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viernes, 23 de octubre de 2020

Mayor accesibilidad… ¿Para quiénes? ¿Para qué? ¿Por qué?

Les ofrecemos hoy un nuevo artículo de Peter Kwasniewski, donde se hace cargo de algunas de las justificaciones usuales para emprender la reforma litúrgica. Se dijo que ella buscaba hacer los ritos más accesibles a los fieles, facilitando su comprensión. Pero el resultado fue el opuesto, dado que, junto con la simplificación del ritual y el uso del vernáculo, desapareció el lenguaje corporal presente en la liturgia, por el que se transmitía la sacralidad del misterio. La consecuencia está a la vista: desaparecidas las formas, el mensaje acabó también diluido, como ya decía el R.P. Thomas Calmel OP cuando prevenía contra los riesgos que traía consigo la eliminación del venerable Canon Romano.  

El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las fotografías son las que acompañan la publicación original. 

***

Mayor accesibilidad… ¿Para quiénes? ¿Para qué? ¿Por qué?

Peter Kwasniewski

A lo largo de los años de reforma litúrgica -y después, durante muchas décadas- a menudo se justificó la avalancha de cambios en el culto católico con unas cuantas frases mágicas, lanzadas, casi como talismanes y con un gesto de infinita superioridad, a las pobres mentes de los humildes laicos. Entre ellas, la que llevaba el primer lugar fue, ciertamente, la frase “participación activa”, pero junto con ella figuraron “el Hombre Moderno”, “ir adonde está la gente”, “obrar como obraba la Iglesia primitiva” y, lo que me interesa más en este artículo, “mayor accesibilidad”. 

Se suponía que la liturgia reformada era, y se argumentó y afirmó que sí lo era, “más accesible”. Pero esto es una monumental cortina de humo, como no la hubo nunca antes. Después de todo, no hay nada que, en abstracto y sin mayor especificaciones, sea más accesible o menos accesible que alguna otra cosa. Hay que preguntar siempre: “¿Accesible para quiénes? ¿Y da acceso a qué? ¿Y con qué finalidad?”.

La accesibilidad fue entendida, casi exclusiva y primariamente, como un fenómeno verbal y conceptual. Si uno puede agarrar un trozo, tamaño bocado, de cualquier cosa, sin necesidad de preparación, explicación y sin rastro alguno de perplejidad, se considera que ese trozo es accesible para uno. El objeto de una semejante comprensión, inmediata y total, no puede, obviamente, ser Dios, a quien cualquier teólogo ortodoxo declara, instantáneamente, incomprensible; y no puede tampoco ser el hombre, quien, como ente hecho a imagen de Dios, es un misterio para sí mismo; ni puede ser el mundo, que es demasiado complicado y vasto para caber en la mente del hombre, aunque mil Einstein hubieran de extraerle muestras; ni pueden ser tampoco los misterios revelados por Dios en la historia y expuestos en las Escrituras, ya que cada uno de ellos es una combinación de todo lo anterior. Por tanto, una liturgia perfectamente accesible, en el sentido mencionado anteriormente, tendría que versar sobre nada, dirigirse a nadie, y llevar a ninguna parte. 

Esto es, por cierto, y afortunadamente, un caso límite al que nunca se ha llegado: siempre queda un residuo de ininteligibilidad en todo lo que hacen los seres humanos, incluso cuando tratan de evitarlo. En la medida en que subsistieron elementos de la divina liturgia tradicional, subsistió la incomprensibilidad de Dios, del hombre, del cosmos, y de los misterios de Cristo. Con todo, la reforma introdujo una fundamental tensión entre dejar que la liturgia sea misteriosa, como debe ser, por una parte, y, por otra, procurar, en nombre de la ciencia litúrgica, depurarla de los varios rasgos que tienden a hacerla tremenda, ominosa, oscura, intrincada, maravillosa y -aunque sea paradojal- ordenada y ordenadora, familiar y consoladora, sin pretensiones y despojada de cosas irritantes e invasivas.

Ordenaciones en el rito romano tradicional: ¿pueden no gustarnos?

Me parece que existe una gran ironía en la recuperación de la liturgia tradicional, en latín, en la Iglesia romana. La ironía consiste en que, a pesar de lo que los expertos y manipuladores venían prediciendo, a pesar de toda su desesperación, las nuevas generaciones piensan que los ritos antiguos son, en general, suficientemente accesibles, de hecho mucho más accesibles que los ritos nuevos, supuesto que uno recurra a una concepción más amplia y más profunda de accesibilidad. No es difícil encontrar el motivo de ello: la antigua liturgia apela más coherentemente, más poderosamente, al ámbito completo de la realidad, la natural y la sobrenatural; a qué significa ser humanos; a cómo nos expresamos, y a qué es lo que procuramos expresar en palabras, gestos, cantos y suspiros; apela a todos los sentidos, a los diversos temperamentos y personalidades, a los diferentes niveles en que nuestra vida interior se desarrolla y se topa con el mundo exterior. 

La liturgia romana tradicional -y esto es también verdad de todo rito apostólico tradicional en la Cristiandad- reconoce una verdad sobre la que los psicólogos no se cansan nunca de explayarse: los seres humanos se comunican, principalmente, de modo no verbal. De hecho, jamás dejamos de comunicar algo, aunque no hablemos, aunque no tengamos intención de comunicar nada. Una actitud ordenada y deferente comunica más que muchos volúmenes, lo mismo que el descuido y el desaliño. La liturgia, como toda ceremonia humana, comunica constantemente mediante cada palabra, actitud, gesto, posición, acción, silencio. La vieja liturgia, al ordenar y regular estas cosas de un modo armonioso a fin de explicitar todo su contenido, es mucho más comunicativa. En este sentido, proporciona más accesos, y de modos más variados. La liturgia reformada, al eliminar el lenguaje no verbal tradicional, dejando muchas más cosas al azar y entregadas a hábitos idiosincráticos, debilita el contenido y su forma de entrega, al mismo tiempo que lo mezcla con materias ajenas y contradictorias. 

Muchas de estos pensamientos me los sugirió un video sobre lenguaje corporal que me hizo mucho más consciente de la importancia de los detalles pequeños y no verbales en la liturgia y, por tanto, de la importancia de estar conscientes de su adecuada ejecución y de ser fieles en ésta. El experto entrevistado, Joe Navarro, mira a la gente desde el punto de vista de un agente del FBI que trata de evaluar eventuales peligros, testigos, etcétera. La parte del video más relevante para la liturgia va desde 7:10 a 8:10. He aquí una transcripción de lo que Navarro puntualiza sobre el lenguaje corporal:

* “Cómo nos vestimos, cómo caminamos, tienen significado, y lo usamos para interpretar lo que hay en la mente de una persona”.

* “Podemos pensar que somos muy refinados, [pero] no estamos jamás en un estado en que no transmitimos información”.

* “Todos estamos transmitiendo todo el tiempo; escogemos la ropa que usamos, cómo nos peinamos, cómo nos vestimos, pero también qué actitud tenemos, cómo salimos de la oficina hoy llenos de energía, o entramos con un gesto diferente… y lo que buscamos son diferencias en el comportamiento, hasta llegar a minucias como cuál es la postura de estos individuos al caminar por la calle, si van por el lado de adentro de la acera, o por el lado de afuera, cuál es la velocidad con que pestañean, cuán a menudo miran su reloj…”.

* “Alguien puede poner cara de póker, pero no puede tener cuerpo de póker -en alguna parte se revelará-“.

* “Hablamos de lo no verbal porque tiene importancia, porque tiene gravitas, porque afecta el cómo nos comunicamos con los demás”. 

* “En lo que respecta a lo no verbal, es cosa que no importa poco. Nos comunicamos principalmente de modo no verbal, y siempre será así”.

Frases como “nos comunicamos principalmente de modo no verbal” y “nunca estamos sin comunicar algo” son muy relevantes en la celebración de la Misa. Cada gesto -por ejemplo, la velocidad del movimiento alrededor del altar; dónde se para o se sienta el sacerdote, cuándo y por qué; cómo se trata a los vasos sagrados; si la mirada del sacerdote se proyecta directamente hacia el pueblo o si baja los ojos con modestia- es una confesión de qué piensan el celebrante y los fieles que están realizando.

¿Por qué es que los reformadores fueron tan sordos o despistados en relación con las cosas más obvias de la vida? ¿No se dieron cuenta de que, mutando el lenguaje corporal, las posturas, la orientación, la guarda de la vista, se iba a provocar un inmenso cambio en la mentalidad y en la espiritualidad? O… ¿es que lo comprendieron perfectamente bien, y abolieron, por tanto, pieza a pieza, un lenguaje no verbal, cambiándolo por otro con un mensaje contrario?

Recuerdo lo que se ha dicho acerca de la pérdida de la fe en la Presencia Real. Ello no fue una desafortunada consecuencia de la falta de catequesis, sino que fue el resultado intencional de una catequesis renovada: no fue un producto colateral y accidental de haberse avinagrado la reforma litúrgica, sino un resultado premeditado de una nueva eclesiología que identificó a la comunidad de los fieles por excelencia con el Cuerpo de Cristo, y buscó oponerse al “fetichismo” o a la “magia” del culto Eucarístico que se había desarrollado en la Iglesia desde hacía, al menos, mil años.

 Martin Mosebach señala, respecto de la Comunión (Subversive Catholicism: Papacy, Liturgy, Church [Catolicismo subversivo: el papado, la liturgia, la Iglesia], pp. 80-81):

“Un bouquet completo de gestos llenos de respeto había rodeado al Sacramento del altar, y estos gestos eran la homilía más eficaz, que mostraba continuamente a los sacerdotes y a los fieles, de modo absolutamente claro, la misteriosa presencia del Señor bajo las formas de pan y de vino. Podemos estar seguros de que ningún adoctrinamiento teológico por parte de los teólogos llamados “ilustrados” ha dañado tanto la fe de los católicos occidentales en la presencia del Señor en la hostia y el cáliz consagrados como la innovación de recibir la comunión en la mano, junto con el abandono del cuidado en el trato de las partículas de la hostia.

 “Pero ¿en verdad no podemos recibir reverentemente la comunión en la mano? Sí es posible, por cierto; pero cuando se discontinuó las tradicionales formas de respeto, que ejercían su bendita influencia en la conciencia de los fieles, su supresión conllevó el mensaje -y no sólo para los simples fieles- de que no era en realidad necesaria tanta reverencia y, en consecuencia, fue creciendo al mismo tiempo la convicción (al principio tácita) de que no había allí nada que exigiera respeto” .


El P. Roberto Spataro dice algo parecido, pero de modo más amplio (In Praise of the Tridentine Mass and of Latin, Language of the Church [En alabanza de la Misa tridentina y del latín, lengua de la Iglesia], p 30):

 “La humildad es más que una virtud: es una condición para la vida virtuosa. Obsérvese las inclinaciones y genuflexiones que el hombre humilde hace ante Dios en espíritu de obediencia, reconociendo Su soberanía misericordiosa, Su amor sin límites, Su sabiduría creadora. La razón no se siente tentada a inflarse, como ocurre en un proceso revolucionario, porque en el rito antiguo no todo puede o debe ser explicado por la razón, la cual, por su parte, se contenta con adorar a Dios sin comprenderlo. La razón se vuelve a Dios mediante una lengua sagrada, diferente del habla cotidiana, porque en el orden armonioso de la creación que la liturgia presenta en sus ritos, no hay jamás una repetición monótona o una tediosa uniformidad, sino una sinfónica diversidad, sagrada y profana, sin oposición, respetuosa de la alteridad de cada uno. Aquí la razón renuncia también a un uso excesivo de palabras, como el que se da, desgraciadamente, en la práctica litúrgica inaugurada por el Novus Ordo, que es interpretada por muchos sacerdotes como una oportunidad para la simple locuacidad. En el antiguo rito, en cambio, la razón apela a otras dimensiones de la comunicación y, además de las palabras que se pronuncia o se canta, hace lugar también al silencio. Este silencio se convierte en la atmósfera, impregnada del Espíritu Santo, en que surgen el pensamiento creyente y la palabra suplicante”.

Lo que hacemos con nuestros cuerpos es exactamente tan comunicativo como lo que decimos con nuestros labios. Por tanto, la liturgia debe gobernar las mociones y disposiciones de nuestros miembros corporales y nuestros sentidos, obligándolos a ser símbolos de la verdad e instrumentos de santificación. Esto nos ayudará a orar, a entrar más profundamente en comunión con el Señor, y a rendirnos a una verdad que no puede ser puesta en palabras ni atrapada por conceptos. Como dice San Pablo en la Epístola a los Romanos, debiéramos dar nuestros miembros a Dios como “instrumentos de justicia”. “Ni deis vuestros miembros como armas de iniquidad al pecado” -el pecado de la falta de reverencia o de respeto por las cosas sagradas, del comportamiento negligente, descuidado y desconsiderado en nuestra audiencia formal ante el gran Rey- “sino ofreceos más bien a Dios” en adoración teocéntrica, que gobierne nuestra comparecencia, “como quienes, muertos, han vuelto a la vida” -la muerte viviente de la cultura moderna anti-natural, anti-Crística- “y dad vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Rom. 6, 13), la justicia, es decir, la virtud de la religión.

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