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jueves, 31 de enero de 2019

¿Por qué la santa Misa se dice en latín, lengua que hoy casi nadie entiende?

Les ofrecemos hoy la segunda respuesta preparada por un colaborador de esta bitácora en torno a algunas objeciones habituales formuladas a la Misa de siempre y referida a por qué ella se dice latín, una lengua que ya nadie entiende (véase aquí el listado de preguntas). 

***

Esta pregunta se refiere a uno de los aspectos que los modernistas más han atacado en el rito romano: el que en éste la Santa Misa se diga en latín pone la comprensión de los textos fuera del alcance del fiel común y, supuestamente debido a ello, se inhibe o limita la participación de éste en el rito. Los modernistas, argumentando contra el latín, sostienen que lo que se dice en la Santa Misa debiera ser comprendido por todos; si hay palabras que se dicen y textos que se leen, lo lógico sería que, como toda palabra dicha o todo texto leído, comuniquen algo a alguien, y sean comprendidos por aquellos a quienes las palabras se dirigen o a quienes se lee los textos. Eso sería lo único racional.

Para comenzar, digamos que no todo lo que se expresa mediante el lenguaje está dicho para ser “comprendido” por la razón humana: las declaraciones de amor, las expresiones verbales de otro afecto cualquiera, por ejemplo, no están destinadas a ser sometidas a un escrutinio o análisis “racional”, ni se dirigen a la “razón” de su destinatario, sino a otras dimensiones más complejas y profundas de su existencia. En otros términos, no siempre lo que el lenguaje dice tiene un contenido de “conocimiento” dirigido a la inteligencia del ser humano, sino que hay otros contenidos, a menudo mucho más profundos, que comunicamos mediante él.

José Gallegos y Arnosa, En Misa (1859)
(Imagen: Sotherby's)

Siendo la religión una de las realidades más profundas de la vida humana, no es de extrañar que el lenguaje tenga en ella una misión que rebasa ampliamente el campo del puro conocimiento. Y por eso es que prácticamente en todas las religiones humanas el lenguaje que se emplea es diferente del lenguaje de la vida común y su comprensión queda fuera del alcance de la mayoría de las personas que practican esas religiones. En la India, el lenguaje sagrado es, frecuentemente, el sánscrito, que ya nadie habla, u otro lenguaje del mismo estilo; los judíos usaron siempre el hebreo, que no era el lenguaje de la vida diaria; los árabes usan una lengua refinada que, también, es claramente diferente del lenguaje cotidiano. Incluso en aquellos casos, como en la iglesia anglicana o en las iglesias ortodoxas, en que se usa el idioma hablado hoy por la gente, se trata de una versión antigua (o “anticuada”), sacralizada, hierática, de ese idioma. Por ejemplo, en el inglés de la liturgia anglicana, no se usa el “you” del habla corriente, sino el “thou”; y en lugar de las fórmulas verbales corrientes, como “says”, se dice “saith”. O sea, se emplea una lengua que tiene particularidades que la apartan del uso cotidiano, que la hacen propiamente “sagrada”, adecuada para el uso sagrado.

A lo anterior hay que agregar que el ser humano usa diversos tipos de lenguaje en las diversas circunstancias de su vida. En la vida cotidiana emplea un modo de hablar coloquial, en el que se cuelan, incluso, muchas expresiones vulgares o poco refinadas. En otras ocasiones, en las más formales, por ejemplo, se emplea un lenguaje más cuidado y solemne, e incluso el tono usado es diferente según se trate de dirigirse a una autoridad o a un inferior que está a nuestro servicio. El uso del inglés estereotipado, no usado en la vida corriente, a que nos hemos referido en el párrafo anterior, es un buen ejemplo de esto.

Es natural que el ser humano sienta la necesidad de dirigirse a Dios en un lenguaje lo más formal y reverente posible, exclusivo para Él, hablándole de un modo adecuado a Su sacralidad, que exprese cuán diferente y separada de la realidad humana corriente es la Divinidad. El uso de esa lengua dignificada implica, pues, tratar a Dios como algo inmensamente sagrado y separado de la vulgaridad de lo cotidiano. No se trata, como podría pensarse, de que la gente común no entienda lo que se dice, sino que capte que, lo que se dice, se le dice a Alguien que no es igual que cualquier otra persona a quien uno se dirige en la vida diaria. No hay aquí un propósito de decir cosas “misteriosas” o “secretas”, como si se tratara de fórmulas mágicas cuyo significado es conocido sólo por un sacerdocio celoso de sus poderes, sino que el propósito es comunicar a los fieles que, lo que se está diciendo, es “sagrado”.


El latín ha asumido, desde los primeros siglos, el papel de lengua “sagrada” en la Iglesia de Occidente, es decir, de lengua solemne, dignificada, reservada para el culto divino, y ha servido también para comunicar la forma más elevada del conocimiento humano, la teología y su servidora, la filosofía. En concordancia con esto, la expresión de la doctrina de la fe cristiana se ha hecho desde muchísimos siglos en latín. Ya hacia el siglo VI después de Cristo, el latín de la liturgia era diferente de la lengua en que se comunicaban los habitantes del Imperio Romano, que estaba en vías de desaparecer, constituyendo una forma estereotipada de latín, al estilo del inglés estereotipado de la liturgia anglicana actual. Hacia los siglos VIII y IX comenzaron a surgir, en forma primitiva, las lenguas modernas que actualmente existen en Europa, y así el latín quedó cada vez más diferenciado del habla cotidiana y vulgar.

Es en latín que se ha ido vaciando, a lo largo de los siglos, la manifestación cada vez más clara de las riquezas de la fe. También en latín se ha ido creando un enorme tesoro literario de belleza, en forma de cánticos litúrgicos y otros textos de la misma naturaleza, escritos por los grandes Padres de la Iglesia, santos y teólogos (un ejemplo de esto es el canto Tantum ergo, que se entona hasta hoy durante la bendición con el Santísimo Sacramento, y que es la parte final de un himno latino más extenso compuesto y puesto en música por Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII; otro ejemplo es el famoso Salve Regina, escrito por un español de la Alta Edad Media). Todo esto es un patrimonio que la Iglesia no está dispuesta a olvidar por los motivos ya explicados sino, además, por su intrínseco valor artístico. Además, desde el punto de vista de la expresión de la doctrina de la fe, el que el latín sea una “lengua muerta” (mala expresión, pues sigue siendo usada, aun por los alumnos, en algunas universidades actuales, como Harvard, para ciertas ocasiones solemnes, llegando incluso a ser hoy su cultivo objeto de una verdadera resurrección) y que, por tanto, no evolucione con el uso a través de los siglos, tiene la ventaja de dar a la doctrina una fijeza e inmovilidad acorde con el papel que, a su respecto, tiene la Iglesia: este papel es mantener incólume el depósito que ha recibido del Señor y los apóstoles, y no el ir creando, cambiando o adaptando, según las épocas, las enseñanzas recibidas.

A lo anterior se puede agregar que el que la Santa Misa se diga en latín nos comunica que ella no está dirigida primeramente a los fieles, como podría estarlo una conferencia o un curso de doctrina destinado a ilustrarlos en la fe, en una escuela dominical de estilo protestante, o a exhortarlos a llevar una buena vida, sino que es una oración dirigida a Dios. Son palabras, sí; pero palabras dirigidas a Dios, no a los hombres.

Por esta misma razón es que hay en la Santa Misa palabras que, desde la más remota antigüedad (a partir quizá de los siglos V o VI) se dicen en voz baja: ésta no sólo manifiesta el sumo respeto con que tales palabras se pronuncian, sino el hecho de que ellas están dirigidas a Dios y no a los hombres presentes en el templo. Se trata de otra manifestación de la sacralidad de la acción que se realiza en la Santa Misa, poniéndose de relieve el “fin latréutico” que ella tiene, es decir, el fin de adoración a Dios.

Los fines de la Santa Misa

Es cierto que, desde tiempos muy remotos, a la primera parte de la santa Misa, aquella en que se lee textos de las Sagradas Escrituras (fundamentalmente la Epístola y el Evangelio) se la denominó “Misa de los catecúmenos”, o sea, Misa de quienes estaban siendo instruidos en las verdades de la fe, quienes recibían así el catecismo. Terminada esa enseñanza, tales catecúmenos abandonaban el templo para que comenzara la parte central de la Santa Misa, el ofrecimiento en forma incruenta del sacrificio de Cristo, al cual sólo tenían derecho a asistir quienes ya estaban bautizados y el cual comenzaba inmediatamente después del Credo. En esa “Misa de los catecúmenos” se suponía, por tanto, que quienes oían las lecturas, las comprendían; pero la comprensión de unas lecturas que se hacían en un latín que cada vez el pueblo entendía menos, quedaba asegurada sólo por la homilía, la que siempre se ha hecho en la lengua vulgar, de comprensión universal. Por lo demás, la mera escucha de las Escrituras es, en ocasiones, insuficiente y se requiere, para comprenderlas y aprovecharlas, la explicación hecha en el sermón. Ya San Pedro en una de sus epístolas decía que las cartas de San Pablo, que integran el Nuevo Testamento, no eran de fácil comprensión y había que saber interpretarlas.

Por otra parte, y recogiendo algunas de las objeciones que los modernistas oponen al uso del latín en la Santa Misa, habría que considerar que, por mucho que ésta se diga en lengua vulgar, nada asegura que el pueblo realmente comprende lo que en ella se dice o, mucho peor, lo que ella es en esencia. En los tiempos actuales, aunque todo en la Misa de Pablo VI se diga en lengua vulgar o vernáculo, si se ha llegado a tener un desconocimiento abismante de lo que la Santa Misa es porque para lograrlo no resulta en absoluto suficiente que el pueblo meramente comprenda las palabras pronunciadas desde el altar, sino que hace falta la explicación, la enseñanza, la exposición de lo que ellas significan y de lo que la Santa Misa verdaderamente significa. Antiguamente, el catecismo y, por último, la homilía dominical, tenían la misión de enseñar al pueblo los principios fundamentales de la fe, incluida la naturaleza de la Santa Misa. Pero hoy la homilía es, la mayor parte de las veces, una exhortación a la solidaridad y a la práctica de otras virtudes, desconectada con los motivos de fe que la justifican y la hacen posible. Quizá nunca como ahora ha habido en la Iglesia una concepción tan errada de la Santa Misa, que es presentada la mayor parte de las veces como una “asamblea de hermanos”, un “encuentro dominical con Jesús” y otras cosas que, aunque verdaderas, son absolutamente accesorias y secundarias en la comprensión de lo que la santa Misa es, según el concepto definido dogmáticamente y de manera infalible por el Concilio de Trento y, antes de él, por toda la Tradición milenaria de la Iglesia.

martes, 29 de enero de 2019

Sobre la supresión de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei

Como lo informamos en su momento, el papa Francisco, a través de un motu proprio de 17 de enero de 2019, decidió suprimir la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, confiando su cometido a una sección creada al efecto al interior de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Existen aún muchas incógnitas en lo que se refiere a la configuración e integración de la nueva sección del señalado dicasterio que sucederá a Ecclesia Dei, las que esperamos se vayan despejando en los meses venideros. De momento, queremos ofrecer a nuestros lectores el análisis del Dr. Peter Kwasniewski, colaborador habitual de esta bitácora, sobre el sentido y posibles consecuencias de dicha supresión.

El artículo fue publicado originalmente en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. 

 (Foto: New Liturgical Movement)



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¿Qué significa la supresión de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei?

Peter Kwasniewski

Estoy de acuerdo con muchos de los que han escrito que, materialmente, este motu proprio (la traducción completa está disponible aquí) no tiene un impacto gigantesco. No elimina las funciones de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, sino que las transfiere internamente a la Congregación para la Doctrina de la Fe. No sugiere ninguna limitación en Summorum Pontificum o en cualquiera de las órdenes religiosas y comunidades que hacen uso del usus antiquior. No insinúa ningún otro paso de la limitación o la formación de guetos respecto de los tradicionalistas. Por sobre todo, no transfiere ninguna de las competencias anteriores de dicha Comisión a otros dicasterios romanos que seguramente habrían hecho picadillo con ellas. En ese sentido, la bala que algunos temían ha sido esquivada en esta ocasión.  

Sin embargo, uno podría tener algunas preocupaciones sobre las implicancias de la decisión tomada por el Papa. 

Cuando el papa Francisco resume su concepción de la función del Pontificia Comisión Ecclesia Dei, utiliza términos más limitados que el alcance que el papa Benedicto XVI asignó a ella a raíz de la situación creada tras el motu proprio Summorum Pontificum y la instrucción Universae Ecclesiae. El Papa habla como si existiera tal Comisión para reconciliara a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X y regular la vida de otras comunidades y órdenes que han elegido el usus antiquior. Pero como todos sabemos, la Pontificia Comisión Ecclesia Dei ha dedicado gran parte de su tiempo a trabajar pacientemente con obispos y clérigos de todo el mundo que obstruyen o niegan las disposiciones de Summorum Pontificum. En este sentido, no es del todo cierto decir que las cuestiones tratadas por la Comisión "fueron principalmente de naturaleza doctrinal". 

Si el repliegue de la Comisión al interior de la Congregación para la Doctrina de la Fe hace que goce de menos independencia y maniobrabilidad para tratar con el refractario, esto sería un estrechamiento del programa pastoral del papa Benedicto XVI. Podemos esperar que esto no ocurra, aunque sólo el tiempo lo dirá. 

El motu proprio afirma que "hoy han cambiado las condiciones que llevaron al Santo Padre Juan Pablo II a instituir la  Pontificia Comisión Ecclesia Dei". En muchos sentidos, esto es cierto; pero en otros aspectos, la situación sigue siendo similar: hay muchas parroquias deseosas del usus antiquor a las que éste les ha sido negado contra legem; hay grupos de hombres y mujeres religiosos que desean incorporarlo a su vida y se han enfrentado a la obstrucción; y hay comunidades que han sido suprimidas porque adoptaron con entusiasmo las disposiciones de Summorum Pontificum

Es cierto que es una ventaja para el diálogo con la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X que tratará únicamente con la Congregación para la Doctrina de la Fe, ya que es un órgano superior y más autorizado. Sin embargo, uno se pregunta si esta reestructuración administrativa podría significar una desventaja para el clero, los religiosos y los laicos católicos que, ya en plena comunión con la Iglesia, enfrentan dificultades que fueron manejadas por la Comisión bajo su propia dirección, en manos del Arzobispo Pozzo, quien ahora ha sido despedido. La Congregación para la Doctrina de la Fe tiene, por supuesto, autoridad de una posición mucho más alta, pero debe optar por hacer valer esa autoridad sobre aquellos que se oponen obstinadamente a los derechos del clero y los fieles adheridos al usus antiquior.

 Mons. Marcel Lefebvre distribuye la Santa Comunión (Holanda, 1981)

Entonces, uno se puede preguntar por el mensaje implícito que este cambio puede transmitir. Hasta ahora, el tema de la puesta en práctica del Summorum Pontificum se ha considerado lo suficientemente importante como para requerir una comisión pontificia en manos de un arzobispo. ¿Podría el nuevo motu proprio insinuar que la urgencia de este problema ha pasado? A veces, la reorganización, especialmente en este pontificado, parece significar degradación. ¿Insinúa esto que el diálogo con la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X es una prioridad, mientras que el tratamiento de otros temas no lo es, o lo es en una medida menor? 

Un comentarista anónimo del Vaticano, citado por Chris Altieri en Catholic Herald (EE.UU.), dice: "Tiene sentido 'replegar' la Pontificia Comisión Ecclesia Dei -sus deberes y competencias- en la Congregación para la Doctrina de la Fe". Seguramente tiene sentido que las conversaciones doctrinales de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X sean conducidas por dicha Congregación; pero, ¿por qué el manejo de las órdenes y comunidades religiosas tradicionales, o los asuntos de rúbricas y calendarios, o los casos de incumplimiento pastoral por parte de los ordinarios y superiores, se confían a una congregación que supervisa la ortodoxia de la fe y la moral? Sin embargo, como contrapunto, podríamos recordar que todos los aspectos de los ordinariatos anglicanos ya están a cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, incluidas las cuestiones de disciplina clerical y liturgia. También se puede señalar la sobria verdad  de que la preponderancia del trabajo ahora confiado a esa congregación se refiere a abusos cometidos por parte de clérigos. La Congregación para la Doctrina de la Fe, en otras palabras, es un cuerpo multidisciplinario, que ejerce una gran autoridad y está ampliamente asesorada por diversos consultores. 

Algunos han leído de manera optimista en la decisión un reconocimiento de que los problemas reales en el corazón de la división tradicionalista/convencional son de naturaleza doctrinal, más que litúrgica o canónica. Ahora bien, es bastante cierto que los problemas reales son doctrinales. Pero este motu proprio limita las dificultades doctrinales a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X y los grupos afines. Estoy feliz de que se me demuestre que estoy equivocado y de ver el nuevo esquema como un mejoramiento para todos los partidarios de la tradición litúrgica y doctrinal. 

Es posible que el Congregación para la Doctrina de la Fe se muestre totalmente amistosa con la nueva sección especial y se asegure de que el trabajo ya admirablemente realizado por la Comisión en los últimos 30 años continuará energéticamente, aunque en un contexto diferente. Quizá el cambio no sea más que tener un membrete diferente para la correspondencia. En el mejor de los casos, la Congregación para la Doctrina de la Fe puede hacer valer su fuerza respecto de los problemas con los que la Pontificia Comisión Ecclesia Dei se ha enfrentado en el pasado y asegurar un mejor progreso. Debemos rezar porque esto ocurra. 

Al final, una cosa es absolutamente clara. No son las estructuras administrativas o incluso sus documentos de gobierno los que toman decisiones o protegen los derechos; es la gente la que lo hace. Los efectos finales de este cambio dependen completamente de los funcionarios que están a cargo de la sección y de la propia Congregación para la Doctrina de la Fe. Como lo explica el papa León XIII en su encíclica Au Milieu des Sollicitudes (1892): 

La legislación difiere tanto de los poderes políticos y su forma, que bajo el régimen de la forma más excelente, la legislación puede ser detestable; mientras que, por otro lado, bajo el régimen cuya forma es más imperfecta, se puede cumplir una legislación excelente. [...] [L]a legislación es obra de hombres que están en el poder y que, de hecho, gobiernan la nación. Por lo tanto, se deduce que, en la práctica, la calidad de las leyes depende más de la calidad de estos hombres que de la forma del poder. Estas leyes, entonces, serán buenas o malas, según si los legisladores tendrán una mente imbuida de principios buenos o malos, y se dejarán guiar por la prudencia política o la pasión.

Si tenemos una comisión o una sección; si la sustancia en cuestión se presenta como doctrinal o disciplinaria y pastoral; si la separación es mejor que la incorporación, o viceversa, todo depende ahora del liderazgo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, las decisiones sobre la dotación de personal y las órdenes que el Santo Padre imparta oficial o extraoficialmente a dicha congregación.

 El autor
(Foto: PeterKwaniewski)

domingo, 27 de enero de 2019

FIUV Position Paper 18: La Missa lecta

En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966. 

En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 18 y que versa sobre la Misa baja (Missa lecta), cuyo original en inglés puede consultarse aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de enero de 2014. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede. 



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La Missa lecta

Resumen

La Misa recitada o Misa dialogada, en que se anima a los fieles a responder lo mismo que los acólitos y, a veces, a recitar en voz alta otros textos, fue introducida a principios del siglo XX y sigue siendo usada en algunas partes del mundo. Existen pruebas de que los fieles se unían a esas respuestas en el sur de Europa hacia el siglo XVI, pero no en otras partes ni épocas. La racionalidad de la práctica del siglo XX es fomentar una participación más activa en la Misa, y el propósito de este paper es explorar la racionalidad de oír la Misa rezada sin dialogarla y cuestionar la presunción de que el diálogo es necesariamente mejor. El valor de la participación silenciosa de los fieles ha sido, de hecho, defendido por Pío XII y Juan Pablo II, y debiera vérselo como una forma de oración contemplativa, que el Catecismo de la Iglesia católica vincula con la liturgia, denominándolo “el tiempo más intenso de oración”.

Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.

 (Foto: Liturgy Guy)

Texto

1. En la Misa rezada de la forma extraordinaria, las respuestas son hechas por sólo el acólito (Missa lecta, la silenciosa Misa rezada) o por los fieles (Missa recitata[1], la Misa dialogada). Las respuestas (y a menudo la recitación de otros textos)[2] por los fieles fueron alentadas por el Movimiento Litúrgico del siglo XX[3] en el contexto de un cierto grado de experimentación y confusión litúrgica[4]. En 1921 y 1922, la Sagrada Congregación de Ritos dictaminó que esta práctica no era “conveniente”[5]; en 1935, respondiendo a un dubium, dijo que corresponde al Ordinario decidir si es ventajoso alentarla en casos particulares[6] según su juicio prudencial. Se la analizó en la Encíclica Mediator Dei de Pío XII (1947)[7] y la Sagrada Congregación de Ritos amplió las formas posibles de diálogo en la Instrucción De musica sacra, de 1955[8].

2. Ambas prácticas son legales, y ambas han alimentado la vida espiritual de los católicos afectos a la forma extraordinaria durante, al menos, dos generaciones. Cuando las prácticas litúrgicas están profundamente enraizadas en la experiencia y piedad populares, hace falta una justificación muy poderosa para imponer cambios, y este paper sostiene que no existe tal justificación. De música sacra sugirió que involucrarse en el diálogo representa “la forma más perfecta” de participación[9] y, en general, parece que el onus de proporcionar una racionalidad para su uso corresponde al defensor de la forma “sin-diálogo”. Por lo tanto, eso es lo que este paper se propone hacer, sin impugnar el valor de la Missa recitata.

 (Foto: Liturgiae Causa)

La cuestión histórica

3. La celebración de la Misa sin canto, un desarrollo desconocido en las Iglesias orientales, surgió en Occidente en el siglo IX, como respuesta al deseo de los sacerdotes de decir Misa diariamente; facilitó la aparición de capellanías para decir Misas y prontamente adquirió un gran valor pastoral al hacer posible que los fieles asistieran, durante la semana, a una Misa breve al comenzar el día.

4. El importante estudio de Eamon Duffy sobre la piedad tradicional en el medioevo tardío en Inglaterra, deja en claro que los modelos de participación seglar en la Misa rezada enfatizaron la conciencia de qué era lo que tenía lugar en la Misa, acompañada de un silencio apropiado y de oración privada[10]. Con todo, existen pruebas de que los fieles decían las respuestas en el siglo XVI, en el sur de Europa[11], una práctica que desapareció posteriormente[12].

5. Una serie de factores parecen haber militado en contra del diálogo en la Misa rezada, como el simple uso de las Misas privadas, en las cuales los fieles podían estar presentes o no, y la creciente distancia entre el latín de la Misa y los vernáculos del sur de Europa. Además, se dio a la participación no verbal una justificación espiritual: Duffy cita la explicación dada por un comentarista sobre el silencio del Canon -la que tiene una aplicación más general- en términos de “ne impediatur populus orare[13]. Esta tradición tuvo un defensor en Pío XII, quien rechazó de plano a quienes criticaban las formas de participación en que los fieles no siguen la liturgia palabra por palabra[14].

 Misa baja conventual (rito dominicano), ca. 1956

Diálogo y participación

6. Dos de las malas razones para la promoción de la Misa dialogada en el siglo XX, mencionadas por Pío XII, son, primero, la sugerencia de que la liturgia necesita una dimensión exterior, social, si ha de ser verdaderamente una acción pública y, segundo, la declinación de la Misa solemne. Pío XII enfatizó, contra la primera, -quizá alentada por la febril atmósfera de la Primer Guerra Mundial y su período inmediatamente posterior, en que se difundió la Misa dialogada-, la naturaleza intrínsecamente social de la liturgia[15]. Contra la segunda, Pío XII condenó la tendencia a considerar la Misa dialogada como un sustituto de la Missa solemnis[16].

7. Una mejor razón esgrimida fue el principio general de que los fieles debieran comprender lo que tiene lugar en la liturgia y penetrar profundamente en su espíritu. Lo que subrayan Mediator Dei y De música sacra, sin embargo, es que tomar parte en el diálogo no es el único modo de participar dignamente en la Misa, y que diversos tipos de personas, o incluso las mismas personas en épocas diferentes, pueden tener necesidades diferentes, para las cuales la Missa recitata puede no ser el ideal. Hoy podría agregarse que existen diferencias muy profundamente arraigadas en materia de formación y cultura litúrgicas entre quienes son adeptos a la forma extraordinaria, las que se han desarrollado después de escritos aquellos documentos[17].

8. Aunque la participación por medio de las palabras es suficientemente clara en el caso del diálogo, la forma contemplativa, no verbal[18], que la Missa lecta no dialogada hace posible tiene que ser explicada.

9. Algunos papers anteriores en esta serie han hecho ver[19] otros rasgos de la antigua liturgia romana, y la liturgia histórica de otros ritos parece impedir una participación verbal inmediata (escucha y comprensión de las palabras) o la visión de lo que está teniendo lugar, pero esto se compensa con el efecto que producen en los fieles, a quienes les comunican no verbalmente, importantes verdades, como el sentido del misterio y la sacralidad de las ceremonias, cosas que hacen con gran fuerza. En el caso de la Misa rezada, el silencio total o casi total de la iglesia, mientras el sacerdote y el acólito realizan el sagrado diálogo solos en el presbiterio, comunica profundamente la naturaleza misteriosa y ultramundana de la liturgia, incluso a quienes no están familiarizados con ella[20]. Un mayor uso del silencio puede promover el sentido del misterio que, en las liturgias cantadas, se crea con el canto gregoriano y la sagrada polifonía.

10. La sutil diferencia de ritmo y sonido entre la Missa lecta y la Misa dialogada es digna de atención: en la primera, se extiende por toda la liturgia una quietud contemplativa, aunque no sea total el silencio, especialmente cuando la Misa se dice con un grupo pequeño de fieles[21].

11. En el contexto de la introducción de la Misa dialogada, el novelista Evelyn Waugh escribía: “Participación en la Misa no significa oír nuestras propias voces, sino que  Dios oye las nuestras. Sólo Él sabe quien está “participando” en la Misa. Creo, comparando cosas pequeñas con grandes, que uno “participa” en una obra de arte cuando se la estudia y ama en silencio. No hay necesidad de gritar… Si los alemanes quieren hacer ruido, que lo hagan. Pero, ¿por qué tendrían que venir a perturbar nuestras devociones?[22].

 Evelyn Waugh

También Juan Pablo II recalcó el valor de la participación silenciosa en la liturgia: “La participación activa no excluye la activa pasividad del silencio, de la quietud y de la escucha: por el contrario, la exige. Los fieles no son pasivos, por ejemplo, cuando oyen las lecturas o la homilía, ni cuando siguen las oraciones del celebrante o los cantos y la música de la liturgia. Estas son experiencias de silencio y quietud, pero son, a su modo, profundamente activas. En una cultura que ni favorece ni promueve la quietud meditativa, el arte de la escucha interior se aprende con dificultad. En esto podemos ver que la liturgia, aunque debe siempre estar debidamente inculturada, debe ser también contra-cultural”[23].

12. El silencio en la Missa lecta puede ir acompañado de oración privada, formal, o con el seguimiento de las oraciones de la Misa en un misal. Lo más sencillo, sin embargo, es el ejercicio de la oración contemplativa[24] que, lejos de ser la forma menos intensa de oración es, como nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, el tiempo por excelencia de la oración[25]. Ver y escuchar, facilitados por el carácter expresivo del ritual de la forma extraordinaria, irán acompañados por una intención profunda de unirse a la ofrenda que se hace en el altar. Esto trae a la memoria la petición silenciosa recomendada, para la liturgia, por San Cipriano[26], y la oración sin palabras descrita por San Pablo[27]. El Catecismo vincula estrechamente la oración contemplativa con la liturgia[28], y nos recuerda la descripción de la oración que hizo un campesino a San Juan María Vianney: “Yo lo miro, y Él me mira”[29].

13. La participación contemplativa evita el peligro de que, por usarse un libro, cosa que el diálogo tiende a fomentar, el texto impreso se transforme en una barrera entre el individuo y la liturgia, dañando incluso la naturaleza social de la Misa que, si las cosas fueran diferentes, promovería la participación en el diálogo[30].

14. Reiteremos que la participación sin diálogo de los fieles en la Misa evita una posible sobre-enfatización, en la experiencia que ellos tienen de la Misa, de aquellas partes en que se da el diálogo, especialmente en la oraciones preparatorias[31]. En la forma ordinaria de la Misa se soluciona esta dificultad con la omisión del salmo Iudica me y la introducción de respuestas en las Plegarias Eucarísticas.


Dificultades de la introducción de la Misa dialogada

15. Contra la opinión de que la Missa recitata debiera introducirse cada vez que sea posible, incluso donde no es parte de la cultura litúrgica del lugar, se debe tener presente una serie de consideraciones. Una es la dificultad de lograr que los fieles digan las respuestas con “conveniente dignidad”[32], con una pronunciación correcta y coherente, y a la misma velocidad[33]. De musica sacra advierte que sólo los grupos “bien entrenados”, “experimentados”, debieran intentar dar las respuestas más difíciles, y que tal entrenamiento es rara vez posible.

16. Hay también un gran potencial de confusión, conflicto y alboroto en el cambio de hábitos de participación de larga data, y la multiplicidad de opciones de lo que los fieles debieran decir en la Missa recitata es una forma adicional de confusión.

17. Se ha dicho a veces que la Misa dialogada es más apropiada para los fieles que recién conocen la forma extraordinaria. El desafío de aprender las respuestas en latín, sin embargo, desacredita este argumento: puede ser embarazoso que se espere de uno que participe de un modo para el que no se está preparado. Por otra parte, la Missa lecta, aunque muy diferente de la forma ordinaria en sensibilidad, es algo a lo que el recién llegado puede acostumbrarse a su propio ritmo.


Conclusión

18. Reiteremos que no es nuestro deseo, en este paper, desafiar o pedir que se restrinja una práctica que ha alimentado, durante décadas, la vida espiritual de los católicos afines a la forma extraordinaria. Nuestro propósito es, simplemente, cuestionar la suposición de que hay algo defectuoso en la participación sin diálogos en la Misa rezada. Esta, sin el diálogo de los fieles, tiene, en efecto, su propia racionalidad y sus propias ventajas espirituales.

 (Foto: Sancta Missa)

Apéndice A: Pío XII sobre la Misa dialogada: extracto de Mediator Dei (1947)

[Nota de la Redacción: Las referencias a los párrafos de la encíclica y su respectiva traducción corresponde a la versión castellana disponible el sitio de la Sede Apostólica]

128. Son, pues, muy dignos de alabanza los que, deseosos de que el pueblo cristiano participe más fácilmente y con mayor provecho en el sacrificio eucarístico, se esfuerzan en poner el «Misal Romano» en manos de los fieles, de modo que, en unión con el sacerdote, oren con él con sus mismas palabras y con los mismos sentimientos de la Iglesia; y del mismo modo son de alabar los que se afanan por que la liturgia, aun externamente, sea una acción sagrada, en la cual tomen realmente parte todos los presentes. Esto puede hacerse de muchas maneras, bien sea que todo el pueblo, según las normas de los sagrados ritos, responda ordenadamente a las palabras del sacerdote, o entone cánticos adaptados a las diversas partes del sacrificio, o haga entrambas cosas, o bien en las misas solemnes responda alternativamente a las preces del mismo ministro de Jesucristo y se una al cántico litúrgico.

(Laudibus igitur ii digni sunt, qui eo consilio ducti, ut christiana plebs Eucharisticum Sacrificium facilius salubriusque participet, «Missale Romanum» apte in populi manibus ponere conantur, ita quidem ut christifideles, una cum sacerdote copulati, iisdem eius verbis iisdemque Ecclesiae sensibus comprecentur; itemque ii laudibus exornandi sunt, qui efficere contendunt, ut Liturgia externo etiam modo actio sacra fiat, quam reapse adstantes omnes communicent. Id quidem non una ratione contingere potest: cum nimirum universus populus, ex sacrorum rituum normis, vel sacerdotis verbis recto servato ordine respondet, vel cantus edit, qui cum variis Sacrificii partibus congruant, vel utrumque facit, vel denique cum in Sacris sollemnibus alternas Iesu Christi administri precibus dat voces unaque simul liturgica cantica concinit).

129. Todos estos modos de participar en el sacrificio son dignos de alabanza y de recomendación cuando se acomodan diligentemente a los preceptos de la Iglesia y a las normas de los sagrados ritos; y se encaminan principalmente a alimentar y fomentar la piedad de los cristianos y su íntima unión con Cristo y con su ministro visible, y también a excitar aquellos sentimientos y disposiciones interiores, con las cuales nuestra alma ha de imitar al Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento.

130. Pero, aunque esos modos externos significan, también de manera exterior, que el sacrificio, por su misma naturaleza, como realizado por el Mediador entre Dios y los hombres, ha de ser considerado como obra de todo el Cuerpo místico de Cristo, con todo eso, de ninguna manera son necesarios para constituir su carácter público y común.


131. Además, la Misa así dialogada no puede sustituir a la misa solemne, la cual, aunque estén presentes a ella solamente los ministros que la celebran, goza de una particular dignidad por la majestad de sus ritos y el aparato de sus ceremonias, si bien tal esplendor y magnificencia suben de punto cuando, como la Iglesia, asiste un pueblo numeroso y devoto.

(Quae tamen Sacrificii participandi rationes tum dilaudandae ac commendandae sunt, cum Ecclesiae praeceptis sacrorumque rituum normis diligenter obtemperant. Eo autem potissimum spectant, ut christianorum pietatem eorumque intimam cum Christo cum eiusque adspectabili administro coniunctionem alant ac foveant, itemque internos illos sensus et habitus excitent, quibus animus noster Summo Sacerdoti Novi Testamenti assimiletur oportet. Nihilo secius, quamvis externo quoque modo demonstrent Sacrificium suapte natura, utpote a Mediatore Dei et hominum (cfr. 1 Tim. 2, 5) peractum, totius mystici Corporis Christi opus esse habendum; ne utiquam tamen necessariae sunt ad publicam eiusmodi constituendam communemque notam. Ac praeterea id genus Sacrum, alternis vocibus celebratum, in locum augusti Sacrificii sollemniter peracti suffici non potest; quod quidem, etiamsi adstantibus solummodo sacris administris fiat, ob rituum maiestatem caerimoniarumque apparatum peculiari fruitur dignitate sua, cuius tamen splendor et amplitudo, si frequens pietateque praestans populus adsit, ut Ecclesiae in votis est, summopere adaugetur).

132. Hay que advertir también que se apartan de la verdad y del camino de la recta razón quienes, llevados de opiniones falaces, hacen tanto caso de esas circunstancias externas, que no dudan en aseverar que, si ellas se descuidan, la acción sagrada no puede alcanzar su propio fin 

(Animadvertendum quoque est eos veritatem egredi rectaque rationis iter, qui fallacibus opinationibus ducti, haec rerum ad iuncta tanti faciant, ut asseverare non dubitent, iisdem praetermissis, rem sacram statutum sibi finem assequi non posse).

133. En efecto, no pocos fieles cristianos son incapaces de usar el «Misal Romano», aunque esté traducido en lengua vulgar; y no todos están preparados para entender rectamente los ritos y las fórmulas litúrgicas. El talento, la índole y la mente de los hombres son tan diversos y tan desemejantes unos de otros, que no todos pueden sentirse igualmente movidos y guiados con las preces, los cánticos y las acciones sagradas realizadas en común. Además, las necesidades de las almas y sus preferencias no son iguales en todos, ni siempre perduran las mismas en una misma persona. ¿Quién, llevado de ese prejuicio, se atreverá a afirmar que todos esos cristianos no pueden participar en el sacrificio eucarístico y gozar de sus beneficios? Pueden, ciertamente, echar mano de otra manera, que a algunos les resulta más fácil: como, por ejemplo, meditando piadosamente los misterios de Jesucristo, o haciendo otros ejercicios de piedad, y rezando otras oraciones que, aunque diferentes de los sagrados ritos en la forma, sin embargo concuerdan con ellos por su misma naturaleza.

(Haud pauci enim e christifidelibus «Missali Romano», etiamsi vulgata lingua exarato, uti nequeunt; neque omnes idonei sunt ad recte, ut addecet, intellegendos ritus ac formulas liturgicas. Ingenium, indoles ac mens hominum tam varia sunt atque absimilia, ut non omnes queant precibus, canticis sacrisque actionibus, communiter habitis, eodem modo moveri ac duci ac praeterea animorum necessitates et propensa eorum studia non eadem in omnibus sunt, neque in singulis semper eadem permanent. Quis igitur dixerit, praeiudicata eiusmodi opinione compulsus, tot christianos non posse Eucharisticum participare Sacrificium, eiusque perfrui beneficiis? At ii alia ratione utique possunt, quae facilior nonnullis evadit; ut, verbi gratia, Iesu Christi mysteria pie meditando, vel alia peragendo pietatis exercitia aliasque fundendo preces, quae, etsi forma a sacris ritibus differunt, natura tamen sua cum iisdem congruunt).

 Pío XII celebra su Missa privata diaria

Apéndice B: la Instrucción De musica sacra y la Misa dialogada (1958), De fidelium participatione in Missis lectis; Participación de los fieles en la Misa rezada

28. Debe cuidarse también que los fieles que asisten a la Misa rezada no lo hagan “como extranjeros o espectadores mudos” (Divini cultus, 20 de diciembre de 1928: AAS 21 [1929] 40), sino que realicen aquella participación exigida por tan grande y fructífero misterio (Sedulo curandum est, ut fideles, « non tamquam extranei vel muti spectatores » Missae quoque lectae intersint, sed illam praestent participationem, quae a tanto mysterio requiritur, et quae uberrimos affert fructus).

29. El primer modo cómo los fieles pueden participar en la Misa rezada consiste en que cada uno, espontáneamente, siga con devota atención las partes más importantes de la Misa (participación interior), u observe las costumbres aprobadas en cada lugar (participación exterior). Aquellos que usan un misal personal, apropiado a su comprensión, y rezan con el sacerdote con las mismas palabras que la Iglesia, son dignos de especial alabanza. Pero no todos son igualmente capaces de comprender correctamente los ritos y las fórmulas litúrgicas, ni todos tienen las mismas necesidades espirituales, ni tampoco éstas son constantes en cada individuo. Por tanto, estas personas pueden encontrar un método más conveniente o más fácil de participar en la Misa si "meditan devotamente en los misterios de Jesucristo o realizan otras prácticas de devoción y elevan oraciones que, aunque diferentes de las de los ritos sagrados, están esencialmente en armonía con ellos" [Mediator Dei (1947), núm. 39]. En este aspecto, debe tomarse nota de que si alguna costumbre local de tocar el órgano durante la Misa rezada interfiere con la participación de los fieles que oran en común o que cantan, esa costumbre debe ser abolida. Esto se aplica no sólo al órgano, sino también al armonio o a cualquier otro instrumento que se toca sin interrupción. Así pues, en esas Misas no debiera tocarse música en los siguientes momentos: (a) Desde que el sacerdote sube al altar hasta el Ofertorio; (b) Desde los primeros versículos del Prefacio hasta el Sanctus, inclusive; (c) Desde la consagración hasta el Padrenuestro, donde tal costumbre existe; (d) Desde el Padrenuestro hasta el Agnus Dei, inclusive; durante el Confiteor antes de la comunión de los fieles; mientras se reza la Postcomunión y durante la Bendición al final de la Misa.

(Primus autem modus, quo fideles Missae lectae participare possunt, habetur, cum singuli, propria industria, participationem praestant, sive internam, piam scilicet ad potiores Missae partes attentionem, sive externam, iuxta varias regionum probatas consuetudines. Ii potissimum in hac re laude digni sunt, qui parvum missale, proprio captui accom- modatum, prae manibus habentes, una cum sacerdote, eisdem Ecclesiae verbis comprecantur. Cum vero non omnes aeque idonei sint ad ritus ac formulas liturgicas recte intellegendas, et cum praeterea animorum necessitates non eaedem in omnibus sint, neque in singulis semper eadem permaneant, his alia vel aptior vel facilior participationis ratio occurrit, scilicet « Iesu Christi mysteria pie meditando, vel alia peragendo pietatis exercitia aliasque fundendo preces, quae, etsi forma a sacris ritibus differunt, natura tamen sua cum iisdem congruunt ». Notandum insuper, quod si alicubi, inter Missam lectam, mos vigeat organum sonandi, quin fideles sive communibus precibus, sive cantu Missae participent, reprobandus est usus, organum, harmonium, aut aliud musicum instrumentum quasi sine intermissione sonandi. Haec igitur instrumenta sileant: (a) Post ingressum sacerdotis celebrantis ad altare, usque ad Offertorium; (b) A primis versiculis ante Praefationem usque ad Sanctus inclusive; (c) Ubi consuetudo viget, a Consecratione usque ad Pater noster; (d) Ab oratione dominica usque ad Agnus Dei inclusive; ad confessionem ante Communionem fidelium; dum dicitur Postcommunio et datur Benedictio in fine Missae).

30. Otro modo de participación de los fieles en el Sacrificio Eucarístico es recitando juntos ciertas oraciones o cantando himnos. Las oraciones e himnos deben ser adecuadamente elegidos para las respectivas partes de la Misa, como se indican en el párrafo 14, c).

[Secundus participationis modus habetur, cum fideles Sacrificio eucharistico participant, communes precationes et cantus proferendo. Providendum, ut et precationes et cantus singulis Missae partibus apprime congruant, firmo tamen praescripto n. 14 c)].

31. Un último modo de participación, y el más perfecto de todos, es que los fieles digan las respuestas litúrgicas a las oraciones del sacerdote, sosteniendo de esta forma una especie de diálogo con él, y recitando en voz alta las partes que propiamente les corresponden. Existen cuatro grados o etapas en esta participación: (a) Primero, los fieles pueden decir las respuestas litúrgicas más fáciles a las oraciones del sacerdote: Amen; Et cum spiritu tuo; Deo gratias; Gloria tibi Domine; Habemus ad Dominum; Dignum et justum est; Sed libera nos a malo. (b) Segundo, los fieles pueden también recitar las oraciones que, según las rúbricas, deben ser dichas por el acólito, incluido el Confiteor y el triple Domine non sum dignus, antes de que los fieles reciban la sagrada comunión. (c) Tercero, los fieles pueden decir en voz alta, junto con el sacerdote, ciertas partes del Ordinario de la Misa: Gloria in excelsis Deo; Credo; Sanctus-Benedictus; Agnus Dei. (d) Cuarto, los fieles pueden también recitar con el sacerdote algunas partes del Propio de la Misa: Introito, Gradual, Ofertorio, Comunión. Sólo los grupos más avanzados, que hayan sido bien entrenados, estarán capacitados para participar dignamente de este modo.

(Tertius denique isque plenior modus obtinetur, cum fideles sacerdoti celebranti liturgice respondent, quasi cum illo « dialogando », et partes sibi proprias clara voce dicendo. Quatuor vero gradus plenioris huius participationis distingui possunt: (a) Primus gradus, si fideles sacerdoti celebranti faciliora responsa liturgica reddunt, scilicet: Amen; Et cum spiritu tuo; Deo gratias; Gloria tibi, Domine; Laus tibi, Christe; Habemus ad Dominum; Dignum et iustum est; Sed libera nos a malo; (b) Secundus gradus, si fideles partes insuper proferunt, quae a ministrante, iuxta rubricas, sunt dicendae; et, si sacra Communio infra Missam distribuitur, confessionem quoque dicunt et ter Domine, non sum dignus; (c) Tertius gradus, si fideles partes quoque ex Ordinario Missae scilicet: Gloria in excelsis Deo; Credo; Sanctus-Benedictus; Agnus Dei, una cum sacerdote celebrante recitant; (d) Quartus denique gradus, si fideles partes quoque ad Proprium Missae pertinentes: Introitum; Graduale; Offertorium; Communionem, una cum sacerdote celebrante proferunt. Hic ultimus gradus a selectis tantum cultioribus coetibus bene institutis, digne, prouti decet, adhiberi potest).

32. Puesto que el Padrenuestro es una conveniente y antigua oración de preparación para la comunión, todos los fieles pueden recitar esta oración al unísono con el sacerdote en las Misas rezadas, y el Amén al final debe ser dicho por todos. Esta oración debe ser dicha sólo en latín, jamás en vernáculo.

(In Missis lectis totum Pater noster, cum apta sit et antiqua precatio ad Communionem, a fidelibus una cum sacerdote celebrante recitari potest, lingua vero latina tantum, et addito ab omnibus Amen, exclusa quavis recitatione in lingua vulgari).

33. Los fieles pueden cantar himnos en la Misa rezada, si son apropiados a las diversas partes de la Misa.

[In Missis lectis cantus populares religiosi a fidelibus cantari possunt, servata tamen hac lege, ut singulis Missae partibus plane congruant (cfr. n. 14, b)].

34. Cuando las rúbricas prescriben clara voce, el celebrante debe recitar las oraciones en voz suficientemente alta como para que los fieles puedan seguir devota y convenientemente los sagrados ritos. Debe prestarse especial atención a esto en templos grandes y cuando hay gran cantidad de fieles.

(Sacerdos celebrans, potissimum si aula ecclesiae magna sit et populus frequentior, ea omnia, quae secundum rubricas clara voce pronuntiare debet, adeo elata voce dicat, ut omnes fideles sacram actionem opportune et commode sequi possint). 

 (Foto: Dominus Est)
           


[1] Es llamada “Missa recitata” en De musica sacra (véase Apendice B). Mons. C. Callewaert propuso, inicialmente, llamarla “Missa dialogata” en un artículo de 1932 [véase Ellard, G., The Dialog Mass (Nueva York, Longmans, Green & Co., 1942), p. 43].

[2] Además de las respuestas de los acólitos, los partidarios de la Missa recitata sugirieron que los fieles dijeran también las partes cantadas por la Schola en la Misa cantada, tales como el Gloria y el Credo, y quizá también el Introito y otras oraciones que se cantan y no son dichas por los acólitos. Sin embargo, la Schola no canta todas las respuestas de los acólitos, especialmente las de las oraciones al pie del altar, ya que el canto del Introito y del Kyrie las hacen inaudibles (véase Positio Paper 9: El silencio y la inaudibilidad en la forma extraordinaria): esta propuesta implica asignar un rol híbrido de los fieles. Debiera tomarse en cuenta los diversos orígenes históricos de los cantos: Jungmann sugiere que, en los cantos responsoriales como el Kyrie y el Gradual, los fieles en un principio cantaban las respuestas; el Gloria y el Credo fueron inicialmente cantados por el “clero reunido alrededor del altar”, y luego se los transfirió a la Schola [Jungmann, J., The Mass of the Roman Rite: Its origins and development (trad. inglesa, Nueva York, Benzinger, 1950), vol. I, p. 238). Es muy sorprendente ver que se considera el Padrenuestro adecuado para que los fieles lo digan con el sacerdote, ya que nunca ha sido recitado por los acólitos o cantado por la Schola: su estatuto es el de una oración sacerdotal, como lo hace ver el gesto del celebrante en este momento: la oración es introducida con las manos juntas, pero se la dice con las manos extendidas.

[3] Parece que esta práctica se originó en Bélgica y fue propuesta en el Congreso Litúrgico de Malinas en 1909 por el Rvdo. Joseph-Antoine Piérard. Véase Ellard, The Dialog Mass, cit., p. 41.

[4] Ellard hace ver el crecimiento en Italia de “la recitación en alta voz y en italiano de toda la Misa, sin exceptuar el Canon ni las palabras de la Consagración” (énfasis en el original), lo cual fue condenado por la Sagrada Congregación de Ritos en 1921 y 1929; y también la recitación en vernáculo de aquellas “partes  que no se recitan en voz alta por el sacerdote, como las plegarias del Ofertorio y las oraciones antes de la comunión”, práctica que se extendió por la diócesis de Chicago en los Estados Unidos de América en la década de 1930 (Ellard, The Dialog Mass, cit., pp. 48, 169-170 y 176). Ellard describe seis métodos de diálogo, pensando en los niños (Ellard, The Dialog Mass, cit., pp. 173-189); De musica describe cuatro opciones (véase Apéndice B).

[5] La Sagrada Congregación de Ritos dio respuesta a varias preguntas sobre la Misa dialogada en 1921 y 1922. La normativa de 1922 (4 de agosto) dispuso: “Hay cosas que, aunque son lícitas, no siempre son convenientes debido a las dificultades que pueden fácilmente surgir, como en este caso, especialmente a causa de la incomodidad que pueden experimentar el sacerdote que celebra y el pueblo que asiste, en detrimento de la acción sagrada y de las rúbricas. Por tanto, conviene mantener el uso común, como ya hemos respondido varias veces en casos similares” (Ellard, The Dialog Mass, cit., pp. 50-51). Jungmann hace ver que, en 1921, se había dado el argumento de que el responder los fieles era contrario al Canon 818 del Código de Derecho Canónico de 1917, que establece: “Los sacerdotes que celebran deben -reprobándose toda costumbre en contrario- observar precisa y devotamente las rúbricas de sus propios libros litúrgicos, cuidándose de no añadir otras ceremonias u oraciones por iniciativa propia” (Jungmann, The Mass of the Roman Rite, cit., vol. I, pp. 237-238, nota 25). 

[6] Decreto de 30 de noviembre de 1935 de la Sagrada Congregación de Ritos al cardenal arzobispo de Génova: “La Sagrada Congregación, oída la opinión de la Comisión Litúrgica, responde que, de acuerdo con el Decreto núm. 4375 [1921] corresponde al ordinario decidir si, en casos individuales, y consideradas todas las circunstancias, es decir, lugar, personas, número de Misas que se dicen al mismo tiempo, la práctica propuesta, aunque en sí es digna de alabanza, de hecho causa más confusión que aumento de devoción. Esto puede fácilmente ocurrir en el caso de la práctica mencionada en la segunda pregunta [es decir, la recitación por el pueblo del Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei], incluso sin mencionar la razón expuesta, o sea, que la Misa privada es una Misa cantada abreviada. Según el criterio antedicho, Su Eminencia tiene todo el derecho de controlar esta forma de piedad litúrgica según su discreción” (véase Ellard, The Dialog Mass, cit., p. 62).

[7] Véase Apéndice A.

[8] Véase Apéndice B.

[9] Sagrada Congregación de Ritos, Instrucción De musica sacra (1958), núm. 31 (véase Apéndice B). Del mismo modo, se sugiere la obligación de promover la Missa recitata en, por ejemplo, las palabras del cardenal Minoretti, de Génova, quien decía a su clero en 1934: “Es deber de los sacerdotes asociar a los fieles a la celebración activa de los divinos misterios y no contentarse simplemente con una asistencia silenciosa. La recitación del rosario, de oraciones de la mañana, de actos de fe, etcétera, son cosas buenas, pero es mejor para el pueblo unir su voz a las del acólito y del sacerdote en el altar”. Citado por Ellard, The Dialog Mass, cit., p. 63. Se puede encontrar muchos otros ejemplos en el libro de Ellard, que indican una fuerte preferencia en favor de la Misa dialogada, lo cual contrasta, de hecho, con el cuidadoso lenguaje de la encíclica Mediator Dei de Pío XII (véase Apéndice A) y la posición general de la Instrucción De musica sacra.

[10] Duffy, E., The Stripping of the Altars: Traditional Religion in England c. 1400 to 1580 (New Haven, Yale University Press, 1992), pp. 117-130. Duffy explica que los libros de meditación y devoción para ser usados en la Misa no estaban destinados a las liturgias cantadas de los domingos, ya que no se refieren para nada al Asperges, la Pax y otras ceremonias que no figuran en las Misas rezadas de días de semana. En otro lugar, Duffy aclara cuán interesados estaban los fieles del medioevo tardío en los Propios de la Misa, preocupándose mucho de las devociones propias de ciertas Misas votivas específicas, e incluso solicitándolas, con preferencia a los Requiems, en sus testamentos. 

[11] El P. Gerard Ellard s.j. cita al Canónigo Antonio de Beatis, secretario del cardenal Luis de Aragón, quien escribe en 1518: “Los flamencos frecuentan con celo sus iglesias, pero muy temprano en las mañanas. Los sacerdotes celebran la Misa en voz muy baja, en lo que difieren bastante de los italianos; la dicen tan bajo que no permiten que se les responda, excepto únicamente por los acólitos”. Véase Ellard, The Dialog Mass, cit., p. 14. En un libro posterior, Ellard, G., The Mass of the Future (Milwaukee, Bruce Publishing Company, 1948), p. 103, cita al Concilio de Basilea de 1435 que critica la práctica “del norte” de decir la Misa rezada en voz tan baja que “nadie oye sus voces”, lo que implica que los fieles no podían unirse a respuesta alguna. Jungmann presenta una serie de referencias sobre respuestas de los fieles hasta en tiempos carolingios, pero en aquel entonces la Misa rezada no existía todavía, por lo que el contraste que establece con la práctica moderna en la Missa lecta llama a confusión (Jungmann, The Mass of the Roman Rite, vol. I, pp. 235-236).

[12] John Burckard, un Maestro papal de Ceremonias, publicó en 1502 un Ordo Missae que se refiere a las respuestas hechas, con los acólitos, por “los presentes” en, por ejemplo, las oraciones al pie del altar; pero estas referencias no figuran en el Misal Romano de 1570: Ellard compara las rúbricas en columnas paralelas (The Dialog Mass, cit., pp. 32-33). Benedicto XIV, en 1748, se refiere a que los fieles rezaban las respuestas como a algo que tuvo lugar en siglos pasados (Ellard, The Dialog Mass, cit., p. 34).

[13] “Para que no impida el rezo de los fieles” (Duffy, The Stripping of the Altars, cit., p. 117).

[14] Pío XII, Encíclica Mediator Dei (1947), núm. 107-108 (véase Apéndice A).

[15] Pío XII, Mediator Dei, núm. 100: las innovaciones del Movimiento Litúrgico “no son en absoluto necesarias para hacer de ella [la Misa] un acto público o para darle un carácter social” (véase Apéndice A).

[16] Pío XII, Mediator Dei, núm. 100: “un “diálogo de este tipo no puede reemplazar a la Misa solemne que, de hecho, aunque fuere celebrada con solos los ministros presentes, posee su propia dignidad especial debido al impresionante carácter de su ritual y a la magnificencia de sus ceremonias” (véase Apéndice A). Una preocupación parecida fue expresada por el Obispo McLaughlin de Paterson (EE.UU.), al explicar por qué la Misa dialogada no era permitida en esa diócesis: “aleja cada vez más a la gente de la Misa solemne, que es aquélla en que los fieles debieran participar” (citado por Ellard, The Dialog Mass, cit., p. 111).

[17] Estas dos prácticas predominan en áreas geográficas diferentes: la Missa recitata es poco usual en el mundo de habla inglesa y en Alemania, pero muy común en Francia, el sur de Europa y otros lugares.

[18] El novelista Evelyn Waugh, al escribir al cardenal Heenan en 1964 sobre su inquietud por los cambios litúrgicos, comentaba: “Mi oficio son las palabras y cada día me hago más escéptico sobre la comprensión verbal, especialmente en esa extraña periferia que es la de las oraciones verbales” [Reid, S. (ed.), A Bitter Trial: Evelyn Waugh and John Carmel Cardinal Heenan on the liturgical changes (Curdridge, Saint Austin Press, 1996), p. 43].

[20] Para dar sólo un ejemplo, causó una profunda impresión en el dramaturgo Oscar Wilde, quien se refiere a la liturgia católica más de una vez en su De Profundis, que escribió mientras estuvo en prisión entre 1896 y 1897. “[c]uando se contempla todo esto desde el punto de vista sólo del arte, no se puede evitar agradecer que el oficio supremo de la Iglesia sea la representación de una tragedia sin derramamiento de sangre, una presentación mediante diálogos y vestimentas y gestos incluso de la Pasión de su Señor, y es una continua fuente de placer y temor reverencial recordar que el último sobreviviente del coro griego, que se ha perdido en otros lugares para el arte, se encuentra en los acólitos que responden al sacerdote en la Misa” [Wilde, O., De Profundis (ed. Peter Foster, Londres, Folio Society, 1991), p. 63 (p. 13 del manuscrito)].

[21] El teólogo anglicano Charles Harris hizo ver, en su artículo “Silence” incluido en un importante libro de referencia litúrgico de la High Church [Lowther Clarke, H. K. (ed.), Liturgy and Worship: A companion to the prayer books of the Anglican communion (Londres, SPCK, 1932), pp. 774-782], que: “Al presente, no pocos católicos latinos decididamente prefieren la Misa rezada a la solemne, en parte, según parece, por su brevedad y simplicidad, pero más aún por los efectos devocionales de la voz mística o baja usada por el celebrante incluso en partes del servicio que han de ser audibles” (p. 774).

[22] Artículo en The Spectator, 1964; reproducido en Reid, A Bitter Trial, cit., pp. 40-41. “Los alemanes” son elegidos, quizá, como representantes de los entusiastas de la Misa dialogada (el liturgista Pius Parsch sería un ejemplo); también Waugh podría tener en mente la tradición de la “Singmesse” alemana (Misa rezada acompañada con himnos).

[23] Juan Pablo II, Address to Bishops of the United States on an ad limina visit, 9 de octubre de 1998.

[24] El P. Bryan Houghton describe así, en una escena imaginaria, el modo de participación de los fieles en el Canon de la forma extraordinaria: “Algunos meditan por unos momentos, pero luego dejan de hacerlo; otros hojean un libro de oraciones sin mucha convicción; otros pasan las cuentas del rosario sin pensar en nada; la mayoría simplemente se sienta o se arrodilla, en estado de vaciedad. Por cierto, tienen sus distracciones, pero en la medida de lo posible, se recogen. Verá Ud., el estado de oración de la abrumadora mayoría de los fieles es la de un 'simple mirar'. La actividad humana se reduce a un mínimo. Pero entonces ocurre el milagro: en la más alta cumbre de sus almas, imperceptible incluso para ellos mismos, el Espíritu Santo empieza a lanzar pequeños gritos de 'Abba, Padre' o, después de la consagración, suaves gemidos con el Santo Nombre, 'Jesús, Jesús'. Y adoran o, más bien, para ser más preciso, el Espíritu Santo adora en el interior de ellos” [Houghton, B., Mitre and Crook (Harrison, NY, Roman Caholic Books, 1979), p. 44].

[25] Catecismo de la Iglesia Católica (Ciudad del Vaticano, Liberia Editrice Vaticana, 2a ed., 1997), núm. 2714 (énfasis en el original).

[26] Cfr. San Cipriano, en su Tratado sobre la oración del Señor (Cap. 4): “Y cuando nos reunimos con los hermanos en un mismo lugar y celebramos los divinos oficios con el sacerdote de Dios, debemos cuidar la modestia y la disciplina, sin orar indiscriminadamente a voces, sino haciéndolo con voces bajas; sin proferir, con tumultuosas y abundantes voces, peticiones a Dios que debieran ir recomendadas por la modestia, porque Dios oye no a las voces sino al corazón. Ni hace falta que se le haga recordar cosas a gritos, ya que Él ve los pensamientos de los hombres, como nos lo enseña el Señor cuando dice '¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?' (Mt 9, 4) y, en otro lugar: 'Y todas las iglesias conocerán que Yo soy el que examina los corazones y lo más íntimo' (Apoc 2, 23)”. 

[27] Rm 8, 26-27: “Asimismo, también el Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza: porque no sabemos lo que debemos pedir como conviene; pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Pero el que sondea los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede según Dios en favor de los santos” (Similiter autem Spiritus adiuvat infirmitatem nostram, nam quid oremus secundum oportet nescimus sed ipse Spiritus postulat pro nobis gemitibus inenarrabilibus. Qui autem scrutatur corda scit quid desideret Spiritus quia secundum Deum postulat pro sanctis).

[28] El Catecismo de la Iglesia Católica, cit., dice: “La entrada en la contemplación es análoga a la de la liturgia Eucarística: 'recoger' el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en la presencia de Aquel que nos espera” (núm. 2711); “La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el 'sí' del Hijo hecho siervo y en el 'fiat' de su humilde esclava” (núm. 2716); “La contemplación es unión con la oración de Cristo en la medida en que ella nos hace participar en su misterio. El misterio de Cristo es celebrado por la Iglesia en la Eucaristía; y el Espíritu Santo lo hace vivir en la contemplación para que sea manifestado por medio de la caridad en acto” (núm. 2718).

[29] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 2715: “La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. 'Yo le miro y Él me mira', decía a su santo cura un campesino de Ars que oraba ante el sagrario [en francés las palabras del campesino fueron: “Je l’avise, et Il m’avise”].

[30] La historiadora Pamela Graves critica el uso de ayudas de devoción para la Misa en el medioevo tardío con palabras similares. “Ya sea que siguieran la Misa en sus libros litúrgicos o en una paráfrasis o comentario devoto, ya sea que leyeran algo desconectado de la ceremonia, lo que hacían era, por decirlo así, agachar las cabezas, apartando los ojos de las distracciones provocadas por los otros fieles pero, al mismo, tiempo, apartándolos del sacerdote y de sus movimientos y gestos. Esas personas, al aislarse de sus vecinos, se aislaban también frente a la religión comunitaria”. Duffy,  The Stripping of the Altars, cit., p. 121cita y comenta esto. Una crítica levemente diferente se ha hecho de la forma ordinaria desde una perspectiva litúrgica “progresista”: “los participantes pueden sentirse obligados a prestar atención a todo (o, de lo contrario, sienten que no han asistido correctamente a Misa). Su libertad para orar y contemplar es, así, impedida por el texto mismo” [Moffat, J. Beyond the Catechism: intelectual exercises for questioning Catholics (Lulu, 2006), pp. 159-160]. Sin aceptar necesariamente ninguna de estas críticas en relación con sus objetivos específicos, hay ciertamente un peligro en no ser capaces de ver el bosque (la Misa en su totalidad) a causa de los árboles (las palabras de la liturgia) y en centrar la atención en el texto impreso y no en el altar.

[31] Los argumentos históricos valorados por el Movimiento Litúrgico pueden sugerir incluso que las oraciones al pie del altar no pertenecen en absoluto a los fieles. El liturgista Alcuin Reid dice, de estas oraciones: “La popularización de la Misa rezada mediante la llamada 'Misa dialogada' oscurece su naturaleza como oraciones preparatorias y de acción de gracias, y creó lo que se puede llamar una devoción hiperlitúrgica al centrar la atención del pueblo en oraciones privadas. Como dijo C. Howell, s.j., en 1958, 'Las oraciones al pie del altar no pertenecen al pueblo. No hay fundamentos históricos […] pastorales [...] [o] prácticos para ello. Exclúyase al pueblo de ellas' (“Parish in the Life of the Church”, p. 18)” [Reid, A.,  The Organic Development of the Liturgy (San Francisco, Ignatius Press, 2005), p. 177, nota 105].

[32] De musica sacra, núm. 31: “Sólo grupos más avanzados que hayan sido bien entrenados podrán participar con una conveniente dignidad de este modo” (Hic ultimus gradus a selectis tantum cultioribus coetibus bene institutis, digne, prouti decet, adhiberi potest), citado en contexto en el Apéndice B. Esto refleja la preocupación de Pío XII en Mediator Dei de que, si el diálogo ha de tener lugar, que se haga en un manera ordenada y adecuada (Mediator Dei, núm. 105: véase Apéndice A).

[33] Esto es un perenne problema en la celebración de la forma ordinaria en latín.