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sábado, 5 de enero de 2019

El Directorio pastoral para la Santa Misa (1960) de la Conferencia Episcopal chilena

En la entrada anterior hemos mencionado el Directorio Pastoral para la Santa Misa aprobado por la Conferencia Episcopal chilena (constituida en 1957) como uno de los momentos que marcaron el preludio de la reforma litúrgica en el país, consumada en el país mucho antes que en otros sitios (la primera Misa íntegramente en castellano fue celebrada el 7 de junio de 1964). 

 
La Asamblea plenaria de dicho organismo aprobó este Directorio en 1959, el que fue publicado al año siguiente por la Editorial de la Universidad Católica con prólogo de S.E.R. Ramón Munita Eyzaguirre (1901-1992), a la sazón Obispo de San Felipe, y presentado en el marco de un congreso litúrgico. En su mayor parte, su redacción correspondió al R.P. Beltrán Villegas Mathieu SS.CC., quien tiempo después sería Decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y era un signo del interés de los obispos chilenos en la formación litúrgica del clero cuando se daban los primeros pasos de la reforma litúrgica merced al grupo de trabajo constituido al interior de la Comisión de Ritos por el papa Pío XII en 1948, justo un año después de su señera Encíclica Mediator Dei (1947), fruto del cual fue la reforma de la Semana Santa (1955), una instrucción sobre música sagrada y sagrada liturgia (1958) y un nuevo código de rúbricas para el Misal romano (1960), los cuales quedaron recogidos en la nueva edición típica del Misal romano promulgado por San Juan XXIII en 1962, que es aquel con que hoy se celebra la forma extraordinaria del rito romano. De hecho, la calidad del Directorio chileno fue alabada por especialistas europeos ligados al Movimiento Litúrgico. 

La idea no era nueva. Los obispos franceses habían aprobado en 1949 un Directorio para la pastoral de los sacramentos, y algo similar había hecho seis años después el Cardenal Giacomo Lercaro (1891-1976), quien más tarde presidirá el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, en la Arquidiócesis de Boloña, con el Directorio litúrgico para la participación activa de los fieles en la Misa leída, el que tuvo varias ediciones y repercusión en otros países. 

 R.P. Beltrán Villegas Mathieu, SS.CC.

Para dar un cierto contexto al Directorio que aquí se comenta, es necesario explicar brevemente tres fórmulas de participación de los fieles en la Santa Misa que se habían ido desarrollando durante el siglo XX merced al influjo del Movimiento Litúrgico y que fueron recogidas por la Instrucción de Musica Sacra y Sacra Liturgia de 1958. 

La primera y más conocida, porque todavía se sigue practicando y era recomendada por la Iglesia y el magisterio pontificio, es la Misa dialogada, vale decir, aquella Misa rezada en que el pueblo responde al celebrante en unión con el ministro o acólito que lo ayuda y se asocia a él en el rezo de varias otras partes de aquélla. En un decreto de 4 de agosto de 1922, la Sagrada Congregación de Ritos se pronunció indirectamente por la licitud de esta forma de celebración, siempre que los fieles no interviniesen en la recitación de aquellas oraciones propiamente sacerdotales (como la Secreta y el Canon), remitiendo la competencia a los respectivos obispos sobre su regulación. 

La segunda modalidad era la Misa dirigida, donde el pueblo no dialoga o responde al celebrante, sino que otro (sacerdote o laico) anuncia en lengua vulgar las diferentes partes o fórmulas de la Misa, las cuales son respondidas por los fieles igualmente en lengua vulgar, con respuestas que traducen aproximadamente lo que dice el ordinario en latín. Esta forma de celebración era vista como un estado imperfecto e intermedio, que debía conducir a la Misa dialogada, puesto que disminuía la unión de los fieles con el sacerdote que cumplía el sacrificio. Uno de los impulsores de esta forma de celebración fue Annibale Bugnini (1912-1982), quien la aplicó durante su destinación pastoral en la Borgata Prenestina (1945) y difundida después a través de un folleto intitulado La Nostra Messa publicado con ocasión del Año Santo de 1950.

La tercera modalidad era la Misa comentada. En ella, un lector (preferentemente un sacerdote), con intervenciones breves, oportunas y sugerentes, guiaba a los fieles sobre las diversas partes de la Misa, sugería la disposición adecuada, recordaba la actitud ritual que debían tomar, explicaba el sentido de cada uno de los ritos que se sucedían e invitaba a participar con el canto. Como resulta evidente, y no obstante estar permitida en muchas diócesis, esta forma de celebración requería de preparación, tacto y las condiciones adecuadas en el lector, a fin de que sus intervenciones no interrumpieran la unión de los fieles con la Misa y cayeran en la mera repetición de lugares comunes o soflamas sentimentales. 

Misa televisada celebrada versum populum y con un animador

El Directorio aprobado por la Conferencia Episcopal chilena tenía por finalidad ser un texto de estudio, de suerte que no estaba destinado para ser aplicado directamente en la celebración litúrgica, y estaba dividido en cuatro partes: una "Introducción" (núm. 1-23), donde se explica el sentido de la Santa Misa como acción litúrgica, la función que ella cumple en la vida cristiana y los desafíos pastorales que presenta; unas "Normas generales" (núm. 24-155), donde se trataban los distintos aspectos relativos a la celebración, tanto en lo que atañe a los ministros sagrados (celebrante, lector, guía, coro o schola cantorum y órgano, acólitos, ostiarios, asamblea de fieles) como a la participación de los fieles en los distintos momentos de la Misa; unos "Casos especiales" (núm. 156-166) relativos a las Misas tardías, de matrimonios y funerales y "oficiales" (aquellas celebradas con ocasión de ceremonias o fiestas cívicas); y tres "Apéndices", referidos respectivamente a la Misa con niños (Apéndice I), a un "Guión práctico para las Misas corrientes" (Apéndice II) y una bibliografía recomendada (Apéndice III).

Respecto de la celebración ordinaria de la Santa Misa, el Directorio previene que su aplicación queda reservado a la Misa rezada, no obstante ser la Misa solemne el paradigma del culto católico al que toda celebración debe imitar (núm. 24), como poco después recordará el Concilio (SC 113). El objetivo perseguido es "hacer actuar a los fieles", vale decir, que sean parte de la liturgia de la Iglesia, lo cual desaconseja las Misas "a coro hablado" (núm. 25). La misma razón había llevado a la Sede Apostólica, por ejemplo, a prohibir las Misas sincronizadas, vale decir, aquellas Misas paralelas celebradas en en los distintos altares disponibles donde cada uno de los sacerdotes dice al mismo tiempo las oraciones. Por su importancia, el Directorio recuerda que la Santa Misa debe celebrarse "dentro de un clima de gran dignidad, manifestada en la calma y exactitud de los gestos, en el tono de la voz, en el arreglo del altar, en la pureza de la materia del Sacrificio, en la limpieza del templo, en la belleza sobria de los paramentos y en la manera de vestirlos" (núm. 29). Eso exige de parte de los fieles puntualidad en la hora de la llegada a la iglesia, y la permanencia en ella hasta el fin de la celebración (núm. 153).

Enseguida se explica la función de cada uno de los intervinientes, comenzando por el celebrante. Éste es el presidente de la celebración (núm. 31) y tiene determinadas oraciones que le son propias por su carácter sacerdotal (núm. 32). A él le corresponde predicar la homilía, que debe estar "estrechamente unida al texto bíblico, del cual debe ser un fiel comentario, y preparar a la celebración del misterio eucarístico (núm. 33). Tal es el valor de esta predicación que el Concilio la recomienda encarecidamente, precisando que nunca debe omitirse sin causa grave los domingos y fiestas (SC 52). La importancia de la voz del celebrante es tal,  que ella no debe ser apagada mientras recita alguna de las oraciones que le corresponde y, durante el Canon, "que él pronuncia en voz baja, debe reinar en el templo un religioso silencio" (núm. 34). La dignidad del sacerdote se manifiesta también en que ha de "celebrar con calma y dignidad, ejecutando con exactitud y sin brusquedad los gestos prescritos por las rúbricas" (núm. 36), y "hacer abstracción de sus preferencias y de las orientaciones de su propia piedad" (núm. 37), además de coordinar su velocidad con la de los demás participantes (núm. 40). Por cierto, se permite la celebración cara al pueblo, dado que ella "puede contribuir de manera muy eficaz a la participación activa en la Misa", aunque se previene que "exige un mayor cuidado en todos los detalles de la actuación del celebrante" (núm. 38). La solemnidad de la celebración requiere que todas las palabras de la Misa sean "pronunciadas con calma y claridad, sin reducirlas a un murmullo indistinto", si bien guardando de hacer las diferencias en el tono de voz según se trate de textos que deben ser proclamados, o de oraciones más personales o secretas (núm. 39).


Misa dominical celebrada durante una colonia de verano en Francia (1958)
(Foto: 1958-1959-1960 Les jolies colonies de vacances)


Las lecturas "deben ser proclamadas de manera que todos las puedan escuchar y comprender" (núm. 43), pues la proclamación de la Palabra de Dios es un elemento esencial de la liturgia de la Misa (núm. 41). Por cierto, esto exige que esa proclamación se haga en lengua vulgar, pero recurriendo sólo a "traducciones exactas, hermosas y aprobadas por la Autoridad Eclesiástica" (véase lo dicho en esta entrada respecto de la disciplina actual de la forma extraordinaria respecto de las lecturas), puesto que es "un error creer que esas traducciones pueden permitirse interpretar, suavizar o glosar la Palabra de Dios (núm. 44). La proclamación de la Palabra de Dios debe hacerse con dignidad y respeto, pues está totalmente fuera de lugar un tono familiar o vulgar (núm. 46). Ella corresponde de preferencia a un clérigo (véase aquí lo dicho respecto del lectorado como orden menor), el que puede ser suplido por un laico con reconocida dignidad de vida, quien dará lectura en castellano a la Epístola mientras el celebrante la lee en latín (núm. 47). Sólo en casos muy excepcionales la lectura puede ser hecha por el guía (núm. 49). El lector de la Epístola, si es clérigo, hace su lectura revestido de sobrepelliz, desde el presbiterio o el ambón; y  si es seglar, de cara a los fieles, en un lugar adecuado (núm. 48). Respecto del Evangelio, su lectura en lengua vulgar corresponde, en principio, a un diácono o un sacerdote, quienes lo leerán mientras el celebrante hace lo propio en latín (núm. 50). En ausencia de ellos, la lectura le corresponde al celebrante luego de haber leído el texto en latín (núm. 50). Si por alguna circunstancia especial (por ejemplo, excesiva demora) esto tampoco fuere posible, podrá leerlo un lector laico, mientras el celebrante espera que esté terminada la lectura en lengua vulgar para besar el texto sagrado (núm. 50).

El guía es el sacerdote, clérigo o, en su defecto, laico, encargado de orientar la participación activa y comunitaria de los fieles mediante oportunos comentarios o exhortaciones (núm. 51). Su función no consiste, por tanto, ni en "entretener a la gente" (núm. 52), ni en "hablar de temas de actualidad" (núm. 53), ni sustituir al sacerdote (núm. 59), y sus intervenciones "no deben ser explicaciones continuas y detalladas, que conviertan la Misa en una 'Misa explicada'" (núm. 54). Si el guía es clérigo, deberá revestirse de sobrepelliz y colocarse en el presbiterio o en el ambón; si es seglar, estará de pie frente a los fieles, en el lugar más oportuno, pero fuera del presbiterio o del púlpito (núm. 67). El guía debe mirar hacia el pueblo solamente cuando se dirija a él con alguna sugerencia, debiendo permanecer el resto del tiempo vuelto hacia el altar (núm. 68). Tal y como señala la Instrucción de Musica Sacra et Sacra Liturgia"las mujeres nunca pueden desempeñar el oficio de guía" y "sólo se permite que, en caso de necesidad, una mujer oriente el canto y las oraciones de los fieles" (Instrucción, núm. 96, a), en cuyo caso ha de conservar su lugar dentro de la asamblea y no en el presbiterio (núm. 70). Cumple advertir que, en el folleto de monseñor Bugnini La Nostra Messsa, sí se admitía que esta función fuese desempeñada por una mujer, la que debía cumplir su encargo desde su banco, pero con un tono de voz que fuese perceptible por todos los fieles. 

El Directorio recomienda la creación de una schola cantorum (núm. 71), y ella no debe aislarse de la asamblea, pues tiene también a su cargo la ejecución de los versículos o estrofas en los cantos alternados o responsoriales, al final de los cuales todos los fieles responderán con el canto del estribillo o de la antífona (núm. 72). El órgano o el armonio se deben emplear para acompañar y sostener el canto de los fieles, sin destacarse excesivamente; y en el caso en que no haya cantos, la música de estos instrumentos podrá reemplazarlos en los momentos propios, pero sin impedir la participación comunitaria (núm. 73). Está prohibido de manera absoluta tocar el órgano o el armonio después de la entrada del celebrante al altar hasta el Ofertorio, durante el Prefacio, desde el Padrenuestro hasta el Agnus Dei inclusive, desde el Confíteor que precede la Comunión de los fieles hasta que comienza su distribución, durante la Postcomunión y durante la bendición final, recomendándose vivamente un "sagrado silencio" desde la Consagración hasta el Padrenuestro (núm. 74). La polifonía puede admitirse en la celebración litúrgica, siempre que le proporcione mayor solemnidad y esplendor (núm. 75).

Misa celebrada en la Iglesia de San Lorenzo de Wismar, Alemania (1960)

Los acólitos son parte esencial de la celebración, porque ayudan a darle "toda la belleza que es de desear" y descargan al sacerdote de "acciones subalternas que no le corresponde" (núm. 76), además de ser la cuna de futuras vocaciones al sacerdocio (núm. 80). El servicio más inmediato de estos acólitos es el servicio del altar, el cual debe ser servido por dos de ellos (ayudantes de Misa) [núm. 77]. Para asegurar la dignidad de este servicio, es aconsejable que se confíe a jóvenes y aún hombres mayores (núm. 78). También recomienda el Directorio que exista un grupo de laicos que desempeñen las funciones de los ostiarios, vale decir, recepción y acomodación de los fieles, distribución de libros, y organización de las procesiones que pueden tener lugar durante la celebración (Comunión, Ofertorio, Ramos, etcétera) [núm. 81].

El Directorio recuerda que la asamblea es un elemento capital de la celebración, en especial los domingos y fiestas, dado que el Código de Derecho Canónico de 1917 establecía que sólo se cumplía el precepto quien participa de la Misa en su parroquia (núm. 83) [véase aquí lo dicho al respecto para la actual disciplina canónica]. En este sentido, es importante que los fieles asuman que deben participar en la Misa de "una manera activa, en íntima y visible unión con el celebrante" (núm. 85), como después insistirá el Concilio (por ejemplo, SC 10 y 14). Para favorecer la cohesión se recomienda celebrar la Misa durante los días de semana en una capilla o altar lateral, lo que favorece la unión física de los fieles entre sí y su acercamiento al altar, y da más realce a la celebración dominical en torno al altar mayor (núm. 84). De igual forma, se desaconseja que se celebre una Misa privada mientras tiene lugar la Misa comunitaria (núm. 83). Los fieles deben participar en la Santa Misa con "la alegría entusiasta de los hijos de Dios" (núm. 89), teniendo presente que se trata de una "fiesta, que prolonga la alegría pascual y anticipa el gozo del banquete que Dios prepara en el Cielo" (núm. 90). Finalmente, la participación activa de los fieles se logra evitando que se confiesen durante la Misa (núm. 91), fomentando el uso de misales (núm. 92) y animándolos a unirse con acciones concretas, como la comunión, la contribución a la ofrenda, el diálogo con el celebrante, la oración en común, el canto y las actitudes corporales correspondientes a cada parte de la Misa (núm. 93). 

Los fieles participan mediante la comunión en la medida que procurar comulgar en cada Misa a la que asisten (núm. 94), debiendo intentar que, en lo posible, lo hagan con hostias consagradas en la misma Misa (núm. 95) y que se evite la práctica de recibir la comunión fuera de la Misa (núm. 96). Una manera de manifestar la unión de los fieles es hacer que su acceso al comulgatorio "tenga lugar procesionalmente y cantando, conforme a la más antigua práctica de la Iglesia", aunque teniendo especial cuidado de que esto no cree "una presión moral, sobre todo entre los niños y los jóvenes" (núm. 98). De igual forma, conviene separar la acción de gracias comunitaria y la acción de gracias personal (núm. 99).

El Rvdo. Franz Wasner celebra una Misa versum populum para la familia von Trapp (aquella que inspiró el musical The Sound of Music, traducido en Chile como La novicia rebelde y en España como Sonrisas y lágrimas) durante la década de 1930

El Directorio recuerda que la colecta no es sólo una necesidad de carácter económico, sino que es "un gesto auténticamente litúrgico y, en la Misa, constituye uno de los más importantes medios de participación en el Sacrificio, pudiendo reemplazar en parte la tradicional procesión del Ofertorio" (núm. 100). Se recomienda también que, cuando no sea posible realizar la antigua procesión del Ofertorio, al menos se organicen procesiones, ya con la materia del Sacrificio, ya con dones simbólicos, subsidios para los pobres, etcétera, de manera que estas ofrendas sean llevadas hasta el presbiterio por los mismos fieles, o por un grupo de ellos, o por algunos acólitos que representen a la asamblea (núm. 101).

La participación se manifiesta igualmente en el diálogo que se produce entre el altar y la nave, cuando los fieles se unen a la Misa con ciertas aclamaciones que les está permitido expresar en voz alta (núm. 105). Estas aclamaciones son las siguientes: Amen, Gloria Tibi, Domine, Et cum spiritu tuo, Habemus ad Dominum, Dignum et justum est, Sed libera nos a malo, Deo gratias (al Ite missa est) (núm. 106). Por cierto, "ninguna razón justifica que tan breves aclamaciones dejen de hacerse en la lengua litúrgica", vale decir, en latín (núm. 107). Estas aclamaciones que de suyo corresponden a la asamblea de los fieles, se deben distinguir las respuestas de los ministros del altar a las oraciones personales del celebrante o sus exclamaciones al fin de las lecturas bíblicas. "Todas estas intervenciones conviene reservarlas a los acólitos, pues la práctica contraria no sólo no prepara a la Misa solemne, sino que presenta algunos inconvenientes: la recitación de las oraciones al pie del altar resulta larga y a menudo laboriosa, igual que el Suscipiat Dominus; el Deo gratias y el Laus tibi, Christe que siguen a la lectura de la Epístola y del Evangelio difícilmente salen con la uniformidad indispensable" (núm. 109). Con todo, se puede admitir que dichas respuestas sean atribuidas a los fieles en las Misas de los días de semana (núm. 109).

Asimismo, hay algunas oraciones de la Misa cuya recitación es propia de una parte de la asamblea, tales como los Kyriesel Gloria, el Credo, el Sanctus y el Agnus Dei (núm. 110). Los Kyries se rezan de manera alternada con el celebrante (núm. 112). El Gloria y el Credo los inicia el celebrante, y los continúa al unísono con él la asamblea, que se puede dividir en dos coros (núm. 113). Nada impide que durante el Credo los fieles reciten en lengua vulgar el Símbolo de los Apóstoles (núm. 113). En las Misas rezadas, los fieles deben participar con el rezo del Padrenuestro junto con el celebrante, por ser éste "una apta y antigua oración para la Comunión" (núm. 111), práctica que la Pontificia Comisión Ecclesia Dei estima admisible también en las Misas cantadas y solemnes (véase aquí la traducción de esa respuesta). El Sanctus, el Agnus Dei y el Padrenuestro se recitan enteros simultáneamente por el celebrante y la asamblea, en latín (núm. 114). Hay otras oraciones de la Misa cuya recitación es propia de una parte de la asamblea, como ocurre con la Antífona al Introito con su versículo, el Gradual, el Aleluya o el Tracto, las Antífonas para el Ofertorio y para la Comunión (núm. 117). Finalmente, la asamblea puede recitar, pero en tono de voz menos elevado, las oraciones que preceden inmediatamente a la distribución de la Sagrada Comunión, vale decir, el Confíteor, los dos Amen y el triple Domine, non sum dignus (núm. 124).

Misa pontifical versum populum en Oregon, EE.UU. (1947)

Nada impide que los fieles canten en el curso de una Misa rezada, práctica que debe ser activamente promovida siguiendo los deseos del papa Pío XII (núm. 126). Los cantos han de cumplir con dos condiciones para ser aceptables: (i) deben responder por su espíritu y contenido a las partes de la Misa en que se los canta y a la naturaleza de la fiesta o tiempo litúrgico que se celebra; y (ii) deben ser lo bastante breves como para que jamás el celebrante se vea obligado a esperar, ni que jamás deban omitirse los diálogos esenciales entre éste y la asamblea (núm. 127). Las partes de la Misa en que la participación del pueblo puede expresarse por medio del canto, son el Introito, los Kyries, el Gradual, el Aleluya o Tracto, el Ofertorio, el Sanctus, el Agnus Dei y la Comunión, y también puede entonarse un canto final mientras el sacerdote se retira hacia la sacristía (núm. 128). La regla general es que no resulta recomendable recargar de cantos la Misa, de manera que se aconseja cantar no menos de tres ni más de cinco (núm. 128). Por cierto, el Directorio recuerda que "está prohibido cantar durante la Misa traducciones propiamente dichas de los textos litúrgicos, no así adaptaciones que retengan el espíritu de su contenido" (núm. 132), como ocurrió con las adaptaciones de los salmos hecha por el P. Joseph Gelienau SJ (1920-2008), y que "el canto popular no debe confundirse con tantas melodías mediocres que se usan a menudo en los actos litúrgicos", siendo "necesario desterrar los cantos inspirados en una piedad puramente individualista y en un sentimentalismo a veces enfermizo" (núm. 133). De igual forma, queda estrictamente prohibido usar durante los oficios discos o grabaciones para suplir las intervenciones de los fieles o de la schola cantorum (núm. 136). Para favorecer el canto, se aconseja que los fieles reciban las clases que sean adecuadas a su formación (núm. 135).

Por último, el Directorio se ocupa de las posturas corporales de los fieles, cada una de las cuales viene explicada en su significado(núm. 140, 142, 144, 146 y 148). La asamblea debe estar de pie: cuando el celebrante entra o sale; durante el Evangelio; cuando el celebrante se dirige a ella o recita en nombre de todos la oración Colecta, el Prefacio, el Padrenuestro y la Postcomunión; también conviene que esté de pie para el rezo (o canto) del Introito, de los Kyries, del Gloria, del Credo, del Sanctus y del Agnus Dei (núm. 141). Debe estar sentada para la Epístola y los cantos de meditación que la siguen; para la homilía, y durante el Ofertorio (después del saludo del celebrante), y también a partir de las abluciones hasta el Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión (núm. 143). Debe estar de rodillas desde el fin del Sanctus hasta el Amen con que termina la Gran Oración Eucarística, desde el fin del Agnus Dei hasta el comienzo de la procesión de Comunión, y para recibir la bendición final; si durante las oraciones del celebrante al pie del altar no está la asamblea cantando o rezando el Introito, conviene que esté de rodillas hasta que el celebrante suba al altar (núm. 145). Deben guardar silencio durante la proclamación de la Palabra de Dios por los lectores y cuando se rezan las oraciones o se realizan las acciones propiamente sacerdotales del celebrante (núm. 148). Cumple recordar que la liturgia de la Misa contempla tres procesiones: Introito, Ofertorio y Comunión (núm. 146).

Misa celebrada durante la década de 1950 durante una peregrinación al Santuario de Notre Dame de Saint Germain des Fossés, Auvernia, Francia

El Directorio trata a continuación de tres casos especiales, como son las Misas tardías (hoy llamadas Misas vespertinas), de matrimonios y funerales y "oficiales". Las Misas celebradas por la tarde no convierten a sus asistentes en cristianos de segunda fila, sino que ellas son consecuencia del ajetreo del mundo moderno y de la vida en la ciudad (núm. 156). Por lo mismo, es intolerable que ellas se conviertan en conciertos de órgano o en recitales de canto, o que no se distribuya la comunión (núm. 158). También en esas mismas es deseable lograr una participación siquiera mínima de los fieles (núm. 159). En las Misas celebradas con ocasión de matrimonios o exequias, se debe cuidar de que la presencia de incrédulos haga que se acentúe el carácter mundano, por ejemplo, "admitiendo géneros musicales o formas de interpretación teatrales, que están fuera de lugar en un acto cultual y sagrado" (núm. 160). Hay que procurar, pues, que estas Misas recobren su atmósfera de oración, haciendo las indicaciones que sean del caso (núm. 161), pero sin "aprovechar la ocasión para imponer a la fuerza una enseñanza que excede los límites de la circunstancia, o para exigir una participación activa de personas que no están preparadas y que, de prestarse a ella, lo harían con repugnancia y sin convicción (núm. 162). En estas Misas, sólo se tomará la palabra para exponer con claridad y sobriedad las enseñanzas de la Iglesia acerca del matrimonio y de la muerte (núm. 163). Finalmente, en las Misas que se suele celebrar con actos de significado patriótico debe cuidarse que la presencia de no creyentes haga disminuir el sentido religioso de la Misa, como ocurriría si no se distribuye la comunión, no se ejecuta música religiosa o la homilía solo consiste en "palabras vagamente espiritualistas" (núm. 164). Por eso, hay que cuidar de que estas Misas no se transformen en "una ceremonia sin alcance espiritual, o una celebración arqueológica o folclórica" (núm. 165), siendo aconsejable que se dé un mínimo "de catequesis sobre la misma Misa, mostrando la relación del Santo Sacrificio con el objeto de la manifestación del día" (núm. 166).

El apéndice referido a las Misas con niños en realidad reproduce el Directorio diocesano para la Santa Misa preparado por la Arquidiócesis de Barcelona en 1958. Así se dice que las Misas propias para niños no son lo ideal, porque lo aconsejable es que éstos estén en contacto con los mayores y se forme un sentido de comunidad (núm. 1). De ahí que la participación de los niños en la Santa Misa deba ser cuidadosamente estudiada (núm. 2). Hay que propender que ellos se den cuenta de las acciones sagradas (núm. 3) y participen de las mismas, sin distraerse en rezos, cantos o otras prácticas piadosas paralelas (núm. 4). 

El segundo apéndice es una Guía práctica para las Misas corrientes, la que desarrolla los criterios antes expuestos siguiendo el orden de la celebración. El Directorio se cierra con una pequeña bibliografía (p. 73) y con una reproducción de citas de la Sagrada Escritura y del Magisterio (pp. 75-170).

Por cierto, una influencia decisiva tendrá en los años siguientes a la aparición de este Directorio monseñor Vicente Ahumada Prieto (1913-2003), quien se desempeñó como Secretario General de la Comisión General de Liturgia (CONALI) de la Conferencia Episcopal chilena durante la época del Concilio Vaticano II. En dicho cargo, junto al entonces Obispo de Talca, monseñor Manuel Larraín (190-1966), y monseñor Eladio Vicuña (1911-2008), trabajó activamente en la aplicación de la reforma litúrgica impuesta tras el concilio, en la que participó el Cardenal Raúl Silva Herníquez (1907-1999), Arzobispo de Santiago, como miembro del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra LiturgiaDesde 1977, monseñor Ahumada se desempeñó como Director Espiritual y como Profesor de Biblia, Liturgia y Espiritualidad en el Seminario Pontificio Mayor de Santiago. Es autor del trabajo intitulado "Historia del Movimiento Litúrgico en Chile", Teología y Vida, vol. XX, núm. 2-3 (1979), pp. 167-178 (disponible aquí).

Monseñor Vicente Ahumada

Nota de la Redacción: La presente entrada ha sido preparada usando las siguientes fuentes de referencia: (i) Conferencia Episcopal de Chile, Directorio pastoral para la Santa Misa, Santiago, Ediciones Universidad Católica, 1960; (ii) Comisión Nacional de Liturgia, Memoria y esperanza de la liturgia. A 50 años de la Sacrosanctum Concilium, Santiago de Chile, Librería Pastoral, 2013; (iii) Ahumada, V., "Historia del Movimiento Litúrgico en Chile", Teología y Vida, vol. XX, núm. 2-3 (1979), pp. 167-178 (disponible aquí); (iv) Antoñana, M., Manual de liturgia sagrada, Madrid, Editorial Coculsa, 10a ed., 1957, pp. 590-594; (v) Garrido Bonaño, M., Curso de liturgia romana, Madrid, BAC, 1961, pp. 245-252; (vi) Necrología de monseñor Vicente Ahumada.

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