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lunes, 26 de octubre de 2020

Fiesta de Cristo Rey

Miniatura de Evangeliario de Ada
(Imagen: Wikicommons) 

El texto del Evangelio de hoy es el siguiente (Jn. 18, 33-37):

“En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Dices tú eso por cuenta propia, o te lo han dicho otros de Mí? Replicó Pilatos: ¿Qué? ¿acaso soy yo judío? Tu nación y los pontífices te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis vasallos me habrían defendido para que no cayese en manos de los judíos; pero mi reino no es de aquí. Replicóle Pilatos: ¿Con que tú eres Rey? Respondió Jesús: Tú lo dices: Yo soy Rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo aquel que pertenece a la verdad escucha mi voz”.

***

Hay muchos que, amparándose en lo que dice Jesús, “mi reino no es de este mundo”, han procedido a quitarle toda sustancia, toda importancia y toda consecuencia a su calidad de auténtico, de verdadero Rey.

Y lo primero que han hecho es negarle esa calidad de ser “Rey de todo el género humano”, expresión usada por Pío XI en la encíclica Quas Primas (1925) que crea esta fiesta. Y así, ha pasado a ser “Rey del universo”, según la reforma posterior al Concilio Vaticano II. A primera vista, pareciera esto elevarlo a una altura inconmensurable, cosa que Él merece; pero lo han hecho a fin de quitar a su Realeza toda posibilidad de morder realmente en la realidad humana, de causar efectos en ella. Han practicado con el Señor la táctica bien conocida en la burocracia vaticana: “promoveatur ut amoveatur”; cuando se quiere sacar a alguien de algún cargo donde se ha convertido en un problema, se lo promueve a otro cargo más alto y con menos contacto con la realidad, desde el cual ya no podrá ser un obstáculo para nada. “Para removerlo, hay que promoverlo”: “Mándeselo, con todos los honores, de encargado de negocios de la Santa Sede a algún mínimo y lejano país, para que no moleste en la Curia; y auméntesele el sueldo”.

“Cristo Rey del Universo”, rey de las constelaciones, de los agujeros negros, de la anti-materia, del orbe terráqueo, de la flora y fauna… ¿Qué puede derivarse de semejante título para los hombres y su vida concreta? ¿En qué se ve ésta alterada por semejante título? Además, ¿acaso no tenía ya esa calidad por ser el Creador de todo lo visible y lo invisible?

En cambio, “Rey de todo el género humano” es un título cargado de consecuencias para la vida de los pueblos y de sus gobiernos políticos, y para todos los hombres particulares y concretos.

Es cierto que esas consecuencias no son directas. En efecto, precisamente en la medida en que se lo reconoce como “Rey de todo el género humano” se puede comprender el alcance de lo que Él dice: “mi reino no es de este mundo”. El que no sea “rey de este mundo” -el que Jesús no decida sobre la política económica, o sobre las prestaciones estatales de salud, o el nombramiento de ministros de la Corte de Apelaciones- es algo que la Iglesia ha entendido correctamente desde los primeros siglos. Ya en el siglo V el papa Gelasio, en carta al emperador en Constantinopla, dice: “dos son las potestades que gobiernan el mundo: la potestad espiritual de la Iglesia y la potestad terrenal del emperador”. No hay aquí confusión alguna: no se trata de proclamar una potestad político-contingente suprema de Cristo y de su Vicario, una especie de césaro-papismo (una misma persona es césar y papa). No: y prueba de que la Iglesia jamás aceptó el césaro-papismo es que, en Occidente, el papa y el emperador -el césar- se enfrentaron en la defensa  de sus atribuciones propias. “Al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios”. Toda la mal llamada “Edad Media” es testigo de esta “separación de poderes”.

(Imagen: Catholik-blog)

Lo que ese “reinado de Cristo sobre el género humano” significa es, sin embargo, algo que está lleno de contenido y de efectos sobre la sociedad concreta -que son, precisamente, los que los modernistas han tratado de anular mediante el concepto de “Rey del universo”-.

¿Cuáles son esos efectos?

Efectos sobre la vida pública o política: la dignidad real de Cristo sobre el género humano exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ya sea al establecer las leyes, ya sea al administrar justicia, ya sea finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres.

Efectos sobre la vida personal de cada uno de los seres humanos: Cristo como Rey exige reinar en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; exige también reinar en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; exige además reinar en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a Él estar unido; y exige, finalmente, reinar en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o como dice San Pablo, como armas de justicia para Dios, deben servir para la interna santificación del alma.

Nada de esto es compatible con el laicismo moderno. Y los partidarios de éste maniobraron hasta que, finalmente, la realeza de Cristo se evaporó, allá en las alturas siderales a que fue trasladada, y la sociedad y sus miembros quedaron abandonados al relativismo doctrinal y moral.  

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