martes, 21 de agosto de 2018

Contra la Misa versus populum

Ofrecemos a continuación un perspicaz artículo del Dr. Peter Kwasniewski, investigador tomista independiente, conferencista, compositor y maestro de coro, colaborador habitual de diversos sitios web católicos tradicionales y autor de dos libros sobre la restauración litúrgica. En este artículo, el Dr. Kwasniewski argumenta convincentemente en contra de la celebración de la Misa versus populum, no meramente por ser ella extraña a la tradición litúrgica, sino por tergiversar la esencia de lo que debe ser el culto divino auténtico. Es por lo mismo que el destacado filósofo católico alemán Robert Spaemann ha manifestado que la celebración versus populum es el mayor problema de la reforma litúrgica.

La traducción es de la Redacción y el original, publicado en el sitio New Liturgical Movement, puede leerse aquí (en inglés). 



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La Misa "de cara al pueblo" como contracatequesis e irreligión

Peter Kwasniewski

La esencia de la Misa no es el ser una reunión comunitaria, pues hay muchos tipos de reuniones comunitarias que no son Misas y, como la Iglesia lo ha enseñado consistentemente, una Misa celebrada privadamente por un sacerdote y un monaguillo o, incluso, en caso de necesidad, por un sacerdote solo, es también verdadera y propiamente una Misa. No, la esencia de la Misa es el sacrificio de Jesucristo en el Calvario, hecho presente nuevamente en la inmolación de la Víctima bajo las especies del pan y del vino, y ofrecido nuevamente al padre como una oblación de dulce aroma para la salvación del muno. Esto, no el círculo de gente que pueda congregarse o no alrededor del altar, es la esencia de la Misa.

Como consecuencia de ello, la Misa es una oración teocéntrica. Está ordenada a Dios. Como lo canta el Gloria: propter magnam gloriam tuam, por Tu inmensa gloria; o las palabras en la doxología al final del Canon: "A ti, Dios Padre omnipotente, (...) todo honor y toda gloria...". Sí, la Misa nos fue dada por Nuestro Señor en la Última Cena para nuestro beneficio, pero ella nos beneficia precisamente por ordenarnos en primer lugar a Dios, dándole a Él la primacía que le pertenece por su naturaleza y su conquista. Somos beneficiados por estar subordinados a Dios, entregándonos a Él como sacrificio racional (cfr. Rm. 12, 1); somos beneficiados al descentrarnos de nosotros mismos y centrarnos en Él, nuestro principio y nuestro fin.

Es precisamente por este motivo que la Misa versus populum o "de cara al pueblo" no es una mera aberración desafortunada basada en la falta de erudición y en hábitos de pensamiento democrático-socialistas endémicos en los occidentales contemporáneos. Es una contradicción a la esencia de la Misa y una distorsión de la relación apropiada del hombre hacia Dios. Debido a la inversión de la dirección correcta de la congregación que rinde culto a Dios, pueblo y sacerdote por igual, hacia la Fuente y Origen, se crea una cierta "inmunización" contra el sacrificio racional de sí mismo que vuelve nuestras almas y nuestros cuerpos hacia el Padre, en unión con su Hijo amado, cuya carne es para hacer la voluntad del Padre, no la propia en cuanto hombre (Jn. 3, 34; Jn. 6, 38).

Privilegiar una verdad parcial y secundaria por sobre una verdad fundamental es inculcar la no-verdad.

Esto lo podemos ver si miramos a la historia de las herejías cristianas. Cuando los arrianos privilegiaron la verdad que el Hijo es en cierto modo menos que el Padre (cfr. Jn. 14, 28), pero descuidaron la verdad más fundamental que Él es Dios -Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero-, ellos inculcaron una no-verdad, pues el Hijo no es menos que el Padre sin más. 

Cuando los pelagianos privilegiaron la verdad que el hombre no se salva sin su propio esfuerzo, pero descuidaron la verdad más fundamental que incluso nuestros esfuerzos son un don de Dios y que si Su ayuda nada podemos, ellos inculcaron una no-verdad, porque no somos salvados por las obras sin más.

Cuando los protestantes privilegiaron la verdad que Jesucristo es nuestro Salvador, pero descuidaron la verdad que Él nos salva en y a través de un cuerpo visible, la Iglesia, de la cual debemos ser miembros para beneficiarnos de Su acción salvífica, ellos inculcaron una no-verdad, por cuanto no hay salvación fuera del cuerpo del Salvador. Una convicción subjetiva de que "estoy salvado" no tiene nada que ver con lo que vemos ocurre en el Nuevo Testamento, ni tampoco en la historia de la Iglesia primitiva.

Cuando los liberales europeos de hoy en día privilegian la verdad que el hombre tiene una dignidad innata, pero descuidan la verdad que su dignidad no es absoluta ni independiente de su naturaleza social, con las obligaciones que de ella nacen hacia la sociedad y su susceptibilidad de ser castigado justamente incluso con la muerte, ellos inculcan una no-verdad, pero ni la muerte ni la soberanía punitiva de la autoridad civil es contraria a la dignidad humana sin más.

En todos estos ejemplos (por supuesto podrían extenderse casi indefinidamente), vemos cómo el énfasis de una verdad parcial sacada del contexto de verdades que le dan sentido resulta en el establecimiento de un sistema de creencias falso, un -ismo que se aparta a sí mismo del catolicismo.

Sostengo que lo mismo es cierto respecto del versus populum. Cuando los reformadores litúrgicos privilegiaron la idea de una reunión comunitaria en pos de la fraternidad en torno a una mesa, pero olvidaron la verdad más fundamental (reconocida como dogma de fide por Trento) que la Misa es la renovación incruenta del Sacrificio sangriento de la Cruz, ellos inculcaron una no-verdad, por cuanto la Misa no es en primer lugar y ante todo un grupo haciendo algo juntos, sino Jesucristo ofreciéndose a Sí mismo en sacrificio y otorgándonos la oportunidad de unirnos a esta ofrenda perfecta y por entero suficiente en que consiste nuestra misma salvación. Es el hombre que en el curso de su vida se ha vuelto uno con Cristo en la Cruz  quien será salvado, no el hombre que se reúne con amigos para rememorar el predicador itinerante de bondad de Nazaret. El énfasis de una verdad parcial (que la Misa es un suceso social o comunitario que incluye un refrigerio comestible) que es sacada fuera del contexto de un dogma más grande que le da su sentido y poder (que la Misa es sacrificio de Cristo, de la Cabeza y sus miembros) falsifica la verdad parcial y de hecho la vuelve nociva, del mismo modo que el arrianismo, el pelagianismo y el protestantismo son nocivos, pese a que cada uno de ellos está construido sobre una verdad.

La celebración de la Liturgia de la Eucaristía de cara al pueblo necesariamente descontextualiza y falsifica la naturaleza social de la Misa e inevitablemente (incluso si, en muchos casos, ello es contrario a los devotos deseos del celebrante) suprime su esencia teocéntrica. Por este motivo, inculca una comprensión falsa de la Misa, efectivamente decatequizando a los fieles en lo que concierne a su naturaleza verdadera. No inclina simplemente el énfasis de un lado al otro; suprime la orientación que es exigida por el sentido mismo de sacrificio, que es el de ser ofrecido de modo manifiesto solamente a Dios. Más aún, sólo Él merece y exige nuestra adoración y si no está claro que estamos unidos en la adoración del Único que es exclusivamente merecedor de latría o culto divino, entonces el derecho único de Dios a dicho culto en espíritu y en verdad se ha visto comprometido o ha sido suprimido.

Si recordamos que "religión" es el nombre de aquello que, según Santo Tomás de Aquino, corresponde a la virtud moral mediante la cual ofrecemos a Dios aquello que le es debido por medio de signos externos y ritos (cfr. Summa theologiae II-II, q. 81), sería exacto decir que el culto ad orientem y el "culto" versus populum son la expresión de "religiones" diversas, al menos en el sentido que aquello que es mostrado y dado es algo diferente.

El problema, entonces, no es meramente que la práctica de celebrar la Misa "de cara al pueblo" no tenga fundamento alguno en la historia del culto católico ni ortodoxo. No, es algo mucho peor que una desafortunada aberración sociológica, como la moda actual del body-piercing. La celebración versus populum degrada y corrompe la fe de los fieles respecto de la esencia misma de la Misa y de la adoración de Dios propter magnam gloriam eius; la absoluta primacía de Dios por sobre el hombre, y el deber correspondiente del hombre de subordinarse a Dios, en oposición a los antiguos sofistas y modernos ilustrados, quienes se unen en el error relativo a que "el hombre es la medida de todas las cosas". 

 La "disposición benedictina del altar" en una Misa versus populum

Hace años solía pensar que la "disposición benedictina del altar", conforme a la cual seis cirios y un crucifijo son ubicados en el frente del altar, entre la congregación y el celebrante (con el crucifijo orientado hacia el celebrante como punto focal de la mirada de este último), era una solución temporal imperfecta pero válida a la dramática crisis pastoral de la inversión antropocéntrica de la Misa. Tomando en cuenta todos los factores, sigo pensando que es mejor, al menos para romper el círculo cerrado y ofrecer un respiro visual al tête-à-tête, pero ya no puedo verla como adecuada respecto de la magnitud del problema.

La colocación de seis cirios y un crucifijo en el lado occidental del altar, por útil que pueda parecer como un "arreglo instantáneo", crea a su vez dos grandes problemas. En primer lugar, deja intacta la falsa orientación, pues el sacerdote todavía está de espaldas al Oriente (¡y, en una iglesia con un tabernáculo central, de espaldas al Señor!), mirando hacia el Occidente, que simboliza (como lo indica el rito bizantino del bautismo) el reino de las tinieblas. La idea de un "Oriente virtual" representado por el crucifijo, si bien es inteligente, es demasiado cerebral; lo contradice el "lenguaje corporal" del santuario, del altar y del sacerdote.

En segundo lugar, levanta una barrera arbitraria entre el celebrante y el pueblo de un modo que nunca ocurre en el culto ad orientem, donde cada uno está mirando en la misma dirección y siente la unidad de esta orientación común. Es decir, podría acentuar la actitud que pone al sacerdote "por sobre y en contra del pueblo", la cual ya es una característica tan fastidiosa del Novus Ordo, el cual fue confeccionado por clericalistas posando de populistas.

No me opongo en absoluto a la existencia de barreras reales y permanentes en una iglesia cuando tengan sentido litúrgico y ceremonial, como las antiguas cortinas en torno al baldaquín, el coro alto o jubé, la iconostasis, el comulgatorio. Semejantes barreras articulan el espacio litúrgico y proveen una progresión significativa de ministros y acciones, mientras que catequizan a los fieles sobre la jerarquía, lo sacro y la escatología. Pero introducir una línea de objetos en el costado occidental del altar para compensar (de algún modo) la falta de una orientación común apropiada es arbitrario. Parece temporal y una medida que solamente busca ganar tiempo y, la mayor parte de las veces, fija una cesura extraña en el santuario, como la división entre cubículos de oficina.

La orientación versus populum simboliza y promueve el antropocentrismo de la modernidad; su olvido de Dios; su rechazo a ordenar toda la realidad creada a la fuente increada; su mundanidad humanista, la cual no subordina decididamente el aquí y ahora al Señor, el Oriente, el que vino y vendrá de nuevo a juzgar a los vivos y a los muertos. Sólo con este cambio, el ethos litúrgico o la conciencia del cristianismo fue destruido. Si la Misa tradicional se celebrara súbitamente versus populum, del modo que el Novus Ordo habitualmente es celebrado, ella se vería totalmente socavada por este único cambio; si la Misa reformada se celebrara ad orientem, este hijo pródigo litúrgico, por esa metanoia, habría comenzado el camino a la casa de su padre.

Tanto depende de que el sacerdote y el pueblo miren juntos al Oriente, que no sería una exageración decir que la cristiandad ortodoxa florecerá solamente donde se ofrezca de ese modo el culto público, y sufrirá detrimento en todo lugar donde dicha orientación sea abandonada.


La celebración hacia el Oriente y todo lo que simboliza e implica no es un mero accidente, una característica incidental que podamos tomar o dejar, como tal o cual estilo de casulla. Es un elemento constitutivo del rito del Santo Sacrificio. Debemos dejar de fingir que es una cuestión indiferente, un caso del de gustibus non est disputandum. Una Misa que rechaza orientarse en continuidad con la tradición universal y la teología del culto cristiano es irregular, perjudicial para el sacerdote y el pueblo a quienes deforma con una mentalidad antropocéntrica, perniciosa para el Cuerpo Místico, en el cual perpetúa la ruptura y la discontinuidad, siendo así menos agradable a Dios, a quien priva de la adoración debida.

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Nota de la Redacción: Todas las fotos son aquellas que acompañan al artículo original en New Liturgical Movement.

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