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jueves, 20 de enero de 2022

La Misa de siempre: baluarte de la ortodoxia

Les ofrecemos la traducción de un artículo publicado en Corrispondenza Romana que aborda el sentido que tiene la defensa de la Misa tradicional frente al asedio que sufre para que deje de existir. No se trata sólo de defender unas formas litúrgicas por el deseo de preservar algo histórico, sino de salvaguardar el baluarte de la fe católica. La tarea que tenemos por delante nos debe hacer comprender que el fundamento de la Iglesia residente en Cristo y su Revelación: es a Él a quien se ha de seguir y obedecer, porque es el Camino, la Verdad y la Vida. 

***

La Misa de siempre: baluarte de la ortodoxia

Cristiana de Magistris 

El motu proprio Traditionis Custodesde 16 de julio de 2021, y la respuesta a las recientes dubia (formuladas por no se sabe quién), de fecha 18 de diciembre, han desencadenado una seria resistencia, sobre todo desde el punto de vista jurídico, ya que ambos documentos presentan anomalías canónicas que no son en absoluto despreciables.

Pero, cuando debe interpretarse un texto legislativo, la regla de oro es recurrir a la mens legislatoris, el espíritu del legislador. Ahora bien, leídos ambos documentos objetivamente, la mente del legislador queda clarísima: la Misa reformada de Pablo VI es la única expresión del rito romano, y la llamada Misa “tradicional” debe desaparecer, lenta pero inexorablemente.

Por doloroso que sea, esto no representa ninguna sorpresa, ya que es perfectamente coherente con otras intervenciones magisteriales de este pontificado y, en parte, con los anteriores.

La liturgia es el dogma rezado. En otros términos, es la ortodoxia de la fe católica expresada en la oración oficial de la Iglesia. Cuando San Pío V restauró (no reformó) el Misal Romano de 1570, quiso no solamente recuperar la unidad litúrgica fragmentada por muchas indebidas novedades, sino erigirlo en baluarte de la fe católica frente a la desenfrenada herejía protestante, puesto que la Misa romana tradicional contenía aquellos elementos propios del dogma católico que los protestantes consideraban intolerables. En otras palabras, San Pío V sabía que, participando en aquella Misa, el pueblo habría de conservar la fe católica.

Misa de Navidad celebrada a la intemperie en Saint-Germain en Laye, en la diócesis francesa de Versalles, por la prohibición de usar la iglesia 

A partir del Concilio Vaticano II, pero con una enorme aceleración en este pontificado, hemos asistido a un desmantelamiento sistemático del dogma católico. Pensamos -entre otros documentos y acontecimientos más recientes- en Amoris laetitia, que abre la comunión a los divorciados vueltos a casar, atentando evidentemente contra tres sacramentos: Matrimonio Confesión, Eucaristía. Pensamos en la introducción de la Pachamama en el Vaticano, con el que se socava el Primer Mandamiento. Pensamos en la desenfrenada mentalidad homosexual, promovida lamentablemente desde el vértice mismo de los hombres de Iglesia, violando el más elemental derecho natural. Pensamos en las declaraciones ecuménicas e interreligiosas que desde hace 50 años equiparan todas las religiones, con evidente insulto a Dios y consiguiente confusión de los fieles…

¿Cuál es la finalidad de esto? Lo señalaba en el siglo pasado aquel gran hijo de Santo Domingo y defensor de la fe que fue el padre Roger-Thomas Calmelcuando escribía: “Descaminados por la quimera de querer descubrir los medios practicables e infalibles de realizar finalmente la unidad religiosa del género humano, algunos prelados que ocupan algunos de los cargos más importantes trabajan en inventar una Iglesia sin fronteras, en la que todos los hombres, dispensados por anticipado de renunciar al mundo y a Satanás, no tardarían en encontrarse en libertad y fraternidad. Dogmas, ritos, jerarquía, incluso ascesis (si cupiera), todo lo de la Iglesia anterior subsistiría, pero todo desprovisto de la debida protección querida por el Señor y proporcionada por la Tradición y, por lo mismo, todo privado de la linfa católica, es decir, de la gracia y de la santidad”.

Aquí podríamos preguntarnos: ¿no bastaba con desmantelar el dogma para alcanzar el quimérico objetivo de una “unidad religiosa del género humano” y una “Iglesia sin fronteras”? La respuesta es NO. No basta con desmantelar el dogma a golpe de documentos, mensajes, gestos, sugerencias y entrevistas. Todo eso no bastará mientras no se destruya la liturgia, porque es la liturgia la que custodia el dogma. Lutero lo comprendió muy bien, y por eso alimentaba contra la Misa papista un odio implacable, debido a que -decía- “es sobre la Misa, como sobre una roca, que se eleva todo el sistema papal, con sus monasterios, sus obispados, sus iglesias, sus altares, sus ministros, su doctrina, y todo lo demás. Todo eso caerá en ruinas una vez que sea destruida la sacrílega y abominable Misa (católica)”.

La reforma litúrgica de Pablo VI, como lo han explicado ilustres estudiosos, ha debilitado enormemente, si no demolido, el baluarte puesto por la liturgia para la defensa del dogma. Desde entonces los errores y los horrores han entrado en el recinto de la Iglesia. Pero la Misa tradicional ha continuado siempre, y así se ha conservado la fe, aunque sea en unos pocos.

Es evidente, pues, que para conseguir un total desmantelamiento del dogma, era necesario abatir el último y más importante baluarte: la Misa católica de siempre. De ahí los dos recientes y confusos documentos que se unen para convertir en rito romano una liturgia inventada a la carrera hace 50 años, que podrá en el futuro, verosímilmente, ser cancelada de un plumazo, como las liturgias con menos de 200 años eliminadas por San Pío V. 

En relación con esto, hay que advertir también que el célebre liturgista Klaus Gamber, a la pregunta de si un Papa puede modificar un rito, responde negativamente, porque el Papa es custodio y garante de la liturgia (como también del dogma), no su dueño. “Ningún documento de la Iglesia -escribe-, ni siquiera el Código de Derecho Canónico, dice expresamente que el Papa, en cuanto Supremo Pastor de la Iglesia, tiene el derecho de abolir el rito tradicional. La plena et suprema potestas del Papa tiene, claramente, límites […] Más de un autor (Gaetano, Suárez) expresa la opinión que no está entre los poderes del Papa la abolición del rito tradicional […] Ciertamente no es competencia de la Sede Apostólica destruir un rito de Tradición apostólica, sino que su deber es mantenerlo y transmitirlo”. Gamber afirma, también, que el Novus Ordo no puede de ningún modo ser definido como rito romano, sino, a lo más, como ritus modernus: “Nosotros hablamos, más bien, de ritus romanus y lo contraponemos al ritus modernus”.

Fray Roger-Thomas Calmel O.P.

Frente a la última batalla modernista contra la liturgia de siempre, el padre Calmel, con su luminosa inteligencia, nos advierte: “El modernismo no ataca abiertamente, sino sutil y disimuladamente, introduciendo el equívoco por doquier. Por eso confesar la Fe frente a una autoridad modernista significa rechazar todo equívoco, sea en los ritos, sea en la doctrina. Significa atenerse a la Tradición porque ella, tanto en las definiciones dogmáticas como en el ordenamiento ritual, es precisa, leal e irreprensible”. Y como visión profética de lo que habría de venir y que hoy está ante nuestros ojos, escribe: “Frente a las autoridades que quieren imponer la mentira en su peor versión -la versión modernista- y en medio de un pueblo cristiano desconcertado por esta impostura sin precedente, nos damos súbitamente cuenta de que confesar plenamente la fe en la Iglesia, custodio de la verdadera Misa, significa, ante todo, continuar celebrando la Misa de siempre. Si es cierto que ello no ocurre sin sufrimientos, no es menos cierto que la Iglesia, cuya verdadera Misa celebramos, nos da, precisamente a causa de ello, la fuerza para soportar esta pena con coraje y activamente”.  

Es propio de la celebración de la Misa tradicional -a la que se quiere hacer morir- que los sacerdotes saquen de ella el coraje y la fuerza para resistir las leyes injustas y verosímilmente inválidas. Y podemos estar ciertos de que, mientras quede una sola Misa tradicional celebrada en un remoto rincón de la tierra, el dogma católico será preservado, será conservada la fe, aunque con inmenso dolor, como la Virgen santa que, en el Calvario, único altar del mundo, custodió la fe de toda la Iglesia.

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