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miércoles, 7 de agosto de 2019

Cuando la realidad supera la ficción

Les ofrecemos hoy un nuevo trabajo del Dr. Peter Kwasniewski, quien está siendo traducido por varios sitios hispanoparlantes, donde aborda la coincidencia que existe entre la reforma protestante y la reforma litúrgica, y cómo el giro inmanentista conlleva la autodestrucción programada de un rito. 

El artículo apareció hace unos días en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las frases destacadas provienen de la versión original, así como las imágenes que acompañan esta entrada. 


***


Sorprendentes coincidencias entre un libro de lectura
anticatólico y la reforma litúrgica

Peter Kwasniewski

¿Lutero indica el camino?

Los críticos de la reforma litúrgica de Pablo VI argumentan frecuentemente que ella fue “protestante” o “protestantizante”, cosa que es denodadamente negada por sus defensores. Para algunos tradicionalistas basta con señalar la presencia de observadores protestantes en Consilium, y otros se apoyan en el impactante reconocimiento hecho por Jean Guitton, gran amigo del Papa y respetado filósofo, quien declaró:

La intención del Papa Pablo VI en relación con lo que se denomina normalmente Misa, fue reformar la liturgia católica de un modo tal que casi coincidiera con la liturgia protestante […] Pablo VI tenía la intención ecuménica de erradicar, o al menos corregir o relajar, lo que había de demasiado católico, en el sentido tradicional, en la Misa y, lo repito, acercar la Misa católica al servicio calvinista”.

Pero, como lo hacer ver Yves Chiron en su biografía de Bugnini, los observadores del Consilium tuvieron un papel menor, adquiriendo relevancia sólo durante las discusiones del leccionario extendido. Por lo demás, no se debería aceptar, sin examen, la interpretación que hace una persona de los motivos de su amigo.

Sin embargo, es imposible negar la coincidencia fundamental de la visión histórica de los reformadores litúrgicos con la de los Reformadores protestantes. Ambos grupos consideraban la historia post-constantiniana de la Iglesia católica como un progresivo oscurecimiento y una vuelta al paganismo, una desviación de la fuente pura, simple y auténtica de los primeros cristianos, que se reunían en las casas para “partir el pan” y recordar a Jesús, el carpintero de Nazaret que obraba maravillas. Esta desviación alcanzó su nadir en la Edad Media, que procedió a transmitir a los siglos subsiguientes un culto supersticioso, embellecido en su transcurso por la cultura cortesana del barroco hasta que el espectáculo clerical de mimos, que es la Misa tridentina, alcanzó su congelada perfección. El ardiente soplo del espíritu pentecostal derritió este paradigma y lo reemplazó por formas de culto más en sintonía con la fe viviente de los cristianos, primero en la Reforma y luego, mucho más tarde, en el período del Concilio Vaticano II y de las arrasadoras reformas que introdujo.

Prácticamente no hay ningún libro de liturgia, escrito en la corriente dominante, desde más o menos 1965 hasta alrededor de 1985, que no exprese un punto de vista como éste, con diversos grados de burla del pasado y de confianza en el futuro de un culto en vernáculo, accesible, inclusivo del laicado. Estamos simplemente ante un indiscutido resumen de dónde ha estado la Iglesia y hacia dónde camina.

Imposible un punto de vista más protestante que éste. Uno de mis amigos me mostró el siguiente pasaje de un libro protestante de “homeschooling”, World History and Cultures in ChristianPerspective [La historia del mundo y de las culturas en perspectiva cristiana] publicado por Abeka:

Los paganos que adhirieron multitudinariamente a la Iglesia imperial [después del Edicto de Milán] la invadieron con sus creencias, prácticas y tradiciones paganas. En el siglo II, Justino Mártir describía el culto público como una simple reunión de creyentes el día del Señor para oír las Escrituras y su explicación, además de cantar himnos, de celebrar la Cena del Señor y recibir las ofrendas. La influencia del paganismo empezó a cambiar el servicio de culto en elaborados ritos y ceremonias con toda la parafernalia del culto en los templos paganos. Los presbíteros se transformaron en sacerdotes que ofrecían el cuerpo y la sangre del Señor como sacrificio por los vivos y los muertos. Poco a poco, estos errores y distorsiones se transformaron y dieron lugar a las enseñanzas y prácticas falsas de la Iglesia medieval […] Algunos devotos incluso compraban y adoraban reliquias […] Las exigencias de su religión condujo a los fieles a mirar a Cristo como un juez severo e inmisericorde más que como un salvador compasivo y amante, y comenzaron a tratar de aplacar la ira del Hijo por los pecados orando a su madre, la Virgen María, cuya intercesión procuraban. Debido a que incluso María parecía a veces inalcanzable, oraban también a los Apóstoles, muertos hacía mucho tiempo y a otros santos (cristianos difuntos reconocidos oficialmente por la Iglesia como santos debido a su martirio, a sus milagros y a otros méritos). Pero la Biblia enseña claramente que hay sólo un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo (I Tim, 2, 5)”.

Podemos gemir y hacer muecas frente a semejante caricatura del antiguo catolicismo, pero resulta elocuente descubrir sentimientos similares esparcidos por todos los libros de los autores pertenecientes al Movimiento Litúrgico escritos en el siglo XX, los cuales pavimentaron el camino a Sacrosanctum Concilium y a la reforma de Pablo VI. De acuerdo con sus propios estilos, los cardenales Ottaviani y Bacci, hace cincuenta años en su Breve Examen Crítico, y el cardenal Ratzinger en su conferencia en Fontgombault de julio de 2001, reconocieron esta fuerte protestantización del pensamiento litúrgico católico (Ratzinger advirtió que ya casi ningún teólogo académico en Europa defiende la noción de la Misa como un sacrificio propiamente tal y verdadero: incluso los católicos han terminado estando de acuerdo con Martín Lutero).

En último término, la reforma litúrgica de Pablo VI se apoya en una interpretación protestante de la historia de la Iglesia y de la liturgia. Aceptarla significa aceptar, en mayor o menor grado, su fundamento en la visión de aquel libro de lectura protestante que considera al catolicismo como una historia de oscurantismo, de mistificación, de ritualismo clerical y de sistemática exclusión de las libertades evangélicas o, para decirlo brevemente, una historia de corrupciones.

La Edad Oscura por Vladimir Manyukhin

¿Podría decirse que uno de los problemas recurrentes de los protestantes (por cierto, uso aquí una brocha gorda) es que no valoran positivamente la obra del Espíritu Santo en la historia, a través del tiempo? Pareciera que no dan ningún peso propio al testimonio de las edades, a la suma total de lo contingente, al curso del desarrollo. Si hay algo bueno en el tiempo o en la historia, se trata de algo puramente casual o exterior. Por ejemplo, en un año cualquiera (1780 ó 1843 ó 1921) puede que tenga lugar un “encuentro-revival” en algún lugar, lo cual es, en sí, un acontecimiento positivo, pero que no tiene nada que ver con la religión cristiana como tal. Para los protestantes, todo dinamismo tiene lugar al nivel del hombre individual, en lo interior del corazón, donde actúa el Espíritu, sin que haya relación alguna entre el Espíritu y una Iglesia visible en tanto que un todo temporal/transtemporal.
           
Un católico, por su parte, ve la fe como algo histórico, social, visible, como una realidad encarnada, que vive una vida que se desarrolla y despliega, y que retiene en su interior las etapas más tempranas, a medida que las va dejando atrás. En esto reside el porqué de lo profundamente anti-protestante de la postura a que llega John Henry Newman en su Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana:

“El siguiente ensayo se dirige a solucionar la dificultad planteada, es decir, la dificultad -en la medida en que es real- del modo cómo usamos, en la discusión, el testimonio de nuestro informante más natural sobre de la doctrina y culto cristianos, o sea, la historia de los últimos mil ochocientos años. El punto de vista sobre el que este ensayo está escrito ha sido el que siempre fue adoptado, al menos implícitamente, por los teólogos y, según entiendo, ha sido ejemplificado recientemente por distinguidos escritores en el continente, como De Maistre y Möhler, es decir, la idea de que el incremento y expansión del credo y del ritual cristianos, y las variaciones que han tenido lugar en el proceso, en el caso de determinados escritores e Iglesias, son los mismos que han también, necesariamente, acompañado a toda filosofía o polis que hayan dominado el intelecto y el corazón y hayan tenido algún influjo amplio o prolongado; y de que, por la naturaleza misma de la mente humana, el tiempo es necesario para la plena comprensión y perfección de las grandes ideas; y de que las verdades más altas y más maravillosas, una vez comunicadas al mundo en algún determinado momento por inspirados maestros, no pudieron ser comprendidas inmediatamente por los recipientes sino que, a medida que fueron recibidas y transmitidas por mentes no inspiradas y por medios puramente humanos, requirieron solamente más tiempo y un escrutinio más profundo para llegar a ser plenamente elucidadas (Introducción, párrafo 21).

Para ser justos, supongamos que muchos de los católicos que se involucraron en la reforma litúrgica -o su mayor parte- no aceptaron una visión puramente protestante; pero para nadie es un misterio que su actitud fue, en el mejor de los casos, semi-protestante, en el sentido de que pensaron y actuaron sobre la base de un profundo escepticismo acerca de la mayor parte de la historia de la Iglesia, desde mediados del primer milenio hasta el fin del segundo milenio, período respecto del cual creyeron tener libertad para descartar todo rasgo que consideraran “corrupto”, “redundante”, “oscuro” o “pasado de moda”.

En otras palabras, su concepción de la fe no es la confianza, incarnacional y pneumatológica, en el despliegue de la Tradición que los católicos han tenido siempre sino que, como protestantes que buscan movimientos del corazón en sus tiendas del “campamento-revival”, traen a colación un conjunto de criterios subjetivos basados en lo que estiman “efectivo” o “relevante”. Así pues, tienen una postura básica de escepticismo ante la Tradición, lo cual es incompatible con el catolicismo.

El cardenal Journet cita un texto de Soloviev que resulta notablemente pertinente: 

Qué poco razonable es aquel que, no viendo en la semilla ni tronco ni ramas ni hojas ni flores, y deduciendo de ahí que todas estas otras partes se agregan después artificialmente desde el exterior, y que la semilla no tiene fuerza para producir tales partes, niega absolutamente que un árbol vaya a aparecer en el futuro, y admite sólo la existencia de la sola semilla. Así de poco razonable es quien niega las formas más complejas o las manifestaciones en que la gracia divina aparece en la Iglesia, y desea absolutamente regresar a las formas de la comunidad cristiana primitiva” (Teología de la Iglesia, 145).

Es sólo a primera vista que resulta paradojal que el arqueologismo y el modernismo vayan de la mano. El cardenal Newman advirtió su conexión cuando argumentó que el protestantismo dogmático, que se justificó con la proclamación del Evangelio “original e incorrupto”, tiende, debido a su subjetivismo hermenéutico, a degenerar en protestantismo liberal, que tiende, a su vez, a degenerar en racionalismo ético, naturalismo agnóstico, y secularismo ateo. En resumen, el protestantismo posee un mecanismo de auto-destrucción. Una vez que se comienza a descender por esa senda, se llega hasta el fin, a menos que se dé una milagrosa intervención divina. De ahí que, si la reforma litúrgica adoptara, frente al catolicismo histórico y tradicional, el mismo encuadre mental que adoptó el protestantismo dogmático del siglo XVI, sería una simple cuestión de tiempo antes de que esta nueva versión de catolicismo llegue a su edad madura liberal, y continúe, desde allí, hacia la decrepitud ética, agnóstica y atea.

De hecho, se puede argumentar con fundamento que, tal como en una película en cámara rápida sobre un árbol que pierde las hojas en otoño, la Iglesia (en su mayor parte) ya ha cruzado la segunda fase y está muy cerca de la final. Cuando un Papa da prioridad a la ética medioambiental, concede entrevistas a periodistas comunistas/ateos, y expurga las Escrituras de todo sentido sobrenatural,  ya estamos contemplando a la Iglesia de los Socinianos de los Últimos Días. A  nuestros hermanos separados les tomó varios siglos separarse de Cristo como Dios, de Dios como algo real y, por último, del hombre como hombre. Los católicos, cargados con su complejo de inferioridad, han hecho el recorrido en cuestión de décadas.

Los modernistas, contra los que batallaron Pío X y Pío XII, tenían, por cierto, su propia versión de “corrupción”. Con todo, para ellos no fue la inadecuación de la Iglesia medieval, sino la de la Cristiandad premoderna entera, desde la muerte del último Apóstol hasta el advenimiento del primer paleontólogo, lo que obligó a un cambio fundamental en la teoría y en la práctica. Respondiendo a un sacerdote renegado, a quien llama “Padre G.”, Teilhard de Chardin escribió el 4 de octubre de 1950:

Básicamente pienso -igual que Ud.- que la Iglesia (como toda realidad viviente, luego de algún tiempo) llega a un período de “mutación” o de “necesaria reforma” después de dos mil años: es inevitable. La humanidad está experimentando una mutación, ¿cómo podría la Iglesia no hacer lo mismo?”.

Esta mutación del catolicismo, desde su esencia dogmático-litúrgica a un vagamente definido deísmo moral terapéutico en forma de pantomima simbólica, está ocurriendo ya, y va a continuar ocurriendo, en la medida en que siga ejerciendo su imperio en el Vaticano, las academias, las cancillerías -y los altares de nuestras parroquias-, la desconfianza protestante de la eclesiología incarnacional y el escepticismo moderno respecto de la revelación divina y la tradición apostólica.

La solución está a la mano

Hay, sin embargo, una solución tan obvia como simple: adherir, una vez más, a la plenitud de la Tradición católica en su grandeza de siglos, barriendo con la verdadera corrupción que nos amenaza: la del rito de Pablo VI, sintonizado con lo moderno, falsamente antiguo, cripto-protestante.       

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