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miércoles, 29 de abril de 2020

A propósito de las Misas por streaming

Les ofrecemos un nuevo artículo del Dr. Peter Kwasniewski donde aborda algunas de las consecuencias absurdas que tiene la celebración de la Misa reformada en tiempos en que, por la pandemia de COVID-19 que asola el mundo, no hay feligresía presente. Aún así, muchos sacerdotes siguen celebrando la Misa de cara a un pueblo inexistente, el que a veces reemplazan por fotografías puestas en los bancos. Todo esto tiene, por cierto, un trasfondo teologócio sobre el sentido que tiene la participación en el Santo Sacrificio. 

El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan al artículo original. 

***

Lo absurdo del “versus populum” y el recogimiento de ad orientem” en la transmisión en vivo por Internet

Ahora que miles de parroquias, oratorios y catedrales en todo el orbe están transmitiendo Misas en vivo por Internet, ya sea semanales o diarias, es posible experimentar, mejor que nunca, la bancarrota de esa innovación postconciliar que monseñor Gamber consideraba, específicamente, el peor cambio litúrgico de todos los producidos en la Iglesia católica: la postura del celebrante de cara al pueblo durante la Misa.

New Liturgical Movement ha publicado en forma destacada muchos artículos, a lo largo de los años, que critican el “versus populum” desde puntos de vista teológicos, litúrgicos y psicológicos. Véase, al respecto, Mass ‘Facing the People’ as Counter-Catechesis and Irreligion” [“La Misa de cara al pueblo como contra-catequesis e irreligiosidad”]; “How Contrary Orientations Signify Contradictory Theologies” [“La diversidad de orientaciones expresan teologías contrarias”] y, como ejemplo especialmente pertinente, a la luz del memorándum publicado por cierto obispo en el American Mountain WestThe Normativity of Ad Orientem Worship According to the Ordinary Form’s Rubrics [“La obligatoriedad del culto “ad orientem” según las rúbricas de la forma ordinaria”] (este memorándum fue objeto de una extensa crítica aquí).

Con la transmisión en vivo a través de Internet el problema se centuplica porque el celebrante está de pie no frente a una congregación, como al centro de un círculo y rodeado por ella -situación en que hay, al menos, algo de símbolo humano, aunque no el que se requiere para el Santo Sacrificio de la Misa- sino frente a una cámara, como el conductor de un show televisivo de conversación o un cocinero durante una demostración culinaria.



Joseph Sciambra comenta en su bitácora

“La crisis del COVID-19 ha revelado también, claramente, otro punto de polarización en la Iglesia: el Novus Ordo y la Misa tradicional. Uno está centrado en el sacerdote y se adapta bien a esta época de medios de comunicación --de acomoda a la transmisión en vivo por Internet, con el foco en la personalidad de quien preside-; de ahí que muchas parroquias celebran un culto a la personalidad centrado en un sacerdote carismático, conocido fundamentalmente por hacerse amigo de todos. Recuerdo este tipo de sacerdote debido a sus paramentos con los colores del arcoiris, por las estúpidas bromas que intercala en sus homilías y por su interminable paseo por la nave, abrazando a todo el mundo en el “beso de la paz”. Durante muchos años he asistido a innumerables Misas tradicionales celebradas por muchísimos sacerdotes, de los cuales no recuerdo a ninguno muy bien, pero sí recuerdo que Cristo estaba allí presente”.

La existencia de gran confusión sobre la esencia misma de la Misa y el significado del sacerdocio ministerial puede apreciarse en los artículos periodísticos en que se entrevista asacerdotes, que andan ahora con mucho tiempo libre debido a que no tienen una feligresía que los absorba. Luego de haber definido el sacerdocio como una relación con el pueblo, cuando en realidad es una relación con Cristo primeramente y sobre todo, dichos sacerdotes buscan en vano, o al menos con grandes dificultades, dar un sentido intrínseco y trascendente a la realización del debido culto a la Santísima Trinidad, como el que durante siglos animó a las llamadas “Misas privadas”, y que el Magisterio de la Iglesia alentó hasta Benedicto XVI (véase mi artículo “The Church encourages priests to say Masses, even without the faithful” [“La Iglesia anima a los sacerdotes a celebrar Misa, aun sin fieles”]).

Dan Millette advierte que, durante medio siglo, se ha entrenado a los sacerdotes para “decir Misa para el pueblo”, lo que ha redundado en que muchos de ellos desarrollaran el hábito de pensar la Misa única o principalmente en términos de ver a la congregación e interactuar con ella, “tocándola” mediante el contacto visual, con determinado tono de voz, y con un ars celebrandi estilo barrio residencial:

“[La transmisión en vivo] plantea la cuestión, causada por el paradigma versus populum, de la necesidad de que el sacerdote tenga una audiencia, y plantea asimismo la idea de que la celebración de la Misa en solitario es, de algún modo, insatisfactoria e incluso esperpéntica. Así, se instala una cámara, a menudo sobre el mismo altar, a pocos centímetros de distancia del rostro del sacerdote, y los bien entrenados gestos y voz litúrgicos logran la audiencia deseada. En esta línea, recuerdo una historia que ocurrió en la crisis Covid-19 en Italia: un sacerdote solitario, con prohibición de decir Misa pública, decidió instalar selfies de todos sus feligreses en los bancos de la iglesia. Esta acción, prontamente imitada por otros sacerdotes, posiblemente le nació del corazón, pero se trata de un sentimentalismo que revela ausencia de verdadera comprensión litúrgica. Esto no es un tópico de transmisión en vivo per se, pero confluye con la necesidad de los sacerdotes de decir Misa en presencia de público”.

He aquí el registro del innovador uso de fotosimpresas a que a alude Millette:





Lo anterior representa una reductio ad absurdum de la postura versus populum, y constituye el producto final que resulta de la mentalidad “círculo cerrado”. Si la iglesia en que está ese sacerdote tuviera un tabernáculo detrás del altar, la inversión sería total: un sacerdote celebrando de cara a pedazos de papel con rostros impresos, en vez de orar hacia Dios que vive con su pueblo en calidad de Cabeza, de Rey, de Pastor; Dios en Persona, el Hijo de Dios cuyo sacrificio cruento en la cruz, que se representa sacramentalmente sobre el altar, es la única razón por la que se dice Misa, para beneficio de los vivos y de los muertos, donde quiera que ocurra que estén.

Quizá, sin embargo, esta foto de un obispo que dice Misa a una cámara es igualmente efectiva como reductio ad absurdum.

Más ejemplos de esto pueden verse en un artículo enviado a PrayTell, que incluye una foto de un individuo que proclama la Palabra a una iglesia vacía:


Ver esta foto me hizo apreciar nuevamente la sabiduría de la tradición de cantar la Epístola mirando al oriente y el Evangelio mirando al norte: con ello la posición del lector es determinada por ideas teológicas y simbólicas que no implican ninguna excentricidad cuando se está en una iglesia vacía, al revés del escenario ilustrado más arriba.

La riqueza actual de transmisiones en vivo ha traído, con todo, un cambio para mejor: la gran cantidad de Misas ad orientem (casi siempre según el usus antiquior) que están disponibles ahora en los medios sociales, equiparable a las opciones versus populum. Por lo que se sabe, esas Misas de cara al oriente no fueron ni de lejos tan abundantes o visibles a los ojos de los católicos como lo son hoy. Ojalá dispusiéramos de estadísticas acerca del número de espectadores, pero así como no hay duda de que se están diciendo más Misas tradicionales (privadas) que nunca antes desde 1969, se puede colegir que el número de católicos que hoy ven Misas dichas ad orientem desde sus casas es significativamente mayor que el de quienes ya asistían a Misas ad orientem en persona cada semana. La rápida decisión de los obispos de cerrar el culto público, haya sido o no exigida por las autoridades civiles, puede convertírseles en un sorprendente tiro por la culata.

El católico que desee empaparse más devotamente de los sagrados misterios puede, en cambio, contemplar liturgias como éstas:




Adviértase que, en la tercera de estas imágenes, se ve a la izquierda a un obispo que sigue la Misa desde el coro (fue él quien predicó la homilía).

Se ha comenzado incluso a ver unos pocos casos en que la jerarquía de la Iglesia reconoce el valor de la postura tradicional y alienta las transmisiones:


Con un número tan grande de Misas que se pueden ver, debemos recordar, una y otra vez, el hecho central de que los misterios más importantes de nuestra fe no se pueden ver: ninguna cámara puede capturarlos, no hay ojo humano que los pueda ver, ninguna cantidad de información proporcionada por los sentidos puede suplir a la falta de fe sobrenatural. La Trinidad es invisible, los ángeles son invisibles, el momento de la Encarnación, bisagra de toda la realidad material y espiritual, fue invisible; la divinidad de Cristo fue invisible durante toda su vida mortal (“no es la carne ni la sangre quien te lo ha revelado, sino mi Padre celestial”); la Redención que el Señor nos ganó en la cruz con su muerte, fue invisible, y no por ello menos universal y definitiva.

Las Misas transmitidas en vivo nos dan la oportunidad de preguntar una vez más: ¿Qué es lo que pensamos que vemos en la Misa? ¿Por qué necesitaría yo ver la cara visible del sacerdote cuando lo que busco es la cara escondida del Señor, cubierta por los velos sacramentales? ¿Por qué habría de ser distraído por una cabeza parlante cuando puedo entrar en el silencio con la imagen del Sumo Sacerdote y penetrar, por la fe, en el santuario no hecho por manos humanas? ¿En qué me beneficiaría ver una mesa con pan y vino cuando lo que necesito es un altar del sacrificio sobre el cual ofrecerme yo a mí mismo y a todos los que amo en unión con la Víctima que salva al mundo del pecado, de la muerte y del infierno? ¿Por qué habría de mirar el invisible milagro de la transubstanciación cuando para mí es muchísimo mejor asir, en mi mente, el borde del manto de Cristo, al mismo tiempo que el acólito sostiene el borde de la casulla, y pedirle Su poder sanador?

En el último boletín de los monjes benedictinos de Nursia leo estas emocionantes palabras:

“Durante siglos no fue posible ver de cerca los misterios del altar. En algunas épocas, se corrían las cortinas en los momentos más importantes de la Misa. Todavía hoy las solemnes oraciones de la consagración se dicen en los tonos más bajos -en susurros-, a medida que se despliega el drama de la liturgia. El ocultamiento, intrínseco a la Misa (con el iconostasio en el rito bizantino), fue común a todos, de algún modo, durante muchos siglos, y evocó una atmósfera de misterio. En nuestra época, que exige ver para creer, Dios nos ofrece una oportunidad de redescubrir el misterio, el misterio de la invisible eficacia de la Misa (2 Cor. 4, 18). Debemos confiar, para nuestra salvación, en un remedio invisible frente a esta invisible amenaza”.

lunes, 27 de abril de 2020

¿Hay que regular las posiciones de los fieles en la Misa?

Les ofrecemos hoy un nuevo artículo del Dr. Peter Kwasniewski, aparecido hoy. En él se reproduce un intercambio epistolar con uno de us lectores respecto de las posturas de los fieles durante la Santa Misa celebrada segú la forma extraordinaria. El argumento es que lo importante no es el racionalismo de los comportamientos, sino que la posición del cuerpo sea también una forma de oración. 

El artículo hace recordar la anécdota que contaba uno de los miembros en esas tertulias nocturnas que ya no podemos celebrar. Contaba esta persona sobre su experiencia viviendo en una residencia administrada por una institución religiosa en otro país. En ella se decía cada día la Misa reformada ante una feligresía poco numerosa. Nuestro amigo oía dicha Misa y adoptaba las posturas corporales que son todavía habituales en la mayoría de las iglesias chilenas, vale decir, se arrodillaba durante toda la recitación de la plegaría eucarística y también antes de la comunión. Al cabo de unas semanas, el director de esa residencia se acercó a él cuando salían de Misa, y le dijo que evitara seguir sus prácticas de piedad, adaptándose al resto, porque lo importante era la unidad de la Iglesia. Así como la Iglesia era una, todos debían ser uno con ella, le sañaló. Nuestro amigo intentó explicarle que la nota de unidad significaba algo completamente distinto, porque ella apunta a la fe, los sacramentos y la autoridad, pero no a cuestiones que son de orden práctico y de derecho litúrgico, de manera que cambian de un lugar a otro y de una época a otra. Fue en vano, porque pronto aparecieron los argumentos de autoridad de lo que ya decía, hacía o había visto el fundador. Seguir el diálogo era inútil. 



Nuestro amigo optó por la solución más razonable: dejó de ir a Misa en la residencia y comenzó a hacerlo en otra iglesia de la ciudad, donde por lo demás se guardaba mucho mejor esa "hermenéutica de la continuidad" en la que insitió (lamentablemente sin muchos frutos ostensibles) el papa Benedicto XVI. Ahí puso seguir adoptando las posturas que le parecían más convenientes al momento de la Misa, y nadie le dijo nada. 

El artículo fue publicado en New Liturgical Movement y ha sido traducido por la Redacción. Las imágenes son las que acompañan al artículo original. 

***

¿Es necesario regular, normar o revisar las posturas de los laicos en la Misa tradicional?

Peter Kwasniewski

A lo largo de los años he advertido la existencia de un interesante grupo de personas apasionadas por el tema de las posturas de los laicos en la Misa tradicional [Nota de la Redacción: véase aquí la entrada que dedicamos  ellas]. En algunas ocasiones exhiben un celo de cruzados que combaten a un pertinaz enemigo, ya sea la Indiferencia (laicos a quienes no les importa en absoluto quién se arrodilla o quién se levanta o quién se sienta, ni cuando, ni por qué), o la Diversidad (diferentes costumbres entre países o incluso entre templos), o el Desorden (falta de uniformidad en una misma Misa). Es muy importante para ellos que se cree y se ponga en vigor una rúbrica coherente, derivada de la costumbre o de algún tipo de razonamiento.


Un plan, pero no el único plan

Al cabo, se puede simpatizar con ellos. Todos conocemos el enredo que puede ocurrir al interior de la iglesia cuando la congregación está compuesta por una mezcla de asistentes habituales y otros nuevos que no sospechan los que está teniendo lugar en la Misa tradicional. En diversos momentos, ciertos individuos decididos se arrodillan decididamente, y otros miran en torno ovejilmente, como tratando de averiguar qué se espera que hagan ellos. A veces, está de visita un europeo o quizá un norteamericano que estudia intensamente los folletos del Movimiento Litúrgico y que sigue un conjunto diferente de costumbres. La confusión aumenta. Se puede, pues, entender, desde un punto de vista puramente pragmático,  por qué una rúbrica común podría ser útil.

La siguiente es la perspectiva que me dio a conocer un amigo que me envió una carta:

“Desde que comencé a asistir a la Misa tradicional el año pasado, me he preguntado sobre los gestos físicos que hacen quienes me rodean. Por ejemplo, hacen la señal de la cruz en la oración después del Confiteor, durante el Gloria y durante el Sanctus, y se golpean el pecho durante la consagración. No sé si se supone que debo hacer estos mismos gestos (ni sé cuáles son todos los gestos convenientes: ¿existe una lista de ellos en alguna parte?)”. 

“Debido a que crecí con el Novus Ordo, estoy acostumbrado a ver que toda la gente hace lo mismo, y siempre se me dijo que estaba mal que ciertos individuos siguieran sus propios usos (por ejemplo, arrodillarse durante el Agnus Dei), teniendo como fundamento la idea de que “puesto que la Iglesia no dice que debamos hacer esos gestos, no debemos hacerlos”. ¿Me equivoco si pienso que determinado gesto de los fieles debe ser aprobado o estar dispuesto por la OGMR? ¿Se aplicaría esto sólo a la Misa de Pablo VI?

“Supongo que mi inclinación por la uniformidad de los gestos me viene del deseo de que el cumplimiento de aquello de “diga lo que está en negro, haga lo que está en rojo”, propio de la Misa tridentina, debe aplicarse igual a los laicos que al sacerdote. Quiero ir a Misa y (como usted dijo en este artículo) quiero “saber qué voy a oír y ver. Los mismos textos, los mismos gestos, el mismo ethos, la misma religión católica”. ¿Me equivoco al querer que esa coherencia se dé también entre los fieles que asisten?

“En cierto sentido me inclino a desear hacer más gestos como laico. No sé bien por qué, pero me parece una experiencia más completa de recogimiento el que mis brazos simbolicen una verdad de la liturgia, además de mis piernas (arrodillarse y estar de pie). Por otra parte, mi deseo de “hacer” más podría ser sólo del contagio con el deseo incorrecto del antiguo Movimiento Litúrgico de crear más oportunidades para la “participación activa”, como si el estar de pie participando de modo reverente y atento no fuera suficiente. Estoy perplejo y no sé qué hacer, ni en la Misa antigua ni en la nueva”.


Formulario IKEA para la adoración (la ficha está disponible también en otros 67 idiomas)

A continuación va mi respuesta.

Todo esto plantea la gran cuestión de la participación del cuerpo. Lo maravilloso de la antigua Misa es que las posturas y gestos corporales de los laicos no fueron jamás normados. Durante casi 2.000 años, e incluso hoy, no han existido normas que digan qué deben hacer los laicos, si levantarse, sentarse, arrodillarse, golpearse el pecho, santiguarse: todo esto depende de ellos.

Los reformadores litúrgicos, que tuvieron por lo general una mentalidad burocrática e incluso fascista, se sintieron incómodos con esta falta de uniformidad, que les pareció devocionalismo, e incluso relajación, y lograron crear, para el Novus Ordo, un conjunto de comportamientos perfectamente normados para ser observado por los fieles. El problema es que lo que acordaron es más bien minimalista, por lo que se da la sorprendente paradoja de que el antiguo rito tendía, en las costumbres a que dio lugar, a promover más actividad corporal durante la Misa, en tanto que el nuevo rito tiende a alentar algo que es más racionalista y pasivo. En este artículo (que se transformó en un capítulo de este libro), documento la gran variedad de acciones que se ve a menudo en la Misa tradicional (nota: como costumbres, no como exigencias).

Le sugiero abandonar la muy moderna idea de que todo el mundo debiera hacer lo mismo al mismo tiempo. Puede que sea conveniente hacer ciertos gestos físicos, pero no se puede, sencillamente, imponerlos o exigirlos. Parece que es mejor que los libros (o alguna ocasional homilía) explique a los fieles que su imitación discreta de algunos de los gestos del sacerdote puede ser un modo de hacer su oración más holística, más inclusiva de toda la persona, y fomentar una auténtica oración, sin que se exija nada de esto. En el fondo, si le ayuda, hágalo; si no, no se tome la molestia.

A mi juicio, en el Novus Ordo hay que tomar una decisión personal. Si se procura realizar en él todos los antiguos gestos, probablemente ello constituirá una distracción para los demás e incluso para uno mismo. Si, por el contrario, nadie advierte lo que uno hace, ¿por qué no hacer algunos de los gestos que uno haría en la antigua Misa? Esto podría ser una forma de “mutuo enriquecimiento”, del tipo que pedía Benedicto XVI. Mientras todavía asistía al Novus Ordo, me encontré haciendo todo tipo de signos de la cruz “extra rúbricas” y arrodillándome cuando no se “suponía” que debía hacerlo, etcétera. Pude salirme con la mía fácilmente porque siempre me hallaba en el espacio del coro, allá arriba.

¿Se ha permeado nuestro pensamiento con la OGMR?

Mi intrépido amigo me respondió lo siguiente:

“El artículo de usted de OnePeterFive hace un buen trabajo clarificando que la participación activa está más presente en la Misa tradicional, idea que me acuerdo haberle leído también en “Resurgimiento en medio de la crisis” [Nota de la Redacción: se trata del libro que tradujo al castellano nuestra Asociación]. Pero todavía estoy confuso.

“Usted decía que yo debería abandonar la idea moderna de que todo el mundo debiera hacer lo mismo. Puedo ver que esta idea es un error cuando está motivada por intenciones burocráticas o fascistas, pero no entiendo qué podría haber de malo en ella si surge de un auténtico deseo de unidad litúrgica en los laicos, coherente con la precisión de la unidad litúrgica exigida a los sacerdotes en la Misa. Si se exige hasta en el mínimo detalle que el sacerdote observe ciertos gestos físicos específicos, ¿por qué habría de ser poco razonable exigir ciertos gestos físicos específicos a los laicos?

“Pareciera que una exigencia así promovería la unidad litúrgica y la coherencia que usted alaba tan seguido. Recuerdo que alguna vez me dijo por qué las rúbricas de la Misa tradicional habían sido originariamente “clavadas”: muchos años de variaciones litúrgicas regionales habían producido cierta anarquía en el culto católico. Para recuperar la unidad litúrgica frente a los protestantes, la Iglesia exigió que los sacerdotes adhirieran a las rúbricas que se les imponían, que no eran una novedad sino que se habían desarrollado orgánicamente con el paso de los siglos.

“La situación de los laicos me parece ser la misma. Incluso si el único resultado negativo de la ausencia de unidad gestual es la distracción por lo que otros hacen idiosincráticamente durante la Misa, esa ausencia misma parece contradecir el espíritu maravillosamente disciplinado de la antigua Misa. ¿No sería conveniente que la Iglesia estableciera una serie de rúbricas en la Misa tradicional que definitivamente declarara qué gestos desea que hagan los fieles, siempre que esos gestos fueran los que se han desarrollado orgánicamene durante siglos de Tradición?

“Quizá esté interpretando mal los inconvenientes del conjunto regulado de acciones creado por los reformadores litúrgicos. Pero, para evitar el peligro de minimalismo, ¿no sería mejor establecer una rúbrica más completa y bien ordenada?

“La referencia a gestos “extra rúbricas” en el Novus Ordo que hace usted me sorprende, considerando que la OGMR 42 dice (edición 2011, EE.UU.): “Los gestos y la postura corporal tanto del sacerdote como del diácono, de los ministros y del pueblo, deben conducir a hacer brillar toda la celebración con belleza y noble simplicidad, a dejar claro el verdadero y pleno significado de sus diferentes partes, y a fomentar la participación de todos. Por tanto, debe prestarse atención a lo que está prescrito por esta Instrucción General y por la práctica tradicional del rito romano y a lo que sirve al bien común espiritual del Pueblo de Dios más que a la inclinación privada o a la elección arbitraria. Una postura corporal común, que se debe observar por todos los que participan, es una señal de unidad de los miembros de la comunidad cristiana reunida para la sagrada liturgia, porque expresa las intenciones y la actitud espiritual de los participantes y la fomenta”.

“La parte que puse con itálicas [Nota de la Redacción: aquí, en texto normal] me parece razonable. ¿O estoy totalmente equivocado?”.



Mi respuesta fue la siguiente:

Hay algo indescriptiblemente hermoso en que la gente pueda orar a su propio modo y en paz. Ahora, obviamente, se puede esperar que todos adopten algunas posturas importantes, lo cual es coherente con la piedad, y ¿quién podría quejarse de ello? Todos nos ponemos de pie para los dos Evangelios (el Evangelio del día y el último Evangelio), todos nos arrodillamos al “et incarnatus est” y durante el Canon. Hay también otras costumbres muy difundidas.

Pero apenas se trata de legislar sobre detalles como “que todos hagan la señal de la cruz en estas ocho oportunidades, que todos se golpeen el pecho en estas cuatro ocasiones, y que todos inclinen sus cabezas en estos cinco casos”, etcétera, ello se hace muy difícil de llevar a cabo y de exigir, y se transforma además en la ocasión para fiscalizar e intimidar. Es muy difícil exigir esto de todo el mundo todo el tiempo. Por cierto, yo mismo no hago siempre lo mismo cada vez que voy a Misa: depende que cuán lenta o cuán rápidamente el sacerdote está celebrándola, de cuán bien se puede oír al sacerdote o a los acólitos[1].

Para lograr una total uniformidad, había que hacer marchar a la gente con el mismo paso, como una banda o un escuadrón de soldados. Además, se estaría forzado a simplificar hasta un extremo minimalista, como ha ocurrido de hecho con las rúbricas del Novus Ordo para los laicos. Sólo pensar en ello me pone los pelos de punta. Honestamente, no creo que sea ni posible ni deseable. Está bien lograr algunos acuerdos amplios sobre las posturas más importantes, y tener una actitud amplia respecto de todo lo demás.

Incluso en el caso de las posturas más importantes, difieren las costumbres de un país a otro. ¿Por qué habrían de ser los obispos o liturgistas de Estados Unidos o Canadá, el Reino Unido o Irlanda, Polonia o Alemania, etcétera, quienes decidieran cómo el resto del mundo debe comportarse?

Jacques y Raïssa Maritain estaban convencidos de que Roma era amiga de la libertad en este sentido, incluso hasta poco antes del Concilio Vaticano II y, quizá, lo fue en el pasado. He aquí lo que ambos dicen en un libro publicado en francés en 1959 y en inglés en 1960:

“En contra de las exageraciones pseudo-litúrgicas, lo que nos corresponde es defender la libertad de las almas […] Roma ha estado siempre pronta a oponerse a todo intento de regimentar las almas, porque sabe que el espíritu de la liturgia exige respetar la libertad evangélica propia de la Nueva Ley. En cambio, los que confunden liturgia con para-liturgia y sostienen como válida una forma única de piedad, en que cada uno obra en común con los otros, y exigen de todos que, en su palabra y gestos, obedezcan las formas litúrgicas con una precisión militar; y desafían o cuestionan las devociones privadas, e incluso la adoración del Santísimo Sacramento fuera de la Misa, lo que hacen es imponer a las almas unos esquemas rígidos y abrumarlas con obligaciones exteriores que pertenecen al mismo tipo que las observancias de la Ley Antigua”[2]. 


Los Maritain al comienzo de su carrera

Así pues, con un espíritu verdaderamente católico, debiéramos dejar que los irlandeses se arrodillen durante toda la Misa solemne si así es como oran mejor, y dejar que los norteamericanos, en cambio, estén mucho de pie, y dejar que algunos países respondan todos los diálogos de la Misa, y que otros respondan sólo a unos pocos o a ninguno. La catolicidad conlleva tanto el realizar en común las cosas más importantes, como el permitir una amplia variación y flexibilidad en cómo se hacen las cosas que no son materia de ley natural o divina. Recuerdo un antiguo adagio, que no es menos válido por ser vago y manoseado: “In necessariis unitas, in dubiis libertas, in ómnibus caritas” (en lo necesario, unidad; en lo dudoso, libertad, y en todo, caridad). Sería extremadamente difícil sostener que una uniformidad normada de las posturas y gestos de los laicos durante la Misa es esencial para nuestra fructífera participación en la liturgia.
           
Como ha escrito Michael Fiedrowicz:

“En la típica vastedad católica, no es necesario normar en ninguna forma la gran variedad de posibilidades individuales de participación que acompañan a la estrictez de rúbricas del rito, sino que lo que hay que hacer es respetarlas. Incluso el estar presente en silencio y solamente mirando no significan necesariamente falta de compromiso interior. El mero acto de oír, sea con los oídos o con el corazón, es sin duda alguna una forma de participación activa”[3]. 

Me atrevería a afirmar que la mayoría de los católicos tradicionales prefieren que todos hagan las mismas cosas en lo que se refiere a las acciones más importantes de ponerse de pie, sentarse y arrodillarse, ya que ello quita las ocasiones de distracción y ayuda al compromiso fervoroso con la liturgia. Pero lo que me ha quedado en claro de todos mis viajes es que, cada vez que algo no me es familiar, no me siento en la primera fila sino, más bien, en las últimas, observando alrededor de mí, y miro lo que hace la mayoría y observo las costumbres locales, como recomendaba San Agustín hace mucho tiempo en su carta 54 a Januarius. Hay pocas cosas peores que el extranjero que obra como un ángel enviado por Dios para corregir él solo los caprichos de palurdos rústicos. Si a usted le importa mucho respetar las posturas a que está acostumbrado, siéntese bien atrás, donde no sea una molestia para el resto (el P. Z. da un consejo parecido).

Resta un solo tema que examinar: el problema de los bancos. Puesto que todas las iglesias católicas de Occidente tienen hoy día bancos, atornillados para hacerlos permanentes, el tópico es mucho más especulativo que lo que hemos analizado previamente, y merece ser tratado aparte.  
       


[1] Recomiendo dos artículos para profundizar más en este tema: “ASK FATHER: Excessive pious gestures during Mass” y “Is Passivity Mistaken for Piety? On the Perils and Pitfalls of Participation”. Respecto de la OGMR, este artículo analiza dos enfoques diferentes acerca de las rúrbicas del Novus Ordo. 

[2] Maritain, J./Maritain, R., Liturgy and Contemplation (trad. de Joseph W. Evans, Nueva York, P.J. Kennedy & Sons, 1960), pp. 88-90.

[3] Fiedrowicz, M., The Traditional Mass: History, Form, and Theology of the Classical Roman Rite (Brooklyn, NY: Angelico Press, 2020), p. 228.

sábado, 25 de abril de 2020

El cuestionario enviado por la Santa Sede a los obispos sobre la aplicación del motu proprio Summorum Pontificum

Rorate Caeli ha hecho pública una carta fechada el 7 de marzo pasado y enviada por la Sección IV de la Congregación de la Doctrina de la Fe a los obispos diocesanos para que informen sobre la aplicación del motu proprio Summorum Pontificum en sus respectivas iglesias particulares. Dicha carta va acompañada de un cuestionario datado en este mes de abril y que los obispos deben cumplimentar y remitir a la Santa Sede antes próximo 31 de julio. Corresponde a los presidentes de las respectivas conferencias episcopales distribuir el texto. 

Hay que recordar que no se trata de una situación excepcional. En 1980, el papa Juan Pablo II había solicitado un informe a los obispos sobre el uso del latín en la liturgia y la ahí llamada "Misa tridentina". De esa encuesta dimos cuenta en esta entrada. Junto con la promulgación del motu proprio Summorum Pontficum en 2007, el papa Benedicto XVI dirigió una carta a los obispos del mundo donde explicaba su decisión de liberalizar la celebración de los sacramentos conforme a los libros litúrgicos vigentes en 1962. En ella les invitaba "a escribir a la Santa Sede un informe sobre vuestras experiencias tres años después de que entre en vigor este motu proprio". El objetivo de ese informe era que los obispos expusieran las "dificultades serias" que observarán en la aplicación de la forma extraordinaria, puesto que entonces "se buscarían vías para encontrar el remedio". Los obispos enviaron ese informe y la Pontificia Comisión Ecclesia Dei analizó las respuestas y situaciones ahí narradas. El resultado fue la promulgación de la Instrucción Universae Ecclesia en 2011. Así se precisa en la nota explicativa que la acompaña: "Teniendo en cuenta las observaciones de los pastores de la Iglesia de todo el mundo, y habiendo recogido preguntas de clarificación y peticiones de indicaciones específicas, se publica ahora la siguiente Instrucción". Ella contiene un detallado conjunto de normas sobre los distintos aspectos rituales que presentaban dificultades a la sola luz del motu proprio de 2007.

(Foto: Liturgy guy)

Este año, la Sección IV de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que desde enero de 2019 absorbió las facultades que tenía la citada Comisión, ha publicado dos decretos que permiten la utilización facultativa de siete nuevos prefacios y la celebración de los santos canonizados después de 1962, como también estaba previsto que ocurriese en la instrucción Universae Ecclesia (artículo 25). 

En principio, parece razonable que se pida un nuevo informe respecto de la situación de la Misa de siempre en el mundo habiendo transcurrido diez años desde el anterior. Esa es la justificación que da la propia carta dirigida a los obispos: "Su Santidad el papa Francisco desea ser informado sobre la actual aplicación de dicho documento".

En algunos sitios (como Rorate CaeliMessa in latino o Riposte Catholique) se han manifiestado temores o recelos sobre el sentido de esta encuestra cuando la forma extraordinaria está asentada en muchas diócesis y convive de buena forma con los ritos reformados. De hecho, hay una activa vida espiritual en torno a ella, que se manifiesta en publicaciones, peregrinaciones, congresos, etcétera. Después de 13 años del motu proprio del papa Benedicto XVI, la Tradición es algo vivo y que crece, como muestra los números de los seminarios donde la forma extraordinaria está presente. Una forma de medir esta presencia es el Balance 2019 de la situación de la Misa tradicional en el mundo confeccionado por Paix Liturgique. Es demasiado pronto para saber cuál es el verdadero propósito de la encuesta. Al menos el resultado de las consultas anteriores de 1980 y 2010 fue favorable a la Misa tradicional: la primera acabó permitiendo el indulto de 1984 (la Instrucción Quattuor abhinc annos de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos) y la segunda una instrucción que extendió las reglas dadas por el motu proprio Summorum Pontificum. Durante su pontificado, la papa Francisco ha sido generoso con el mundo tradicional, reconociendo la validez y licitud de las confesiones y matrimonios celebrados por la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (véase lo dicho en esta entrada al respecto) y promulgado los dos decretos antes referidos, respecto de los cuales la Federación Internacional Una Voce había manifiestado su parecer favorable. La información que tenemos es que, de momento, detrás de la encuesta no hay más que un interés genuino de saber cómo está la situación en el mundo en torno a la forma extraordinaria. Esperemos que los resultados sorprendan a la Curia. 

Tener a disposición los textos de la carta y el cuestionario en castellano puede ayudar para colaborar con los obispos y vencer los recelos, generalmente infudados, que hay en torno a la Misa de siempre. Por eso, los compartimos ahora con todos nuestros lectores traducidos por la Redacción.  

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Carta del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe



Congregación para la Doctrina de la Fe
Ciudad del Vaticano
Palacio del Santo Oficio
 7 de marzo de 2020

Prot. núm. 2/2020-ED

Excelencia Reverendísima:

Trece años después de la publicación del motu proprio Summorum Pontificum del papa Benedicto XVI, Su Santidad el papa Francisco desea ser informado por la aplicación actual de dicho documento.

Al respecto, esta Congregación, a la cual se ha encargado ahora las competencias de la antigua Pontificia Comisión Ecclesia Dei, le agradecería que transmitiera el formulario adjunto a todos los obispos de su país, para que la respectiva encuesta pueda ser aplicada en sus diócesis. Con este fin, le ruego que envíe los resultados de esa encuesta a esta Congregación el 31 de julio de 2020.

Agradeciéndole por anticipado su valiosa colaboración, aprovecho esta oportunidad para confirmarle mi profunda estima.

+ Luis F. Card.  Ladaria, s.j.
Prefecto
(Con adjunto)

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A los Presidentes de las 
Conferencias Episcopales

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Cuestionario dirigido a los obispos



Congregación para la Doctrina de la Fe

Consulta a los obispos sobre la aplicación del Motu Proprio (abril de 2020)

Diócesis:

Ordinario:

1. ¿Cuál es la situación en su diócesis de la forma extraordinaria del rito romano?

2. Si la forma extraordinaria se aplica en ella, ¿responde a una verdadera necesidad pastoral o es promovida por un solo sacerdote?

3. En su opinión, ¿hay aspectos positivos o negativos en el uso de la forma extraordinaria?

4. ¿Se respeta las nomas y condiciones establecidas por Summorum Pontificum?

5. ¿Cree usted que, en su diócesis, la forma ordinaria ha adoptado elementos de la forma extraordinaria?

6. Para la celebración de la Misa, ¿usa usted el Misal promulgado por el papa Juan XXIII en 1962?

7. Además de la celebración de la Misa en la forma extraordinaria, ¿hay otras celebraciones (por ejemplo, bautismo, confirmación, matrimonio, penitencia, unción de los enfermos, ordenación, Oficio Divino, Triduo Pascual, ritos fúnebres) según los libros litúrgicos anteriores al Concilio Vaticano II?

8. ¿Ha tenido el motu proprio Summorum Pontificum alguna influencia en la vida de los seminarios (el seminario de la diócesis) y otras casas de formación?

9. Trece años después del motu proprio Summorum Pontificum, ¿cuál es su consejo sobre la forma extraordinaria del rito romano?

jueves, 23 de abril de 2020

Algunas excusas que puede que no sirvan el Día del Juicio

Siguiendo la recomendación de nuestros lectores, que nos han pedido que intensifiquemos las publicaciones de esta bitácora en estos tiempos de pandemia, les ofrecemos hoy un nuevo artículo del Dr. Peter Kwasniewski, bien conocido de todos ustedes. Aunque publicado hace tres años, su contenido se ha vuelto todavía, si cabe, más actual. El artículo trata sobre tres diálogos imaginarios entre un alma que enfrenta su juicio particular y Cristo que obra como Juez Supremo, donde la primera quiere diluir su responsabilidad diciendo que obró como mandaba el Papa por entonces reinante. La respuesta de Cristo es que todo fiel debe adhesión a la Revelación, porque sólo Uno es el Camino, la Verdad y la Vida. La gracia recibida en el bautismo y la recta conciencia son capaces de discernir el grano de la paja, la verdad de la mentira, la enseñanza divina de los deseos del mundo, la carne y el demonio. Era lo que decía San John Henry Newman (1801-1890) en su célebre Carta al duque de Norfolk (1875): "Caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis de sobremesa -desde luego, no parece cosa muy probable-, beberé '¡Por el Papa!' con mucho gusto. Pero primero '¡Por la Conciencia!', después '¡Por el Papa!'". 

El artículo fue publicado originalmente en Life Site News y ha sido traducido por la Redacción. 

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“¡Pero así lo dijo el Papa!”: excusas que puede que no sirvan en el Día del Juicio

Peter Kwasniewski


(Imagen que acompaña al artículo original)

Hay ciertas excusas de las que jamás debemos echar mano en materia de fe y moral cristianas.

Mucha gente encuentra difícil emitir un juicio sobre los problemas contemporáneos, porque resultan estar “demasiado cerca” de nosotros como para que podamos verlos con claridad. Nos sentimos demasiado inmersos en ellos, casi como si estuviéramos caminando sobre el agua y procurando no ahogarnos. Una forma útil de adquirir perspectiva es retroceder en el tiempo a otros momentos de crisis, e imaginar cuáles habrían sido las implicaciones de tales crisis para los católicos que las vivieron entonces. Aquí haremos una exploración que tendrá la forma de un hipotético diálogo entre Cristo y un alma en su juicio particular. 

El escenario núm. 1 tiene lugar en el año 366.

Juez: Oh, alma cristiana, ¿por qué osaste cantar los cánticos de los arrianos, con su versículo “hubo un tiempo en que Él no existía”? Porque, en efecto, no existe un tiempo en que Yo no haya existido. Soy el Hijo eterno del eterno Padre.

Alma: Bueno… es que me confundí cuando el papa Liberio firmó un acuerdo con el Emperador. Todo el mundo decía que el Papa había admitido que podía darse algún debate, o sea, alguna flexibilidad en las fórmulas… que no todo era blanco y negro…

Juez: Debieras haberlo pensado mejor. Mi Iglesia ha confesado siempre mi Divinidad. Cuando surgió Arrio, se lo condenó inmediatamente como hereje. La verdad fue solemnemente proclamada en el Concilio de Nicea, y desde entonces mis santos la han defendido siempre.

Alma: Pero, ¿quién era yo para juzgar? Al oír opiniones en conflicto, pensé: “Si el Papa está confundido, ¿cómo puede esperarse que yo esté seguro?”.

Juez: Dices “¿quién era yo para juzgar?”. Sin embargo, en tu bautismo y en tu confirmación te di el Espíritu de verdad para poder distinguir lo verdadero de lo falso y para conocer tu deber de conocer la fe y serle fiel hasta la muerte.

Alma: Pero, ¿y qué pasa entonces con el Papa, que es la roca sobre la que está construida la Iglesia?


El papa Liberio
(Imagen: Wikicommons)

Juez: Yo establecí el papado como guardián de las verdades inmutables de la fe y como barrera contra las novedades. Esa es la razón por la que es llamado roca y no arena. Este Liberio, mi papa número 36, fue indigno de su cargo, porque vaciló cuando debiera haber permanecido firme. Puesto que sé lo que ha de venir, te declaro que él será el único papa, entre 54 obispos de Roma, desde san Pedro hasta san Gelasio, que no será venerado como santo.

Alma: Estoy avergonzado. Soy justamente condenado por mi falta de fe. ¡Ten misericordia de mí, Señor!

Juez: Tendré piedad de quien Yo quiera, y mostraré mi misericordia a quien Yo quiera. Ángeles, llevaos esta alma al horno de la purificación, para que sea limpiada de sus vicios.

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El escenario núm. 2 tiene lugar en el año 638.

Juez: ¿Por qué, amigo, sostuviste y promoviste el malvado error de que Yo tengo sólo una voluntad, la divina, en tanto que tengo dos naturalezas, una divina y una humana? ¿No te diste cuenta de que este error es un insulto a la verdad de mi Humanidad y a mi misión de asumir, sanar y elevar todo lo que hay en el hombre?   

Alma: Pero, Señor, Señor, yo sólo seguí lo que el papa Honorio escribió en su carta al patriarca Sergio, donde desautoriza a los escritores que hablaron de “dos voluntades”. Como lo sabes, hay muchos que siguen esa carta.

Juez: La Iglesia ya había enseñado la verdad acerca de Mí. Lo fieles lo sabían. El papa Honorio abandonó su deber. Su palabra no es nada si contradice la enseñanza tradicional de la Iglesia. Quienes lo siguen en esta materia, lejos de quedar excusados, participan de su infidelidad.

Alma: Pero, ¿no fue culpa suya haberme hecho equivocar?

Juez: Tú podías y debías haberte dado cuenta. ¿Te considerabas un católico bien formado?

Alma: Bueno, supongo que sí.


El papa Honorio I
(Imagen: Ecce Christianus)

Juez: Sabías leer y escribir en una época en que pocos sabían. Tenías la capacidad de estudiar, y estudiaste efectivamente. Conocías -o podías haber fácilmente conocido- la fe tradicional de la Iglesia.

Alma (sonrojándose): Sí, Señor, todo lo que dices es verdad.

Juez: Un sucesor del papa Honorio, el papa Martín I, mostrará a todo el mundo la inconmovible fidelidad que espero de todos mis pastores. Martín convocará un sínodo para condenar el monotelismo, oponiéndose valientemente al Emperador. Y será detenido y enviado a prisión y exiliado hasta su muerte, y después será venerado como mártir. El tercer concilio ecuménico de Constantinopla disipará los últimos vestigios de este error y condenará a Honorio con palabras que Yo mismo le inspiraré: “Definimos que Honorio, que fue una vez obispo de Roma, será expulsado de la santa Iglesia de Dios y anatemizado por lo que hemos encontrado que escribió a Sergio, al cual siguió en todos los respectos en sus opiniones y cuyas impías doctrinas confirmó”. El papa León II, suscribiendo este anatema, escribirá: “Honorio […] consintió en la polución de la impoluta norma de la tradición apostólica que recibió de sus predecesores”. Y lo condenará como a quien “no apagó la llama de la herejía apenas surgió, una vez que recibió la autoridad apostólica, sino que la avivó por su negligencia”. ¿Cómo es que Martín I, León II e incontables otros Papas conocerán y enseñarán la verdad de la fe, en circunstancias de que no lo hizo Honorio?

Alma: No lo sé, Maestro.

Juez: Es que los otros Papas, como cuestión de principio, rechazan toda profana novedad y “combaten honradamente por la fe que se dio una vez a los santos”, como mi servidor Judas lo ha dicho. He puesto al alcance de todos los pastores diligentes del rebaño el conocer y transmitir la verdadera fe, así como he puesto al alcance de toda alma cristiana honesta recibir y abrazar esa misma fe para la salvación.

Alma: ¡Veo ahora cuán negligente he sido!

Juez: ¿Acaso no condené a los falsos profetas y los falsos maestros en la Sagrada Escritura? ¿Y a quienes los siguen?

Alma: Sí.

Juez: Quien quiera que distorsiona la palabra de Dios, tal como está transmitida en la Escritura y en la Tradición, es un falso profeta. ¿O no?

Alma: Sí.

Juez: Por tanto, un Papa que hace eso es también un falso profeta y un falso maestro.

Alma: Esa es la conclusión que hay que sacar.

Juez: Es justo que Yo te condene por tu propia boca. ¡Ángeles, atadlo de pies y manos, y arrojadlo afuera, a las tinieblas exteriores!

***

El tercer escenario tiene lugar en el año 1332.

Juez: ¿Te sorprende que innumerables almas de justos estén gozando ya la visión de mi divina gloria?

Alma: No comprendo la pregunta, Maestro.

Juez: Tú perteneciste a la corte papal, ¿o no? Como miembro de ella, te hiciste un nombre adoptando y defendiendo la tesis del papa Juan XXII de que las almas justas son admitidas a la visión beatífica sólo al final de los tiempos, con la resurrección general.

Alma: Sí, fui abogado de ese Papa, y lo asistí en la investigación que sirvió de base a esa postura.

Juez: Esa postura es execrablemente falsa. Tanto el testimonio de la Escritura como el de los Padres y Doctores, así como la fe constante del pueblo, cierran filas contra ella. ¿Cómo pudiste osar ayudar y apoyar el Papa en su necio razonamiento?

Alma: Me pareció un tema abierto al debate teológico. Me parece que un cardenal alemán me dijo…

Juez: No te corresponde a ti decidir qué está abierto al debate y qué no.

Alma: Pero, ¿y si el Papa decide que algo está abierto al debate?

Juez: Él también está obligado por la misma fe, como todo cristiano. De hecho, está más obligado que todos los demás, y debe mostrarse inconmovible en la resistencia a toda desviación, innovación u ofuscación, por pequeña que sea. Lo que se puede perdonar en un hombre de menor importancia, no puede ser perdonado en el pastor supremo.

Alma: ¿Quieres decir que debiera haberme rehusado a colaborar con él en este asunto?

Juez: Sí, y tanto más cuanto más insistía el Papa en su idiosincrática opinión. Mis súbditos leales, entre los que están el obispo Guillaume Durand, el dominico Thomas Waleys, el franciscano Nicholas de Lyra, el cardenal Fournier, y el rey Felipe, resistieron valientemente el error de Juan y sufrieron a causa de ello, adquiriendo de este modo muchos méritos para sus almas. De hecho, conociendo el corazón de los hombres, te digo que antes que hayan pasado dos años sobre la tierra, el Papa se retractará de su error y morirá arrepentido.

Alma: La verdad siempre triunfa.

Juez: Triunfa, en quienes la buscan y adhieren a ella, pase lo que pase.

Alma: ¿Qué pasará entonces después de que muera mi señor?


El papa Juan XXII
(Imagen: Wikicommons)

Juez: El cardenal Fournier será elegido como papa Benedicto XII, y entre sus primeras acciones, definirá solemnemente en una bula papal lo opuesto de lo que su antecesor se dedicó a enseñar: las almas de los justos, ya sea inmediatamente de muertos o después de la conveniente purificación, son admitidas a la visión beatífica, y aguardan la resurrección de los muertos y el juicio general.

Alma: Pero, Señor, si sólo me hubieras permitido lo suficiente para ver esa bula papal, habría tomado el partido correcto…

Juez: No, en eso te equivocas, amigo. ¿Recuerdas mi parábola de Dives y Lázaro? Viene bien a tu caso… Sé que te hubieras transformado en un hereje contumaz, y tu castigo eterno hubiera sido peor. Por eso te llamé misericordiosamente, para que recibieras un castigo menor.

Alma: Me inclino ante tu decreto y acepto tu justa sentencia.

Juez: Ángeles, tomad a este abogado y llevadlo al lugar donde se sentirá más como en casa, o sea, entre los escribas y fariseos que cambiaron la ley de Dios para acomodarla a las tradiciones humanas de su medio cultural.

***

¿Hay otros escenarios, con base histórica, que podríamos imaginarnos? Sí, pero tendrán que esperar una próxima oportunidad. Este trío de escenarios, en todo caso, nos ayuda a ver que existen ciertas excusas que no debiéramos presentar jamás en nuestro favor cuando se trata de la adhesión a la doctrina cristiana en materias de fe y de moral. Así es nuestra responsabilidad: no podemos abdicar de ella ni tratar de echar la culpa a otros.