En una entrada anterior explicamos nuestro propósito de traducir los Position Papers sobre el Misal de 1962 que desde hace algún tiempo viene preparando la Federación Internacional Una Voce, de la cual nuestra Asociación es capítulo chileno desde su creación en 1966.
En esta ocasión les ofrecemos la traducción del Position Paper 30 y que versa sobre la participación de los niños en la forma extraordinaria, cuyo original en inglés se puede consultar aquí. Dicho texto fue preparado en el mes de diciembre de 2016. Para facilitar su lectura hemos agregado un título (Texto) para separar su contenido del resumen (Abstract) que lo precede.
Cabe recordar que en su día dedicamos una entrada de esta bitácora al significado que tiene la Misa de siempre para los niños.
La participación de los niños en la forma extraordinaria
Resumen
Dado que la forma extraordinaria
atrae a muchas familias jóvenes, a menudo sus celebraciones se caracterizan por
la presencia de muchos niños. La forma extraordinaria no puede ser adaptada a
los niños del mismo modo en que lo es, a veces, la forma ordinaria, pero tiene,
sobre ésta, ciertas ventajas en relación con los niños, especialmente su uso de
formas no verbales de comunicación, la predictibilidad de sus ritos, y la
relativa informalidad de los fieles durante la Misa. La poderosa impresión que
causan en los niños las ceremonias solemnes y expresivas tienen un antecedente
en las experiencias de los niños en las Escrituras, cuando asistían a la
lectura solemne de la Ley, o eran bendecidos por el Señor, y cuando proclamaron
su realeza en su entrada a Jerusalén. Todo esto denota también el valor
objetivo que, para los niños, tiene la liturgia, comprendidas las muchas
bendiciones que ésta da a los fieles. Sobre todo, una experiencia sólida de la
liturgia, con los adultos que proporcionan un modelo de adecuado compromiso, es
una “escuela de oración” tanto para los niños como para los adultos.
Los comentarios a este texto pueden enviarse a positio@fiuv.
Texto
Introducción.
1. Puesto que
la liturgia es tanto la “fuente” como la “cumbre” de la vida cristiana,
es un medio indispensable , así como también un punto de llegada, en la tarea de
atraer a los jóvenes hacia una realización plena de su vocación cristiana. Este
documento se propone explicar que la forma extraordinaria tiene un valor especial en esta tarea, como lo muestra la
experiencia no sólo de las generaciones pasadas, sino también la de los
católicos que adhieren hoy a esta forma, cuyas familias, como lo ha dicho el
cardenal Darío Castrillón, “son frecuentemente enriquecidas por muchos niños”.
2. El
Directorio para las Misas con niños (1973) de la Congregación del Culto Divino,
que ha tenido mucha influencia, dice: “En la educación de los niños en la
Iglesia surge una especial dificultad por el hecho de que las celebraciones
litúrgicas, especialmente la Eucaristía, no pueden desplegar su inherente
fuerza pedagógica sobre los niños. Aunque se use ahora el vernáculo en la Misa,
las palabras y signos no han sido suficientemente adaptados a la capacidad de
los niños. De hecho, incluso en la vida
cotidiana los niños no siempre comprenden todas sus experiencias con los
adultos; por el contrario, las encuentran aburridas. No se puede, por tanto,
esperar de la liturgia que todo en ella sea inteligible para aquellos. No
obstante, existe el temor de un daño espiritual si, a lo largo de los años, los
niños experimentan en la Iglesia cosas que son apenas comprensibles, ya que un
estudio psicológico ha comprobado cuán profundamente se forman los niños con
las experiencias religiosas de la infancia y de la primera niñez debido a la
particular receptividad religiosas propia de esos años”.
3. El
Directorio propone, especialmente, la adaptación a los niños de los textos
litúrgicos y el énfasis en los “valores humanos”
más que en las realidades sobrenaturales. Tales adaptaciones no son posibles en
la forma extraordinaria, y argüiremos aquí que ella puede superar el problema
de otros modos.
Los niños y
la comunicación verbal.
4. La forma extraordinaria no es un rito que esté diseñado para ser comprensible
verbalmente y que, en el caso de los niños, falla en este aspecto. Más bien, es
un rito que no tiene como primer objetivo la comprensión verbal.
5. Así, el
Canon en silencio lleva a cabo una comunicación no-verbal a los fieles, de un
modo especialmente poderoso.
Aunque es verdad que, como lo advierte el Directorio, los niños carecen de
experiencia en la interpretación de los “signos” usados en la liturgia, la
atmósfera que crea el Canon silencioso, junto con los gestos del sacerdote, con
el uso del incienso y de las campanillas, y con la respuesta de los demás
fieles a todo esto, está, como colección de signos, magníficamente adecuada
para la transmisión, incluso a los niños muy pequeños, de la solemnidad,
sacralidad e importancia de lo que está teniendo lugar.
6. La forma extraordinaria, tomada en su conjunto y especialmente cuando se la celebra en
sus formas más solemnes, idealmente en una iglesia decorada al modo
tradicional, acompañada de música sagrada bien ejecutada, es una experiencia
inmensamente rica, atractiva, atmosférica y cargada de símbolos que apelan a
todos los sentidos.
7. El que la forma extraordinaria dé precedencia a formas no verbales de comunicación la
hace más accesible a los niños y, en general, a quienes tienen menos educación.
Todos ellos, por supuesto, tienen mucho que aprender sobre liturgia mediante
una catequesis litúrgica formal o informal, pero, en el contexto de la forma extraordinaria, el poder de las ceremonias para comunicar se vería disminuido,
no aumentado, si se las simplificara o se las sometiera a comentarios ex tempore. Como aconsejaba la teórica
católica de la educación María Montessori, “la enseñanza de la Misa no debe
mezclarse con la participación en ella”.
La transmisión
de realidad sobrenaturales.
8. Analizando
el tema de los valores humanos y cristianos, el Directorio trata de evitar el
aburrimiento de la incomprensión
atrayendo la atención de los niños hacia temas que pueden entender más fácilmente.
Sin embargo, la experiencia revela otro peligro: el aburrimiento que surge de
la banalidad. Lo más atractivo para
los niños es lo que despierta la
curiosidad: como en los tradicionales cuentos infantiles, debiera existir
algo cuya profundidad supere lo que es inmediatamente comprensible, algo que
prometa una mayor comprensión si se lo mira con atención. Además de lo dicho en
el numeral anterior, “comprensión” debe separarse aquí de la idea de “ser capaz
de articular”, ya que muchas de nuestras experiencias más importantes son
aquéllas que no pueden ser articuladas, o no pueden serlo totalmente. Como ha
escrito Louis Bouyer: “el propósito principal de la
liturgia no es enseñarnos esta lección o aquélla convertidas fácilmente en
fórmulas mnemotécnicas, sino poner a los fieles, sin que éstos sepan cómo, en
cierto estado espiritual que sería perfectamente inútil tratar de recrear
mediante su explicación”.
9. Estas
observaciones nos ayudan a imaginar cómo habrán sido las experiencias
litúrgicas o paralitúrgicas en que se incluía a los niños en las Escrituras:
las experiencias de asistir a la solemne lectura de la Ley,
o las penitencias públicas,
o a las bendiciones que les daba el Señor,
o la de proclamar su realeza en su entrada a Jerusalén.
10. Aquellos
niños no habrían podido exponer el significado teológico de tales experiencias,
pero lo entendieron al nivel apropiado a su edad gracias a la “especial
receptividad religiosa” a que alude el Directorio. Absorbieron la tremenda solemnidad
propia de la Ley, la sinceridad de la penitencia, la gran santidad de Cristo y
el amor que les tenía cuando “los abrazaba… y los bendecía”, y el gozo y
esperanza escatológicos de Su entrada en Jerusalén.
11. La
asimilación de estas ideas tuvo en ellos un gran potencial transformador. No
sólo defiende el Señor la participación de los niños en los ejemplos del Nuevo
Testamento, sino que los considera como ejemplo de quienes reciben el Reino y
como instrumentos de Dios en la proclamación del Salvador.
12. Estas
experiencias constituyen un paralelo de las experiencias litúrgicas de los
niños que hoy asisten a la forma extraordinaria. Conviene recordar lo dicho por
Jun Pablo II sobre el uso del latín, que “por su carácter dignificado produce
un profundo sentido del misterio Eucarístico”.
Este sentido ciertamente no queda restringido sólo a los fieles adultos.
13. Las
experiencias mencionadas sirven también para responder a la cuestión de si no
sería mejor no llevar los niños pequeños a la iglesia,
como ha sido la práctica en ciertos períodos históricos.
Los niños reciben gracias por su contemplación de la liturgia y también por las
oraciones ante el Santísimo Sacramento, por las comuniones espirituales, el uso
del agua bendita, la ocasional veneración de reliquias después de la Misa, las
muchas bendiciones que forman parte de la liturgia,
y por la experiencia de estar en un edificio consagrado con sus imágenes
devotas bendecidas.
La formalidad
e informalidad en la liturgia.
14. Un importante
contraste entre las formas ordinaria y extraordinaria es el papel de la
formalidad en ellas. En la forma extraordinaria se da una gran formalidad en
todo lo que tiene lugar en el presbiterio, pero el comportamiento de los fieles
no está sometido a normas obligatorias respecto a la postura corporal; las respuestas
que tienen que pronunciar son muy pocas y, como lo reiteraba Pío XII,
son libres de decir sus propias oraciones.
15. La forma ordinaria, especialmente la que es presentada a los niños, permite muchas
opciones y cierto grado de espontaneidad en las palabras y las acciones, pero a
menudo se hacen esfuerzos para imponer a los fieles una estructura más compleja
de comportamiento, con detalladas instrucciones sobre las posturas físicas, sobre
una gran cantidad de respuestas y aun sobre los gestos.
16. La
naturaleza estructurada y predictible de los textos y ceremonias de la forma
extraordinaria facilita la familiarización con ceremonias que son, en sí
mismas, profundamente expresivas y dramáticas. La relativa informalidad de los
fieles en la nave, en cambio, es menos exigente en materia de comportamiento,
especialmente de los niños pequeños, que no necesitan ser obligados a realizar
muchas acciones que quizá no comprenden, ni ser interrumpidos en su
involucramiento, más lleno de sentido, en la liturgia.
Conclusión.
17. Los fieles
adeptos de la forma extraordinaria están, en general, muy conscientes de su
obligación de asegurarse de que sus hijos reciban una adecuada catequesis,
que incluye oportunas explicaciones de la liturgia, y de mantener la práctica
de las oraciones en familia, que sirve de preparación, tanto espiritual como
práctica, para la liturgia debido a que inculca hábitos de concentración y
sosiego.
18. Sin
embargo, las explicaciones de la liturgia tienen poco valor sin una continua
asistencia a ella, y es la liturgia misma la que tiene el poder de transformar
a nuestros hijos en cuanto suprema “escuela de oración”,
tiempo especial de gracias y en cuanto reflejo de la eterna liturgia del cielo.
19. Se ha
observado a menudo que los niños parecen más inclinados al sosiego -ya se trate
de niños muy chicos que juegan silenciosamente mientras transcurre la Misa, ya
de niños mayores que asisten a ella- en el caso de la forma extraordinaria.
Esto puede advertirse en el caso de niños pequeños que asisten a ella por primera
vez. Lo cual no debiera sorprender, ya que los niños pequeños no entienden
fácilmente la necesidad de estar sosegados en un ambiente que, en sí mismo, no
es tranquilo.
20. Por esta
razón, retirar a los niños de una parte de la Misa para que asistan a una
“liturgia de los niños” paralitúrgica es cosa ajena a la forma extraordinaria.
El ideal es, por el contrario, que los niños absorban la liturgia y vean a los
adultos que conocen y respetan (ojalá sus propios padres) asistir a ella, como
modelos que deben imitar. Esto sirve también para subrayar la idea, esencial
para que los niños retengan el interés a medida que crecen, que la liturgia no
es algo que se deja atrás cuando uno se acerca a la adultez, sino que es una
actividad de adultos.
21. El éxito
de la forma extraordinaria en relación a los niños es, inevitablemente, difícil
de cuantificar, aunque parece ser evidente por el gran número de vocaciones que provienen de colectividades adeptas a ella.
Bastaría este solo hecho para demostrar claramente la verdad de lo dicho por
Benedicto XVI respecto a que “los jóvenes también han descubierto
esta forma litúrgica, han sentido su atractivo y han encontrado en ella una
forma de encuentro con el Misterio del Santísimo Sacramento que les resulta
particularmente adecuado”.
Apéndice A:
Cómo hacer fácil el involucramiento de los niños con la forma extraordinaria.
En este documento hemos advertido que no se puede adaptar a los niños la forma extraordinaria, tal como es el caso con la forma ordinaria, mediante textos
especialmente compuestos o seleccionados. Además, hemos visto que es ajeno a la
práctica de la forma extraordinaria el retirar a los niños de una parte de la
Misa para hacerlos participar en una “liturgia de los niños”. En cambio, lo que
ayudará a los niños a asistir sosegadamente a ella y entender su estructura y
sus símbolos es, sobre todo, su preparación fuera
de ella. Podría preguntarse qué se puede hacer dentro de ella, cuando asisten niños, para que no sólo sus padres y
maestros sino también las parroquias y los celebrantes los ayuden.
En primer lugar debe advertirse que
existen para esto muchos libros disponibles, algunos publicados por primera vez
antes del Concilio Vaticano II, algunos escritos más recientemente, que tienen
la finalidad de ayudar a los niños, con hermosos dibujos, oraciones sencillas y
breves explicaciones, a seguir la Antigua Misa, tanto fuera de ella (como
instrumentos catequéticos) como dentro de ella.
Desde el punto de vista pastoral, la
consideración más importante puede ser, sencillamente, el horario de la Misa.
La capacidad de los niños pequeños de concentrarse y de comportarse bien se ve
afectada, hasta un nivel crítico, por su necesidad de comer y de dormir, y las
Misas programadas a horas de comidas, o cuando los niños pequeños debieran
estar durmiendo (ya sea temprano, de mañana, a después de almuerzo o muy
avanzada la tarde), serán inevitablemente más difíciles para ellos. Esto tiene
importancia, porque muchas celebraciones de la forma extraordinaria se ajustan
de modo de respetar el horario de las celebraciones de la forma ordinaria de la parroquia, debido a lo cual se las pone en los horarios menos cómodos. Desde
que se ha comenzado a reconocer que la forma extraordinaria atrae a las
familias con niños pequeños, este punto es de gran importancia.
Además de lo que hemos dicho en este documento sobre la informalidad de los
fieles que, en la forma extraordinaria, ocupan la nave, los párrocos debieran
prestar atención a la necesidad de los niños pequeños de moverse, quizá en un
área en la parte de atrás de la iglesia, y a la necesidad, a veces, de que los
padres saquen afuera a los niños. Una cantidad grande de arte devoto en las
iglesias puede tener gran importancia al permitir que los niños chicos, de edad
insuficiente para involucrarse bien, o por períodos largos, en las ceremonias,
puedan, sin embargo, seguir tomando parte en la atmósfera religiosa de la
liturgia, de un modo que hubiera sido familiar para nuestros antepasados en la
Iglesia occidental, tal como ocurre hoy con nuestros hermanos orientales. En
otras palabras, es preferible que un niño contemple una estatua devota o un
ícono mientras se desarrolla la Misa a que su atención se vuelque a cosas
totalmente seculares.
En este documento hemos hablado también del valor de la música sagrada. No hace
falta adaptar esta música a la sensibilidad de los niños: como los niños
pequeños no tienen prejuicios musicales, rápidamente asociarán los
tradicionales estilos sagrados con la liturgia, de modo que al oírlos reforzará
inmediatamente en ellos la atmósfera reverente y les ayudará al recogimiento y
la devoción. Los niños mayores son perfectamente capaces de cantar en canto
gregoriano los ordinarios de las Misas, aunque para ello sea ideal una
preparación fuera de la Misa. Los niños que asisten a Misas durante la semana
con canto gregoriano y quizá con polifonía sagrada, tendrán una oportunidad de
desarrollar el oído en la música sagrada de que pocos católicos adultos
disfrutan. La disponibilidad de música verdaderamente litúrgica, bien
preparada, recompensará largamente el tiempo y esfuerzo que se requiera para
ello, especialmente por su efecto duradero en los niños.
Finalmente, no hay que mirar en
menos el valor que tiene para los niños jóvenes el servicio del altar. Se sabe que los
niños experimentan especiales dificultades para quedarse quietos durante períodos
largos, pero también aprecian la disciplina y el ritual. Ayudar a la Misa,
aunque sea sólo ocasionalmente, les da la oportunidad de aprender sobre las
ceremonias y desarrollar su natural piedad, todo lo cual es también importante
en la gestación de vocaciones.
(El libro
Conoce tu Misa es una historieta acompañada de viñetas explicativas, y se puede adquirir
aquí en formato físico y
aquí en formato digital)
Apéndice B:
El P. Bryan Houghton sobre los niños que asisten a Misa.
Citemos su novela Mitre and Crook [Mitra y báculo] . El personaje principal, un obispo,
habla de su propia niñez, antes de la reforma litúrgica.
“Aprendí a rezar mis oraciones en
las rodillas de mi madre, y sigo diciendo las mismas todas las noches. Pero
aprendí a orar cuando me arrastraron a Misa los domingos. Algo se alteró con
mamá y papá. No se hablaban ni se miraban. Mamá repasaba normalmente su
rosario. Papá hojeaba de vez en cuando un ejemplar de Garden of Soul que todavía usa uno de mis sobrinos. Mi hermana
mayor, Gertrudis, que se hizo monja benedictina, se arrodillaba muy derecha,
con los ojos normalmente cerrados. Alrededor de mí, todos nuestros demás
parientes y vecinos hacían lo mismo. Lo más insólito es que nadie me prestaba
la más mínima atención. Incluso si tiraba la falda de mi madre, ella se
limitaba a alejarme suavemente. Una vez intenté encaramarme en la espalda de
papá, que me levantó y me dejó debajo del asiento. También era extraño que,
aunque estaba vestido con mis mejores ropas de domingo, me permitían
arrastrarme debajo de los asientos, siempre que no hiciera ruido. Por muy
simpático que fuera de niño, me daba perfectamente cuenta de que algo estaba
ocurriendo.
“Allá, en el altar, estaba el P.
Gray, un viejo severo. Yo solía esconderme en el baño cuando venía de visita.
Llevaba puestas ropas de colores brillantes y parecía una mariposa gorda. La
mayor parte del tiempo no decía nada. Miraba en otra dirección y prestaba a mi
mamá y papá tan poca atención como a mí.
“No creo haber sido un niño
especialmente precoz, pero ciertamente fue de muy joven que me di cuenta de que
toda esta gente estaba orando sin decir oraciones, como hacía yo. Los niños
imitan: yo también quise orar sin decir oraciones. Me dirigí a mi hermana
Gertrudis, que me dijo “Siéntate bien quieto, como un buen niño. Eres demasiado
chico para arrodillarte. Pon también tus manos sin moverse, sobre las rodillas.
Trata de no mirar alrededor, y mantén los ojos cerrados, si puedes. Y di
solamente “Jesús” cuando respires, lenta pero constantemente. Te daré un
golpecito cuando haya que decir “Tú eres mi Señor y mi Dios”, y puedes
repetirlo conmigo”.
“Así es, supongo, mutatis mutandis, como todos aprendimos
a orar. A lo que me refiero es a que la Misa misma fue nuestra escuela de
oración. Fue durante ella que aprendimos a olvidarnos de nosotros mismos, a
desapegarnos y recogernos y a adherir a la Divina Presencia. Es también en Misa
que los fieles sencillos practican la oración durante toda su vida. Puede que
sepan poca teología, pero oran como los teólogos rara vez lo hacen. Además, el
fiel más sencillo alcanza alturas de piedad y de santidad que me sobrepasan del
todo”.