miércoles, 26 de diciembre de 2018

Cómo mejorar la celebración de la Misa rezada

Presentamos a continuación un interesante ensayo del Dr. Peter Kwasniewski, habitual colaborador de esta bitácora, con valiosas sugerencias para los sacerdotes y servidores del altar acerca de cómo mejorar la celebración de la Misa rezada, cuya celebración probablemente se ha hecho más frecuente en muchas partes del mundo luego del motu proprio Summorum Pontificum

Cabe destacar que el tipo de Misa rezada que el Dr. Kwasniewski trata aquí importa que las partes dialogadas tienen lugar sólo entre el sacerdote y el o los monaguillos, quienes representan a los fieles. En EE.UU., donde la influencia del Movimiento Litúrgico no se dejó sentir antes del Concilio con la fuerza que tuvo en otros países (como en Francia o Alemania), las llamadas Misas dialogadas, donde las respuestas son dichas por el pueblo al unísono, eran infrecuentes, y hasta el día de hoy existe en no pocos sectores del movimiento tradicional en dicho país cierta resistencia a ellas.

El artículo fue originalmente publicado por New Liturgical Movement y su traducción pertenece a la Redacción. Las imágenes son las mismas que acompañan al artículo original.

Aprovechamos de consignar que el Dr. Kwasniewski cuenta ahora con una página personal rica en materiales, lo que comprende tanto sus escritos y conferencias como partituras y grabaciones fruto de su labor de compositor y maestro de coros.


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Dos modestas propuestas para mejorar el recogimiento de la Misa rezada

Peter Kwasniewski

Con el aumento de las Misas dichas según el usus antiquior, hay que reconocer francamente que los fieles católicos están empezando a experimentar algunos de los mismos problemas que fueron señalados, antes del Concilio, como justificaciones de la reforma litúrgica. Aunque la lista de tales problemas es larga, ninguno de ellos justificaba, realmente, la reforma litúrgica tal y como ella se llevó a cabo. Sin embargo, es de desear que el movimiento tradicionalista aprenda de los errores del pasado y haga un especial esfuerzo para evitarlos en la tan difícil situación actual de la Iglesia. Dado que el modo en que se dice la Misa repercute inmediatamente, ya sea en la edificación y devoción del sacerdote y de los fieles, ya sea en su distracción y frustración, conviene abordar esto con toda seriedad porque, en efecto, nada puede ser más serio que la re-presentación sacramental del Sacrificio de la Cruz.

En este artículo examinaré dos de los problemas más comunes: el tono casi inaudible e inarticulado de los acólitos en la Misa rezada, y el rezo de las oraciones en latín hecho a toda velocidad por el sacerdote, como si fuera corriendo contra el tiempo.

El diálogo entre el sacerdote y los acólitos

Si bien el ideal es que en la liturgia acoliten clérigos con órdenes menores, religiosos, o seminaristas, la mayor parte del tiempo, como sabemos, se tiene que recurrir a niños que cumplan el servicio del altar. No tengo nada en contra de este uso en sí, siempre que los niños sean de estatura suficiente y adecuadamente serios como para cumplir funciones en el presbiterio.

Sin embargo, como se puede apreciar en la Misa solemne, que es el auténtico modelo que debe seguir la Misa rezada, los acólitos realizan sus respuestas en representación de todos los fieles. En la Misa solemne, todos cantamos “Et cum spiritu tuo”, y en la Misa rezada (en este artículo dejo intencionalmente al margen la Misa dialogada) los acólitos pronuncian esas mismas palabras por nosotros. Además, de acuerdo con el desarrollo del rito romano, las oraciones preparatorias, u oraciones al pie del altar, han dejado de ser oraciones privadas del sacerdote y de los ministros, y se han transformado en oraciones también de los fieles, quienes las aprecian, las siguen en su misal o de memoria, y desean oírlas en la Misa rezada. Reconociendo esto, casi todos los sacerdotes a cuyas Misas he asistido en los últimos 30 años recitan el salmo 42 y las oraciones adicionales antes del “Aufer a nobis” en un nivel de voz que puede ser oído en toda la iglesia.

Por ello resulta asimétrico e irritante que los acólitos farfullen, se traguen o susurren sus respuestas a las bien pronunciadas frases del sacerdote. Es el equivalente litúrgico de alguien que camina con una pierna normal y la otra, de palo. He aquí como llega esto a los fieles en sus bancos:

Sacerdote. IN NOMINE PATRIS, ET FILII, + ET SPIRITUS SANCTI. AMEN. INTROIBO AD ALTARE DEI.

Acólitos. Ad Deum qui laetificat iuventutem meam.

S. IUDICA ME, DEUS, ET DISCERNE CAUSAM MEAM DE GENTE NON SANCTA: AB HOMINE INIQUO ET DOLOSO ERUE ME.

A. Quia tu es, Deus, fortitudo mea: quare me repulisti, et quare tristis incedo, dum affligit me inimicus?

S. EMITTE LUCEM TUAM, ET VERITATEM TUAM: IPSA ME DEDUXERUNT ET ADDUXERUNT IN MONTEM SANCTUM TUUM ET IN TABERNACULA TUA.

A. Et introibo ad altare Dei, ad Deum qui laetificat iuventutem meam.

S. CONFITEBOR TIBI IN CITHARA, DEUS, DEUS MEUS: QUARE TRITIS ES,  ANIMA MEA, ET QUARE CONTURBAS ME?

A. Spera in Deo, quoniam adhuc confitebor illi, salutare vultus mei, et Deus meus.

S. GLORIA PATRI, ET FILIO, ET SPIRITUI SANCTO.

A. Sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in saecula saeculorum. Amen.

S. INTROIBO AD ALTARE DEI.

A. Ad Deum qui laetificat iuventutem meam.

S. ADIUTORIUM NOSTRUM IN NOMINE DOMINI.

A. Qui fecit caelum et terram.

Y así en toda la liturgia. El diálogo es, a veces, tan desigual, que el sacerdote podría ser el único que habla, como en una extraña conversación descompaginada, como si fuera una llamada por teléfono que alguien se pone a escuchar subrepticiamente. Si se supone que los acólitos nos representan al pie del altar, lo hacen muy mal. ¿Por qué no levantan un poco la voz, por qué no “enuncian y articulan”, como decía mi profesor de retórica en el colegio? Y téngase presente que no se trata de hablar a voz en cuello, sino de usar una voz audible normalmente, sin acelerar las palabras. Después de todo, se trata de oraciones, oraciones que vale la pena decir. El Deo gratias después de la Epístola debiera oírse como lo que quiere decir, “¡Gracias a Dios!”, y lo mismo en el caso de Laus tibi, Christe tras el Evangelio.

¿Es esto pedir demasiado a esos simpáticos y, a veces, despistados niños? No. Creo que quienes entrenan a los acólitos debieran explicarles lo que significan esas palabras, y enseñarles a enunciarlas y pronunciarlas con un volumen de voz normal, a un ritmo pausado, sin correr. No:

S. KYRIE, ELEISON.

A. Kyrie, eleison.

S. KYRIE, ELEISON.

A. Christe, eleison.

S. CHRISTE, ELEISON.

A. Christe, eleison.

S. KYRIE, ELEISON.

A. Kyrie, eleison.

S. KYRIE, ELEISON.

Sobre todo, las siguientes palabras debieran ser claras y audibles en la Misa rezada:

SUSCIPIAT DOMINUS SACRIFICIUM DE MANIBUS TUIS AD LAUDEM ET GLORIAM NOMINIS SUI, AD UTILITATEM QUOQUE NOSTRAM, TOTIUSQE ECCLESIAE SUAE SANCTAE.

Y continuando con el diálogo del Prefacio, es absolutamente inadecuado escuchar lo siguiente:

S. … PER OMNIA SAECULA SAECULORUM.

A. Amen.

S. DOMINUS VOBISCUM.

A. Et cum spiritu tuo.

S. SURSUM CORDA.

A. Habemus ad Dominum.

S. GRATIAS AGAMUS DOMINO DEO NOSTRO.

A. Dignum et iustum est.

A lo que el sacerdote nos invita, en una de las más bellas expresiones de la liturgia romana, es a que “¡Elevemos nuestros corazones!”, y la respuesta debiera ser un asertivo “¡Los tenemos levantados hacia el Señor!”. A continuación, con una frase rica de significado eucarístico “Demos gracias al Señor nuestro Dios”, a la cual la respuesta debe ser igualmente significativa, como si los acólitos fuera senadores que hablan por la república entera: “Es justo y necesario”. Estas no son frases para ser susurradas en voz baja, sino para ser públicamente proclamadas.

La imposibilidad de oír a los acólitos, la desarmonía que se produce con el sacerdote y la falta de convicción que así se muestra ante los fieles, son materias que merecen ser tomadas en serio por los adultos que enseñan a los acólitos y a los ceremonieros que dirigen a los grupos. Esto no es un problema difícil de solucionar, pero requiere tener conciencia de él, estar atentos a cómo se van dando las cosas, además animar positivamente (“Juanito, fueron estupendas tus respuestas hoy día, claramente pronunciadas. ¡Sigue así!”).


 
La prisa en la recitación clerical de los textos

Un motivo de preocupación vinculado con lo anterior es la reaparición de un clero post Summorum Pontificum que, de modo habitual, dice la Misa rezada a toda carrera. Hasta donde he podido comprobar, se trata, en la mayoría de los casos, de un clero genuinamente devoto, totalmente ajeno a una actitud irrespetuosa frente al Señor o des-edificante para el pueblo. Sin embargo, un latín tipo ametralladora

PATERNOSTERQUIESINCAELIS,SANCTIFICETURNOMENTUUM,ADVENIAT
REGNUMTUUM,FIATVOLUNTASTUASCUTINCAELOETINTERRA.PANEMNOSTRUM
QUOTIDIANUMDANOBISHODIE,ETDIMITTENOBISDEBITANOSTRASICUTETNOS
DIMITTIMUSDEBUTORIBUSNOSTRIS,ETNENOSINDUCASINTENTATIONEM.

AGNUSDEIQUITOLLISPECCATAMUNDI,MISERERENOBIS.AGNUSDEIQUITOLLIS
PECCATAMUNDI,MISERERENOBIS.AGNUSDEIQUITOLLISPECCATAMUNDI,DONA
NOBISPACEM. 

DOMINENONSUMDIGNUSutintressubtectummeum,sedtantumdicverboetsanabituranimamea.
 DOMINENONSUMDIGNUSutintressubtectummeum,sedtantumdicverboetsanabituranimamea.
 DOMINENONSUMDIGNUSutintresubtectummeum,sedtantumdicverboetsanabituranimamea.

no es capaz de convencer de que se trata de algo que se dice realmente a una Persona viva con quien uno trata de comunicarse, tal y como uno se comunica con sus amigos. Ni puede tampoco, por lo mismo, hacer crecer la devoción del que lo dice ni la de quienes lo escuchan. Por el contrario, todo esto aparece como pérdida de una oportunidad, tanto para el sacerdote como para los fieles, de intensificar los actos de adoración, de fe, de humildad, de contrición y de muchas otras virtudes. A pesar de la repetición diaria de la Misa, se podría aplicar a su celebración, muy adecuadamente, aquellas conocidas palabras del cuáquero [Stephen Grellet], que decía: “Voy a cruzar este camino una sola vez: que se me permita en este momento hacer todo el bien que sea capaz de hacer y mostrar a todo ser humano toda la bondad que esté a mi alcance; que no postergue ni descuide nada, porque no voy a volver a cruzarlo de nuevo”. Esta Misa concreta no se va a repetir nunca más, ni jamás estos mismos fieles van a asistir otra vez a ella. Y, como nos enseña la teología dogmática, la devoción subjetiva del sacerdote y de los fieles tiene un papel que desarrollar en la obtención de los frutos de la Misa.

Quizá la afirmación más a propósito en este tema es la que hace San Francisco de Sales: 

“Evitad [la prisa] porque es el enemigo mortal de la verdadera devoción, y nunca se hace bien lo que se hace con precipitación. Procedamos con lentitud, porque si con ello logramos meramente avanzar, llegaremos lejos”.

Dom Chautard, el autor de El alma de todo apostolado [L’âme de tout apostolat, 1907] -uno de los libros espirituales auténticamente esenciales escritos en el siglo pasado- tiene mucho que decir en estas materias. El autor emplea muchas páginas para explicar el significado de la oración que se dice antes del Oficio Divino, con la cual los clérigos piden recitarlo digne, attente et devote, vale decir, digna, atenta y devotamente:

DIGNE. Una postura y un porte respetuosos, pronunciación precisa de las palabras, disminuyendo la velocidad en las partes más importantes. Cuidadosa observancia de las rúbricas. Mi tono de voz, el modo cómo hago el signo de la cruz, las genuflexiones, etcétara, mi cuerpo mismo: todo ello concurre a mostrar no sólo que sé a Quien me estoy dirigiendo y qué es lo que estoy diciendo, sino también que mi corazón está en lo que hago. ¡Qué apostolado puedo hacer a veces [de este modo]!…

DEVOTE. Esto es el punto más importante. Todo se remite a la necesidad de convertir en actos de piedad nuestro Oficio y todos nuestros actos litúrgicos y, por consiguiente, en actos que provienen del corazón. “La prisa mata la devoción”. Tal es el principio enunciado por San Francisco de Sales al hablar del Breviario, que se aplica con mayor razón a la Misa. Por lo tanto, convertiré en norma habitual e inexcusable dedicar alrededor de media hora a mi Misa, a fin de asegurarme una recitación devota no sólo del Canon sino también de todas las demás partes. He de rechazar sin piedad todo pretexto para realizar apresuradamente esto, que es la acción más importante de mi día. Si tengo la costumbre de mutilar ciertas palabras o ceremonias, me corregiré para realizar estas partes lenta y cuidadosamente, incluso exagerando mi actitud por algún tiempo.

¡Llena mi corazón de odio a todo apresuramiento en aquellas cosas en que te represento, o en que obro a nombre de la Iglesia! ¡Lléname con el convencimiento de que la prisa paraliza ese gran sacramental, la liturgia, y hace imposible el espíritu de oración sin el cual yo, sacerdote, por muy lleno de celo que pueda parecer en lo exterior, sería tibio o peor aún, a tus ojos! ¡Graba a fuego en lo más íntimo de mi corazón esas palabras tan aterradoras: “Maldito sea el que realiza engañosamente la obra de Dios” (Jer 48, 10)!

Otro texto clásico, El tesoro escondido de la Misa [Il tesoro nascosto], de San Leonardo de Puerto Mauricio, aconseja al sacerdote en los siguientes términos: 

“Usa toda la diligencia posible para celebrar con la máxima modestia, recogimiento y cuidado, haciéndote tiempo para pronunciar bien y distintamente cada palabra. Cumple a la perfección cada ceremonia con toda propiedad y gravedad, porque las palabras mal pronunciadas, o dichas sin un tono de mansedumbre y temor reverencial, y las ceremonias realizadas sin decoro ni precisión, hacen que el servicio divino, en vez de ayudar a la piedad y religión, sea una fuente de angustia y escándalo. Que el sacerdote conserve al hombre interior devotamente recogido, que piense en el significado de todas las palabras que pronuncia, deteniéndose en su sentido y espíritu, y realizando todo el tiempo esfuerzos interiores para corresponder a las santas sugerencias que ellas hacen. Se producirá entonces, verdaderamente, un flujo de gran devoción que llenará a los asistentes, y él conseguirá el máximo provecho para su alma”. 

No se discute que una Misa rezada reverente puede ser dicha en 30 minutos por un sacerdote de latín fluido, extremadamente amante de las ceremonias, y que sabe de memoria muchas de las oraciones. Es cierto que, algunas veces, la Misa rezada se demora más de lo debido porque el celebrante está aprendiendo el formato y no ha “dominado” todavía la forma litúrgica. Pero, independientemente de la duración total, cualquier apariencia de correr por el texto o los gestos no resulta jamás edificante y siempre va en detrimento de la dignidad y belleza de la celebración y, por tanto, del espíritu de oración que debe inducir y de los frutos espirituales a que debe dar lugar.

Las pequeñas cosas son importantes en la vida espiritual. ¿Por qué no habría de suceder lo mismo con el mayor de los actos de culto que podemos ofrecer a Dios, el santo sacrificio de la Misa? Durante mucho tiempo los católicos han luchado para tener, simplemente, acceso a la Misa antigua, depósito inmenso de gracias, de doctrina, de piedad. No debiéramos cejar en la lucha si todavía no tenemos acceso a ella, pero ahora que ya han pasado varios años luego de que la Misa fue reintroducida a gran escala, es tiempo de corregir los malos hábitos en que, inadvertidamente, podemos haber caído.

Alguien podría preguntarse: ¿podría alguien estar preocupado de tales cosas cuando la Iglesia en la tierra parece estar derrumbándose ante nuestros ojos? Mi punto de vista es justo lo contrario: esta crisis que estamos viviendo es una crisis de mundanidad, de tibieza, de infidelidad y de apostasía. Su solución final no consiste en realizar investigaciones (aunque sean necesarias), en proclamaciones apocalípticas y angustiantes (aunque sean correctas y proporcionen alivio), o en un remolino de actividad (aunque sea tentador). La solución comienza y termina con acercarse al Padre y unirse a los ciudadanos de la Patria Celestial. Hoy es el mejor de todos los tiempos para preocuparse del servicio de Dios Omnipotente en su santuario sagrado y para hacer lo correcto porque es lo correcto, por amor a Dios y a su gloria.


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Actualización [7 de noviembre de 2019]: El Búho escrutador ha publicado la traducción castellana de una muy recomendable meditación espiritual sobre el Salmo 42 escrita por Andrew Wadsworth, quien pertenece al Oratorio de Washington DC. Dicho salmo es el que se reza al comienzo de la Misa de siempre, para preparar el corazón contrito y humillado con que el sacerdote se debe presentar al altar del Señor. 

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