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martes, 8 de enero de 2019

Por qué no optar por el Novus Ordo

Les ofrecemos hoy un nuevo artículo del Dr. Peter Kwasniewski en el que rebate uno a uno doce argumentos esgrimidos por un sacerdote diocesano en favor de la liturgia reformada.

El artículo fue publicado originalmente en OnePeterFive y reproducido después en New Liturgical Movement. La traducción pertenece a la Redacción. 

 (Foto: OnePeterFive)

***

Doce razones para no optar por el Novus Ordo.

Respuesta al Rvdo. Dwight Longenecker

Dr. Peter Kwasniewski

El Rvdo. Dwight Longenecker ha escrito libros y artículos de gran calidad. Hace algunos años disfruté su libro sobre San Benito y Santa Teresa de Lisieux, que me hizo mucho bien, y es interesante su reciente obra sobre la veracidad histórica de los Reyes Magos [Nota de la Redacción: el listado completo de libros escritos por el Rvdo. Longenecker se puede consultar aquí].

Con todo, parecería que, en materias litúrgicas, el Rvdo. Longenecker no da lo mejor de sí. Cada uno de los argumentos que propone en su artículo “Doce cosas que me agradan en la Misa Novus Ordo puede ser (y ha sido) refutado en la extensa bibliografía, que él parece desconocer, existente sobre el tema. En realidad, el artículo en cuestión revela un conocimiento mínimo de la historia, del procedimiento y del contenido de la reforma litúrgica (bien documentada, por ejemplo, en esta biografía de Annibale Bugnini), como también de la riqueza que, en contraste con ella, tiene la Misa tradicional.  

Revisemos las doce cosas que menciona el Rvdo. Longenecker (puestas aquí en negrita).

1. Es accesible. La liturgia en vernácula ayuda a que la gente la entienda. ¿Cómo podría eso ser malo?  

Es típico del racionalismo del Movimiento Litúrgico (fundado en sus predecesores de la Ilustración [Nota de la Redacción: véase aquí]) dar prioridad a la comprensión verbal por sobre una comprensión más sintética y holística del misterio de la fe, que recurre a todos los sentidos y apela tanto al corazón como al intelecto. El uso del latín, además de ser simplemente lo que la Iglesia de Occidente ha hecho por 1500 años, crea una atmósfera numinosa y sacra que invita a la meditación y la adoración.

Además, la búsqueda de una fácil inteligibilidad condujo a los reformadores a atenuar parte importante del contenido de la Misa para evitar que fuera “demasiado duro”. ¿Cuál es el altísimo precio que pagamos por esta demasiado obvia “accesibilidad” al Novus Ordo? Superficialidad y tedio. Es tan accesible que  “no agarra”, como diría P.G. Wodehouse. Este es el motivo por el que tenemos un nuevo tipo de autoayuda para sobrevivir al aburrimiento en la Misa, y varios movimientos de moda, tipo LifeTeen, para dar animación al Novus Ordo. En cambio, la Misa tradicional es escarpada, áspera, sublime y enfrenta al fiel con un desafío a la altura de su dignidad racional y su destino sobrenatural, abriéndole, por medio de oraciones y gestos que tienen siglos de antigüedad, todo un panorama de nuevos descubrimientos.

Por último, cualquier persona alfabetizada puede usar un misal diario, donde están, en traducciones al vernáculo, todas las antífonas, oraciones y lecturas, aunque sin la pretensión de una traducción “oficial” de antiguos textos latinos imposibles de traducir, lo que evita las interminables discusiones sobre qué “estilo” y “tono” de vernáculo debiera usarse en la liturgia. Las oraciones principales de la Misa son las mismas y se repiten semana tras semana, por lo que no es difícil seguirlas, como puede observarse que lo hacen niños y niñas pequeños en la Misa tradicional.

 (Foto: The Saints' Pub)

2. Es flexible. Se supone que debemos mostrar reverencia hacia el latín como lenguaje de nuestra Iglesia, y es bastante fácil incorporar un poco (o mucho) de él en la Misa Novus Ordo. Además, es musicalmente flexible. No hace falta usar arpegios musicales de anuncio, ni música de festival folclórico ni “rock suave”. Aprendamos canto gregoriano y polifonía. Calzan bien. 

La idea de que la liturgia es algo que permite “tomar y elegir” de entre una cantidad de opciones es ajena al desarrollo histórico de la liturgia cristiana en Oriente y Occidente, la cual siempre ha tendido a una mayor definición, coherencia y estabilidad de los textos, cantos y ceremonias litúrgicos. La liturgia es una acción ritual en que los actores pierden sus características individuales y adoptan una personalidad que conviene a los misterios que se realiza. El clero debiera comportarse no como quien anima y da color al acto, sino como servidores de un tesoro que han recibido y que presentan humildemente al pueblo. Este, por su parte, encuentra más fácil orar cuando la liturgia no es un “blanco” en movimiento, sino cuando se puede entrar en ella una y otra vez en la misma sagrada rutina. Esta intrínseca característica de toda buena liturgia es algo que, intencionalmente, no existe en el Novus Ordo.

En concreto, ¿cómo acaba siendo esta flexibilidad? Se puede escoger el Canon Romano, que es lo que define al rito romano, o una plegaria eucarística diseñada según una pseudo-anáfora escrita por un pseudo-Hipólito y completada en sus detalles sobre una servilleta en el Trastevere. Se puede escoger el canto que creció durante mil años junto con el rito, o alguna melodía sentimental para piano escrita por un ex-jesuita. Se puede decir la Misa mirando al Oriente, de acuerdo con la Tradición apostólica (de la que San Basilio y otros son testigos), o podemos apostar por el novel enfoque “en ruedo”, mirando al pueblo. Se puede hacer que el pueblo forme una fila para comulgar en la mano, como usuarios que hacen fila para comprar un pasaje de bus, diseminando fragmentos del Cuerpo de Cristo por aquí y por allá, o depositar al Señor en la lengua de fieles que se arrodillan en adoración. ¡Qué gran flexibilidad! El diablo se deleita con ella, puesto que usualmente juega en favor de él.

Semejante flexibilidad ha destruido también, para todos los efectos prácticos, las distinciones entre Misa rezada, Misa cantada y Misa solemne. En la práctica, lo que normalmente tiene lugar es una extraña mezcla de elementos de Misa rezada y Misa solemne, sin un orden o jerarquía discernibles.

He abordado los peligros espirituales de esta flexibilidad en una charla titulada “Obediencia litúrgica, la imitación de Cristo y las seducciones de la autonomía” (véase aquí la grabación completa; y algunos pasajes, aquí).

 Liturgia Novus Ordo en la playa

3. Viaja bien. Por mucho que amemos la bella arquitectura, la música, los ornamentos y el órgano, hay momentos en que la Misa se celebra en un campamento, o en una prisión, o en un campo de batalla, en una choza o en un terreno de misión, en la cumbre de una montaña o en una playa. La simplicidad del Novus Ordo significa que puede celebrárselo más fácilmente en situaciones como éstas.

Esta es, quizá, la más débil de las doce razones, dado que miles de los más grandes misioneros que la Iglesia ha conocido jamás, así como también miles de capellanes en muchas guerras (incluyendo ambas guerras mundiales, como lo atestigua una gran cantidad de fotos antiguas [Nota de la Redacción: véase también aquí, aquí y aquí]), han celebrado exclusivamente la Misa tradicional y han llevado a cuestas todo lo necesario para hacerlo.

De hecho, una de las objeciones puestas por los obispos misioneros en el Concilio Vaticano II fue que la reforma litúrgica propuesta multiplicaría considerablemente los libros necesarios para la liturgia.  Todo lo que un sacerdote necesita para celebrar la antigua Misa es sólo un misal de altar. Para celebrar la nueva liturgia de un modo aceptablemente completo, en cambio, se necesita el misal de altar, el leccionario, y un gradual o libro de antífonas. Una “Misa cantada” requiere de una verdadera biblioteca, cosa que sé por experiencia propia por haber sido director de coro del Novus Ordo por muchos años.

He aquí una galería de fotos de sacerdotes que celebran la Misa tradicional al aire libre, donde se muestra cuán bien ello se puede hacer, incluso con acarreo de elementos durante viajes de varias semanas. Además, como dice Martin Mosebach, no es la arquitectura lo que resulta, finalmente, decisivo, sino la Misa. La gran Misa católica de la Tradición toma posesión de los sitios en que se la celebra y los domina; el Novus Ordo desmorona incluso la catedral más imponente, reduciéndola a su propio y empobrecido simplismo: es por eso que se le ve tan fuera de lugar en las grandes iglesias del pasado.

Debiera también hacernos meditar el que los prisioneros respondan tan positivamente a la Misa tradicional cuando llega a sus vidas. He recibido una carta de un preso en Louisiana que recita el breviario antiguo y está solicitando una Misa tradicional a la semana. ¿Acaso los prisioneros no merecen, acaso no responden, a todo lo que es bello, rico, y profundo? El mundo moderno está ya demasiado saturado de resúmenes, atajos, bebidas dietéticas y tentempiés livianos: cuánto bien nos harían las versiones originales, las rutas largas y bellas, los alimentos sólidos y nutritivos.

 Misa usus antiquior sobre el Monte Kilimanjaro: La dignidad cualesquiera sean las circunstancias

4. Se lee más Sagrada Escritura, y se la lee en un lenguaje que la gente comprende. ¿Cómo podría ser malo que haya un rango mayor de Escritura disponible para el pueblo?

En igualdad de condiciones, para el pueblo cristiano es mejor tener familiaridad con más Escritura. Pero no todas las condiciones son, efectivamente, iguales.

Primero, el nuevo leccionario está tan atestado de Sagrada Escritura que conspira contra la familiaridad, en tanto que el antiguo (en realidad, antiquísimo) contiene un número menor de lecturas de óptima extensión y adecuación litúrgica, lo cual fomenta una profunda familiaridad con ellas. Puesta que no se trata de que la Misa sea una sesión de estudio bíblico, y no se espera que ningún católico adquiera una sólida comprensión de la Biblia a partir de la liturgia (incluso el nuevo leccionario contiene sólo un 13,5% del Antiguo Testamento y un 54,9% del Nuevo, sin contar los Evangelios), la idea de que es mejor leer más Escritura en la Misa simplemente no contribuye a la solución del problema. 

Segundo, el antiguo leccionario, intencionalmente limitado, contiene claramente más “lecturas sólidas” de la Escritura. No tiene temor alguno de mostrar la ira de Dios, la maldad del pecado o el peligro de las comuniones sacrílegas, o sea, el tipo de pasajes que a menudo se omite en el nuevo leccionario, no obstante ser mucho más extenso. En otras palabras, el nuevo leccionario suprime aquellas partes de la Escritura que son “difíciles” para el “hombre moderno”. De esto se sigue que no presenta el mensaje completo de la Escritura, sino una parte de él, al modo como la Liturgia de las Horas trae un salterio reducido, expurgado del material políticamente incorrecto. 

Aquí puede encontrarse seis argumentos principales contra la conveniencia del nuevo leccionario; aquí una explicación de las omisiones y distorsiones que contiene, y aquí un estudio de caso sobre la exclusión de 1 Co 11, 27-29 ["Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación"].

5. Se restaura la procesión del Evangelio. ¿Mover el misal de un lado del altar al otro? Eso no es una auténtica procesión. En el rito de Sarum -el antiguo rito inglés- existe una gran cantidad de procesiones, de las cuales la del Evangelio es una. Está bien que se restaure una costumbre antigua. 

En su forma normativa, que es la Misa solemne, el rito antiguo tiene una magnífica procesión del Evangelio que comienza en el altar y llega hasta el límite del presbiterio, lugar donde el diácono canta el Evangelio de cara al Norte, para simbolizar con ello la confrontación con el mundo infiel y su evangelización. Aun en la Misa cantada, el traslado desde el lado de la Epístola hasta el del Evangelio va acompañado de cirios, incienso y un notable cambio en el tono del canto, creando un impresionante momento en la liturgia. En comparación con esto, el ceremonial del Novus Ordo resulta patético.

El Rvdo. Longenecker habla como si la diaria Misa rezada fuera el epítome o medida del antiguo rito romano cuando, en realidad, se trata de una versión devocional de él apropiada para la vida monástica. Sin embargo, incluso en la Misa rezada la transición desde la Epístola al Evangelio, hecha mediante el Gradual y el Aleluya, con la profunda inclinación en el centro y la oración que invoca al profeta Isaías, todo ello realizado sobre el altar del sacrificio, desde el cual la Palabra se eleva hasta el Padre como una suave fragancia, mostrando de un modo impactante la inherente unidad de la “liturgia de la palabra” y la “liturgia de la Eucaristía”, al mismo tiempo que ordena la una hacia la otra, todo ello es mucho más impresionante que la caminata del celebrante hacia el ambón para proclamar el Evangelio en una lengua emasculada.

 (Foto: The Saints' Pub)

6. La oración de los fieles. A menudo se abusa de ella, pero cuando está bien y adecuadamente compuesta, constituye una gran ayuda para llevar los fieles a la oración.  

Este punto nos da la oportunidad de exponer la principal debilidad del Rvdo. Longenecker, que comparte con todos los liturgistas aficionados de mediados del siglo XX: si se nos ocurre alguna “buena idea”, debemos insertarla en la liturgia. No importa cómo se hayan hecho las cosas desde tiempo inmemorial: nuestras “buenas ideas” merecen ser consideradas -¡y legislativamente sancionadas por el pontífice, nada menos!-. La “oración de los fieles” se añadió a la Misa sobre la base de ciertas teorías académicas que sostenían que en la Misa primitiva siempre figuraron esas intercesiones, tal como aparecen, en todo su esplendor, en la liturgia del Viernes Santo. Sin embargo, investigaciones posteriores de mejor calidad han sugerido que la Misa del Viernes Santo no es un modelo para todas las Misas, sino para un único día, que es lo que el sentido común entiende.

En todo caso, no hay pruebas de que la liturgia romana haya incluido largas letanías o intercesiones al modo del rito bizantino. Casi todas las cosas por las que oramos ya están incluidas en el Canon Romano y en varias otras partes de la Misa. La “oración de los fieles” es, simplemente, otra novedad insertada en la Misa debido a que los expertos pensaron que era una estupenda idea. Como dijo Joseph Ratzinger en más de una ocasión, es cosa peligrosa amarrar la liturgia pública a las teorías de los académicos, que aparecen y son refutadas a intervalos de más o menos 25 años.

 Presentación de los dones en una Misa reformada
(Foto: AKA Catholic)

7. Se restaura la procesión del ofertorio. Esta es una antigua parte de la liturgia en que el pueblo de Dios trae los dones al altar. Se trata de una bella restauración de una antigua tradición.

La “procesión del ofertorio”, tal como fue compuesta por el Consilium, tiene poco que ver con precedente alguno en Occidente. Es una fantasiosa creación con un lejano parecido a la costumbre de los fieles de traer pan y vino antes de que empezara la ceremonia (véase el artículo de Paul Bradshaw “Gregory Dix y la procesión de ofertorio”). Su forma actual parece ser otra forma de dar tareas a la gente, tal como, durante la Depresión, lo hacía con los desempleados la Works Progress Administration.

Por otra parte, Pío XII, en su encíclica Mediator Dei (1947) prevenía a los liturgistas del “excesivo e insano arqueologismo” [núm. 82], puesto que, “cuando se trata de la sagrada liturgia, no resultaría animado de un celo recto e inteligente quien deseara volver a los antiguos ritos y usos, repudiando las nuevas normas introducidas por disposición de la divina Providencia y por la modificación de las circunstancias” [núm. 81]. En otras palabras, el simple hecho de que pareciera que algo se hizo hace mil años atrás no es razón suficiente para reintroducirlo hoy, cuando seguramente adquiriría un nuevo significado debido al muy diverso contexto en que se lo realizaría. Como explicaba el Papa:

“La liturgia de los tiempos pasados merece ser venerada sin duda ninguna; pero una costumbre antigua no es ya solamente por su antigüedad lo mejor, tanto en sí misma cuanto en relación con los tiempos sucesivos y las condiciones nuevas. [...] [C]iertamente, no es prudente y loable reducirlo todo, y de todas las maneras, a lo antiguo. Así, por ejemplo, se sale del recto camino quien desea devolver al altar su forma antigua de mesa; quien desea excluir de los ornamentos litúrgicos el color negro; quien quiere eliminar de los templos las imágenes y estatuas sagradas; quien quiere hacer desaparecer en las imágenes del Redentor Crucificado los dolores acerbísimos que Él ha sufrido; quien repudia y reprueba el canto polifónico, aunque esté conforme con las normas promulgadas por la Santa Sede [núm. 78 y 80].

¿No es curioso que todos los ejemplos que da Pío XII como “casos que se apartan del recto camino” se hayan transformado en características de la reforma litúrgica, tal como se la ejecutó por doquier: reemplazo del altar ad orientem por uno versus populum, exclusión del negro para las Misas de réquiem, destrucción de imágenes, instalación de cruces extrañas y repudio de la música polifónica?

El Rvdo. Longenecker lamenta la pérdida de estas costumbres llenas de significado debido a que él se ubica del lado de la “reforma de la reforma”. Pero el presupuesto de muchas de sus razones es, precisamente, el falso anticuarismo que condujo a la pérdida de tantas cosas que eran distintivas del catolicismo y a su reemplazo por prácticas supuestamente “más antiguas”. Deshacerse de lo que ganamos con la Edad Media y el Barroco y reemplazarlo por dudosas reconstrucciones de la Antigüedad, siempre seleccionadas de modo discutible, es el rasgo más marcado del intelectualismo litúrgico, que siempre se ve mejor en el papel que en la realidad.


8. Las oraciones del ofertorio. Ellas son una conexión con las oraciones judías que Jesús habría pronunciado en la Última Cena, por lo que ¿qué hay de malo en ellas? 

Este punto me dejó perplejo. El falso ofertorio judío del Novus Ordo es una fabricación que no tiene relación alguna con ningún ofertorio litúrgico de ningún rito, oriental u occidental, desde la Edad Media hasta 1969. Y no debiera sorprendernos que los ritos cristianos, tal como se desarrollaron a lo largo del tiempo, no hayan retrocedido, en busca de inspiración, a ningún material judío inalterado ni, mucho menos, recurrido a ningún texto específico.

En realidad, lo que el Consilium quería era abolir todas las oraciones del ofertorio y poner como “ofertorio” un simple gesto de alzar simbólicamente el pan y el vino. Pablo VI objetó esta ausencia de texto y pidió que se “compusiera” uno (ya que parecía haber completo acuerdo entre los arquitectos del nuevo rito de que el modo cómo la Iglesia había orado por cerca de 1000 años era, obviamente, equivocado). Y se echó mano, convenientemente, de la bendición judía de la mesa. ¡Shabbat Shalom!

¿Es posible que alguien con la inteligencia del Rvdo. Longenecker no se dé cuenta de que andar construyendo liturgias de este modo es un grave problema, ya que la liturgia es y siempre ha sido la oración común de la Iglesia transmitida de edad en edad, aumentada por la devoción de cada generación? La idea de suprimir una parte significativa del rito y de reemplazarlo con algo jamás practicado por los cristianos ha sido, y debiera seguir siendo, inconcebible.

 Liturgia en México: casulla de Superman y un curioso método para el "Asperges"
(Foto: SIPSE)

9. Es adaptable. Adaptabilidad significa que se han introducido abusos, pero también quiere decir que se puede conservar todo tipo de costumbres tradicionales. El papa Benedicto deseaba que la forma extraordinaria informara la celebración de la forma ordinaria, de modo que ésta puede celebrarse ad orientem, puede haber una baranda que delimite el presbiterio, la comunión puede darse a los fieles de rodillas y en la lengua, puede haber acólitos bien entrenados, buena música, ornamentos, arquitectura y arte. Sí: es posible que exista falta de relieve y banalidad, pero también puede haber grandeza y gloria.

Esto equivale, más o menos, a decir: “Lo bueno de nuestro sistema político es que permite que florezca la 'Marcha por la Vida' y que se financie, al mismo tiempo, Planned Parenthood”. No: esto demuestra el fracaso catastrófico de nuestro sistema político en la adhesión a la ley natural y en la promoción del bien común.

De modo similar, el hecho de que el Novus Ordo sea una matriz de posibilidades que pueden realizarse por cada comunidad según sus ideas de lo que es correcto y conveniente, no constituye una perfección suya sino una señal de su interna incoherencia, de su anarquía y de su relativismo. Los ritos tradicionales de la Iglesia se ajustan a normas tradicionalmente respetadas que exigen un culto serio, reverente, ordenado y teocéntrico (aunque no puedan siempre garantizar que ello ocurra). El resultado es que, donde quiera que uno vaya en el orbe, se puede asistir a una Misa tradicional y saber qué se va a ver y oír. Iguales textos, iguales gestos, el mismo ethos, la misma religión católica. En tanto que el sacerdote respete las rúbricas, la Misa será devota, bien enfocada, edificante. Es una tragedia que esto no se pueda decir del Novus Ordo.

 Diácono durante una homilia en una liturgia Novus Ordo en los EE.UU.
(Foto: AKA Catholic)

10. Himnos. Sí, ya sé que los himnos son, supuestamente, una moderna innovación “protestante”… cosa discutible. Pero analizándolos simplemente en su realidad, hay algunos himnos excelentes que efectivamente ayudan a que la gente eleve su corazón en el culto, exprese su fe y sea catequizada. Usados como complemento de la liturgia, pueden ser buenos.  

Este punto es una magra alabanza. Los himnos no son algo exclusivo del mundo del Novus Ordo: en las comunidades que realizan su culto con la Misa tradicional a menudo se incluye himnos procesionales los domingos, antes del Asperges, y un himno final después del Último Evangelio. Sea ello como fuere, el exceso de himnos es muy anterior al Novus Ordo. El “sándwich de cuatro himnos” viene de una época enfermiza del Movimiento Litúrgico en que el ideal de cierto clero (especialmente en los Estados Unidos) era una Misa rezada en que se insertaba, para que “participara el pueblo”, un himno de entrada, un himno de ofertorio, un himno de comunión y un himno final [Nota de la Redacción: véase aquí, por ejemplo, la prevención que hacía el Directorio pastoral para la Santa Misa aprobado en 1960 por la Conferencia Episcopal chilena]. ¿Suena a algo conocido?

La historia verdadera es que los himnos comenzaron en el Oficio Divino, que es su lugar propio. Cada hora, Maitines, Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas, tiene un himno. Este conjunto de poesía y música está entre los más ricos tesoros que poseen los católicos, pero nadie lo encuentra así, suelto: pareciera que los pastores de almas todavía no toman en serio la recomendación del Concilio Vaticano II de que se introduzca a los fieles a la celebración pública y cantada del Oficio Divino.  

En cambio, la idea de parafrasear la Escritura o de escribir poesía devota para que los fieles la canten durante la “cena del Señor” es, sin duda, una invención protestante, que tiende a dar un tono protestante a la liturgia eucarística, que es lo que sus partidarios ecumenistas querían. Lo lamento, Rvdo. Longenecker: no tiene importancia alguna cuán bellos sean los himnos. La Misa católica tiene sus himnos propios, el Gloria y el Sanctus, así como su propia música original: las antífonas gregorianas y las partes de la Misa, o sus grandes versiones polifónicas compuestas a lo largo de los siglos. 

El propósito de la Misa no es hacer catequesis ni fomentar la “alabanza” (en el sentido en que usan el término los carismáticos), sino dar culto al Dios Uno y Trino mediante el sacrificio de Jesucristo. Nadie ha explicado esto mejor que el P. Christopher Smith en este artículo y en esta continuación. La liturgia no necesita “complementos”, sino ser celebrada con integridad y pureza, porque es así como será más efectiva en el cumplimiento de su obra propia. Sin duda, hay otras oportunidades en que los himnos pueden ser usados con provecho.


11. Su accesibilidad la hace mejor para la evangelización. Sé que la Misa no tiene primariamente el fin de evangelizar, pero cuando los potenciales conversos comienzan a ir a Misa, poder entender y seguir las palabras y acciones hace más fácil su entrada en la Iglesia y hace que el proceso sea más acogedor.

Me decepciona oír al Rvdo. Longenecker repetir como loro la retórica usual de los liturgistas, que imaginan que lo que el posible converso busca es un contenido racional, expresado verbalmente. Ya hemos hablado de esto más arriba. Baste decir aquí que el tradicionalismo es, sobre todo, un movimiento juvenil (véase aquí, aquí y aquí, para los recién llegados [Nota de la Redacción: véase igualmente aquí]). Cualquiera puede ver, si las visita, que las parroquias con Misa tradicional atraen un número desproporcionado de adultos jóvenes y de familias jóvenes. Las conversiones y los regresos son numerosos, lo que es impactante si se toma en cuenta la marginalización tipo gueto que sufren las comunidades tradicionales en aquellas diócesis cuyos obispos han optado por ignorar el motu proprio Summorum Pontificum.

Todo esto sugiere que lo que el “hombre moderno” busca puede que no sea la ya anticuada noción de “accesibilidad” o el ser “acogido”, sino un encuentro con el misterio, una confrontación con lo divino, un rozar lo inefable, una inmersión en lo sagrado. El Novus Ordo está muy pobremente equipado para satisfacer tales cosas, y su esmirriado diseño Bauhaus ni lo promueve ni lo fomenta. En 2019, la nueva liturgia se ve y se siente pasada de moda; muchos adhieren a ella por mera costumbre o por ignorancia de que existen alternativas. La liturgia antigua tiene una frescura perpetua que alumbra a los peregrinos, cansados del mundo, que van por él de tumbo en tumbo hacia el puerto del Cielo.


(Foto: Captura de Twitter)

12. Es simple. Las palabras y acciones llanas del Novus Ordo nos entregan una celebración de noble simplicidad. El sólo decir lo que está en negro y hacer lo que está en rojo tiene una dignidad muy aterrizada -ni indebidamente adornada y fantasiosa, ni banal y vulgar-.

¿Debiera ser “simple” la representación mística del supremo sacrificio de Cristo, que abrevia los 2000 años que nos separan del Calvario y nos transporta directamente hasta su Cruz, a sus sagradas llagas, a su sangre preciosa, a su corazón traspasado? ¿Debiera ser “simple” el aterrador cruce del abismo que separa al hombre de Dios y a la tierra del Cielo; el revivir en medio de nosotros los misterios de la vida, muerte, resurrección y ascensión del Señor; la compenetración con los nuestros de Sus actos de amor, adoración, dolor, súplica, acción de gracias, de modo que nosotros, miembros de su Cuerpo Místico, podamos dar gloria a Dios junto con nuestra Cabeza; debiera todo esto ser “simple”? ¿Podría jamás serlo? Sí podría, pero sólo al precio de falsearlo todo absolutamente. Los ritos litúrgicos, griegos o latinos, orientales u occidentales, se desarrollaron bajo la mano benéfica de la Providencia hacia una expresión cada vez más grande y plena de estas realidades gloriosas, hacia una siempre mayor amplitud, exuberancia y riqueza de detalles. La moción contraria aparece en la historia como iconoclastia, deseo de destruir la inagotable belleza de Dios que encuentra expresión en las cosas materiales. 

“Decir lo que está en negro y hacer lo que está en rojo” no es algo que tenga un valor mayor que el de lo que está en negro para ser dicho y en rojo para ser hecho. Lo teológicamente inadecuado y lo espiritualmente estrecho de los textos del Novus Ordo han sido seriamente comprobados y criticados (por ejemplo, en este libro, este otro y en este otro), y por lo que se refiere a las rúbricas, ellas no fueron nunca más que un gran chiste, desde la primera impresión del misal hasta su última edición. No sorprende que un clérigo particular haya tenido, por iniciativa propia, que proporcionar un conjunto completo de rúbricas: el Vaticano aparentemente creyó que la liturgia católica estaba mejor sin preocuparse de ese prolijo conjunto de detalles, como dónde debieran pararse los ministros, o cómo y cuándo inclinarse. Lo que vemos en el Novus Ordo es una contradicción en los términos: una liturgia no litúrgica, una ceremonia no ceremoniosa, un ritual relajado, un modelo “ármelo-usted-mismo” para la devoción colectiva. 

***

(Foto: captura de Youtube)

Incluidos los habituales sedantes en lo relativo al Novus Ordo, ninguno de los cuales resiste un análisis crítico, el artículo del Rvdo. Longenecker es una más de las muchas declaraciones de principios del partido neoconservador en el sentido de que “la Iglesia posconciliar goza básicamente de buena salud, damas y caballeros, por lo que sigan avanzando” [Nota de la Redacción: véase aquí lo dicho al respecto por el propio Prof. Kwasniewski]. Quienes quieran ir a defender la monumental ruptura que es el Novus Ordo van a necesitar argumentos mucho mejores que los propuestos por el Rvdo. Longenecker.

El argumento que da el Rvdo. Longenecker en este artículo, de que “hay quienes parecen creer que todos los problemas de la Iglesia y del mundo son causados por el temido Novus Ordo”, no es más que un hombre de paja. No he leído jamás a un autor tradicionalista que piense o diga semejante cosa. Sí, todos pensamos que el Novus Ordo es un quiebre con la Tradición católica y un desastre en la vida de la Iglesia, pero tenemos muy claro que él no se da en el vacío. Otros problemas que se menciona corrientemente incluyen el modernismo, el consecuencialismo, el hiperpapalismo, el feminismo, el poder de la casta clerical homosexual, la separación liberal de Iglesia y Estado, etcétera. En realidad, la lista es larga. Tarde o temprano se llega a advertir que todos estos problemas están mutuamente conectados. La reforma litúrgica es un emblema de la revolución que ha separado la corriente mayoritaria del catolicismo actual del catolicismo de todos los tiempos; pero detrás de cada emblema existe una oficina de propaganda y una ideología. 

La liturgia tradicional me ha enseñado que lo que me gusta o no me gusta no debiera tener ningún efecto en la Misa. Al revés: es la Misa, que pre-existe en su solidez y densidad, lo que moldea mis amores y odios, de acuerdo con lo que me muestra, con lo que imprime en mí, con lo que me hace comprender después de un largo aprendizaje. Pasó lo mismo con los discípulos de Jesús: Él no era lo que ellos esperaban que fuera, pero Él no se doblegó a las preferencias de los zelotes, fariseos, recaudadores de impuestos ni pescadores, sino que, con paciencia y autoridad, los fue configurando según lo que Él mismo era. 

Comprendo al sacerdote que desea creer que la liturgia que se le ha dado por “la Iglesia” puede ser aceptada tal cual, sin preocupaciones, libre de tropiezos. Pero el Señor nos ha concedido una gracia especial en este sísmico reinado del papa Francisco: la oportunidad de despertar a los peligros de un exagerado ultramontanismo, que empuja a los católicos a tragarse cualquier cosa que un papa desaprehensivo les mete en la boca, incluso cuando ello contraría el ministerio papal de recibir, preservar y defender la Tradición.

Este nuevo año de gracia es una invitación a redescubrir la herencia que hemos recibido como católicos, o a renovar nuestro afecto por ella. Una forma de comenzar podría ser una lista diferente de la que hemos criticado: “Diez razones para asistir a la Misa tradicional”.

La Misa de Siempre 
(Foto: Regina Caeli Parrish)

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Actualización [8 de enero de 2019]: El sitio Adelante la fe ha publicado también una traducción propia del artículo del Dr. Peter Kwasniewski que se ofrece en esta entrada. 

Actualización [6 de noviembre de 2019]: Religión en libertad ha publicado un interesante reportaje sobre la convergencia que los grupos carismáticos están teniendo con los tradicionalistas más allá del plano de las ideas, donde es conocido su compromiso en el debate público. Ahora la coincidencia es litúrgica. Cada vez son más las historias de sacerdotes y religiosos con un firme fundamento en el movimiento carismático que adoptan la Misa de siempre sin abandonar su orientación carismática, porque ven en ella una auténtica muestra de teocentrismo. Una prueba más de que la Misa reformada es una opción que debe preferirse por defecto, cuando no se tenga a mano la Misa tradicional. 

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