras clave de la remodelación colectiva de la
Iglesia de hoy. No es que ella modere nuestro instintivo rechazo, sino que, más
bien, lo alimenta y lo enfoca.
[1] Chesterton, G. K., “The Queer Feet”, en The Complete Father
Brown (Nueva York, Penguin, 1981), p. 51.
[2] Sire, H. J. A., Phoenix from
the Ashes (Kettering, OH, Angelico Press, 2015), p. 251. Lo he dicho antes y
lo seguiré diciendo: el capítulo “The
Destruction of the Mass” de este libro, pp. 226-286, es la mejor de todas
las versiones breves que conozco, de lo que se hizo con la Misa en la reforma
litúrgica, de su por qué, de su cómo.
[3] En mi opinión, quien resulta en esta historia ser el peor de los
villanos es Pablo VI. Chiron ha escrito también una biografía de Pablo VI, que
está siendo traducida al inglés.
[4] Citado de una conferencia dada por monseñor Lefebvre en 1982.
El texto completo puede encontrarse aquí.
[5] Ratzinger, J., Milestones: Memoirs
1927-1977 (trad. de Erasmo Leiva-Merikakis, San Francisco, Ignatius Press,
1998), pp. 19-20.
[6] Chiron advierte que hay algunas publicaciones y papeles privados
guardados todavía celosamente por los albaceas literarios de Bugnini. Subsiste
la duda si tales textos verán la luz algún día.
[7] Arendt dice lo siguiente de Eichmann: “A pesar de los esfuerzos
de la fiscalía, todo el mundo pudo ver que este hombre no era un 'monstruo';
pero fue difícil no sospechar que era un payaso. Y puesto que esta sospecha
hubiera resultado fatal para el proceso [de su juicio], y como era al mismo
tiempo complicado sostenerla a la luz de los sufrimientos que él y los de su
tipo habían causado a millones de personas, sus peores bufonadas casi no se
advirtieron y no fueron jamás informadas” (Arendt, H., Eichmann
in Jerusalem: A Report on the Banality of Evil [Nueva York, Penguin Classics,
2006], p. 54).
[8] Amorose, M., City under
Siege: Sonnets and Other Verse (Kettering, OH, Angelico Press, 2017), p. 34.
Este pequeño libro de encantadores e ingeniosos poemas merece ser más conocido.
Este artículo de Peter Kwasniewski es EXCELENTE!!! dice de modo sintético todo lo que hay que decir de esta liturgía moderna.A dónde nos quieren llevar.
ResponderBorrarY bien...Bugnini murió en 1982. La Iglesia de hoy 2020, sus pastores, comenzando por Roma, a dónde nos llevan. Soy de Argentina, hoy, ya hay iglesias que no abren más.
Muchas gracias por leernos y por comentar.
BorrarEl artículo es muy interesante.
ResponderBorrarPero, Esta absoluta dicotomía me parece que muestra la flaqueza del autor del artículo:
Los liturgistas entusiastas de las décadas de 1960 y 1970 son hoy nostálgicos en vías de envejecer,
mientras la Iglesia se divide entre aquellos que toman en serio los dogmas declarados, la Tradición y la liturgia, y aquéllos que quisieran modernizar todo esto hasta el punto de disiparlo.