En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966.
En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 9 y que versa sobre el silencio y la inaudibilidad en la forma extraordinaria, cuyo original en inglés puede consultarse aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de julio de 2012. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede.
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El silencio y la inaudibilidad en la forma extraordinaria
Resumen
Uno de los rasgos notables de la
forma extraordinaria es la lectura silenciosa de los textos litúrgicos y la
inaudibilidad, cosa que ha parecido escandalosa a quienes prefieren el modelo
didáctico de liturgia, como los partidarios del Sínodo de Pistoya (1786). La
explicación de por qué algunos textos no pueden ser oídos por los fieles es
triple. Primero, en las Misas cantadas, algunos textos resultan oscurecidos por
el canto, incluidos los textos mismos que se canta. La estrecha relación entre
el canto y el espacio natural de la liturgia que permite que dicho canto tenga
lugar fue advertido ya por San Pío X. Segundo, las “oraciones sacerdotales” que
el celebrante dirige directamente a Dios, por ejemplo el Munda cor meum y el Lavabo,
expresan la relación íntima entre el sacerdote y Dios, la cual, como lo ha
enfatizado Benedicto XVI, es importante que todos valoren e imiten. Tercero, el
silencio del Canon lo distingue como una oración de particular sacralidad, con
una atmósfera que trae a la mente el silencio del Calvario. Benedicto XVI ha
descrito la oración profundamente participativa de los fieles en el “silencio
pleno” creado por el Canon silencioso.
Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.
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Texto
1.
Una clara característica de la forma extraordinaria es el uso del silencio,
especialmente en el rezo silencioso del Canon, que contrasta con la práctica de la forma
ordinaria. Ello da lugar a un paralelo natural con la celebración ad Orientem[1]
que, como ella, se desarrolló y difundió en los primeros siglos de la Iglesia[2].
El uso del silencio en la forma extraordinaria es complejo, sin embargo, y de
hecho el silencio no está excluido de la forma ordinaria. Sin pretender hacer
un análisis exhaustivo del tema, este ensayo se limitará a ciertas
generalidades acerca del lugar del silencio en la forma extraordinaria.
2.
La oración en silencio fue uno de los aspectos de la antigua tradición
litúrgica latina criticados por el Sínodo Jansenista de Pistoya de 1786, crítica
que fue condenada por Pío VI[3].
El silencio fue entonces agrupado con la complejidad de los ritos y el uso de
una lengua no vernácula, pero él parece ser el desafío más profundo a los
principios de la Ilustración que dieron motivo a Pistoya. En efecto, el
silencio haría que la liturgia no fuera más inmediatamente comprensible a los
fieles, en el caso de que se la simplificara y se la tradujera al vernáculo,
porque debido a él las oraciones todavía seguirían siendo inaudibles. Aunque
los fieles, incluso aquellos que tienen una limitada formación litúrgica,
tienen alguna familiaridad con el contenido de las oraciones del Ordinario
dichas en silencio[4],
es claramente necesario, para comprender el papel de éste, dejar atrás el
modelo funcionalista y didáctico y tomar en consideración el significado
simbólico del silencio.
3.
Vale la pena tomar en cuenta, aunque sea brevemente, el caso de las oraciones
que se dicen no en silencio, pero que de todos modos resultan inaudibles. Esto
ocurre en la Misa cantada, en que el canto del Introito y del Kyrie opaca las
oraciones preparatorias[5] y
las que les siguen inmediatamente, las cuales, en una ocasión diferente, serían
audibles. Asimismo, el canto del Propio y del Ordinario opaca la lectura que el
sacerdote hace de los mismos textos.
4.
La práctica tradicional crea una muy íntima relación entre la música litúrgica
y la liturgia misma. San Pío X, en su motu proprio sobre la música sagrada, Tra le sollicitudini, explica que el
canto no debiera exceder innecesariamente el espacio que le está asignado por
la liturgia[6].
Dicho espacio se reduciría considerablemente si el celebrante no leyera los
textos que canta el coro, y se eliminaría del todo si no se permitiera al canto
opacar otras oraciones. Pío X hizo la advertencia de que cuando el canto excede
su espacio propio, la liturgia, en las funciones eclesiásticas, se la relega
como a un segundo plano y se la presenta como si estuviera al servicio de la
música[7].
5.
El principio de la inaudibilidad de las oraciones rezadas por el celebrante
mientras tiene lugar el canto ha sido mantenida en el Misal de 1970 para el
Ofertorio, que puede ser dicho en silencio incluso cuando no hay canto.
(Imagen: Ars Celebrandi)
Las
oraciones silenciosas del sacerdote.
6.
En una categoría diferente quedan aquellas oraciones que son, en cierto
sentido, personales del ministro sagrado que las pronuncia, especialmente
cuando implora purificación y gracia para realizar el rito dignamente. Ejemplos
de esto serían el Munda cor meum
antes del Evangelio, el Lavabo
antes del Canon, y las oraciones que dice el sacerdote antes de comulgar.
Benedicto XVI comenta: “Las oraciones silenciosas del
sacerdote lo invitan a hacer, del cometido que tiene que llevar a cabo, algo
realmente personal, de modo de entregarse totalmente al Señor. Ellas destacan
la forma en que todos nosotros, cada uno personalmente pero en unión con todos
los demás, debemos aproximarnos al Señor. El número de estas oraciones
sacerdotales ha sido grandemente reducido en la reforma litúrgica, pero,
gracias a Dios, existen todavía […]”[8].
7.
El silencio de estas oraciones es una clara indicación de la intimidad de la
tarea sacerdotal: ellas se dirigen sólo a Dios. Como dice el papa Benedicto,
esto es importante para acentuar la humildad frente a Dios, cosa que va tanto
en beneficio del sacerdote mismo como de los fieles que se asocian a él y
siguen su ejemplo.
Munda cor meum
(Imagen: The Holy Mass)
El
Canon silencioso.
8.
El Canon de la Misa pertenece a una categoría aparte. En tanto que el Sanctus es cantado durante el Canon en
la Misa cantada[9],
las palabras de la Consagración misma tienen lugar durante un momento de
silencio privilegiado, durante el cual no está permitido cantar nada y no se
puede tocar el órgano. Este silencio es subrayado por el sonido de las
campanillas para indicar, primero, la proximidad de la Consagración, y luego,
las dos Consagraciones. Posteriormente, si no tiene lugar algún canto, se puede
oír al celebrante decir, en una voz más alta, “Nobis quoque peccatoribus”, palabras
con que se inicia el memento por los vivos[10],
que sirven para indicar la indignidad del sacerdote, luego de haberse
identificado máximamente con Cristo. Con estas excepciones, el silencio total
del Canon crea una atmósfera especialmente sagrada y eleva su importancia por sobre
lo que tiene lugar antes y después. Ese silencio recuerda las palabras del
profeta Habacuc, usadas en un himno de la Liturgia de Santiago, que dicen en su
traducción española: “el Señor está en su santo templo. Que toda la tierra calle
ante Él”[11].
Y también, el libro de la Sabiduría dice: “Cuando un sereno silencio lo
envolvía todo y la noche estaba a la mitad de su curso, tu omnipotente Palabra
desde el Cielo, desde los tronos reales, como guerrero implacable, se lanzó
sobre aquella tierra desolada”[12].
9.
Esta parte de la Misa nos recuerda, naturalmente, el ingreso del Sumo Sacerdote
al Sanctasanctórum del Templo, la mediación de Moisés oculto en la nube
del Sinaí, y el silencio del Calvario, roto sólo por las Ultimas Palabras de Cristo. El sentido
del tránsito del sacerdote desde el mundo ordinario hacia un reino distinto en
el que se encuentra con Dios ha sido enérgicamente destacado por la iconografía.
Estos paralelos fueron advertidos por los Padres y Doctores de la Iglesia, en
una tradición que resume San Roberto Belarmino [13].
10.
Como se dijo anteriormente a propósito de las oraciones sacerdotales, el
silencio indica que la oración se dirige al Padre y no a los fieles, pero no por
la naturaleza personal de la petición, sino por su carácter intrínsecamente
sagrado. La importancia de las oraciones del Canon reside en lo que ellas
realizan sobre el altar: ellas son, sobre todo, una acción, no una información
o una enseñanza. Como lo dijo el Beato Henry Newman: “Las palabras son necesarias, pero
como medios, no como fines: ellas no son meros discursos ante el trono de la
gracia, sino instrumentos de algo que es por mucho más elevado, de la
consagración, del sacrificio”[14].
11.
Antes de su elección, Benedicto XVI, en más de una ocasión, sugirió que, en la
forma ordinaria, el Canon se dijera en silencio [15].
Y comentó: “Todo el que haya tenido la
experiencia de una iglesia unida en la oración silenciosa del Canon, sabrá lo
que realmente significa un silencio pleno.
Este es, al mismo tiempo, un fuerte y penetrante grito dirigido a Dios y un
acto de oración lleno del Espíritu. Aquí cada uno reza el Canon con los demás,
aunque en unión con la tarea especial que corresponde al ministerio sacerdotal.
Aquí cada uno está unido, tomado por Cristo y conducido por el Espíritu Santo
hacia esa común oración al Padre que es el verdadero sacrificio, el amor que
reconcilia y une a Dios y al mundo[16].
El
valor del silencio.
12.
San Juan Pablo II escribió, en Spirituset Sponsa (2003), acerca de la importancia del silencio en la
re-evangelización de Occidente.
Un aspecto que debemos fomentar en
nuestras colectividades con mayor empeño es la experiencia del silencio.
Necesitamos silencio “si hemos de aceptar en nuestro corazón el pleno eco de la
voz del Espíritu Santo y de unir nuestra oración personal estrechamente con la
Palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia”. En una sociedad que vive a un
ritmo cada vez más frenético, a menudo ensordecida por el ruido y la confusión
de lo efímero, es vital redescubrir el valor del silencio. La difusión, fuera
del culto cristiano, de la práctica de la meditación que privilegia el
recogimiento, no es accidental. ¿Por qué no comenzar, con audacia pedagógica,
una educación específica en el silencio, dentro de las coordenadas de la
experiencia personal cristiana? Tengamos ante los ojos el ejemplo de Jesús,
quien “se levantó y se fue a un lugar solitario, y ahí oró” (Mc 1, 35). La
liturgia, en sus diversos momentos y simbolismos, no puede ignorar el silencio[17].
Como ha sido analizado en el Positio Paper 2[18],
y contrariamente a las suposiciones ilustradas de Pistoya, la liturgia comunica
no sólo en un nivel verbal sino también en uno no-verbal. Benedicto XVI ha
afirmado recientemente que el silencio es “un modo particularmente poderoso de
expresión” [19]: “Si Dios nos habla en el silencio,
nosotros, a nuestra vez, descubrimos en el silencio la posibilidad de hablar a
Dios y sobre Dios”. “Necesitamos ese silencio que se vuelve contemplación, que
nos introduce en el silencio de Dios y nos lleva a aquel lugar donde nace la
Palabra, la Palabra redentora”[20].
En la liturgia, el silencio comunica
la sacralidad e importancia de los momentos claves con gran fuerza, incluso a
la gente de nuestro tiempo[21].
13.
Benedicto XVI ha dicho que “para que el silencio sea fructífero […] no debe ser
sólo una pausa en la acción litúrgica”[22].
Lo que hace falta, como dice en el pasaje recién citado en el párrafo 10, es un
“silencio pleno”: un silencio durante el cual hay algo concreto y apropiado de
meditación. Existe un cierto paralelo aquí con el canto, que tiene lugar, de
acuerdo a las enseñanzas de San Pío X , no en una pausa de la liturgia, sino
junto con ella. El silencio de las oraciones sacerdotales del Canon, en la
forma extraordinaria, proporciona este “silencio pleno” de un modo que es
natural y cargado de simbolismos.
Diego de la Cruz, La Misa de San Gregorio (siglo XV, Museo Nacional de Arte de Cataluña)
(Imagen: Wikimedia Commons)
[1] Véase Federación Internacional Una Voce, Positio Paper 4: La orientación litúrgica.
[2] Ratzinger, J., The Spirit of the Liturgy (San Francisco, Ignatius Press, 2000), p.
215: “No es accidente que en Jerusalén, desde una época muy temprana, las
partes del Canon se rezaran en silencio y que en Occidente el Canon silencioso
–cubierto en parte por un canto de meditación- haya llegado a ser la norma”.
Faltan pruebas de que el Canon se rezara en silencio antes del siglo VIII, pero
sí existió una tendencia a decirlo en voz baja, como lo indica el hecho de que
en el año 565 el emperador Justiniano pretendiera prohibir esta práctica
(Novella 137 en la colección editada por Schoell & Kroll, en el Corpus Iuris Civilis de Mommsen, vol. 3
p. 699). Es probable que la Oratio super
oblata, la “oración secreta”, haya sido dicha en silencio desde su
introducción en la Misa en el siglo V, aunque no se puede asegurar esto con
absoluta certeza. Jungmann anota que el contraste entre las palabras “Nobis quoque peccatoribus”, dichas en
voz alta, y el resto del Canon dicho en silencio, fue advertido y analizado en
el siglo IX, y cita a Amarancio de Metz (+ cerca de 850) (Jungmann, J., The Mass of the Roman Rite: Its origins and
development, trad. inglesa, Nueva York, Benzinger, 1955), vol. II, p. 257,
nota al pie 47).
[3] Pío VI, Bula Auctorem Fidei (1794), núm. 33: “La proposición del sínodo
por la que se demuestra ávido de erradicar la causa por la que, en parte, se
había inducido el olvido de los principios relativos al orden de la liturgia, 'devolviendo [a la liturgia] una mayor simplicidad de los ritos, su expresión
en la lengua vernácula, profiriéndola en voz alta'; como si el orden actual de
la liturgia, recibido y aprobado por la Iglesia hubiera emanado en parte del
olvido de los principios por los que debiera regularse –áspera, ofensiva para
los oídos piadosos, insultante para la Iglesia, favorable a los ataques de los
heréticos contra ella” [Nota de la Redacción: El texto en español de la bula puede consultarse aquí].
[4] Por muchos años, la Sagrada Congregación de Ritos prohibió la
traducción del Ordinario de la Misa. Esta legislación se reiteró hasta el año
1858. Sin embargo, el significado del Canon, e incluso algunas paráfrasis de él,
formaron parte de los apoyos piadosos para oír la Misa, que comenzaron a
aparecer con el advenimiento de la imprenta y se desarrollaron particularmente
desde el siglo XVII en adelante. Véase Ried, A., The Organic
Development of the Liturgy, San Francisco, Ignatius Press, 2005), nota al
pie 191 en la p. 63. Véase tambiénby Simmons, T. F. (ed.), The Lay
Folks Mass Book, or The Manner of Hearing Mass: with Rubrics and Devotions for
the People, in Four Texts, and Office in English according to the Use of York,
from Manuscripts of the Xth to the XVth Century (Early English Text Society, 1879) (disponible aquí, y se imprime a pedido por Nabu
Public Domain Reprints).
[5] Las oraciones preparatorias
(oraciones al pie del altar), aunque no necesariamente inaudibles, pertenecen
también a la categoría de oraciones personales del sacerdote (véase párrafos
6-7), o del sacerdote y los demás ministros sagrados. Originalmente se las
decía en la sacristía, o durante el trayecto hacia el altar (véase Jungmann, The Mass of the Roman Rite, cit., vol. 1, pp. 291-295). Esto se suma a
lo apropiado de su inaudibilidad en la Misa cantada.
[6] Pío X, Motu proprio Tra le
sollicitudini (1903), núm. 22-23: “No es permitido mantener al sacerdote al pie
del altar esperando que termine el canto o la música más allá del lapso
aprobado por la liturgia. De acuerdo con las prescripciones eclesiásticas, el Sanctus de la Misa debiera estar
concluido antes de la elevación y, por tanto, el sacerdote debe tener aquí
consideración por los que cantan. El Gloria
y el Credo, de acuerdo con la
tradición gregoriana, deben ser relativamente breves. En general debe
considerarse como abuso grave el que la liturgia, en las funciones
eclesiásticas, quede en segundo lugar y
como al servicio de la música, porque ésta es meramente una parte de la
liturgia y su humilde servidora”.
[7] Véase la cita completa en la nota 6, más arriba. El papel de la
música sagrada en la forma extraordinaria será tema, esperamos, de un futuro Positio Paper.
[8] Ratzinger, The Spirit of the Liturgy, cit., p. 213. El papa Benedicto enumera los lugares en que, en el Misal de 1970, se
encuentra estas oraciones silenciosas: en la preparación de la proclamación del
Evangelio, en la preparación de las ofrendas, y antes y después de la recepción
de la Comunión por el sacerdote.
[9] Cuando se los canta, el Sanctus
y el Benedictus son, en general,
breves. Puestos en polifonía tienden a ser más largos y, por esta razón, el Benedictus es pospuesto hasta después de
la consagración. Antiguamente se instruía a los coros que dividieran el Sanctus y el Benedictus de este modo aún en canto gregoriano; esto no quedó
claro en el Graduale Romanum de 1908,
pero fue reiterado por la Sagrada Congregación de Ritos en la respuesta a un dubium (4 de enero de 1921) y se abolió en la Instrucción Musica Sacra
de 1958.
[10] Se entendió a menudo que estas palabras estaban dirigidas
específicamente al clero. Véase Jungmann, The Mass of the Roman Rite, cit., vol. 1, pp 249-250. Jungmann analiza también el origen probablemente práctico de que se
dijera estas palabras en voz alta, y cita interpretaciones alegóricas y su
importancia al extenderse la práctica desde la Misa solemne a la rezada, como
está registrado en los escritos de Amalario, de Bernoldo de Constanza y de
Durando (pp. 258-259, nota al
pie 54).
[11] Habacuc 2, 20: “El Señor está en su Templo Santo: calle ante El
toda la tierra” (“Dominus autem in templo sancto suo: sileat a facie eius omnis
terra”). El himno de la liturgia de Santiago del siglo IV se tradujo al inglés
por Gerard Moultrie como “Que calle toda carne mortal”. Cf. Sofonías 1, 7:
“¡Silencio ante el Señor Dios!, porque se acerca el día del Señor, porque el
Señor ha preparado un sacrificio y ha purificado a sus invitados”(“silete a
facie Domini Dei: quia juxta est dies Domini, quia praeparavit Dominus hostiam,
sanctificavit vocatos suos”). A su vez, dice Isaías 32, 17: “fruto de la
justicia, el sosiego y la seguridad para siempre”, que en latín es más
elocuente: “cultus iustitiae silentium”.
[12] Sabiduría 18, 14: “Cum enim quietum silentium contineret omnia et
nox in suo cursu medium iter haberet, omnipotens sermo tuus de caeloa regalibus
sedibus durus debellator in mediam exterminii terram prosilivit”.
[13] Roberto Belarmino Controversias,
Libro VI, cap. 12. “También tenemos el ejemplo del sacrificio de la Antigua Ley.
Porque en el solemne ofrecimiento del incienso estaba ordenado que sólo el
sacerdote pasara a través del velo del sacrificio, orando por sí mismo y por el
pueblo. Este estaba afuera de pie, esperando y no sólo no podía oír al
sacerdote sino que ni siquiera lo veía. Así también, cuando Cristo colgó de la
cruz, como ejemplo de todos los sacrificios, realizó su oblación en silencio”. Citado
por Crean, T., The Mass and the
Saints, Oxford, Family Publications, 2008), p. 104. Véase también la nota 9,
más arriba.
[14] Newman, J. .H., Loss and Gain: The Story of a Convert (1848), Parte II, cap. 20.
[15] Ratzinger, The Spirit of the Liturgy, cit., pp. 214-216, en que se refiere a la
sugerencia que había hecho en 1978 y la reitera.
[16] Ratzinger, The Spirit of the Liturgy, cit., pp. 215-216.
[17] San Juan Pablo II, Carta apostólica Spiritus et Sponsa (2003). La última cita está tomada de Institutio Generalis Liturgiae Horarum, núm. 202.
[18] Positio 2: Piedad litúrgica y participación.
[19] Benedicto XVI, Mensaje al Cuadragésimo Sexto Día Mundial de las
Comunicaciones, “Silencio y mundo: camino de evangelización” (2012): “Es a
menudo en el silencio, por ejemplo, que observamos la más auténtica
comunicación que tiene lugar entre los enamorados: gestos, expresión facial y
lenguaje corporal son signos por los que se revelan uno al otro. La alegría, la
ansiedad y el sufrimiento pueden comunicarse en silencio, el que efectivamente
los dota de un modo de expresión especialmente poderoso. El silencio, pues, da
lugar a una más activa comunicación, que requiere de una sensibilidad y una capacidad
para escuchar que manifiesta a menudo la verdadera medida y naturaleza de la
relación en cuestión. Cuando los mensajes y la información son abundantes, el
silencio se hace esencial si es que hemos de distinguir lo que es importante de
lo que es insignificante o secundario”.
[20] Benedicto XVI, Mensaje al Cuadragésimo Sexto Día Mundial de las Comunicaciones, “Silencio y mundo: camino de evangelización” (2012). La cita es de la
homilía de Benedicto XVI durante la celebración
eucarística con los miembros de la Comisión Internacional de Teología, el 6 de
octubre de 2006. El análisis que Benedicto XVI hace del silencio de Dios como
medio de comunicarse con nosotros trae a la memoria las palabras de Santa
Faustina Kowalska en su diario: “El silencio es un lenguaje tan poderoso que
llega hasta el trono del Dios viviente. El silencio es Su lenguaje que, aunque
secreto, es vivo y poderoso” (Kowalska, M. F., Diary: Divine Mercy in My Soul, Marian Press, 3ª ed., 2003, núm. 888).
[21] Cfr. Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (1975), núm. 42: “El hombre moderno está saturado de
palabras, está obviamente cansado de escuchar y, lo que es peor, se ha vuelto
impermeable a las palabras” (“Qui sunt hodie homines, eos novimus, orationibus
iam saturatos, saepe saepius audiendi fastidientes atque –quod peius est- contra
verba obdurescentes videri”).
[22] Ratzinger, The Spirit of the Liturgy, cit., p. 209.
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